LA VIRGEN DE GUADALUPE


Los Enemigos de la Historicidad de la Aparición Guadalupana


Discurso del Sr. D. Alfonso Junco, pronunciado en la Asamblea Solemne del Congreso Nacional Guadalupano el 8 de diciembre de 1931.
Transcripción: Alejandro Villarreal de Biblia y Tradición, 2008



Dice Gracián que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Yo me conformó con que éste rápido estudio sea siquiera una vez bueno: bueno por la brevedad. Y así, la vastísima materia de que hablan los títulos del programa, aparecerá apenas insinuada en esta plática somera.

¿Quiénes son los adversarios de la historicidad de las apariciones guadalupanas, que merezcan mención? El español don Juan Bautista Muñoz, el regiomontano Fray Servando Teresa de Mier que fluctuó entre una apología exorbitante y una impugnación oportunista, y don Joaquín García Icazbalceta, que reprodujo las argumentaciones de los dos precedentes, reforzó la lista de autores contemporáneos a la aparición que no hablan de ella, y adujo una información hasta entonces desconocida, hecha en 1556 por el Ilmo. Señor Montúfar, sucesor inmediato de Zumárraga, sobre un sermón antiguadalupano de P. Francisco Bustamante.

Don Juan Bautista Muñoz, cronista real de las Indias, presentó en la Academia de la Historia, de Madrid, en 1794, una Memoria -publicada hasta 1817-, impugnando la historicidad las apariciones.

Este trabajo, de excelente estilo y avalorado por el prestigio del autor, pudo deslumbrar a quienes, alejados de nosotros, apenas conocían vagamente y de oídas nuestras cosas, pero hace realmente sonreír por su debilidad y exigua documentación a quienes con conocimiento de causa lo leemos ahora.

En cuanto fue conocido en México, obtuvo refutaciones excelentes. La mejor es la del famoso Guridi y Alcocer, publicada en 1820, quien inserta integrar en su libro la Memoria de Muñoz, para que el lector vea -dice- si es más fuerte la objeción o la respuesta; iba contestando punto por punto, en un estilo sobrio, lúcido, elegante y moderno, que da gozo leer.

El caso del P. Mier es curiosísimo.

Mi paisano Fray Servando era un tipo singular, inquieto, vanidoso, combativo, amante de politiquear, atrayente en su trato, boquiflojo, megalómano, de cultura vastísima y brillante pero sin coherencia ni profundidad, amigo de la democracia pero con grandes ínfulas aristocráticas, copioso en extravagancias pintorescas y a la vez en rotundos estallidos de sentido común; en suma, un hombre contradictorio, original, dinámico, con algo y aún algos de chiflado.

Vestía el hábito dominicano y tenía 31 años, cuando pronunció en la Colegiata, el 12 de diciembre de 1794, un célebre sermón en que, llevado sin duda de su índole novelera y su prurito de notoriedad, soltó las más peregrinas especies: que la imagen de la Guadalupana había sido milagrosamente impresa en la capa de santo Tomás apóstol, el cual había venido a evangelizar a los indios; y que, muchos siglos después, en 1531, la Virgen se había aparecido a Juan Diego, dándole la antigua imagen y las rosas para que las llevará ante el obispo Zumárraga y se le edificara un templo.

Como se ve y como lo declara el P. Mier, no trataba el de negar el milagro ni la tradición, sino de darles todavía más lustre de antigüedad y grandeza; pero el arzobispo Núñez de Haro, recogiendo el escándalo que se suscitó en los oyentes y cumpliendo con su deber, abrió causa al estrambótico predicador, de la que salió privado del derecho de cátedra, púlpito y confesionario, y condenado a cumplir una reclusión de diez años en el convento de las Caldas, de España. Así aprendería el respeto que se debe a la cátedra sagrada, y como la verdad Guadalupana ni tolera ni necesita mentiras para ser grande.

¿De dónde sacó el P. Mier aquellos disparates calenturientos? De cierta plática que tuvo con un licenciado Borunda, buen hombre que se había dado a estudiar la lengua y jeroglíficos de los indios y había conjeturado algunas cosas extravagantes, las cuales Fray Servando, con su característica ligereza y fantasía, aderezó a su modo y dio por concluyentes. Hasta después de pronunciar su sermón leyó algo de la “Clavé historial” que estaba escribiendo Borunda, y “confieso -escribe- que lejos de haber hallado las pruebas incontrastables que el hombre me había asegurado tener, ayer una porción de dislates propios de un hombre que nos había teología, y aún de todo anticuario y etimologista, que comienza por adivinanzas, sigue por visiones y concluye por delirios”. La confesión de Fray Servando no puede ser más categórica, aunque es justo advertir que el modesto Borunda no habló de pruebas incontrastables, y esto fue aditamento de Mier para deslizar hacia el otro su propia responsabilidad.

En suma: el castigo eclesiástico que se dio a Fray Servando era justificado y procedente. No había ni las intrigas, ni las envidias, ni las calumnias, ni las 10.000 cosas negras que él ha fantaseado, en su delirio de persecución y de grandeza, y que han prohijado sin análisis, algunos de sus biógrafos. Si el P. Mier parte a España y cumple sencillamente su reclusión, todo se acaba en paz. Pero tenía la sangre de azogue, y convertido en el genio de la fuga, se dedicó a evadirse de sus reclusiones sucesivas, agravando así y complicando su falta. Por cierto que de sus cinematográficas aventuras por Europa, nos ha dejado un relato vivaz, desenfadado, hiperbólico, incisivo y pintoresco, insegurísimo como historia pero divertidísimo como novela.

Estando en Burgos, supo Fray Servando de la Memoria que había presentado Muñoz contra la tradición Guadalupana, y en 1797 trabó con él correspondencia, escribiéndole seis cartas en que aparecía compartiendo la opinión de aquel, ampliando sus datos y reforzando sus razones.

Quiso, sin duda, Fray Servando, darse importancia codeándose epistolarmente con hombre de tanto viso, y congraciase con personaje a quien, por ser cronista real, suponía influyente en la corte y capacitado para brindarle algún apoyo en la infeliz conclusión de su causa pendiente; esto se conjugó con su despecho por el castigo y humillación que sufría, pues las razones para dudar “las he descubierto -le dice textualmente a Muñoz- después que la persecución me ha hecho meditar y estudiar el asunto”. Y lanzado por este camino con su vehemencia natural, llegar en 1797 a tildar abiertamente de “fábula” la tradición Guadalupana, el mismo que tres años antes protestaba -y así era la verdad- que no pretendía negar, sino robustecer y exaltar la tradición.

Pero más tarde volvería a desdecirse. Oportunista en sus cartas a Muñoz, fue oportunista de nuevo al volver a la patria; y su primer discurso en el congreso constituyente, del que formó parte como diputado por Nuevo León, olvidándose de su correspondencia con Muñoz y queriendo trocar en mérito patriótico las pesadumbres que le atrajo su sermón estrafalario, dijo con toda solemnidad el día 15 de julio de 1822: “Los mexicanos, en el año de 1794, me llenaron de imprecaciones, creyendo que en un sermón había negado la tradición de Nuestra Señora de Guadalupe. Los engañaron: tal no me había pasado por la imaginación: expresamente protesto que predicaba para defenderla y realzarla”.

Y todavía para morir, cuando, con singularidad muy propia suya, salió a convidar personalmente a sus amigos para su Viático, y antes de recibirlo pronunció un discurso, el 16 de noviembre de 1827, volvió a protestar solemnemente que él no había practicado contra la tradición Guadalupana. Ya se comprende por todo esto, la poca seriedad que puede atribuirse a la impugnación del P. Mier. Atiborrada de insegura y tumultuosa erudición, de ardientes disparates mezclados con útiles observaciones, de fantaseos etimológicos -pues el Padre gozaba con multiplicar citas aztecas aunque ignoraba la lengua Azteca-, su impugnación ha sido refutada vigorosamente por Tornel y Mendívil, por P. Antícoli y otros, y en nuestros días por Don Primo Feliciano Velázquez.

Pasemos ahora a la célebre carta que Don Joaquín García Icazbalceta escribió privadamente en 1883 al señor arzobispo Labastida, y que en 1896, muertos ya ambos personajes, se publicó sin pie de imprenta ni nombre de editor, por amigos de Icazbalceta que violaron así la voluntad que éste consigna con insistencia y decisión en la propia carta, de que no se haga publica jamás.

En prosa fuerte, limpia y concisa, agrupa, mejorándolas, las objeciones de Muñoz y de Mier, y alarga la lista de silencios. El no haber visto personalmente documentos contemporáneos originales que hablarán con toda claridad de la aparición, hizo gran fuerza en el espíritu de Icazbalceta, singularmente docto en papeles españoles del siglo XVI. Yo creo que esto decidió la convicción del ilustre escritor, y lo llevó luego a paliar o desestimar los hechos y testimonios que se oponían a su convicción, aventurándose, para explicarlos, en conjeturas notoriamente débiles.

Quien, sin preparación particular, lee la carta de Don Joaquín García Icazbalceta, la encuentra magistral y concluyente. Pero cuando se ha profundizado de veras en los estudios guadalupanos y se han analizado punto por punto las cuestiones, asombra -dada la competencia de su autor- la cantidad de errores, omisiones y deficiencias que hay en la carta acaso explicables por la menor acuciosidad que se pone en lo que no se dedica a la publicidad. Véase la respuesta que el propio año de 1896 produjo el doctísimo canónigo Don Agustín de la Rosa; véase el admirable estudio que de la carta ha publicado recientemente, en su libro sobre “La aparición de Santa María de Guadalupe”, Don Primo Feliciano Velázquez; véase otros esclarecidos autores guadalupanos, y se comprenderá que el prestigio de la objeción proviene de que se ignora la respuesta.

Y no habló de las ediciones fraudulentas y mendaces que se han hecho de la carta, y que, si viviera Don Joaquín, le harían morir e indignación, viéndose, en manos de una bochornosa mala fe, empleado como instrumento contra la Iglesia de que fue hijo insigne y ejemplar.

Por lo que toca al sonadísimo argumento del silencio, ¿qué es lo que se dice? Esto, que de 1531 a 1548, fecha en que apareció la primera historia formal sobre el milagro guadalupano, escrita por el P. Miguel Sánchez, no existe documento alguno. ¿Y que se contesta? Sencillamente, que no hay tal silencio: y se hace la lista de documentos y testimonios anteriores a 1648, como la ha hecho recientemente el P. García Gutiérrez en su “Primer siglo Guadalupano”, y se fotocopian los papeles respectivos que han llegado a nuestras manos, como lo ha hecho el P. Cuevas en su “Álbum Histórico”.

“La fuerza del argumento negativo -dice Icazbalceta- consiste principalmente en que el silencio sea universal”. Pues bien: como no hay tal silencio universal, resulta que, de acuerdo con el sentir del propio señor Icazbalceta, el argumento negativo viene rotundamente al suelo.

Pero se juzga que hay algo más que silencio en la información que levantó en 1556 el señor arzobispo Montúfar, dominico, sucesor inmediato de Zumárraga, con motivo del sermón que predicó el provincial de los franciscanos, Fray Francisco de Bustamante, impugnando la devoción guadalupana.

Recordemos que está devoción era muy favorecida del señor Montúfar, que estando el provincial en ruda pugna con el arzobispo por cuestiones de jurisdicción, su airada invectiva -patentemente injusta y atrabiliaria en muchos puntos- día de autoridad y crédito.

El señor Icazbalceta se sorprende y hace gran caudal de que en la información no aparezca alguna expresa mención del prodigio Guadalupano tal como nosotros lo conocemos, y de que no se haya confundido al impugnador con las pruebas del milagro.

Pero, estudiando cuidadosamente la información -que fue publicada y comentada en 1890 por el benemérito Don Fortino Hipólito Vera-, se advierte que no paró mientes Icazbalceta en varias cosas de sustancia.

En primer lugar, la información es sólo eso: información para saber lo que dijo el predicador, no acopio de razones para refutar lo que dijo: En vano, pues, buscar en ella lo que ni contiene ni debe contener. Y así, por ejemplo, no se refuta el que la imagen fuese pintada por un indio, pero es patente que se reprueba esa gratuita afirmación, pues en el interrogatorio que se hace a los testigos se les pregunta si el predicador dijo tal cosa, y ese interrogatorio contiene precisamente los conceptos vituperables y escandalosos que se atribuyeron al predicador y sobre los cuales se recoge información, para puntualizar si en efecto los vertió.

En segundo lugar, vemos que el P. Bustamante afirmaba que carecía de fundamento aquella devoción y que para “aprobarla y tenerla por buena era menester haber verificado milagros y comprobándolos con copia de testigos”; y es clarísimo que para rendir culto a cualquier imagen de la Virgen no se requieren especial fundamento ni milagros, y que el pedirlos implica reconocer la existencia de una devoción y un culto de origen y carácter perfectamente excepcionales.

En tercer lugar, en la información se alude incidentalmente y en breves frases al sermón que el Arzobispo Montúfar había predicador dos días antes que Bustamante, y aunque no se consigna explícitamente del prodigio Guadalupano, descubrimos allí la creencia en el coma pues el Arzobispo comparó a la Virgen del Tepeyac con la de los Remedios, la de Monserrate, la de Lobeto, la de Peña de Francia y otras que precisamente se veneran como aparecidas o de origen milagroso; y uno de sus oyentes, al oír que el prelado empezaba su sermón con el versículo: “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis”, dice que comprendió desde luego que iba a hablar de la Guadalupana. ¿Qué significa esto, sino que la Guadalupana implicaba algo absolutamente extraordinario y prodigioso, pues sería absurdo decir: “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis” a propósito de cualquier imagen común de las innumerables que existen? ¿Qué significa esto, sino que la creencia popular existía entonces como ahora, pues de otra suerte no podría un oyente, sólo al escuchar el enunciado texto evangélico, comprender que se iba a hablar de la Virgen del Tepeyac?

En cuarto lugar, consta por la información el inmenso disgusto y el formidable escándalo que causó en el pueblo del sermón de Bustamante, fundamentalmente “por haber tocado en Nuestra Señora de Guadalupe”, no sólo ni principalmente por atacar de modo irrespetuoso al prelado, cómo interpretar con error Icazbalceta; consta que la sorpresa y el enojo fueron tales, que las gentes “decían que sería razón enviar al dicho provincial a España para que allá fuese castigado, y quien no le oirían más sermón en la Nueva España”; en fin, el fervoroso entusiasmo con qué indígenas y españoles de la ciudad y que fuera acudían al Tepeyac, “la gran devoción -dice un testigo- que toda esta ciudad ha tomado a esta bendita imagen, y los indios también, y cómo van descalzas señoras principales y muy regaladas, y a pie con sus bordones en las manos, a visitar y encomendar a Nuestra Señora, y de esto los naturales han recibido grande ejemplo y siguen lo mismo”: lo cual es luminosa comprobación histórica de cómo, desde el principio, la Virgen de Guadalupe, uniendo en un solo amor a conquistadores conquistados, fue imán y signo de concordia nacional.

Así, la información de 1556, que se ha estimado decisiva contra la tradición, es, al contrario, un documento que la confirma. Y más aún: este documento viene a poner de relieve la inseguridad y endeblez del célebre argumento del silencio.

¿Por qué? Porque ignorábamos absolutamente lo del sermón y el escándalo causado por el P. Bustamante en 1556, hasta 1888 en que se publicó la información. A pesar de un total silencio de tres siglos, no podemos negar el hecho, en vista de un solo documento auténtico que lo comprueba. Pues bien: a pesar de algunos silencios sobre el milagro Guadalupano, no podemos negar el hecho, en vista no de uno, sino de muchos documentos auténticos que lo atestiguan.

¿Cómo es posible que ni un rumor hubiera llegado a nuestros oídos de aquel magno escándalo del sermón del P. Bustamante? ¿Cómo suponer, leyendo en los historiadores franciscanos Mendieta o Torquemada la biografía del propio Bustamante, y viendo que le llaman “prudentísimo”, que hubiera cometido la insigne imprudencia de su atrabiliario sermón, del que no nos dicen media palabra? Es evidente que callan por recato, por no revocar un incidente penoso para su orden y ocasionado a suscitar enconos.

Y es de robusta lógica inferir que exactamente por la misma razón callan sobre el milagro Guadalupano, ya que éste fue sustancia y ocasión del escándalo provocado por Bustamante. Su silencio no es ignorancia, sino discreción. Y ved aquí explicado el silencio principal y más impresionante, el de los historiadores franciscanos.

Otros mutismos han sido ya analizados y explicados por Don Primo Feliciano. Yo agregaré ésta reflexión, que me parece fecunda en aplicaciones.

El P. Cavo en sus “Tres siglos de México” nada dice, y García Icazbalceta registra ese silencio entre los significativos. No obstante, resulta de una misiva hológrafa de Cavo al P. Pichardo, fechada en Roma el 31 de agosto de 1803 y fotocopiada por el P. Cuevas en su Álbum, que aquél insigne jesuita creía macizamente en la aparición Guadalupana, tenía singular empeño en que se vindicará su verdad histórica, y juzgaba -importantísimo parecer- que “será muy fácil solución” a las objeciones presentadas por Don Juan Bautista Muñoz, que son sustancialmente las mismas que se han esgrimido mas tarde.

He aquí, pues, dos hechos evidentes: Cavo calla en su obra; Cavo cree en la verdad histórica de la aparición. ¿Consecuencia? Muy clara: El callar no implica forzosamente ignorancia, ni desprecio, ni negación del suceso.

Y cosa semejante acontece con Clavijero. ¿Por qué, entonces, no hablan Cavo y Clavijero en sus historias? Porque no lo vieron necesario, o porque no encajaba en su plan, o por omisión involuntaria, o porque no se les ocurrió, o por lo que se quiera; pero no por desconocimiento o desdén. Y lógicamente se ocurre extender la observación a otros mutismos: aunque resulten impresionantes y no les encontremos satisfactoria explicación, pueden coexistir -como positivamente coexisten en los padres Clavijero y Cavo- con el conocimiento y aprobación del hecho.

