sábado, 3 de abril de 2010

La vida de hoy, la vida sin Dios

De prisa y consumiendo
Alejandro Landero | Opinión

Nuestras vidas están inmersas en una sociedad compleja y dinámica. Frente a nosotros se presentan múltiples desafíos en todos los campos en los que se desarrolla nuestra existencia. Como expresara Paul Válery “El futuro ya no es lo que era antes”, hay una especie de inseguridad que domina nuestras vidas. Vivimos angustiados no sólo por las dificultades por las que atraviesa nuestro país, sino también por las preocupaciones personales que nos impiden mantener el equilibrio y la paz interior.

Ello puede tener muy diversas causas, pero creo que hay dos que han ido ganando terreno en nuestras vidas: el pasar nuestra existencia corriendo y consumiendo.

Por un lado, pareciera que lo más importante es devorar el tiempo, experimentar nuevas sensaciones, escalar el éxito a más velocidad. No terminamos una actividad y ya estamos pensando en la que sigue, lo cual nos lleva a que no disfrutemos lo que realizamos. Estamos pensando cuál será nuestra siguiente compra o nuestro siguiente viaje, sin siquiera disfrutar el presente. Siempre me han llamado la atención los anuncios de las agencias de viajes: “Visite en diez días diez países”. Hace falta retomar el adagio latín carpe diem, en el significado de vivir con profundidad el presente, saboreando las horas. Sumado a ello, lo más dramático es que muchas veces corremos sin saber hacia dónde nos dirigimos. Privilegiamos el cronómetro, pero carecemos de brújula. La carrera impide que nuestras acciones tengan conexión y por ello hoy resulta tan complicado preguntarse y responder sobre cuál es el sentido profundo de nuestras vidas. En múltiples ocasiones, las respuestas terminan en una lista de objetivos personales, pero no en horizontes que dan significado profundo a la existencia frente a desafíos y preguntas como: ¿en qué consiste el verdadero éxito de la vida?, ¿cómo se aprende a superar el fracaso?, ¿cómo se educa para el amor?, ¿cómo se enfrenta la enfermedad?, ¿cómo nos podemos preparar para la muerte? Una vida frenética es muy probable que termine sin sentido, sumida en los deseos y pulsiones del “yo” y no en la comunión y fraternidad del “nosotros”.

Pero en nuestra sociedad no sólo corremos, sino que corremos consumiendo. Uno de los pocos referentes que queda en la vida, al perder el sentido trascendente, es la posesión, el simple tener acumulativo. Vivimos en una civilización hiperconsumista, como señala el sociólogo francés Gilles Lipovetsky. Una sociedad de un consumismo continuo, veloz, donde nos equipamos cada vez más con electrodomésticos, televisiones, cámaras, coches… Una sociedad donde el weekend termina siendo una especie de terapia consumista frente al mundo del trabajo, cuyo principal objetivo es, a la vez, saciar las ansias de comprar. Muchas familias se reúnen el fin de semana para dar vueltas en el centro comercial, consumiendo helados y viendo escaparates (por que a veces en crisis ya ni se puede comprar). En ello se resume la “convivencia” familiar semanal. Hoy las personas viven una seria confusión entre lo necesario y lo superfluo. Por ello, es oportuno, como nos lo propone el filósofo Carlos Llano, aprender a distinguir cuáles son los bienes necesarios y convenientes y cuáles son superfluos o incluso nocivos para nuestro desarrollo personal y familiar.

Como establece Lipovetsky, vivimos en la era del “turboconsumismo”, donde se suprimen todos los tiempos de pausa y se construye una sociedad abierta incesantemente al consumo, 24 horas al día, siete días a la semana. Mientras proliferan las ofertas, el Homo consumans se vuelve alérgico a la menor espera, devorado por el tiempo y la urgencia.

La vida del vértigo en el tiempo y de la ansiedad consumista termina, ensimismándose, convirtiéndose en un monólogo que se silencia en la soledad, incapaz de mirar al “otro yo” que se encuentra fuera de mí. Una rutina de insatisfacción que termina en violencia y depresión. Jamás el ser humano había tenido tantos satisfactores materiales, y jamás había habido tantos problemas sociales y enfermedades mentales.

Son necesarias nuevas formas de desplegar la existencia, más allá de la velocidad y el consumo. Son indispensables valores como la moderación y la sencillez y actividades como: la contemplación, la reflexión y la creación. Tenemos que aprender nosotros y enseñar a nuestros hijos que puede haber diversión sin necesidad de un consumo significativo. Hay varias actividades que estamos dejando de realizar: leer, escribir, contemplar el paisaje, pintar, tocar un instrumento, escuchar música que eleve el espíritu, ayudar a un orfanatorio o asilo, sembrar un árbol, elaborar un álbum de recuerdos, hacer oración, visitar un museo, etcétera. El nivel cultural de un país no es sólo fruto de un programa gubernamental, sino que se construye por ese microcosmos de actividades que realizan los ciudadanos, por la capacidad de vivir el tiempo a profundidad, a plenitud, degustando la vida, contemplando la existencia, exaltando el ser y no sólo el tener.


Tomado de:
www.cronica.com.mx

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