Además, los silencios se reducen a medida que estudiamos. ¿Quién será puesto a catalogar, a desempolvar siquiera las montañas de documentos que yacen en nuestros archivos? Aparte de los infinitos papeles perdidos por la humedad, por la polilla, por la incuria del agente, por el azar de los tiempos, por el estrago de las revoluciones, por la fatalidad que ha dispersado colecciones maravillosas como las de Sigüenza y Góngora o Boturini. ¿Quién se ha dedicado a inquirir seriamente en el maremagnum de legajos que tenemos todavía en archivos y bibliotecas? No un Colón ni un Cortés, sino una legión de Colones y Corteses, serían necesarios para descubrir y explorar ese incógnito mundo de papeles.

Estudiamos con tesón, e irán saliendo nuevas pruebas, como ya han salido no pocas que se ignoraban años atrás. El tiempo es el gran aliado de la verdad. Pero lo que sabemos hoy es de sobra suficiente para explicar algunos silencios de los contemporáneos, y para que el argumento negativo desfallezca y sucumba ante el argumento positivo de documentos auténticos, vigorosos y claros, que en altas voces dicen el milagro de las rosas. No, no hay silencios. Hay un vasto clamor de cuatro siglos, como un ingente océano que bate la colina del Tepeyac, con himnos de gloria, con murmullos de amor, con gemidos de catástrofe, con canciones de esperanza.

Más de cuatro siglos claman a nuestra Madre con una inmensa sinfonía. Porque la Virgen de Guadalupe es algo que está identificado con la sustancia de la patria. Ella presidió el nacimiento de nuestra nacionalidad. Quiso visitarnos -como a su prima Isabel en su gravidez- cuando estas tierras estaban “grávidas de Cristo”, y aceleró el nacimiento de El y su reinado entre nosotros de manera tan insólita desproporcionada a los medios humanos, que todos los historiadores se sorprenden, incluso Icazbalceta y el protestante Bancroft.

Ella, que consoló a los vencidos y amansó a los vencedores, no muestra fisonomía de india ni de española, sino de “mexicana”; y diríase que preludió en su dulce imagen de la fusión de las dos razas que constituyen la nuestra, por las rosas de Castilla que se absorben y pintan en el ayate del indígena.

Ella, fervorosamente amada por todos nuestros libertadores, palpito lo mismo los pendones de Hidalgo que en las proclamas de Morelos y en las insignias de Iturbide. Ella ha amparado y reverdecido nuestra fe, por sobre más de un siglo de ataques insidiosos o brutales. A ellas van nuestras lágrimas y nuestras esperanzas. Ella es emblema autóctono, negación de exotismos invasores, vínculo sumo de unidad nacional.

En los cimientos del Tepeyac, están los cimientos de la patria.








Título: Las Maravillas en los Ojos de María
Autor: R. P. Ángel Peña, O. A. R.
Fragmento tomado del libro ‘Las Maravillas de la Virgen de Guadalupe‘, pp. 21-25. Edición digital.



Los Ojos de la Virgen. Fragmento de un programa del canal Infinito sobre la Virgen de Guadalupe, en el cual aparece el Dr. José Aste Tonsmann hablando sobre un asombroso descubrimiento en la tilma, el efecto de ‘Samson-Purkinje’ en los ojos de la Virgen de Guadalupe, es decir, la reflexión de imágenes en las córneas como si fuesen espejos.






LAS MARAVILLAS EN LOS OJOS DE MARÍA

En 1929, e1 fotógrafo oficial de la basílica de Guadalupe, Alfonso Marcué, menciona que en el examen del negativo de la foto de la Virgen se nota en el ojo derecho la figura de un hombre con barba. El 5 de julio de 1938, Berthold von Stetten tomó las primeras fotografías a color de la imagen. El 29 de mayo de 1951, el fotógrafo José Carlos Chávez hizo el mismo descubrimiento que Alfonso Marcué. A partir de entonces, unos veinte oftalmólogos mexicanos examinaron la imagen, entre 1951 y 1960, y todos declararon unánimemente que los ojos de la Virgen se comportan como los ojos de una persona viva: al proyectar la luz de un oftalmoscopio sobre el ojo, el iris brilla más que el resto, no así la pupila, lo que da una sensación de profundidad, pareciendo que el iris fuera a contraerse de un momento a otro.

En una entrevista con el oftalmólogo doctor Rafael Torija Lavoignet, que fue el primero que descubrió en los ojos de la Virgen el efecto Purkinje-Samson, en julio de 1956, le preguntaron de qué color eran los ojos de la Virgen. Y respondió: verde amarillentos; tienen un verde cercano al marrón o al tono amarillento. El efecto Purkinje-Samson sólo se da en personas vivas o en fotografías, jamás en pinturas. Purkinje y Samson fueron dos investigadores del siglo XIX que descubrieron que dentro del ojo humano se forman tres imágenes del objeto que está viendo. En los ojos de la Virgen de Guadalupe se encuentra un conjunto de imágenes exactamente de acuerdo con las leyes que descubrieron dichos investigadores y que eran desconocidas en el siglo XVI. El oftalmólogo doctor Enrique Graue, en una entrevista con el periodista español J. J. Benítez, le dijo: Sobre los ojos comprobé varias cosas a cual más sorprendente. Por ejemplo, las imágenes que aparecen en el ojo derecho están perfectamente enfocadas. Las del izquierdo en cambio están desenfocadas. ¿Por qué? Pues muy sencillo: porque el ojo izquierdo de la Virgen estaba en aquellos instantes un poquito más atrás que el derecho, respecto a la persona o personas que estaba contemplando. Esos milímetros o centímetros de diferencia son más que suficientes como para que el objeto que se observa quede fuera de foco. ¿A qué pintor se le hubiera ocurrido una cosa así en el caso de que ese supuesto falsificador hubiera decidido colocar una miniatura en el interior de los ojos de la Señora? Allí en el ojo se ve claramente un hombre barbado. Lo curioso de los reflejos en los ojos de la Virgen de Guadalupe es que se presentan en la cara anterior de la córnea y en el cristalino. ¿A qué pintor se le hubiera ocurrido hacer algo así en el siglo XVI o XVII? Entonces no se había descubierto la triple imagen de Purkinje-Samson. Tomé el oftalmoscopio y lancé el haz de luz en el interior del ojo. Y quedé atónito: aquel ojo tenía y tiene profundidad. ¡Parece un ojo vivo! En el ojo derecho y en un espacio aproximado de cuatro milímetros se ve con claridad la figura de un hombre con barba. Ese reflejo se encuentra en la cara anterior de la córnea. Un poco más atrás, el mismo busto humano queda reflejado en las caras anterior y posterior del cristalino, siguiendo con total precisión las leyes de Samson-Purkinje. Ese fenómeno es lo que proporciona profundidad al ojo.

En el ojo izquierdo pude ver la misma figura humana, pero con una ligera deformación o desenfoque. Este detalle resulta muy significativo, porque concuerda plenamente con las leyes de la óptica. Sin duda, ese personaje se hallaba un poco más retirado del ojo izquierdo de la Virgen que del derecho. Lo que más me llamó la atención fue la luminosidad que se aprecia en la pupila. Uno pasa el haz de luz en los ojos de la Virgen de Guadalupe y ve cómo brilla el iris y cómo adquiere profundidad.

¡Es algo que emociona! Parecen los ojos de una persona viva y estando yo en una de aquellas experiencias con el oftalmoscopio, inconscientemente comenté en voz alta, dirigiéndome a la imagen: Por favor, mire hacia arriba.

El doctor Javier Torroella afirmó en un documento en 1976: Desde el punto de vista óptico y de acuerdo con la posición de la cabeza de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, la colocación de las figuras en cada ojo es la correcta (interna en el derecho y externa en el izquierdo). La figura del ojo izquierdo no se ve con claridad, porque para que en el ojo derecho se vea con nitidez el objeto debe estar colocado a unos 30 o 40 centímetros de él y, por lo tanto, queda a unos cuantos centímetros más lejos del izquierdo, lo suficiente para que quede fuera de foco y la figura se vea borrosa.

El doctor José Roberto Ahued dice: Llama la atención el hecho de sentir la exploración ocular de un ser vivo, aparecen los tres reflejos luminosos del ojo derecho más el del lado izquierdo, que guardan una proporción en distancia tan perfecta que encuadran fácilmente con los reflejos de Purkinje-Samson. Esto mismo dicen los oculistas que estudiaron el ojo de la imagen de la Virgen de Guadalupe como Eduardo Turati, Amado Jorge Kuri, Rafael Torija, Ismael Ugalde, A. Jaime Palacios, Guillermo Silva, Ernestina Zavaleta, etc. Pero lo más maravilloso fue lo descubierto por el doctor peruano José Aste Tönsmann en 1979, aumentando 2.500 veces los ojos de la imagen. Así pudo encontrar hasta 13 personas. Y, aumentando mil veces más los ojos del obispo, aparece claramente Juan Diego en el acto de mostrar su tilma al obispo. ¿Quién podría haber pintado en miniatura en los 7 a 8 mm. de espacio de los ojos de la imagen tantas personas que no pueden apreciarse a simple vista y que sólo pudieron descubrirse en el siglo XX? Además, están pintados con la correspondiente perspectiva en ambos ojos. El doctor Tönsmann ha descubierto lo siguiente: Un indio sentado con la cabeza ligeramente levantada y como mirando hacia arriba. Está sentado y su pierna izquierda aparece extendida sobre el piso. Se trata de una postura muy común entre las personas que no usaban sillas. Tiene sus manos en una actitud parecida a la de una persona que reza y, evidentemente, está casi desnudo. Las formidables ampliaciones de los ordenadores han permitido descubrir otros detalles muy interesantes. Por ejemplo: la sandalia o huarache en el pie izquierdo. Se observa la correa que lo sujetaba y cuyo ancho es de apenas unos 120 micrones. A pesar del pequeñísimo espacio que ocupa el indio sentado en la tilma, los detalles son de una precisión asombrosa. En la oreja derecha del indio se aprecia un aro o quizá una arrancada (arete) que le atraviesa el lóbulo. Su grosor es apenas 10 micrones en la tilma.

También aparece un hombre barbudo. Está en actitud contemplativa. Parece ensimismado por algo. El hecho de que esté agarrando o acariciando su barba con la mano derecha, corrobora esta teoría sobre una posible actitud de concentración y sumo interés. En su mano derecha, el dedo pulgar está escondido en el interior de la barba. Dice Tönsmann: Aparece el anciano (obispo) que fue uno de mis descubrimientos más interesantes. Pasé horas contemplando aquella nueva imagen tratando de recordar dónde había visto yo antes algo parecido. Hasta que un día recordé que se trataba un famoso cuadro de Miguel Cabrera, pintado en el siglo XVIII, y en el que se ve al primer obispo de la Nueva España fray Juan de Zumárraga, arrodillado y mirando la imagen que había aparecido en la tilma de Juan Diego. La cabeza del obispo era muy parecida a la que yo acababa de descubrir con las computadoras… El pelo guarda la clásica forma de la tonsura de algunas Órdenes religiosas. Los franciscanos, precisamente, lucían entonces ese cerquillo alrededor del cráneo. La nariz es recta y grande y sus arcos superciliares muy salientes. Está mirando hacia abajo y, sobre su mejilla, parece rodar una lágrima… Su barba, perfectamente cana, es espléndida. Indudablemente, se refiere a la cabeza del obispo Juan de Zumárraga. Tiene mucho parecido con el retrato que le hicieron en 1548, el año de su muerte, para el hospital del Amor de Dios, fundado por él. Este retrato se conserva en el Museo Nacional de historia del castillo de Chapultepec, en la ciudad de México. Este cuadro fue copiado después por Miguel Cabrera. Pero hay más personajes. Se ve un individuo con una especie de sombrero con aspecto de indio. Se trata de un hombre de edad madura. Tiene pómulos muy salientes y nariz aguileña, escasa barba y bigote, pegado a la cara. Ampliaciones del ordenador nos muestran un sombrero en forma de cucurucho de uso corriente entre los indios, según los entendidos en la materia. Pero lo que hace más interesante a esta figura es el ayate que, al parecer, lleva anudado al cuello. El brazo derecho del indio se encuentra extendido bajo dicha tilma como mostrándola en dirección al lugar donde se halla el anciano. Los labios del indio, aparecen entreabiertos. Uno termina por deducir que se trata de Juan Diego. También aparece una mujer negra, quizás el personaje más retirado. Está de frente y sus ojos llaman poderosamente la atención. Son muy intensos y expresivos. Tiene rasgos negroides, nariz achatada y la tez oscura y labios muy gruesos. Esto se ha comprobado, porque en el archivo general de las Indias de Sevilla se ha encontrado el testamento del obispo Zumárraga y en él se habla de María, una sirvienta o esclava negra a quien le da la libertad. También aparece el llamado traductor. Se encuentra inmediatamente a la izquierda de la cara del anciano y parece un hombre joven. Es muy notable la naturalidad de las expresiones de ambas caras. Históricamente, está comprobado que el padre Juan González fue su traductor.

Y sigue diciendo el doctor Tönsmann: En el ojo izquierdo y en pleno centro descubrí lo que podríamos llamar un grupo familiar indígena. Allí había una mujer muy joven, un hombre con un sombrero y unos niños que parecen controlados por la joven. Y, por último, otra pareja que contempla la escena. La presencia de un grupo familiar en ambos ojos de la Señora de Guadalupe es, desde mi punto de vista, la más importante de las imágenes. Como hemos visto, el conjunto corresponde a una escena diferente a la propia estampación, su ubicación precisamente en las pupilas de la Virgen, es decir, en la parte más importante de sus ojos y en la dirección en que debieron haber caído las flores que llevó Juan Diego al obispo, parece manifestar esa intención. El mensaje dirigido al mundo contemporáneo vendría a ser el anuncio de que María tiene a la familia en su mirada compasiva, en la niña de sus ojos. Una invitación a defenderla con todas las fuerzas. También se puede afirmar que en las córneas aparecen reflejadas personas de diferentes razas: blancos, indios y una mujer negra, cuyo significado podría ser la igualdad de todas las razas ante Dios. Quizá el personaje más claro es la mujer indígena. Presenta unos rasgos muy finos y luce un tocado o sombrero rematado en su parte superior por un adorno circular. A su espalda aparece un bebé sostenido por el rebozo, tal y como aún acostumbran a llevar a sus hijos muchas indias. Evidentemente, es imposible explicar por medios naturales la presencia de estos minúsculos retratos; por lo que, aceptando como un hecho sobrenatural la estampación de la imagen de la Virgen de Guadalupe, me atrevo a sostener que en el momento en que Juan Diego fue recibido por Zumárraga, la Virgen María se encontraba presente, invisible para los que allí estaban, pero viendo toda la escena y, por tanto, teniendo reflejadas en sus ojos las imágenes de todos los asistentes, incluyendo al propio Juan Diego. Cuando se desplegó la tilma y cayeron las flores, la imagen de Nuestra Señora se grabó en ella tal como estaba en ese instante, es decir, llevando en sus ojos el reflejo de todo el grupo de personas que observaba ese histórico suceso.

De esta manera, la Virgen quiso dejarnos una fotografía celestial de su estampación milagrosa en el ayate de Juan Diego. Comportamiento coincidente con el que hubiéramos sugerido en nuestros días para aceptar el prodigio: presentar una fotografía del hecho, que es, en definitiva, lo que nos ha proporcionado.




Título: Dictamen del Material del Que Está Hecho el Ayate Guadalupano
Autores: Dr. Ernesto Sodi Pallares & Dr. Roberto Palacios Bermúdez
Tomado de ‘Lux Domini’ de Jesús Hernández
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Virgen de Guadalupe 02
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Contenido:
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Dictamen de que esta hecho el ayate.
México, D.F., a 9 de febrero de 1976.
Señor
Manuel de la Mora Ojeda

C i u d a d

Los subscritos, Doctores en Criminalística y designados por su Persona, para dar a conocer algunas de las investigaciones científicas que se han realizado en el Ayate de la Santísima Virgen de Guadalupe, ante Usted, con todo respeto comparecemos y rendimos el presente:

IR A CONTENIDO

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D I C T A M E N

MATERIAL DE QUE ESTA HECHO EL AYATE:

Está manufacturado de “Ixcle” (según el Benemérito de la Lengua Mexicana, fray Alonso de Molina, “Ixcle” viene de “Ichtli”, que aunque de “Radicales desconocidas”, significa “cerro o copo de Maguey”).
Los filamentos del maguey, cuando no están aun, enteramente limpios se les llama “Ixcle” y cuando nítidos, antes de torcerse, hilarse o trenzarse, se les da el nombre de “Pita”.

En el lenguaje vulgar, la palabra, “Maguey” se aplica en general a la mayoría de las especies de “Agave”, que son muy numerosas, registradas alrededor de 175, siendo de notar que son plantas típicas de la República Mexicana, particularmente en las regiones áridas.

Pertenecen a esta familia de las Amarilidáceas las siguientes:

Agave americana. L.
Agave atrovirens. Karw.
Agrave brachystachys. Cac.
Agave crassispina. L.
Agave cochlearis. L.
Agave cupreata. L.
Agave deweyana. Karw.
Agave Falcata. Engelm.
Agave filifera. Salm.
Agave fourcroydes. Darw.
Agave Hetheracantha. Zucc.
Agave lechuguilla. Torr.
Agave lophantha. Schiede.
Agave mapisego. L.
Agave melliflua. Cav.
Agave niviata. L.
Agave popotule. Zacc.
Agave potatorum. Zacc.
Agave rigida. Miller.
Agave salmiana. Otto.
Agave sisalana. Otto.
Agave tequlana. L.
Agave univittata. Haworth.
Agave vivipara. L.
Etcétera.

El Ayate en cuestión, está manufacturado con Agave popotule. SAC., el cual es una variedad del Agave lechuguilla. Torr., o “tapamente”. De él, se extraen las fibras que se usan para fabricar cordones. Algunos investigadores confunden el Agave popotule. SAC. (Joaquín García Icazbalceta, Esteban Anticoli, Jesús García Gutiérrez, Mateo de la Cruz, Mariano Fernández de Echeverría, y Veytia, etc.), con el “Izote Yacca. Filamentosa L.”, que es una especie de palma. Francisco Javier Clavijero, dice: “…. no tiene más de 6 ó 7 ramos, porque cuando nace uno, se seca otro de los antiguos. Con sus hojas se hacían antes espuertas o esteras, y hoy se hacen sombreros y otros utensilios. La corteza, hasta la profundidad de 3 dedos, no es más que un conjunto de membranas, de cerca de un pie de largo, sutiles y flexibles, pero muy fuertes, y unidas muchas de ellas sirven de colchón a los pobres….”.

Para la fabricación del Ayate, se machacan bien las pencas chicas con palos fuertes, luego se ponen a hervir para que suelten mejor y más pronto la “carne”, refiriéndose al izote. Posteriormente, se lavan con agua de Tequesquite o “Piedra que sale por sí sola (Cecilio A. Robelo)”, (Es una eflorescencia salina natural de Carbonato y Sesquicarbonatos de Sodio. Se formaban 4 clases cuando bajaba la laguna de Texcoco: Espumilla, Confitillo, Cascarilla y Polvillo; las dos primeras especies eran las mejores), y con éste método salen los estambres blanquecinos, que luego de torcerlos dan los tejidos, que son ásperos, duros y resistentes.

Hay que hacer notar, que con el tiempo la parte que recibe más luz, se va tornando suave y blanda. (Véanse los
experimentos del Norteamiericano D.M. MacMaster (en el Chemical Abstracts. Published by the American Chemical Society de quince años a la fecha, para las restauración de la blancura de fibras, con los Rayos Ultravioleta).

En resumen, el Ayate Guadalupano (que tiene dos piezas unidas por un hilo en sentido longitudinal), está hecho con fibras de Maguey Popotule.

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REACCION XANTOPRETEICA (“SANTO” = AMARILLO):

Las proteínas son substancias nitrogenadas, extremadamente complejas, que son constituyentes esenciales de las células vivas de plantas y animales. Todas contiene: Carbono, Hidrógeno, Oxígeno y Nitrógeno; muchas de ellas poseen también: Azufre, Fósforo y Hierro. Son coloidales, amorfas ópticamente activas, se precipitan de sus soluciones por el alcohol o por sales alcalinas. Si se les hidroliza se disocian en gran cantidad y variedad de aminoácidos, que en número mayor de 20 constituyen los componentes unitarios de las proteínas.

Con el Ácido Nítrico concentrado, producen color amarillo deshaciéndolas poco a poco; a ésta reacción se le llama “Xantoproteica”.

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REACCION XANTOPROTEICA EN EL AYATE DE LA VIRGEN DE GUADALUPE:

Ya en diciembre de 1836, Antonio María de Jesús Campos y Moreno, nativo de San Felipe del Progreso, Obispo titular de Resina, y Abad de la Basílica de Guadalupe del 11 de junio de 1834 al 12 de enero de 1851, dice: “….La Imagen tuvo entonces un suntuoso tabernáculo de Plata sobre dorada, cupo pero era de 3 mil 256 marcos, con un costo de 78 mil pesos, obra de fray Antonio de Jara, monje benedictino de Monserrate. El centro del tabernáculo esta ocupado por un cuadro de Oro que pesaba 4 mil 50 castellanos (Un castellano equivalía a la cincuentava parte de un Marco de Oro, y éste Marco era igual a 230 gramos de Oro). En otras palabras el cuadro de Oro pesaba 18 kilogramos 630 gramos. Detrás del lienzo se instaló una lámina de Plata, valuada en 2 mil pesos de aquella época.

Anteriormente se limpiaba la Plata, frotándola con una solución al 50% de Ácido Nítrico concentrado con 50% de Agua. Cuando se obscurecía el metal, se restregaba con una mezcla venenosa formada por 1 parte de Cianuro de Potasio con 8 partes de Agua. Por último, se volvía a lavar con Agua y se ponía a secar. Para sacarle el brillo final a la Plata, se usaba una gamuza con Colcótar u Oxido Rojo de Fierro (Fe2 O3).

Con posterioridad, se colocó la Imagen, cubierta por un cristal muy fino, en su marco estancó de Plata, el cual tenía su respectivo mecanismo de cerradura.

Por imprudencia de los limpiadores, derramaron Ácido Nítrico en una esquina de la Tilma.

Se llevó a cabo la reacción Xantoprotéica, y aún hoy día se pueden ver en el ángulo izquierdo superior del lienzo (derecho para un observador que la ve de frente), las manchas que dejó el Ácido Nítrico.

Pero hay dos fenómenos que no tienen explicación:

1.- El Ayate no se deshizo con el Ácido Nítrico.
2.- Las manchas de la reacción Xantoprotéica se están borrando poco a
poco.

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ATENTADO PARA DESTRUIR EL AYATE DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE GUADALUPE:

Un obrero de nombre Luciano Pérez, colocó una ofrenda formada por un ramo de flores, en el Altar Mayor de la Basílica de Guadalupe, ante la Imagen venerada. Luciano salió tranquilamente, y a los pocos minutos estalló una bomba de dinamita, que se encontraba oculta en las propias flores. Con la explosión, se demolieron las gradas de mármol del Altar Mayor, los candeleros, todos los floreros, los vidrios de la mayor parte e las casas cercanas a la Basílica, un Cristo de latón que se dobló y que se conserva en ese estado. Pero no se quebró el cristal de la Imagen.

El atentado fue a las 10:30 de la mañana el día 14 de diciembre de 1921.

En síntesis, el suceso precedente no puede ser interpretado científicamente, por no poseer un franco conocimiento axiomático (real) de sus principios y causas.

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DESCRIPCION DE LA IMAGEN DE LA VIRGEN DE GUADALUPE:

Según el prolijo examen que mandó hacer el 25º. Virrey de la Nueva España, don Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera, en presencia del Licenciado Juan Salguero, del Bachiller Tomás Coronado, el Experto Nicolás de la Fuen Labrada, del Perito Juan Sánchez, del Conocedor Alonso de Zárate, y de 10 de los más diestros pintores de ese tiempo, así la reseñan:

“….. Este precioso Ayate en que se apareció la Siempre Virgen María, Nuestra Reina de Guadalupe, es de 2 piezas pegadas y cosidas con un hilo blando. Es tan alta la bendita Imagen, que empezando en la planta de su pie, hasta llegar a la coronilla, tiene 6 jemes de hombre y 1 de mujer (“Jeme” es la distancia que hay desde la extremidad del dedo pulgar a la del dedo índice, separando el uno del otro todo lo posible. Es de hombre es unos centímetros más grande que el de mujer). El cabello es muy negro y partido al medio de la frente serena y proporcionada. El rostro llano y honesto. Las cejas muy delgadas. Los ojos bajos. La nariz proporcionada. La boca Breve. El color trigueño nevado. Las manos puestas al pecho sobre la cintura y levantadas hacia el rostro. En la cintura tiene un cinto morado, apareciendo sueltos debajo e las manos, los 2 cabos de su atadura. Descubre solamente la punta del pie derecho, con el calzado pardo muy claro, de tono cenizo. La túnica que la viste desde el cuello a los pies, es de color rosado y las sombras de carmín oscuro, y está engalanada con labores de Oro.

Tiene por broche al cuello un óvalo pequeño también de Oro, con rayos negros alrededor de las orillas, y dentro de él un círculo negro con una cruz en medio. Las mangas de la túnica son redondas, y vueltas descubren por forro un género de felpa que parece blanca. Muestra también una túnica interior de color blanco que tiene deshilados los extremos, con pequeñas puntas que se descubren en las muñecas. El manto es de color verde mar, el cual cubre la cabeza dejando descubierto todo el rostro y parte del cuello, va tendiéndose airoso hasta los pies haciendo pliegues en algunas partes, y se recoge mucho sobre el brazo izquierdo entre éste y el cuerpo.

Está todo perfilado con una cinta de Oro, que sirve de adorno y es algo ancha. Toda la parte que se descubre del manto, está sembrada de 46 estrellas de Oro salpicadas con profusión. La cabeza se encuentra devotamente inclinada hacia el lado derecho. Ciñe una corona real que asienta sobre el manto y termina en puntas o astas de oro, que son 10, ahusadas arriba y anchas abajo. A los pies una media Luna con las puntas hacia arriba, recibiendo en medio el cuerpo de la Imagen, la cual está toda como en un nicho en forma de Sol. Por lo lejos se ven resplandores amarillos anaranjados, y por lo cerca, parecen que nacen de la espalda de la Virgen. Del lado derecho hay 62 rayos y por el izquierdo 67, dando un total de 129 flamas de Oro. Lo restante del lienzo, así en longitud como en latitud, está en celajes de nubes algo claras que la rodean formando una concavidad. Esta divina fábrica descansa sobre un ángel que le sirve de planta, descúbrese de la cintura para arriba y el resto se oculta entre nubes. Junto al rostro muestra una túnica interior de color blanco, tiene las alas tendidas con ricas plumas largas y verdes. Su ropa es de color bermejo a la que se adhiere un cuello dorado. Como tiene los brazos abiertos, con la mano derecha coge la punta del manto y con la mano izquierda la e la túnica, y por ambos lados caen por encima de la Luna. El rostro del ángel es el de un niño hermoso, que, al parecer, está muy contento de conducir así a la Reina del Cielo…..”.

Explicación de la Santa Imagen por el pintor Oaxaqueño, el Juxtlahuaco Miguel Cabrera:

“….. La sobre humana pintura nos representa a la Virgen como se acostumbre comúnmente representarla en el misterio de su Inmaculada Concepción. Tiene el semblante de una indita de linaje real, de la edad de 14 ó 15 años, está d pie en una medio Luna que descansa sobre la cabeza de un pequeño ángel, vestido de una túnica roja, el cual, como si se asomara de entre las nubes que forman el contorno de la Imagen, sostiene con una mano le extremidad del manto y con la otra la túnica, que en largos pliegues cae sobre los pies. La modestia, hermosura y amabilidad de su rostro, cuya tez es poco más morena que el color de la perla, las mejillas sonrosadas del rubor infantil de la inocencia, los ojos bajos y como de paloma, apacibles y de benévola mirada, ligeramente inclinados, las manos juntas y unidas sobre el pecho, en ademán de quien humildemente ruega, todo el conjunto, en fin, de sus facciones, hace lo que suele decirse: “belleza inimitable de encanto virginal y divino”. Está vestida de una túnica rosada con sobrepuestos o arabescos de flores de Oro, y le ajusta al cuello un botón amarillo en cuyo medio campea una pequeñita cruz de color negro bruñido. A su cintura tiene una faja morada de 2 dedos de ancho, que remata debajo de las manos en un lazo de 4 hojas. El manto es de color entre verde y azul y está todo sembrado de estrellas. Tiene la cabeza devotamente inclinada a la mano derecha y sobre el manto que la cubre, una corona de 10 rayos o puntas de Oro. Toda la Imagen, en fin, tiene como por resplandor al Sol, que hermosamente la rodea, despidiendo rayos, unos un tanto serpenteados y los otros rectos, dispuestos alternativamente, 62 por el lado derecho y 67 por el otro. Sirve de fondo al Sol el campo que se deja ver entre sus rayos, y que en el contorno de la Imagen, es tan blanco que parece estar reverberando, y después se le introduce un color amarillo algo ceniciento, y se concluye con un contorno de nubes de un colorido un poco más bajo que rojo, que forman como un nicho, en cuyo centro está colocada la sobrehumana Imagen de la Patrona y Madre de los Mexicanos…..”

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CONSERVACIÓN DEL AYATE GUADALUPANO:

Investigaciones mandadas hacer por Bartolache:

El Doctor José Ignacio Bartolache y Díaz de Posada, nació en 1739, en la Ciudad de Guanajuato. Fue recogido por un protector anónimo, pues era de familia muy humilde, hasta que perdido su favor hubo de buscar por sí mismo el medio de vida. Llegó a ser bibliotecario del Seminario, más tarde profesor en la familia del catedrático de Matemáticas de la Universidad, Joaquín Velásquez de León. Ingresó en la Facultad de Medicina y obtuvo el grado de Bachiller en 1766, y el de Licenciado y Doctor, en 1772, con una tesis sobre el primer aforismo de Hipócrates:

“Vita brevis, Ars longa”. Por ausencia de don Joaquín, sirvió como profesor de matemáticas de la Universidad con éxito notorio, a tal punto que cuadruplicó el número de los alumnos. Emprendió la publicación del famoso “El Mercurio Volante”, primera revista médica editada en América. En 1774, tuvo la habilidad de saber preparar unas pastillas férricas, anunciando su producto y sus excelencias, en idioma mexicano, obra titulada “Netemachtiliztli”.

Tiene interés de que apartándose del pensamiento reinante y oficial se declaró defensor ardiente de las ideas de Descartes.

En 1789. Bartolache, para poner en hesitación la Imagen Guadalupana, mandó hacer copias a diversos pintores, tales como: José Ignacio de la Cerda, Anastasio Echeverría, José Joaquín Esquivel, Ignacio Estrada, Mariano Guerrero, Rafael Joaquín Gutiérrez, Andrés de Islas, José Andrés López, José María Vásquez y Antonio León (Es pertinente hacer notar que los artistas: Sebastián Rodríguez, José Juárez, Antonio Rodríguez, Juan y Nicolás Rodríguez Juárez y Antonio Torres, examinaron con mucha antelación el Ayate de Juan Digo, e hicieron copias de la Virgen de Guadalupe sobre telas preparadas).

Las que mandó hacer el Doctor Bartolache fueron sobre Ayates manufacturados con “Pita” de “Agave”, y se emplearon los pigmentos minerales, vegetales y animales del primer tercio del siglo XVI. Verbigracia, para los Rojos:

Minerales: Oxido Rojo de Mercurio (Minio) y Sulfuro Rojo de Mercurio (Cinabrio o Bermellón).

Vegetales: Laca Roja, Rojo de Brasil, Rubia, Sangre de Drago y Tornasol.

Animales: Extracto de Cochinilla.

Y otras substancias, tales como:

Abetinote. (Resina fluida que mana a través de la corteza de Abeto).
Aceites de Adormidera, de Linaza, de Nuez y de semillas de Lino.
Almáciga. (Resina clara que se extrae de la corteza de Lentisco).
Bálsamo de Pino. (Líquido amarillento obtenido del “Abias Balsamea”.
Cola de Retal (sacad de recortaduras de Baldes o piel de oveja).
Goma Arábiga. (Su principal componente es la sal Cálcica).
Pintura Sólida de Huevo.
Sandaraca: (Resina amarillenta que se saca del Enebro).
Y Trementina de Venecia. (Líquido pegajoso se saca de pinos, abetos, etc.).

Las reproducciones se realizaron siguiendo distintos métodos:

Al Aguazo (Los colores son disueltos o suspendidos en agua, incluso el blanco.).
Al Oleo (Los colores en polvo se mezclan con aceite de linaza y se les adiciona un aceite secante).
Al Estuco (En la que al Ayate se le ha puesto una masa de yeso y agua de cola, y los colores están disueltos o suspendidos en agua de cal).
Al Temple (La hecha con colores preparados con líquidos glutinosos y calientes; como el agua de cola).
Además los artistas siguieron otras técnicas descritas en el libro: “El Arte de la Pintura su Antigüedad y su Grandeza”, publicado en 1649, en Sevilla e impreso por Simón Faxardo. En esta obra de francisco Pacheco, se enseña el modo de preparar y de pintar todas las pinturas.

Pero las copias hechas sobre Ayates, por los pintores que cooperaron con el Doctor Bartolache, presentaron los mismos cambios:

El amarillo a gris amarillento.
El naranja a anaranjado desteñido.
El azul a azulino acerado.
El blanco a sucio lechoso.
El carmín a rojo poco encendido.
El morado a violeta descolorido.
El rojo a encarnado café.
El rosado a blanco gorrinero.
El verde mar a verdinegro.
El oro se saltó a los pocos meses.
El negro manufacturado con carbón vegetal permaneció incólume.

Las reproducciones de la Virgen de Guadalupe, se colocaron en la Iglesia, expuestas, a igual que el Ayate de Juan Diego al salitre, éste aparece en las paredes, en los pisos, en cueros, telas, papeles, Ayates, y en general en los lugares húmedos, muchas veces mezclado con Nitrato de Calcio y de Magnesio. (El saiitre es el Nitrato de Potasio, es muy soluble: 100 gramos de agua disuelven 85 gramos de KNO3; y como oxidante es muy enérgico).

Otros artistas que pintaron a la Virgen de Guadalupe:

Baltasar de Echave Rioja “El Mozo” (floreció en México de 1660 a 1680). Virgen de Guadalupe; en la Iglesia de la Congregación en Querétaro, Querétaro.

José de la Mora (floreció de 1708 a 1725). La Guadalupana, en el Templo de Ixcatlán, Oaxaca.

Antonio de Torres (Floreció de 1708 a 1730). Virgen e Guadalupe, en la Capilla de la Salud de San Miguel Allende, Guanajuato.

José de Ibarra (Floreció de 1730 a 1756). La Virgen de Guadalupe y Juan Diego, en la capilla del Cristo, en la Catedral de México.

Miguel Cabrera (Floreció de 1740 a 1765) Apariciones de la Virgen, en la Capilla del Pocito de la Villa de Guadalupe, D.F. –Retablo dedicado a la Virgen de Guadalupe, en la Capilla de la Merced de las Huertas de Popotla, D.F. – Virgen de Guadalupe, en la Iglesia de la Merced de Querétaro, Querétaro. –Procesión de la Comunidad con la Virgen de Guadalupe, en el Templo de Guadalupe de Zacatecas, Zacatecas. –Virgen de Guadalupe en la colección particular del Señor Licio Lagos.

José de Alcíbar (Floreció de 1751 a 1800). Virgen de Guadalupe en el Museo de Guadalupe de Zacatecas, Zacatecas.

En pinacotecas personales existen muchas otras pinturas sobre la Guadalupana, hechas por Alcívar.
Francisco Antonio Vallejo (Floreció de 1756 a 1783). Virgen de Guadalupe, en la Capilla de los Dolores de la Ciudad de México.

Andrés López (Floreció de 1777 a 1812). Virgen de Guadalupe, en la Iglesia de San Diego de Aguascalientes, Aguascalientes.

Rafael Jimeno y Planes (Floreció de 1794 a 1825). Virgen de Guadalupe y Milagro del Pocito, en el altar de la ex Capilla del Antiguo Colegio de Minería, D.F. –Milagro del Pocito (diferente), en la Pinacoteca Virreinal de San Diego de la Ciudad de México.

José María Vásquez (Floreció de 1785 a 1819). Guadalupana, en la Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe de la Catedral Metropolitana. –Virgen de Guadalupe en la Iglesia de Loreto de la Ciudad de México.

Abundan los cuadros pintados con el tema de la Virgen de Guadalupe por artistas anónimos, algunos de ellos, poseen gran valor por su colorido y técnica.

Casi todas las Guadalupanas realizadas por los pintores arriba citados, se hallan en perfecto estado, excepto aquellas que se colocaron cerca del Santuario del Tepeyac, lugar en donde se volvió a repetir el mismo fenómeno destructivo sobre las pinturas.

El original y gran cuadro que hubo en la Colegiata de Guadalupe, también se despedazó. En él se leía en los idiomas mexicano y castellano, lo siguiente: “Retrato de la primera y solemne procesión en que la Santísima Virgen de Guadalupe fue traída de la Ciudad de México por el Illmo. D. Fray Juan de Zumárraga, primer Obispo de dicha Ciudad, el año de 1533, a la iglesia que se le erigió en éste lugar de su aparición, gobernando éste reino el Exmo. Señor D. Sebastián Ramírez de Fuenleal”.

Prescindamos de más de cien años en que la Imagen de la Virgen de Guadalupe estuvo sin resguardo de cristales, expuesta alas negras emanaciones de velas, cirios, veladoras y de más de 70 lámparas que ardían enfrente de ella.

Prescindamos del salitre que destruye las telas, mantas, tilmas, ayates, pinturas, paredes y pisos de edificios, enmohece al Hierro y maltrata a la Plata.

Pongamos sólo atención, en que el Ayate estuvo casi tres siglos, sufriendo la continua frotación de un sin número de millares de estampas, lienzos, láminas, medallas, rosarios, muletas, bastones, distintivos, escapularios y manos que tocaban la Imagen Guadalupana. Tilma, que aunque hubiera sido hecha de bronce, si no fuera por causa sobrenatural, ya se encontraría borrada, rota o asolada.

¿Pues cuál debe de ser nuestra admiración, si reparamos en lo débil, suave, escasamente resistente y poco durable que es el Ayate, y que en un período tan largo de tiempo no recibió lesión alguna?

Y pensar que en nuestros días para conservar las obras bellas de la Bellas Artes y para que no se alteren las pinturas, el Museo Británico recomienda: un 60% de Humedad Relativa a 60 grados Fahrenheit, salas no muy grandes (para así evitar la contaminación atmosférica), fumigaciones adecuadas, control continuo de la temperatura y de la ventilación, eludir reflexiones en los cuadros, precaver la formación de micro-organismos, verificar la ausencia de compuestos azufrosos y de polvos, impedir cambios bruscos en la humedad y en la temperatura, prevenir iluminaciones intensas, control microscópico y tintométrico, análisis con rayos X, fotografías con luces ultravioleta de onda corta y larga, y al infrarrojo, etc.

Científicamente no se puede explicar la conservación del Ayate Guadalupano.

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ANÁLISIS QUÍMICO DE LOS COLORANTES ROJO Y AMARILLO DE DOS FIBRAS DEL AYATE DE LA SANTIMIMA VIRGEN DE GUADALUPE.

En 1936, siendo Abad de la Basílica de Guadalupe, don Feliciano Cortés Mora, le dio para su relicario, al señor Francisco de Jesús María Echavarría, preconizado en 1905, Obispo de Saltillo, algunos hilos de la tilma de Juan Diego.

Dos fibras, una de color rojo y la otra amarilla, se mandaron analizar al extranjero, a uno de los institutos de may9or prestigio en el mundo. El químico que las estudió fue el Doctor Ricardo Jun, nacido en Viena en 1900.

Discípulo de Ricardo Willstater, que fue Premio Nobel de Química en 1915. El Doctor Jun, llegó a ser Director de la Sección de Química del “Kaiser Wilhelm Institut” – (Instituto del Emperador Guillermo), e Heildelberg, Alemania.

Se le concedió el Premio Nobel de Química para 1938, que el régimen nacional socialista le impidió aceptar en aquella época, pero que recibió posteriormente en 1949. (La vía que se siguió para hacer llegar al Maestro Ricardo Kuhn las fibras del Ayate, fue el siguiente:

El sacerdote Echavarría, dio al Doctor Ernesto Sodi Pallares, las dos fibras para mandarlas analizar, esto fue en los primeros meses de 1936.

El Doctor Sodi Pallares, en 1936 estudiaba el segundo año de Preparatoria y tenía como materia forzosa el idioma Alemán.

La cátedra la daba el maestro alemán Fritz Hahn, quién fue invitado por el nacional socialista para asistir a Berlín, a la Olimpiada de 1936.

Por su parte el Doctor Sodi Pallares, era muy amigo del sabio tabasqueño Marcelino García Junco, Profesor Emérito de Química Orgánica de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El profesor García Junco, había obtenido su Doctorado en Química Orgánica en Alemania y era amigo del Doctor Ricardo Jun.

El Doctor Sodi Pallares, logró obtener una carta de presentación para el Doctor Ricardo Jun recomendando al maestro Fritz Hahn; persona ésta última que llevaba las fibras del Ayate, para ser analizadas.

El resultado que mandó el Doctor Ricardo Kuhn, fue que en las dos fibras analizadas, una roja y la otra amarilla, no existían colorantes vegetales, ni colorantes animales, ni colorantes minerales.

Sobre los colorantes sintéticos, verbigracia:

La Alizarina, obtenida artificialmente por Caro, Graebe y Liebermann, a partir del ácido antraquinonsulfónico, en el año de 1868.

El Añil sintético, a partir de la Isatina con cloruro de Fósforo, por Baeyer, en 1870. Y en el mismo año, a partir de la nitroacetofenona, por Englefi y Emmerling.

La Rosanilina, reconocida en 1876, como derivado del trifenilmetano, por E. Y O. Fischer.
El Añil, en sus primeros derivados obtenidos por Perkin, en 1883.

El Rojo Congo y los Colorantes Substantivos para el Algodón, obtenidos por Boettiger, en 1884.
El Añil, sintetizado por primera vez por Heumann, en 1890.

Los Colorantes de Tina Antraquinónicos descubiertos por R. Bohn, en 1901.
Etcétera.

No tienen ninguna importancia para el estudio de los colorantes que pudiera haber, en el Ayate de Nuestra Señora de Guadalupe, por ser su síntesis muy posteriores en 1531.

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FENÓMENO DE RECHAZO QUE SE PRESENTA EN EL AYATE GUADALUPANO:

No obstante los estudios que se han efectuado sobre tilmas hechas con Agave popotule, Zacc., no existe una interpretación científica que glose el: ¿Por qué el Ayate de Juan Diego, en donde está la Santísima Virgen de Guadalupe, rechaza a los insectos y al polvo?

Evaluando todos y cada uno de los estudios anteriores, es nuestro criterio dar las siguientes:

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C O N C L U S I O N E S
I.- CIENTÍFICAMENTE NO SE PUEDE EXPLICAR LA CONSERVACIÓN DEL AYATE DE JUAN DIEGO DONDE ESTA LA IMAGEN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE GUADALUPE.
II.- CIENTÍFICAMENTE NO ES POSIBLE ESCLARECER EL: ¿POR QUÉ NO SE HAN SALTADO, NI DECOLORADO, NI VIRADO LOS COLORES DEL AYATE GUADALUPANO?
III.- CIENTÍFICAMENTE NO ES VIABLE COMENTAR EL: ¿POR QUÉ NO SE DESTRUYO EL AYATE GUADALUPANO HECHO CON FIBRAS DEL MAGUEY (Agabe popotule. Zacc.) POPOTULE, CUANDO LE CAYO EL ÁCIDO NITRICO Y SE EFECTUO LA REACCION XANTOPROTEICA.?
IV.- CIENTÍFICAMENTE NO ES CONCEBIBLE DAR A CONOCER EL: ¿POR QUÉ EL AYATE EN DONDE ESTA LA VIRGEN DE GUADALUPE NO SUFRIO DAÑO ALGUNO EN EL ATENTADO DINAMITERO DEL 14 DE DICIEMBRE DE 1921?
V.- CIENTÍFICAMENTE NO SE DILUCIDA EL: ¿POR QUÉ NO SE ENCUENTRAN COLORANTES VEGETALES, NI ANIMALES, NI MINERALES, EN LAS DOS FIBRAS (UNA AMARILLA Y LA OTRA ROJA) DEL AYATE GUADALUPANO, QUE SE MANDARON A ANALIZAR AL “INSTITUTO DEL EMPERADOR GUILLERMO”, EN HEILDELBERG, ALEMANIA?
VI.- CIENTÍFICAMENTE NO SE HA PODIDO DESEMBROLLAR EL: ¿POR QUÉ EL AYATE DE JUAN DIEGO, EN DONDE ESTA LA VIRGEN DE GUADALUPE, RECHAZA A LOS INSECTOS Y AL POLVO SUSPENDIDO EN EL AIRE?
EL PRESENTE DICTAMEN LO RENDIMOS DE ACUERDO CON NUESTRO LEAL SABER Y ENTENDER.
A T E N T A M E N T E
LOS PERITOS
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DOCTOR ERNESTO SODI PALLARES
Cédula de la Dirección General de Profesiones No. 59634 Como Metalurgista y Ensayador de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Registro Federal de Causantes:
SOPE-19/04/13
DOCTOR ROBERTO PALACIOS BERMÚDEZ
Cédula de la Dirección General de Profesiones No. 35777 Como Abogado en el Foro Mexicano de la Escuela Libre de Derecho.
Registro Federal de Causantes:
PABR-17/10/09




Título: Las Maravillas de la Virgen de Guadalupe
Autor: Padre Ángel Peña, O. A. R.
Nihil Obstat P. Ignacio Reinares. Vicario Provincial del Perú Agustino Recoleto. Imprimatur Mons. José Carmelo Martínez Obispo de Cajamarca (Perú). Lima, Perú

Tomado de: www.libroscatolicos.org





i. INTRODUCCIÓN.

La Virgen de Guadalupe es una de las advocaciones de la Virgen María más queridas del mundo. Su santuario de México es de los más visitados y su imagen bendita es una de las grandes maravillas de Dios. Según el Nican Mopohua, las apariciones de la Virgen de Guadalupe tuvieron lugar entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531. El último día fue cuando, en el manto o tilma de Juan Diego, se imprimió milagrosamente la imagen de María. Científicos de todo el mundo han estudiado esta imagen y han quedado sobrecogidos de emoción, pues parece estar viva. Sus ojos parecen mirarnos todavía con amor y así lo dicen muchos oculistas que los han estudiado con los más modernos aparatos. En sus ojos maternales están inexplicablemente grabadas trece personas, las que estaban presentes en el momento en que Juan Diego le mostraba las rosas al obispo. Sin embargo, no han faltado a lo largo de los siglos, como pasa siempre en todo lo referente a Dios y a la religión, quienes han negado la veracidad de las apariciones e, incluso, la existencia misma de Juan Diego. Por ello, veremos una serie de testimonios y de documentos para probarlas y, al final, podremos leer el relato de las apariciones, tal como lo escribió Antonio Valeriano, que conoció personalmente a Juan Diego. Que la lectura de este libro los ayude a amar más a María y por medio de ella a su hijo Jesús, el amigo que siempre nos espera en la Eucaristía.


ii. LA CONTROVERSIA.

Desde los primeros tiempos de las apariciones, hubo algunos que se opusieron al culto de la Virgen de Guadalupe, diciendo que era una idolatría. En aquel lugar del cerro Tepeyac, donde se apareció María, había existido un templo pagano dedicado a la diosa Tonantzin. Un templo que era famoso y al cual venían desde lejanas tierras. El historiador italiano Boturini dice que él pudo ver todavía hacia 1740 la escultura de la diosa Tonantzin derribada al pie del cerro. Lo cierto es que algunos se opusieron a la difusión del culto a la Virgen de Guadalupe en aquel lugar para que los indígenas no pudieran confundirla con una diosa y cayeran en la idolatría. El escándalo se desencadenó después de un sermón que el obispo fray Alonso de Montúfar (1554-1573), sucesor de fray Juan de Zumárraga, pronunció en la catedral de México el 6 de setiembre de 1556. Él habló emocionado de la Virgen y fomentó su devoción, hablando de sus milagros. A los dos días, el 8 de setiembre, el franciscano fray Francisco de Bustamante, llevándole la contraria al obispo, arremetió contra el culto a la guadalupana. En su sermón llegó a decir que la imagen la había pintado el indio Marcos y que eran falsos los supuestos milagros. Esto ocasionó un escándalo tal que el obispo lo acusó ante el rey de España y el franciscano fue enviado al convento de Cuernavaca, lejos de México. Según cuenta Antícole: El rey Felipe II no lo presentó nunca para ningún obispado en castigo por el desacato cometido en México. Algunos antiaparicionistas niegan también la existencia de Juan Diego, como si todo fuera una fábula inventada por los españoles para someter a los indígenas por medio de la religión. Incluso en el siglo XX, se desató un gran escándalo, cuando el mismo abad de basílica, el abad Guillermo Schulenburg, el sacerdote Stafford Poole y algunos otros negaban todo, diciendo que no había pruebas de la existencia de las apariciones y de Juan Diego en los cien primeros años a partir de 1531. Evidentemente, estas acusaciones eran muy graves y, por eso, antes de la beatificación de Juan Diego, el mismo Papa mandó nombrar una comisión de investigadores e historiadores para aclarar todos los aspectos de las apariciones y de la existencia de Juan Diego. Gracias a estas investigaciones, se han descubierto nuevos documentos y pruebas arqueológicas para certificar, sin ningún género de duda, la existencia de las apariciones y del mismo Juan Diego. La principal prueba es la existencia del mismo manto donde está impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe, que ninguna persona de buena voluntad puede negar que es un milagro viviente.



iii. DATOS HISTÓRICOS.

El obispo franciscano fray Juan de Zumárraga, después de haber visto con sus propios ojos el milagro de la impresión maravillosa de la imagen de María en el manto de Juan Diego, retuvo durante algunos días la imagen en su oratorio particular. Y mandó construir de inmediato una capilla donde colocar la imagen en el lugar de las apariciones en el cerro del Tepeyac, según era el deseo de la Señora del cielo. Esta primera capilla era de paja y adobe y, a las dos semanas de las apariciones, el 26 de diciembre de aquel año 1531, llevaron la imagen en solemne procesión, estando presentes el obispo y las principales autoridades de México.

El mismo obispo Zumárraga parece que escribió el relato de las apariciones tal como se lo oyó a Juan Diego. Esta relación de las apariciones se encontraba en el archivo arzobispal de la ciudad de México en 1601. Lo tuvo en sus manos el arzobispo de dicha ciudad, fray García de Mendoza. Y así lo asegura el licenciado Bartolomé García, informado por el Deán de la catedral de México, Don Alonso Muñoz de la Torre. El franciscano español fray Pedro de Mezquía, que llegó a México el año 1715, atestiguaba haber visto personalmente en el convento de su Orden en Vitoria (España) la relación de estas apariciones. Y esto mismo afirmó Cayetano Cabrera en su libro Escudo de armas, escrito en 17461.

Según testimonio de Gabriel Xuárez, la primera ermita construida por Zumárraga era muy humilde, de adobe sin género de cal y canto2. Los indios del lugar la fueron arreglando y mejorando poco a poco. Iban de este pueblo de Cuautitlán muchos indios e indias a la labor de la dicha ermita y a sahumarla y barrerla con más devoción los naturales de dicho pueblo más que otros, respecto de que el dicho Juan Diego era de este pueblo y a quien se le había aparecido3.

A su llegada a México, el nuevo obispo Monseñor Alonso de Montúfar, dominico, tomó muy en serio fomentar la devoción de naturales y españoles a la Virgen de Guadalupe y construyó una nueva iglesia en 1566. Las ruinas de la primera ermita y de la nueva iglesia fueron encontradas debajo de la sacristía de la parroquia arciprestal de Guadalupe, actualmente capilla de indios. En la primera ermita, construida por Zumárraga el año 1531, se encontró una placa de madera estofada que se conserva en el museo guadalupano y que decía: En este lugar se apareció Nuestra Señora de Guadalupe a un indio llamado Juan Diego4. El virrey Enríquez de Almansa, en carta del 23 de setiembre de 1575 al rey Felipe II, habla de que estaba allí una ermitilla en la cual estaba la imagen que ahora está en la iglesia. Sobre la inauguración de esta iglesia nueva, el alguacil indio Juan Bautista hizo una crónica en náhuatl en su Diario y dice así: Domingo 15 de setiembre de 1566.

Se celebró la octava de Nuestra Madre y se celebró la fiesta en Tepeyac de santa María de Guadalupe. Estuvieron presentes las autoridades: los oidores y también el arzobispo y nosotros los indios. Villaseca (un personaje muy rico) mostró una imagen de Nuestra Madre que es toda de plata y ofreció una comida a los oidores y autoridades y les informó cómo se hizo la iglesia del Tepeyac5. Uno de los documentos más antiguos en los que se habla de las apariciones de la Virgen de Guadalupe es el llamado Relación primitiva, escrito entre 1541 y 1545 por el padre Juan González, traductor de Juan Diego ante el obispo Zumárraga. Él estuvo presente en el momento de la impresión milagrosa de la imagen en la tilma de Juan Diego. La escribió en náhuatl con caracteres latinos.

El náhuatl sólo podía escribirse con pictogramas o ideogramas. Él conocía bien esta lengua a pesar de ser español. En esta relación se dice literalmente: La imagen de la niña reina sólo por milagro se pintó como retrato en la tilma de aquel pobre hombre aquí donde ahora está puesta como lustre de todo el universo. Aquí vienen a conocerla sus devotos que le suplican; y ella con su afecto maternal, con su piadosa maternidad, allí les ayuda y les da lo que le piden. Y en verdad que, si alguien la reconoce plenamente por su abogada y totalmente se le entrega, la amada Madre de Dios amorosamente se convertirá en intercesora. En verdad que mucho lo ayudará; se mostrará a quien la estime, a quien bajo su sombra y su resguardo vaya a ponerse6. Esta relación fue descubierta en 1950 por Ángel Garibay-Quintana en los archivos de la Librería nacional de México (manuscrito 1475). Él creyó que había sido escrita por el historiador Juan de Tovar en 1573, pero copiándolo de otra fuente. Esta fuente, según muchos historiadores guadalupanos, fue el padre Juan González. Por ello, este documento tiene mucho valor histórico para apoyar el hecho de las apariciones y de la existencia de Juan Diego.

Observemos por otra parte, que muy pronto en el lugar de la capilla de la Virgen del Tepeyac se fueron juntando casas para estar cerca de la Virgen. Ya en 1566, cuando llegó al puerto de Veracruz el virrey Gastón de Peralta el 17 de setiembre, se hospedó, dicen las crónicas, en el pueblo de Guadalupe, como así se llamó al nuevo poblado desde 15637.

En 1751 se le da el rango de villa, por cédula real, con escudo de armas, donde aparece Juan Diego con la tilma, enseñando la imagen grabada en ella. En 1828 fue elevada al rango de ciudad y en 1931 fue absorbida por la gran metrópoli de México, quedando desde entonces como una Delegación dentro de la gran ciudad. Pero analicemos otros documentos de los primeros tiempos. Es muy interesante al respecto el testamento de Bartolomé López, suscrito ante el escribano Juan de la Torre el 15 de noviembre de 1537 (a los seis años de las apariciones). En él se dice en la cláusula 24: Mando que diga en la casa de Nuestra Señora de Guadalupe por mi ánima cien misas y se paguen de mis bienes. Aquí se refiere claramente a la Casa de la Virgen de Tepeyac. El 18 de enero de 1539, María Gómez se presentó en la villa de Colima ante el alcalde Juan Pinzón, y en presencia del escribano Diego Hurtado para rendir cuentas de su administración, y dice:

1. Se pagó a la Casa de Nuestra Señora de Guadalupe 25 pesos de misas.

2. Se pagó a la Casa de Nuestra Señora de Guadalupe y a su procurador en su nombre 101 pesos de oro de minas8.

En dos cartas del 12 de diciembre de 1574 y del 24 de marzo de 1575, fray Diego de Santa María le dice al rey Felipe II que, desde el principio de las apariciones, fueron numerosos y cuantiosos los testamentos a favor del santuario de la Virgen9. El mismo rey de España Felipe III, en 1602, mandó la suma de 20.000 ducados para el templo del Tepeyac.

En algunos documentos aztecas se han encontrado relatos del paso del cometa Halley en 1531 y dicen: La estrella que humeó cuando se apareció Nuestra Señora de Guadalupe10. Además, los historiadores españoles no podían dejar de aludir al gran impacto que las apariciones de la Virgen habían dejado entre los indios. En 1541 escribe el famoso misionero franciscano fray Toribio de Benavente, Motolinía, que ya eran alrededor de nueve millones de aztecas bautizados y que él personalmente había bautizado unos 300.000. Ciertamente, la historia de conversiones al cristianismo en México es la más grandiosa y espectacular de la historia cristiana.

El historiador Bernal Díaz del Castillo, soldado y compañero de Hernán Cortés, escribió en su libro Historia verdadera de la conquista de la Nueva España en 1560 que el triunfo de los conquistadores se debió a la gracia y ayuda de la Virgen de Guadalupe. En el famoso mapa de Upsala, hay una descripción cartográfica de la ciudad de México y sus alrededores entre 1556 y 1562. Este mapa, atribuido a un indio, muestra claramente la existencia de una iglesia en el lugar de las apariciones. Este mapa se encuentra en Upsala (Suecia). El 21 de noviembre de 1564, por mandato de Felipe II, se organizó la quinta expedición a Filipinas. Fue al frente Miguel López de Legazpi, pero tomó la dirección el padre agustino Andrés de Urdaneta, marino experimentado. En esta expedición fueron 380 marinos mexicanos, que atribuyeron su salvación de los peligrosos temporales a la Virgen de Guadalupe y, al regresar a México el 9 de agosto de 1565, dejaron en la capilla de Tepeyac el mástil con su desgarrado velamen así como una antorcha de cera, que pesaba tantas libras como la sonda que los rescató. En 1567 el pirata John Hawkins se vio forzado a penetrar en el golfo de México donde tuvo un encuentro con la flota española que traía al nuevo virrey Martín Enríquez. Hawkins decidió el 8 de octubre de 1568 abandonar a 100 miembros de su tripulación en las costas del Pánuco como única vía de escape. Miles Philips, uno de los protestantes ingleses dejados en tierra, fue capturado y enviado a México. Philips menciona la existencia de un hermoso convento de frailes franciscanos y habla de una iglesia dedicada a la Virgen.

Y comenta que en ella hay una imagen suya de plata sobredorada tan grande como una mujer de alta estatura y, delante de ella y en el resto de la iglesia, hay tantas lámparas de plata como días tiene el año; encendiéndose en las fiestas solemnes. Dice que a esta imagen la llaman en español Nuestra Señora de Guadalupe11. El año 1570, el arzobispo de México Alonso de Montúfar había hecho confeccionar una copia de la imagen de la Virgen de Guadalupe y la había enviado por barco como un regalo al rey de España Felipe II. Felipe II se la había entregado a Don Juan de Austria, su medio hermano, que quedaba constituido como capitán en jefe de la Armada que iba combatir contra los turcos.

Don Juan de Austria se la entregó al almirante que dirigía las fuerzas navales de Génova, Andrea Doria, quien la llevaba en su buque insignia y quien pidió con fervor una ayuda para la victoria en los momentos más difíciles del combate, cuando parecía todo perdido debido al viento contrario. Pero, al final, con la ayuda de María, el 7 de octubre, la Armada cristiana venció a los turcos en el golfo de Lepanto. Un cambio de viento favorable a los cristianos fue como una señal del cielo. El Papa san Pío V, que tuvo una visión en Roma de la victoria, la atribuyó a la ayuda de la Virgen, a quien en toda la cristiandad se le había invocado rezando el rosario. Allí, en Lepanto, estuvo presente María bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe. Después de la victoria, la imagen-copia, que estuvo en Lepanto, fue posesión de la familia Doria en la fortaleza de Malespina, en el interior de Génova, hasta que en 1811 el cardenal Giuseppe Doria la legó por testamento a la parroquia de san Esteban de Aveto, donde la iglesia se convirtió hasta ahora en un lugar de peregrinaciones. Un documento interesantísimo para probar la realidad de las apariciones marianas y la existencia de Juan Diego es el llamado Informaciones jurídicas. Estas informaciones fueron enviadas a Roma y son una recopilación de testimonios de indígenas entre 80 y 115 años, vecinos de Cuautitlán. También se recibieron los testimonios de doce españoles, diez eclesiásticos y dos laicos, que conocieron de cerca los acontecimientos. Pero, en este caso, son especialmente importantes los testimonios de los indígenas; pues, aunque estas informaciones se realizaron el año 1666 y ninguno de ellos había conocido personalmente a Juan Diego, que había muerto en 1548; sin embargo, sus padres, abuelos, tíos y otros muchos les habían hablado de que ellos sí habían conocido a Juan Diego en persona y conocían el hecho de las apariciones desde el principio. Todos los testimonios fueron favorables y hablaban sin excepción de la santidad de Juan Diego, siendo testimonios de toda garantía. Estas informaciones jurídicas fueron enviadas en 1666 por Don Francisco de Siles, canónico lectoral de la catedral metropolitana con una carta dirigida por el cabildo, al Papa Alejandro VII.


iv. JUAN DIEGO.
Juan Diego era un indio sencillo que se mantenía del cultivo de la tierra. Nació en 1474 en Cuautitlán, una de las ciudades más antiguas de América. Contrajo matrimonio en Santa Cruz el Alto (Tlacpan), cerca de San Pedro, con la joven Malitzin, quien, al bautizarse, tomo el nombre de María Lucía.
Por fuentes históricas sabemos que Juan Diego tuvo descendencia. Los descendientes que procreó parecen haber sido ignorados por el investigador Lorenzo Boturini, quien creía en la virginidad total de Juan Diego. Sin embargo, los misioneros franciscanos dan fe de esta prole tenida antes de que fuera bautizado. Así habla la religiosa clarisa Gertrudis de Torres Vásquez, bautizada en 1703 y muerta en 1774, que era tenida como descendiente del dicho Juan Diego. El 24 de mayo de 1739 recibió el hábito religioso en el mismo convento de clarisas Doña María Micaela Antonia de Escalona y Rosas, quinta nieta del venerable Juan Diego12.
En 1528 Juan Diego entró en contacto con los misioneros franciscanos y solicitó el bautismo. Cuando contaba con 57 años, comenzó a ser conocido por los hechos de las apariciones, habiendo ya muerto su esposa. Al final de su vida, todos lo tenían por santo. El padre jesuita Francisco de Florencia, nacido en Florida en 1619, dice en su libro La estrella del Norte de México, que los religiosos le habían dado permiso para comulgar tres veces por semana, algo insólito en aquellos tiempos en que hasta los religiosos y religiosas no sacerdotes, normalmente, sólo comulgaban una vez por semana. Uno de los escritos más interesantes y complementarios de la vida de Juan Diego es el Nican Motecpana donde se dice: Estando ya en su santa casa la purísima y celestial Señora de Guadalupe, son incontables los milagros que ha hecho para beneficiar a estos naturales y a los españoles y en suma a todas las gentes que la han invocado. A Juan Diego, por haberse entregado enteramente a su ama, la Señora del cielo, le afligía mucho que estuviera tan distante su casa y pueblo, para servirle diariamente y hacerle el barrido. Por lo cual, suplicó al señor obispo poder estar en cualquier parte que fuera junto a las paredes del templo y servirle; el prelado accedió a su petición y le dio una casita junto al templo de la Señora del cielo, porque le quería mucho el señor obispo. Inmediatamente, se cambió y abandonó su pueblo, dejando su casa y su tierra a su tío Juan Bernardino. A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo, se postraba delante de la Señora del cielo y la invocaba con fervor. Frecuentemente se confesaba, comulgaba y ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y se escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del cielo. Era viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada murió su mujer que se llamaba María Lucía. Ambos vivieron castamente, porque oyeron cierta vez la predicación de fray Toribio Motolinía, uno de los doce frailes de san Francisco que había llegado poco antes, sobre que la castidad era muy grata a Dios y a su Santísima Madre… En el año 1544 hizo estación la peste y le dio a Juan Bernardino. Cuando se puso grave, vio en sueños a la Señora del cielo, quien le dijo que ya era hora de partir, que se consolara y no se turbase su corazón, porque ella lo defendería en el trance de la muerte y lo llevaría a su palacio celestial. Murió el 15 de mayo del año que se ha dicho y fue traído al Tepeyac para ser sepultado dentro del templo de la Señora del cielo, lo que así se hizo de orden del obispo. Tenía 86 años cuando murió.
Después de 16 años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió el año 1548. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le vio y le dijo que ya era hora de que fuera a conseguir y a gozar en el cielo cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los 74 años, cuando murió. La Purísima, con su precioso Hijo, llevó su alma a donde disfruta de la gloria celestial13.
En el documento Informaciones jurídicas de 1666, del que ya hemos hablado, Martín de san Luis afirma: Siendo de diez o doce años, en muchas y diversas ocasiones, me dijo Diego de Torres Bullón cómo había conocido, tratado y comunicado al dicho Juan Diego, indio, porque como lleva referido era natural de este pueblo del barrio de Tlayácac y que era un hombre de 56 ó 57 años, cuando se le apareció la Reina del cielo y Madre de Dios de Guadalupe. Que era un hombre temeroso de Dios y de santas costumbres, muy amigo de ir a iglesias y acudir a la doctrina y diversos oficios, causando mucho ejemplo a todos los que lo conocían, trataban y comunicaban14.
Otro testimonio es el de Marcos Pacheco que dice: Era un indio que vivía honesta y recogidamente, que era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, y de muy buenas costumbres y modo de proceder. En muchas ocasiones me decía mi tía: “Que Dios te haga como Juan Diego y su tío”, porque los tenía por muy buenos indios y muy buenos cristianos15.
Los testigos lo llaman repetidas veces varón santo, varón santísimo y otras palabras parecidas16. Otro documento importante sobre la existencia de Juan Diego y la veracidad de las apariciones es el famoso códice Escalada 1548. Este códice fue descubierto en 1995 y ha sido considerado como el acta de defunción de Juan Diego. En este códice, escrito en 1550, se consigna la fecha de las apariciones: 1531. Hay un dibujo en el que se ve a Juan Diego de perfil con la vista hacia el lado derecho. Mira a una imagen de la Virgen de Guadalupe, rodeada de nubes, con la luna a sus pies y estrellas en el manto. La Virgen está posada sobre la falda de un cerro rocoso con plantas de la estepa del altiplano de México. Al pie del códice, están las firmas de fray Bernardino de Sahagún, el glifo de Antonio Valeriano como juez y la fecha de la muerte de Juan Diego, 1548. Este documento ha sido muy estudiado y se ha confirmado la autenticidad. Las firmas de Antonio Valeriano y de fray Bernardino de Sahagún son auténticas de acuerdo a los estudios realizados al respecto por la Oficina de documentación y fotografía del Banco de México, instancia a la que acude la Procuraduría de justicia para resolver casos de posibles fraudes de firmas. También lo afirma así el mejor especialista sobre fray Bernardino, el norteamericano doctor Dibble de la universidad de Utah.
En 1997, estudió este códice la universidad Nacional de México a través del Departamento de física aplicada. Y concluyó diciendo que no había ningún tipo de falsificación en la letra original y que toda el área del códice estaba cubierta de una platina amarillenta por lo que sería imposible haber alterado cualquier parte del mismo sin dejar huellas visibles al microscopio. Por todo ello, podemos decir que hay pruebas más que suficientes para decir que este códice es auténtico, al igual que las apariciones, y que Juan Diego existió y murió en 1548. El 9 de mayo de 1990, el papa Juan Pablo II, en la basílica de Guadalupe de México, beatificó a Juan Diego. En su homilía dijo el Papa: No es de admirar, si no pocos fieles lo tenían por un santo, viviendo todavía, y le pedían les ayudara con su oración. Esta fama de santidad le siguió después de su muerte, de modo que no son pocos los testimonios del culto que se le daba como puede verse por los monumentos de arte, en los cuales la efigie de Juan Diego se ve adornada con aureola y otros signos de santidad.
Cierto que tales signos de culto se manifestaron, sobre todo, en el tiempo más cercano a su muerte, pero nadie puede negar que los mismos han continuado hasta nuestro tiempo de modo que, con seguridad, consta el testimonio congruente de un culto particular dado sin interrupción a Juan Diego. Habiendo instado muchos obispos y fieles de Cristo, principalmente mexicanos, la Congregación para las causas de los santos procuró que se recogieran los documentos que ilustraron la vida, virtudes y fama de santidad de Juan Diego, y mostraron el culto que se le diera, los cuales debidamente investigados, concluyeron con la “Positio” sobre la fama de la santidad de sus virtudes y culto que se le dio desde tiempo inmemorial17. El más importante investigador para fundamentar históricamente la existencia del indio Juan Diego es el padre Fidel González Fernández, catedrático de las universidades Pontificias Urbaniana y Gregoriana de Roma. Ha escrito el libro El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego en colaboración con Eduardo Chávez y José Luis Guerrero. Y afirma: Guadalupe fue un acontecimiento histórico, percibido como tal, por los más antiguos documentos a nuestra disposición. Solamente la afirmación clara de la historicidad puede llenar de contenido un símbolo que hace razonable una práctica y una devoción mariana de la envergadura de Guadalupe. La obra es un acopio de rigurosa investigación en archivos mexicanos como el Archivo General de la Nación, la Curia Metropolitana, el de Guadalupe, de Viena, Vaticano, Madrid, Sevilla… así como la consulta a un centenar de historiadores, académicos y prelados especialistas en el mundo guadalupano.
De las fuentes históricas examinadas (tradición oral continua, representaciones iconográficas como las del convento franciscano de Otumba de principios del siglo XVII…) se demuestra que había una veneración creciente a Juan Diego vinculada al culto de la Virgen de Guadalupe. Las representaciones iconográficas de las apariciones y de Juan Diego siguen cánones precisos similares a los de los primeros códices indígenas de la segunda mitad del siglo XVI; en los lugares vinculados a la vida del indio se conserva una viva memoria entre los indígenas desde el siglo XVI, con signos crecientes de continua veneración. Otros restos arqueológicos serían el ayate de Juan Diego donde se pintó Santa María de Guadalupe; los restos arqueológicos de las ermitas primitivas; la tumba y la lápida sepulcral de Juan Diego, las ruinas de una ermita edificada a finales de la primera mitad del siglo XVI junto a la casa de Juan Diego; los restos arqueológicos de la casa de Juan Diego bajo el piso de la iglesia actual de Cuahutitlán; una pintura sobre madera de las apariciones a Juan Diego, una escultura de Juan Diego en alabastro; y una serie de reproducciones contemporáneas de la imagen de Guadalupe. En el Testamento de Juana Martín, del 11 de marzo de 1559, cuyo original se conserva en el archivo del Cabildo de la ciudad de Puebla, se lee el texto siguiente: Aquí se crió el mancebo Juan Diego… se casó con una doncella que se llamaba María… por medio de él se hizo el milagro allá en el Tepeyac, donde apareció la amada Señora Santa María cuya imagen vimos en Guadalupe, que es verdaderamente nuestra y de nuestro pueblo de Cuauhtitlán… todo se lo doy a la Virgen del Tepeyac… En los Anales de la catedral de México, comprendidos entre los años 1519 a 1739, hay que destacar dos textos, el de 1531, en el que se lee: Los cristianos allanaron el suelo de Cuetlaxcoapan, ciudad de los Ángeles (Puebla). En ese mismo año a Juan Diego se manifestó la amada Madre y Señora de Guadalupe en México. Y el de 1548: Murió dignamente Juna Diego. A quien se le apareció esta amada Señora de Guadalupe en México. Para aclarar las dudas de aquellos que todavía dudaban de la existencia de Juan Diego, Dios mismo quiso hacer un gran milagro por su intercesión tres días antes de la beatificación. El joven Juan José Barragán de 20 años, intentó quitarse la vida. Poco tiempo antes, había intentado reconciliarse con su padre, pero ante su rotunda negativa, él estaba muy afligido y como era drogadicto, por efecto de las drogas, se subió al pasamanos del balcón de su casa y se arrojó al vacío. Su madre Esperanza Silva de Barragán sólo pudo agarrarlo de la pierna del pantalón, pero no pudo contenerlo. Y empezó a invocar a Juan Diego: Ayúdame, Juan Diego, salva a mi hijo. El joven, con sus 70 kilos de peso, había caído 10 metros contra el suelo de cemento. Su cabeza era irreconocible. Fue llevado al hospital de Durango, donde los médicos no podían explicarse cómo pudo sobrevivir a la caída. El ángulo del impacto y el peso del joven equivalían a una presión de dos mil kilos, lo que le provocó múltiples fracturas del cráneo. Era el 6 de mayo de 1990. Al principio, quedó en coma, pero milagrosamente salió del coma, cuando ya los médicos habían ordenado quitarle todos los aparatos para que pudiera morir. Se despertó y pidió de comer. Una semana después, dejó el hospital totalmente sano. Los exámenes dieron por resultado que no habían quedado huellas de la caída.
El 20 de noviembre de ese año, el arzobispado de México inició el procedimiento para reunir las pruebas a ver si se trataba de un prodigio. En 1998, la investigación de la comisión histórica formada ex profeso por la Congregación para las Causas de los santos y la arquidiócesis de México, entregaron el resultado de sus investigaciones y lo publicaron en un libro titulado El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego (Ed. Porrúa, México, 2000). Y después de minuciosos estudios, el 11 de mayo del 2001, la comisión médica vaticana aceptó el hecho como inexplicable para la ciencia. Juan José está ahora sano y salvo y vive en una ciudad de Estados Unidos, donde trabaja y estudia en condiciones normales. Con motivo de este milagro, el Papa Juan Pablo II canonizó a Juan Diego el 31 de julio del 2002.




v. LA IMAGEN DE LA VIRGEN DE GUADALUPE.

La maravillosa imagen de la Virgen de Guadalupe tuvo su origen en las apariciones de María al indio Juan Diego. La Virgen, para darle una prueba al obispo de que era ella quien se aparecía, le mandó a Juan Diego llevarle unas rosas que crecieron en la cima del Tepeyac en pleno diciembre, fuera de estación. Cuando Juan Diego le mostró las rosas al obispo, quedó milagrosamente impresa la imagen de María en la tilma o manto del indio. Era el 12 de diciembre de 1531. El manto estaba hecho de ayate, una fibra vegetal de una de las 175 especies de agave: la llamada agave potule Zacc. El manto actual mide 1.70 metros de largo por 1.05 de ancho. En cuanto a la imagen de la Virgen en sí, mide 1.43 m. desde la cabeza de la Virgen, hasta el ángel que aparece a sus pies. Este manto o tilma era el que usaban normalmente los aztecas en forma de manta sencilla que se anudaba sobre el hombro derecho. En la gente sencilla no solía pasar de las rodillas. El manto original de Juan Diego tenía y tiene una costura que le quedaba en medio a la Virgen, pero ella, para evitarla, inclinó el rostro. La tela presenta muchas imperfecciones, principalmente nudos, pero estos fueron aprovechados para dar efectos de tercera dimensión. Es notable, especialmente, el del labio inferior que le presta, carnosidad y viveza. La imagen actual de la Virgen de Guadalupe tiene un ángel a sus pies. Las alas del ángel con rostro indio son de color blanco, rojo y azul, tienen relación con el Cosmos, como si María fuera la Reina del Cosmos. Sobre el ángel está la luna. La Virgen está al centro de la luna o, como decían los indios, en el ombligo de la luna. Precisamente, la palabra México en náhuatl viene de Metzli (luna) y Xictli (ombligo o centro), lo que quiere decir que María está en México, que es el centro de la luna. El brocado sobre la túnica de la Virgen presenta plantas de flores mexicanas. En su seno hay un jazmín de cuatro pétalos, que simboliza al Sol, como diciendo que María es una señora que lleva en su seno al Sol divino, pues se ve claramente que está encinta. Lleva un lazo en la cintura, elevado hasta el pecho, mostrando estar embarazada. La cinta negra alrededor de la cintura es una prenda que usaban las mujeres aztecas, cuando estaban embarazadas.

Por otra parte, el color del manto de María es turquesa, color propio y exclusivo de los emperadores, porque ella es una reina. Con relación a las estrellas del manto son 46, 22 en el lado derecho y 24 en el izquierdo. De esta manera, manifiesta a los indígenas que ella es más poderosa que las estrellas a las que adoraban los aztecas.

Alrededor de la imagen hay 129 rayos de Sol, porque ella, al llevar al Sol divino, está radiante y brillante como el Sol. Se asemeja a la Virgen gloriosa del capítulo 12 del Apocalipsis, donde se habla de la mujer envuelta en el Sol, con la luna bajo sus pies, coronada de doce estrellas y que estaba encinta (Ap 12, 1-2). El broche con la cruz, que tiene al cuello, indica que ella nos trae a Cristo crucificado, la religión de los españoles. Es interesante anotar que en las 46 estrellas del manto de la Virgen se sobreponen 15 constelaciones: Boyero, Cabellera de Berenice, Perros de caza, Osa menor, Dragón, Toro, Ofiuco, Escorpión, Libra, Hidra, Lobo, Centauro, Cruz del Sur, Can menor. Las constelaciones están invertidas como si alguien las viera, no desde la tierra como las vemos nosotros, poniendo la Tierra como centro. Están plasmadas como vistas por fuera de la bóveda celeste. Sobre la imagen de la tilma de Juan Diego, se colocó un mapa celeste invertido y el resultado fue que las estrellas del cielo invernal coinciden con la posición de las estrellas del manto. Y marcan la fecha de la última aparición del 12 diciembre, el día del solsticio del invierno. El doctor Hernández Illescas estudió la posición de las estrellas en el altiplano de México aquel 12 de diciembre de 1531. Y comprobó que todas las estrellas del manto de la Virgen, corresponden a las principales estrellas de las constelaciones de aquellos días. Este estudio ha sido publicado por el Doctor Hernández Illescas en su libro Las estrellas del manto de la Virgen de Guadalupe. Sus investigaciones las realizó con el telescopio del Observatorio La Place de México con el que realizó sus observaciones en colaboración con el Instituto de Astronomía de la universidad nacional de México. Por otra parte, una de las cosas que más llama la atención de los científicos es la milagrosa conservación de la tela. El tejido de ayate se desmorona normalmente en 20 años como se ha comprobado en repetidas reproducciones. Durante los primeros 116 años, estuvo la imagen expuesta directamente a los fieles, a la humedad del ambiente, especialmente en México. El lienzo de ayate de la imagen estuvo mucho tiempo sufriendo la continua frotación de millares de estampas, lienzos, láminas, medallas, rosarios, muletas, bastones, distintivos, escapularios y manos que tocaban la imagen; que, aunque hubiera sido hecha de bronce, si no fuera por causa sobrenatural, ya se encontraría borrada, rota y destruida. ¡Y pensar que en nuestros días para conservar las obras maestras del arte y para que no se alteren las pinturas, el Museo británico recomienda: un 60% de humedad relativa a 60 grados Fahrenheit, salas no muy grandes para evitar la contaminación atmosférica, fumigaciones adecuadas, control continuo de la temperatura y de la ventilación, etc. Recordemos que el primer cristal para proteger la imagen llegó de España en 1647; era un cristal dividido en dos partes. En 1766, el duque de Alburquerque mandó un nuevo cristal de una sola pieza. Algo sorprendente también es que la tela parece incorruptible, pues rechaza el polvo y otros elementos extraños, que no se encuentran en la tela, mientras que aparecen en todos los rincones, cuando se abre el cristal donde se encuentra protegida.

Veamos ahora cómo describe la imagen de la Virgen el Nican Mopohua, escrito hacia 1545-1550, por Antonio Valeriano: La manta en que se apareció milagrosamente la imagen de la Señora del cielo era el abrigo de Juan Diego… Este precioso ayate en que se apareció la siempre Virgen Nuestra Reina es de dos piezas, pegadas y cosidas con hilo blando. Está tan alta la bendita imagen que empezando en la planta del pie hasta llegar a la coronilla tiene seis jemes y uno de mujer. Su hermoso rostro es muy grave y noble, un poco moreno. Su precioso busto aparece humilde: están sus manos juntas sobre el pecho, hacia donde empieza la cintura. Es morado su cinto. Solamente su pie derecho descubre un poco la punta de su calzado color de ceniza. Su ropaje es de color rosado, que en sombras parece bermejo y está bordado con diferentes flores, todas en botón y con bordes dorados. Prendido de su cuello está un anillo dorado, con rayas negras alrededor de las orillas, y en medio una cruz. Además, de adentro asoma otro vestido blanco y blando, que ajusta bien en las muñecas y tiene deshilado el extremo. Su velo, por fuera, es azul celeste; sienta bien en su cabeza; para nada cubre su rostro y cae hasta sus pies, ciñéndose un poco por en medio. Tiene toda su franja dorada, que es algo ancha, y estrellas de oro por dondequiera, las cuales son 46. Su cabeza se inclina hacia la derecha y encima sobre su velo está una corona de oro, de figuras ahusadas hacia arriba y anchas abajo. A sus pies está la luna, cuyos cuernos van hacia arriba. Se yergue exactamente en medio de ellos y de igual manera aparece en medio del Sol, cuyos rayos la siguen y rodean por todas partes. Son cien los resplandores de oro; unos muy largos, otros pequeñitos y con figuras de llamas: doce circundan su rostro y cabeza; y son por todos 50, los que salen de cada lado. Esta preciosa imagen va corriendo sobre un ángel, que medianamente acaba en la cintura, en cuanto descubre; y nada de él aparece hacia sus pies, como que está metido en la nube. Acabándose los extremos del ropaje y del velo de la Señora del Cielo, que caen muy bien en sus pies, el ángel los coge en sus manos por ambos lados. Su ropa (del ángel) es de color bermejo, a la que se adhiere un cuello dorado y sus alas desplegadas son de plumas ricas, largas y verdes, y de otras diferentes. Las manos del ángel van llevando (a la Virgen) y al parecer está muy contento de conducir así a la Reina del Cielo.




vi. LA IMAGEN ORIGINAL.

Los científicos norteamericanos Philip Serna Callahan y Jody Brant Smith pudieron fotografiar la imagen de la Virgen de Guadalupe el 7 de mayo de 1979 sin la protección del cristal. Tomaron 75 fotografías, 40 de las cuales con rayos infrarrojos; lo hicieron con películas normales y con películas especiales para rayos infrarrojos. Este estudio de fotografías con rayos infrarrojos es indispensable en el estudio de cualquier trabajo artístico, pues con los rayos infrarrojos se puede determinar la presencia de pintura sobreañadida y ver las distintas capas de pintura. Por ello, antes de emprender cualquier trabajo de restauración o limpieza de pinturas antiguas, se recomienda hacer fotografías con rayos infrarrojos.

Estas fotografías permiten determinar la naturaleza de la preparación o aparejo, aplicados debajo de la pintura y, por eso, este estudio era muy importante para definir ciertos aspectos de la imagen. Después de dos años de estudiar las fotografías y de consultar a otros especialistas, en 1981, dieron a conocer sus conclusiones que entregaron al arzobispo cardenal de México. Entre sus conclusiones, se dice que hay muchos añadidos de manos humanas que aparecen con claridad en las fotografías infrarrojas. Los rayos solares, en forma de lanza, las estrellas del manto y la fimbria del manto son añadidos posteriores. La totalidad de la parte inferior del cuadro de la Virgen con la luna, el ángel con el pliegue interior de la túnica, es un añadido. También lo son los arabescos del vestido de la Virgen y la cruz que lleva al cuello. Por otra parte, aparece con claridad en las fotografías, que habían colocado una corona en su cabeza, que por distintas razones fue borraba posteriormente. Igualmente, aparece que se habían pintado y borrado después dos querubines a ambos lados de la imagen. También las manos originales han sido acortadas. Lo realmente original es el manto azul de la Virgen que es tan brillante que parece haber sido pintado unos días antes. El azul del manto es original y es de un pigmento transparente y desconocido. Es inexplicable, sobre todo, por su densidad, brillantez y no estar descolorido después de tantos años. En cuanto a la túnica o vestido de la Virgen, resalta su extraordinaria luminosidad. Refleja en alto grado la radiación visible y, sin embargo, es transparente a los rayos infrarrojos. En cuanto al pigmento rosa de la túnica, parece igualmente inexplicable. La túnica y el manto son tan brillantes y coloridos como si acabaran de ser pintados. La cabeza de la Virgen es una de las grandes obras maestras de expresión artística facial. Por la finura de su forma, la sencillez de la ejecución, el matiz, el colorido, existen pocos casos que la igualan entre las obras maestras del mundo. Las aproximaciones fotográficas con luz infrarroja, no demuestran plaste o aparejo de ninguna especie, característica ésta que por sí misma hace de la imagen algo fantástico, ya que ningún pintor del mundo pinta antes de haber preparado previamente la tela en que va a pintar. El tono del cutis del rostro y de las manos es definitivamente indio y, a una distancia de un metro, aproximadamente, parece tener un tinte casi verde grisáceo (oliva). Examinados de cerca con una lente de aumento, los pigmentos parecen variar del gris en las sombras profundas al blanco brillante en la zona más clara de la mejilla.

Una de las cosas maravillosas es la forma como se aprovecha la tilma, no preparada, para dar realismo, profundidad y vida a la imagen. Esto es evidente sobre todo en la boca, donde un fallo del hilo del ayate sobresale del plano de éste y sigue a la perfección el borde superior del labio. Ningún pintor humano hubiera escogido una tilma con fallas en su tejido y situarlas de tal forma que acentuaran las luces y sombras para dar un realismo semejante. Lo hermoso del rostro y de las manos es su calidad de tono, que es un efecto físico de la luz reflejada tanto por la tosca tilma como por la pintura misma. Esta técnica es algo prácticamente imposible para manos humanas. Pero la naturaleza nos ofrece con frecuencia esta iridiscencia en las plumas de las aves (picaflores y colibríes), en las escamas de las mariposas… Tales colores obedecen a la refracción de la luz y no dependen de la absorción o reflexión de la luz por parte de los pigmentos moleculares, sino más bien del relieve de la superficie de las plumas y de las escamas de las mariposas. Esta iridiscencia natural de la tilma es algo inconcebible humanamente y realmente asombroso. El rostro de María, por este efecto de iridiscencia, parece cambiar si se lo ve desde diferentes ángulos por el efecto de la difracción de la luz.

El doctor Philip Serna Callahan afirmó: La técnica utilizada al cuerpo y al rostro original es inexplicable18. La imagen original, que incluye el vestido rosa, el manto azul, las manos y el rostro es inexplicable. No se puede explicar la clase de pigmento utilizado, ni el hecho de que se mantenga el brillo y la luminosidad durante siglos19.

Por otro parte, Jody Brant Smith, afirmó: El doctor Callahan está de acuerdo con muchos millones que, a lo largo de los siglos han aceptado que el maravilloso rostro de la Virgen es puro y simplemente milagroso. El doctor Callahan y yo nos sentimos obligados a admitir que la imagen de la Virgen de Guadalupe es verdaderamente un milagro20. El descubrimiento de la ausencia de preparación en la pintura (sin pinceladas ni bocetos previos) y nuestra incapacidad para explicar la preservación de la tela así como el brillo de las partes originales de la imagen, nos pone al doctor Callahan y a mí en la lista de los que creen que la imagen fue creada sobrenaturalmente21.


vii. LOS AÑADIDOS.

Muchos de los añadidos tal como descubrieron los doctores Smith y Callahan fueron realizados al poco tiempo de haberse formado la imagen original, pues ya aparecen descritos en el Nican Mopohua, que se escribió entre 1545 y 1550. En primer lugar, parece haberse pintado el moño y la luna. Algún tiempo después, fueron añadidos las decoraciones doradas, el ángel, el pliegue azteca del manto, los resplandores, las estrellas y el fondo. El padre franciscano fray Miguel Sánchez en su libro Imagen de la Virgen María, Madre de Dios, de Guadalupe, milagrosamente aparecida en la ciudad de México, celebrada en su historia, con la profecía del capítulo doce del Apocalipsis, confiesa que él ha hecho añadiduras; quizás mandó a alguien por encargo suyo. De hecho, parece justificar las añadiduras. Cuando el 8 de setiembre de 1556 el padre Francisco de Bustamante arremete contra el culto de la Virgen por considerarlo idolátrico, dice que la imagen la había pintado el indio Marcos. Es muy probable que este gran pintor indígena hubiera hecho algunas de las añadiduras. El pintor Marcos de Aquino era muy conocido y el gran historiador Bernal Díaz del Castillo, en 1558, en el capítulo XCI de su Verdadera Historia de la conquista de la Nueva España habla de él con mucho elogio. Algunos lo llaman Marcos de Aquino y otros Marcos Cípac.

El padre Francisco de Florencia (1619-1695) afirma que a los principios de aparecerse la bendita imagen, pareció a la piedad de los que cuidaban de su culto que sería bien adornarla de querubines que, alrededor de los rayos de sol, le hiciesen compañía. Así se ejecutó, pero en breve tiempo se desfiguró todo lo sobrepuesto al pincel milagroso que por la deformidad que causaba a la vista se vieron obligados a borrarlos. Esta es la causa de que algunas partes del rededor de la imagen parece que están saltados los colores22. Según algunos autores, el famoso artista indígena Marcos Cípac habría hecho muchas de las añadiduras hacia 1556. Quizás antes. Él añadió ese aspecto humano y mesoamericano. Lo cierto es que la imagen actual reúne elementos inconfundibles (hispanos e indígenas) en un feliz entronque de culturas. Con relación a las estrellas del manto, que corresponden a noche del 12 de diciembre, en el solsticio de invierno, no aparecen en algunas primeras guadalupanas como en el Delineado de Behrens, lo cual da pie a pensar que fueron añadidas por un pintor indígena que conocía bien las estrellas. Estas sobreposiciones son obras de manos humanas y dan a la imagen un toque hispano-gótico. En consecuencia, la imagen original debe haber sido la sencilla figura de la Virgen sobre el ayate, es decir, exclusivamente el cuerpo, el rostro, la túnica, el manto y el pie.

Los añadidos, tomados individualmente, no confieren un valor mayor a la imagen; pero, tomados en conjunto, su efecto es fascinante. Como por arte de magia, las decoraciones acentúan la belleza del original. Como decía el doctor Callahan, es como si Dios y el hombre hubieran trabajado juntos para crear una obra maestra23.

Evidentemente, podemos suponer que, cuando se aparece la Virgen María a Juan Diego como en tantas otras apariciones de Lourdes o Fátima, etc., no lo hace con una corona en la cabeza, como se la pusieron después. Ni con esos arreglos con el ángel a sus pies. Lo más fácil es suponer que viene vestida sencillamente como una madre y no como una reina. Pero a la piedad europea de los españoles, que habían visto tantas imágenes rodeadas de ángeles, coronadas y con muchos resplandores…, les parecía que a esta imagen, para su gusto y devoción, le faltaba algo. De ahí que pensaron en hacerle algunas añadiduras para resaltar su majestad real. Los arabescos del vestido con plantas de la flora mexicana nos pueden indicar que lo hizo algún buen conocedor de México y de sus plantas. Los resplandores del Sol, en forma de lanza, tratan de resaltar que María está rodeada de Sol como la Virgen del Apocalipsis. Pero es interesante observar que, en la descripción de la imagen de la Virgen que hace Antonio Valeriano en el Nican Mopohua, como hemos anotado, habla de que sólo son 100 resplandores, cincuenta a cada lado, cuando en la actualidad son al menos 129. Otro detalle. Él dice que su cinto es morado, cuando ahora es negro. También habla de que la imagen tiene una corona. Literalmente dice: Su cabeza se inclina hacia la derecha y encima, sobre su velo, tiene una corona de oro, de figuras ahusadas hacia arriba y anchas hacia abajo. Actualmente, no tiene corona, aunque ya los científicos Smith y Callahan observaron, que había señales de que la corona había sido borrada, al igual que dos querubines a ambos lados de la imagen. Sin embargo, lo que sí afirman estos científicos es que la imagen original está rodeada de una luz brillante y sobrenatural. En resumen, podríamos decir que los añadidos resaltaron la imagen e hicieron de ella una obra de arte humano-divina, lo cual no quita nada al milagro de la imagen original que sigue siendo tan fresca y brillante como el primer día. Por eso Smith y Callahan dijeron que esta imagen original es simplemente inexplicable, maravillosa y sobrenatural.




viii. LAS MARAVILLAS EN LOS OJOS DE MARÍA.

En 1929, e1 fotógrafo oficial de la basílica de Guadalupe, Alfonso Marcué, menciona que en el examen del negativo de la foto de la Virgen se nota en el ojo derecho la figura de un hombre con barba. El 5 de julio de 1938, Berthold von Stetten tomó las primeras fotografías a color de la imagen. El 29 de mayo de 1951, el fotógrafo José Carlos Chávez hizo el mismo descubrimiento que Alfonso Marcué. A partir de entonces, unos veinte oftalmólogos mexicanos examinaron la imagen, entre 1951 y 1960, y todos declararon unánimemente que los ojos de la Virgen se comportan como los ojos de una persona viva: al proyectar la luz de un oftalmoscopio sobre el ojo, el iris brilla más que el resto, no así la pupila, lo que da una sensación de profundidad, pareciendo que el iris fuera a contraerse de un momento a otro.

En una entrevista con el oftalmólogo doctor Rafael Torija Lavoignet, que fue el primero que descubrió en los ojos de la Virgen el efecto Purkinje-Samson, en julio de 1956, le preguntaron de qué color eran los ojos de la Virgen. Y respondió: verde amarillentos; tienen un verde cercano al marrón o al tono amarillento24. El efecto Purkinje-Samson sólo se da en personas vivas o en fotografías, jamás en pinturas. Purkinje y Samson fueron dos investigadores del siglo XIX que descubrieron que dentro del ojo humano se forman tres imágenes del objeto que está viendo. En los ojos de la Virgen de Guadalupe se encuentra un conjunto de imágenes exactamente de acuerdo con las leyes que descubrieron dichos investigadores y que eran desconocidas en el siglo XVI. El oftalmólogo doctor Enrique Graue, en una entrevista con el periodista español J. J. Benítez, le dijo: Sobre los ojos comprobé varias cosas a cual más sorprendente. Por ejemplo, las imágenes que aparecen en el ojo derecho están perfectamente enfocadas. Las del izquierdo en cambio están desenfocadas. ¿Por qué? Pues muy sencillo: porque el ojo izquierdo de la Virgen estaba en aquellos instantes un poquito más atrás que el derecho, respecto a la persona o personas que estaba contemplando. Esos milímetros o centímetros de diferencia son más que suficientes como para que el objeto que se observa quede fuera de foco. ¿A qué pintor se le hubiera ocurrido una cosa así en el caso de que ese supuesto falsificador hubiera decidido colocar una miniatura en el interior de los ojos de la Señora? Allí en el ojo se ve claramente un hombre barbado. Lo curioso de los reflejos en los ojos de la Virgen de Guadalupe es que se presentan en la cara anterior de la córnea y en el cristalino. ¿A qué pintor se le hubiera ocurrido hacer algo así en el siglo XVI o XVII? Entonces no se había descubierto la triple imagen de Purkinje-Samson. Tomé el oftalmoscopio y lancé el haz de luz en el interior del ojo. Y quedé atónito: aquel ojo tenía y tiene profundidad. ¡Parece un ojo vivo! En el ojo derecho y en un espacio aproximado de cuatro milímetros se ve con claridad la figura de un hombre con barba. Ese reflejo se encuentra en la cara anterior de la córnea. Un poco más atrás, el mismo busto humano queda reflejado en las caras anterior y posterior del cristalino, siguiendo con total precisión las leyes de Samson-Purkinje. Ese fenómeno es lo que proporciona profundidad al ojo.

En el ojo izquierdo pude ver la misma figura humana, pero con una ligera deformación o desenfoque. Este detalle resulta muy significativo, porque concuerda plenamente con las leyes de la óptica. Sin duda, ese personaje se hallaba un poco más retirado del ojo izquierdo de la Virgen que del derecho. Lo que más me llamó la atención fue la luminosidad que se aprecia en la pupila. Uno pasa el haz de luz en los ojos de la Virgen de Guadalupe y ve cómo brilla el iris y cómo adquiere profundidad.

¡Es algo que emociona! Parecen los ojos de una persona viva y estando yo en una de aquellas experiencias con el oftalmoscopio, inconscientemente comenté en voz alta, dirigiéndome a la imagen: Por favor, mire hacia arriba25.

El doctor Javier Torroella afirmó en un documento en 1976: Desde el punto de vista óptico y de acuerdo con la posición de la cabeza de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, la colocación de las figuras en cada ojo es la correcta (interna en el derecho y externa en el izquierdo). La figura del ojo izquierdo no se ve con claridad, porque para que en el ojo derecho se vea con nitidez el objeto debe estar colocado a unos 30 o 40 centímetros de él y, por lo tanto, queda a unos cuantos centímetros más lejos del izquierdo, lo suficiente para que quede fuera de foco y la figura se vea borrosa26.

El doctor José Roberto Ahued dice: Llama la atención el hecho de sentir la exploración ocular de un ser vivo, aparecen los tres reflejos luminosos del ojo derecho más el del lado izquierdo, que guardan una proporción en distancia tan perfecta que encuadran fácilmente con los reflejos de Purkinje-Samson27. Esto mismo dicen los oculistas que estudiaron el ojo de la imagen de la Virgen de Guadalupe como Eduardo Turati, Amado Jorge Kuri, Rafael Torija, Ismael Ugalde, A. Jaime Palacios, Guillermo Silva, Ernestina Zavaleta, etc. Pero lo más maravilloso fue lo descubierto por el doctor peruano José Aste Tönsmann en 1979, aumentando 2.500 veces los ojos de la imagen. Así pudo encontrar hasta 13 personas. Y, aumentando mil veces más los ojos del obispo, aparece claramente Juan Diego en el acto de mostrar su tilma al obispo. ¿Quién podría haber pintado en miniatura en los 7 a 8 mm. de espacio de los ojos de la imagen tantas personas que no pueden apreciarse a simple vista y que sólo pudieron descubrirse en el siglo XX? Además, están pintados con la correspondiente perspectiva en ambos ojos. El doctor Tönsmann ha descubierto lo siguiente: Un indio sentado con la cabeza ligeramente levantada y como mirando hacia arriba. Está sentado y su pierna izquierda aparece extendida sobre el piso. Se trata de una postura muy común entre las personas que no usaban sillas. Tiene sus manos en una actitud parecida a la de una persona que reza y, evidentemente, está casi desnudo. Las formidables ampliaciones de los ordenadores han permitido descubrir otros detalles muy interesantes. Por ejemplo: la sandalia o huarache en el pie izquierdo. Se observa la correa que lo sujetaba y cuyo ancho es de apenas unos 120 micrones. A pesar del pequeñísimo espacio que ocupa el indio sentado en la tilma, los detalles son de una precisión asombrosa. En la oreja derecha del indio se aprecia un aro o quizá una arrancada (arete) que le atraviesa el lóbulo. Su grosor es apenas 10 micrones en la tilma.

También aparece un hombre barbudo. Está en actitud contemplativa. Parece ensimismado por algo. El hecho de que esté agarrando o acariciando su barba con la mano derecha, corrobora esta teoría sobre una posible actitud de concentración y sumo interés. En su mano derecha, el dedo pulgar está escondido en el interior de la barba. Dice Tönsmann: Aparece el anciano (obispo) que fue uno de mis descubrimientos más interesantes. Pasé horas contemplando aquella nueva imagen tratando de recordar dónde había visto yo antes algo parecido. Hasta que un día recordé que se trataba un famoso cuadro de Miguel Cabrera, pintado en el siglo XVIII, y en el que se ve al primer obispo de la Nueva España fray Juan de Zumárraga, arrodillado y mirando la imagen que había aparecido en la tilma de Juan Diego. La cabeza del obispo era muy parecida a la que yo acababa de descubrir con las computadoras… El pelo guarda la clásica forma de la tonsura de algunas Órdenes religiosas. Los franciscanos, precisamente, lucían entonces ese cerquillo alrededor del cráneo. La nariz es recta y grande y sus arcos superciliares muy salientes. Está mirando hacia abajo y, sobre su mejilla, parece rodar una lágrima… Su barba, perfectamente cana, es espléndida. Indudablemente, se refiere a la cabeza del obispo Juan de Zumárraga. Tiene mucho parecido con el retrato que le hicieron en 1548, el año de su muerte, para el hospital del Amor de Dios, fundado por él. Este retrato se conserva en el Museo Nacional de historia del castillo de Chapultepec, en la ciudad de México. Este cuadro fue copiado después por Miguel Cabrera. Pero hay más personajes. Se ve un individuo con una especie de sombrero con aspecto de indio. Se trata de un hombre de edad madura. Tiene pómulos muy salientes y nariz aguileña, escasa barba y bigote, pegado a la cara. Ampliaciones del ordenador nos muestran un sombrero en forma de cucurucho de uso corriente entre los indios, según los entendidos en la materia. Pero lo que hace más interesante a esta figura es el ayate que, al parecer, lleva anudado al cuello. El brazo derecho del indio se encuentra extendido bajo dicha tilma como mostrándola en dirección al lugar donde se halla el anciano. Los labios del indio, aparecen entreabiertos. Uno termina por deducir que se trata de Juan Diego. También aparece una mujer negra, quizás el personaje más retirado. Está de frente y sus ojos llaman poderosamente la atención. Son muy intensos y expresivos. Tiene rasgos negroides, nariz achatada y la tez oscura y labios muy gruesos. Esto se ha comprobado, porque en el archivo general de las Indias de Sevilla se ha encontrado el testamento del obispo Zumárraga y en él se habla de María, una sirvienta o esclava negra a quien le da la libertad. También aparece el llamado traductor. Se encuentra inmediatamente a la izquierda de la cara del anciano y parece un hombre joven. Es muy notable la naturalidad de las expresiones de ambas caras. Históricamente, está comprobado que el padre Juan González fue su traductor.

Y sigue diciendo el doctor Tönsmann: En el ojo izquierdo y en pleno centro descubrí lo que podríamos llamar un grupo familiar indígena. Allí había una mujer muy joven, un hombre con un sombrero y unos niños que parecen controlados por la joven. Y, por último, otra pareja que contempla la escena. La presencia de un grupo familiar en ambos ojos de la Señora de Guadalupe es, desde mi punto de vista, la más importante de las imágenes. Como hemos visto, el conjunto corresponde a una escena diferente a la propia estampación, su ubicación precisamente en las pupilas de la Virgen, es decir, en la parte más importante de sus ojos y en la dirección en que debieron haber caído las flores que llevó Juan Diego al obispo, parece manifestar esa intención. El mensaje dirigido al mundo contemporáneo vendría a ser el anuncio de que María tiene a la familia en su mirada compasiva, en la niña de sus ojos. Una invitación a defenderla con todas las fuerzas. También se puede afirmar que en las córneas aparecen reflejadas personas de diferentes razas: blancos, indios y una mujer negra, cuyo significado podría ser la igualdad de todas las razas ante Dios28. Quizá el personaje más claro es la mujer indígena. Presenta unos rasgos muy finos y luce un tocado o sombrero rematado en su parte superior por un adorno circular. A su espalda aparece un bebé sostenido por el rebozo, tal y como aún acostumbran a llevar a sus hijos muchas indias. Evidentemente, es imposible explicar por medios naturales la presencia de estos minúsculos retratos; por lo que, aceptando como un hecho sobrenatural la estampación de la imagen de la Virgen de Guadalupe, me atrevo a sostener que en el momento en que Juan Diego fue recibido por Zumárraga, la Virgen María se encontraba presente, invisible para los que allí estaban, pero viendo toda la escena y, por tanto, teniendo reflejadas en sus ojos las imágenes de todos los asistentes, incluyendo al propio Juan Diego. Cuando se desplegó la tilma y cayeron las flores, la imagen de Nuestra Señora se grabó en ella tal como estaba en ese instante, es decir, llevando en sus ojos el reflejo de todo el grupo de personas que observaba ese histórico suceso.

De esta manera, la Virgen quiso dejarnos una fotografía celestial de su estampación milagrosa en el ayate de Juan Diego. Comportamiento coincidente con el que hubiéramos sugerido en nuestros días para aceptar el prodigio: presentar una fotografía del hecho, que es, en definitiva, lo que nos ha proporcionado29.




ix. MILAGROS DE LA VIRGEN.

Una de las cosas que más llama la atención de los expertos textiles es la milagrosa conservación del tejido de la túnica de Juan Diego en la que se imprimió la imagen de la Virgen. Normalmente se desmorona en 20 años y, sin embargo, hasta ahora desde el año 1531, sigue sin desgarrarse ni descomponerse, habiendo estado durante 116 años sin protección de cristales y expuesta al humo de miles de velas, tocada por manos de miles de indios y sobre una pared húmeda. Además, como ya dijimos anteriormente, tiene una cualidad maravillosa e inexplicable: es refractaria al polvo y a la humedad. En el tejido ni siquiera aparecen insectos que puedan destruirlo y nunca ha creado hongos. Además, durante tantos años, millones de objetos han tocado la imagen sin destruirla. El pintor Miguel Cabrera, mexicano es considerado el más renombrado pintor de su tiempo en el Nuevo Mundo. En sus investigaciones sobre la imagen de la Virgen de Guadalupe, hizo que le acompañaran siete pintores y escribió en 1756 un libro titulado: Maravilla americana y conjunto de raras maravillas observadas con la dirección de las reglas del arte de la pintura en la prodigiosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México. En él dice: La larga duración de más de doscientos veinte años que ya tiene la admirable pintura de Nuestra Señora de Guadalupe y las condiciones climáticas adversas a esa duración en esta región de México en la que está asentado el templo, donde la Virgen María es venerada por el Nuevo Mundo, me da ocasión para reflexionar. Los valles que rodeaban al gran lago de otro tiempo, son ricos en sal, el aire es húmedo y está lleno de partículas de sal que junto al clima indulgente logran que hasta los edificios se derrumben y hacen que hasta el hierro se desintegre y desaparezca por el óxido. Lo cierto es que estas condiciones climáticas no le han mostrado ojeriza a la tela y no han dejado que se destruya. La tela de fibras de agave, tejidas a mano, sobre la que se pintó a la Reina de los ángeles, consta de dos trozos iguales. Fueron cosidos con un hilo de algodón muy delgado, que no puede resistir ningún tipo de tensión violenta. Sin embargo, este hilo delgado ha resistido por doscientos años a todas las fuerzas naturales; sobre todo, al peso y a la tensión de los dos trozos de tela que son esencialmente más pesados y más fuertes que el débil hilo de algodón. Pero no sólo el clima había dado quehacer a la tela de la imagen, también un número incontable de objetos de devoción, que a lo largo de los siglos en una procesión sin fin se aplicaban a la tela para poder llevarse a casa como reliquias que habían tocado a la Virgen. En el año 1753, yo mismo fui testigo de cómo se abrió la vitrina y no sólo incontables rosarios y otros objetos religiosos de adorno se ponían en contacto con la tela, sino también, de acuerdo a mi opinión, más de quinientas imágenes.

Pero, sobre todo, hay que tener en cuenta que las fibras de la tilma son el material menos apto que pudiera escoger un mortal para hacer en él una imagen excelsa y acabada… Es un arte de pintar que hasta ahora nunca se ha dado; está como hecho por un pincel tomado del cielo, como si la pintura conjuntara en sí con la mayor perfección, no sólo todo lo bueno de la pintura, sino también las cuatro técnicas de arte pictórico: una al óleo, otra en témpera, la tercera con acuarela y la cuarta con témpera elaborada. A lo que parece, en el retrato de la Virgen de Guadalupe, la cabeza y las manos están pintadas al óleo; la parte inferior del vestido y el ángel con las nubes que la rodean están pintadas en témpera, mientras que el manto está ejecutado con acuarela. Pero el campo en el que caen los rayos da la impresión de ser témpera elaborada. Estas técnicas pictóricas son tan diferentes que cada una requiere un fondeo diferente. Pero ya dije que el fondeo está ausente en cada una de las cuatro técnicas30. En 1785, el doctor Ignacio Bartolache y Díaz de Posada mandó fabricar tres tilmas para comprobar si podían resistir el tiempo al igual que la tilma de Juan Diego. Una la hizo con fibra de maguey y las otras dos restantes con icztl o palma silvestre. Contrató a cinco pintores, los mejores del momento de México, y les pidió que hiciesen copias en los ayates elegidos. El trabajo de copiar la imagen fue encomendado a Andrés López, que contó con la vigilancia y auxilio del resto de los pintores. Según Bartolache, salió bellísima. La segunda copia fue hecha por Rafael Gutiérrez, también sobre un ayate sin aparejo.

La primera copia fue regalada a las religiosas de la Enseñanza y se ha perdido. La segunda fue colocada el 12 de diciembre de 1789 en la capilla de la iglesia de El Pocito, en la falda del cerro del Tepeyac, y fue defendida con cristales. Años más tarde, el 8 de junio de 1796, fue necesario retirarla del altar y arrinconarla en la sacristía, donde fue examinada por Francisco Sedano que vio que estaba completamente descolorida, descubriéndose los hilos del lienzo y reventándose algunos de éstos. En tal estado, se colocó la imagen en la Tercera Orden del Carmen, en donde se acabó de desmerecer y desapareció31. En 1785 uno de los plateros que limpiaba y pulía el marco de oro de la Guadalupana, derramó por descuido o accidente sobre la tilma de Juan Diego, aguafuerte suficiente para destruir el lienzo por donde chorreó el líquido corrosivo. Este accidente se procuró ocultar con mucho esmero para que no llegara a oídos del entonces abad de la basílica Don José Colorado, cuyo genio intrépido lo hubiera movido a dar un severo castigo al autor. Uno de los testigos del hecho afirmó: Por mí mismo he observado en las ocasiones que me he acercado a la santa imagen, estando abierta su vidriera, que el lugar por donde pasó el aguafuerte dejó una señal algo opaca, pero que el lienzo quedó sin lesión alguna. Algo que se puede observar hasta el presente. Supe también que el platero a quien sucedió esta desgracia se demudó tanto que creyeron le costara una grave enfermedad…, pues todos saben que el aguafuerte es tan activa que destruye hasta el hierro solamente con su inmediato contacto32.

El periodista J.J. Benítez, en su libro El misterio de la Virgen de Guadalupe, afirma: Según los especialistas a quienes consulté sobre la caída de de este ácido tan violento sobre fibras vegetales de maguey, tenía que haber provocado cuando menos, una considerable destrucción de las capas superficiales del tejido. Pero nada de esto sucedió. Aparecieron, eso sí, y aún se distinguen sobre la tilma, unas manchas de color amarillento que inexplicablemente para los expertos están desapareciendo con el tiempo33. En 1921, un obrero de nombre Luciano Pérez colocó una ofrenda formada por un ramo de flores en el altar mayor de la basílica de Guadalupe ante la imagen venerada. Luciano salió tranquilamente y, a los pocos minutos, estalló la bomba de dinamita que se encontraba oculta en las flores. Con la explosión, se demolieron las gradas del mármol del altar mayor, los candeleros, todos los floreros, los vidrios de la mayor parte de las casas cercanas a la basílica, un Cristo de latón que se dobló y que todavía se conserva. Pero no se quebró ni el cristal de la imagen. El atentado fue a las 10:30 de la mañana del día 14 de noviembre de 1921. En 1936, el doctor Richard Khun, premio Nóbel de química de 1938, pudo estudiar dos fibras del manto de la Virgen; una de color rojo y otra de color amarillo. El resultado fue que en ellas no existían colorantes vegetales ni animales ni minerales. Como si dijera, que esos colorantes de la parte original de la imagen eran de tipo sobrenatural. En 1991, el oftalmólogo doctor Escalante, al hacer un video para una productora de televisión y estudiando directamente los ojos de la imagen de la Virgen de Guadalupe, distinguió algo tan fino como la red venosa normal de todo ojo, que estaba en forma microscópica en los parpados y en la córnea de la imagen. Es como si esos ojos de María nos dijeran que están vivos para mirarnos a todos con amor y cuidarnos como una madre. Por todo ello, los doctores mexicanos Ernesto Sodi Pallares y Roberto Palacios Bermúdez, después de estudiar la imagen concluyeron:

1. Científicamente no se puede explicar la conservación del ayate de Juan Diego en donde está la imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe.

2. Científicamente no se puede esclarecer por qué no se han saltado ni decolorado los colores del ayate guadalupano.

3. Científicamente no se puede entender por qué no se destruyó el ayate hecho con fibras de maguey popotule, cuando le cayó el ácido nítrico y se efectuó la reacción xantoproteica.

4. Científicamente es incomprensible por qué el ayate no sufrió daño alguno en el atentado dinamitero del 14 de noviembre de 1921.

5. Científicamente no se explica por qué no se encuentran colorantes vegetales, minerales o animales en las fibras del ayate.

6. Científicamente no se ha podido explicar por qué el ayate de Juan Diego rechaza a los insectos y al polvo suspendido en el aire34.




x. MÁS MARAVILLAS DE MARÍA.

Una de las cosas más sorprendentes de la imagen de María es que, aunque está colocada sobre una placa metálica cuya temperatura oscila alrededor de los quince grados, la tilma de la imagen mantiene constantemente una temperatura de treinta y seis y medio a treinta y siete grados, que es la temperatura normal del cuerpo humano. Así lo afirmó, por experiencia, Margarita Zubiria de Martínez Parente, miembro del centro de estudios guadalupanos. Parece que María quisiera decirnos que está viva, escuchando las plegarias de sus hijos. Algunos afirman que la pintura original de la imagen no está pegada a la tela sino a unas tres décimas de milímetro sobre la tela, pudiendo pasar un rayo laser entre la tela y la pintura de la imagen original. Algunos comentaristas hablan de que un ginecólogo, al colocar el estetoscopio en el vientre de la Virgen oyó latidos rítmicos, unos 115 a 120 por minuto, que vienen a ser los latidos del niño Jesús, pues María está embarazada. Sería muy interesante confirmar plenamente estos datos. El 24 de abril de 2007, al día siguiente de la decisión del Consejo Municipal de México de legalizar el aborto hasta la 12 semana de gestación, se celebraba una misa en la basílica guadalupana por los niños abortados no nacidos. Los presentes observaron una luz brillante, que emanaba del vientre de María, constituyendo un halo con forma de embrión. El ingeniero Luis Girault, que estudió las fotos sacadas, confirmó la autenticidad de los negativos y que no había habido alteraciones. Descubrió que el halo luminoso en forma de embrión no procedía de ningún reflejo de luces de la basílica o de otras fuentes, sino que procedía del interior del vientre de María. Evidentemente, las autoridades eclesiásticas no han confirmado este fenómeno ni aclarado su procedencia. También sería muy importante aumentar miles de veces los ojos de la Virgen para encontrar en ella nuevos detalles o nuevas personas que estaban presentes en el momento del milagro. Al aumentar los ojos de María 2.500 veces y después aumentar mil veces más los ojos del obispo, aparece el indio Juan Diego mostrándole la tilma milagrosa. Esto mismo se podría hacer con los ojos de los demás presentes a ver qué se puede descubrir. Lo cierto es que esto es una maravilla sobrenatural, pues ningún pintor podría ni siquiera hoy día, pintar personas en un cuarto de millonésima de milímetro. Y con toda seguridad hay muchas más cosas científicamente inexplicables que se irán descubriendo en la medida en que se estudie más profundamente esta imagen maravillosa que parece viva.

En el Nican Motecpana, escrito por Fernando Alva Ixtlixochitl, se dice literalmente: Cuando por vez primera vez la llevaron (a la Virgen) al Tepeyac (26 de diciembre de 1531) luego que se concluyó su templo, aconteció el primero de todos los milagros que ha hecho. Hubo entonces una gran procesión en que la llevaron absolutamente todos los eclesiásticos que había y varios españoles en cuyo poder estaba la ciudad, así como también todos los señores y nobles mexicanos y demás gente de todas partes. Se dispuso y adornó todo muy bien en la calzada que sale de México hasta llegar al Tepeyac, donde se erigió el templo de la Señora del cielo. Fueron todos con grandísimo regocijo. La calzada rebosaba de gente y por la laguna de ambos lados, que todavía era muy honda, iban no pocos naturales en canoas, algunos haciendo escaramuzas. Uno de los flecheros ataviados a la usanza chichimeca, estiró un poco su arco y, sin advertirlo, se disparó de repente la flecha e hirió a uno de los que andaban escaramuzando, al que le traspasó el pescuezo y allí cayó. Viéndole ya muerto, lo llevaron y tendieron delante de la siempre Virgen Nuestra Reina, a quien invocaron los deudos para que fuera servida de resucitarle.

Luego que le sacaron la flecha, no solamente le resucitó sino que también sanó del flechazo: no más le quedaron las señales de donde entró y salió la flecha. Entonces, se levantó y la Señora del cielo le hizo caminar, infundiéndole alegría. Toda la gente se admiró mucho y alabó a la inmaculada Señora del cielo Santa María de Guadalupe, que ya iba cumpliendo la palabra que dio a Juan Diego de socorrer siempre y defender a estos naturales y a los que la invoquen. Según se dice, este pobre indio se quedó entonces en la bendita casa de la santa Señora del cielo y se daba a barrer el templo, su patio y su entrada35.

Este episodio fue plasmado en un cuadro en 1653. En él, entre varios personajes, se representa a Juan Diego, de frente, y a Juan Bernardino, su tío, de perfil. También están el obispo Zumárraga, Ramírez de Fuenleal y Hernán Cortés y sigue diciendo Fernando Alva en el Nican Motecpana: En el año 1544, hubo pestilencia y se despobló mucho la gran ciudad. Diariamente sin género de duda pasaban de cien las personas que eran enterradas. Así que, viendo los reverendos frailes de nuestro señor san Francisco que no se aplacaba…, proveyeron se hiciera una procesión y que fueran todos al Tepeyac. Los reverendos padres congregaron a muchísimos niños, mujeres y hombres, los que se fueron disciplinando durante la procesión que salió del templo de Tlatelolco y por todo el camino fueron invocando a Nuestro Señor para que se doliera de su pueblo y que cesara su enojo y que se apiadara por amor de su preciosa Madre Nuestra purísima Reina, santa María de Guadalupe de Tepeyac. Así llegaron al templo, donde los religiosos hicieron muchas oraciones. Y quiso Dios por quien se vive que por intercesión y ruegos de su piadosa y bienaventurada Madre, luego se fue aplacando la enfermedad. Al otro día ya no se sepultó mucha gente, quizás dos o tres personas hasta que cesó la epidemia… Estando ya en su santa casa la purísima y celestial Señora de Guadalupe son incontables los milagros que ha hecho para beneficiar a los naturales y, en suma, a todas las gentes que la han invocado y seguido36. Un milagro ocurrido en 1755 por intercesión de la Virgen de Guadalupe fue investigado por el famoso doctor Carmona y Valle (por tres veces presidente de la Academia nacional de medicina de México). A la muerte de la religiosa que recibió el milagro, se hizo una investigación por mandato del obispo con la participación de 15 testigos y cuatro médicos, que habían conocido el caso, y todos atestiguaron que había sido un milagro. El doctor Carmona, que investigó el caso, dijo que se había tratado de una peritonitis causada por una úlcera, pero el hecho de que se curó instantáneamente era inexplicable desde el punto de visto médico. Las actas especificaban que la religiosa, estando en agonía, pidió una imagen de la Virgen de Guadalupe y la apretó contra su pecho. En ese momento, cesó el dolor y pidió de comer. Su médico y otros facultativos reportaron que estaba curada definitivamente y vivió otros 17 años más. Dichas actas se encuentran en el Museo del convento de santa Mónica en Puebla.




xi. REFLEXIONES.

La imagen actual de la Virgen de Guadalupe, tal como se conserva en la basílica de México, es una obra conjunta de Dios y del hombre. Hay una imagen original creada milagrosamente por Dios en el momento en que Juan Diego presentaba las rosas al obispo. Esta imagen original es maravillosa por su brillo, luminosidad y por la incorruptibilidad del tejido. Sobre esta imagen original se han realizado algunos retoques en diferentes épocas, que han realzado la belleza de la imagen y han hecho una obra maestra divino-humana. Podríamos decir que es algo así como lo que ocurre en la Palabra de Dios. Dios es el autor principal, el que inspira las ideas, pero cada autor sagrado las escribe de acuerdo a su personalidad y estilo. Por otra parte, muchos de los libros de la Biblia no son obra de un solo autor humano, sino que han intervenido varios. Por ejemplo, en el Pentateuco se suelen distinguir cuatro fuentes distintas: yahvista, elohista, deuteronomista y sacerdotal. En el libro de Isaías se habla de hasta tres autores diferentes. Y así en otros. Pues bien, esto mismo podemos decir de esta maravillosa imagen guadalupana. Dios es el autor principal, el que marca las líneas maestras milagrosamente, pero permite que el hombre pueda colaborar. Y no sólo uno, sino varios.

Lo importante es que podamos decir con fe: Aquí está la mano de Dios. Dios ha hecho un milagro patente a nuestros ojos, dejándonos el retrato mismo de María para que nadie se atreva a decir que las imágenes son cosas del diablo y para que mirándola a los ojos, que parecen vivos, podamos decidirnos a amarla cada día más y a hacerla feliz, amando cada día más a su Hijo Jesucristo. Recordemos que en los mensajes de las apariciones a Juan Diego le dice claramente que Ella es la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios. Un mensaje claro para aquellos que no la consideran Virgen y que temen decirle Madre de Dios, como si fuera una herejía. Por otra parte, ella misma se presenta como una madre para todos. Y le dice a Juan Diego y a cada uno de nosotros: Deseo que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, a ti y a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oiré sus lamentos y remediaré todas sus miserias, penas y dolores, porque yo soy vuestra piadosa Madre… Hijo mío, el más pequeño, no es nada lo que te asusta y te aflige. No se turbe tu corazón y no temas esta enfermedad ni otra alguna enfermedad o angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más necesitas? El color del manto en la imagen original es azul turquesa, un color exclusivo de los emperadores aztecas, porque ella es la emperatriz del cielo y de la tierra. Aste Tönsmann dice que el hecho de que en las pupilas de los ojos de la Virgen haya un grupo familiar tiene un significado especial para nuestros tiempos en los que la familia está tan dividida con tantos divorcios y adulterios. Y, sobre todo, cuando la vida está tan menospreciada por tantos millones de abortos. Ella es la madre de todos los hombres, y en sus ojos aparecen personas de distintas razas, pues todos son hijos de la misma Virgen María. Ella es la madre de la vida y vino a defenderla. Cuenta Motolinía, Fray Toribio de Benavente, sacerdote franciscano en su Historia de los indios de la Nueva España (cap. IX) que Andrés de Tapia y Gonzalo de Umbría contaron 136.000 calaveras humanas en el templo de teocali, sacrificadas al sanguinario dios Huitzilopoztli, el dios serpiente, que era personificación del demonio. El historiador jesuita padre Mariano Cuevas en su Historia de la Iglesia en México (tomo 1, cap. III) dice que pasarían de 100.000 los seres humanos que cada año se sacrificaban al dios serpiente. El ídolo Huitzilopoztli fue hecho pedazos por Hernán Cortés personalmente con una barra de hierro en presencia de Moctezuma, según cuenta Andrés de Tapia, cronista de la conquista y testigo presencial. Incluso, en las guerras muchas veces los indios se comían a los vencidos. Por eso, María viene a defender la vida en todas sus etapas, porque es la madre de la vida. Y ella se aparece en el lugar donde existía un templo a la diosa Tonantzin para dar amor donde había temor y dar vida donde había muerte.

A todos aquellos que no creen en el amor de la Virgen María ni la invocan como Madre, porque no son católicos; a quienes no creen en sus apariciones del Tepeyac ni en la existencia o santidad de Juan Diego, podemos decirles: María es tu madre y quiere también cobijarte bajo su manto y ayudarte en todas tus necesidades y llevarte a amar a su Hijo Jesús. María no es un ídolo ni una diosa. María es tu madre y Jesús nos la entregó como tal en el Evangelio, al decir a san Juan y cada uno: Ahí tienes a tu madre (Jn 19, 27). Y Jesús se goza y se alegra de hacer milagros y repartir bendiciones por medio de María.




xii. NICAN MOPOHUA.

Es el famoso escrito del indígena Antonio Valeriano, que fue el colaborador más importante de fray Bernardino de Sahagún y el más brillante alumno del colegio de Santa Cruz de Tlatelolco en el que fue profesor y rector. Al casarse con la princesa Isabel Huanitzin, entró a ser parte de la aristocracia india. Algunos dicen que era sobrino de uno de los últimos emperadores aztecas, Moctezuma II. Siendo señor de Atzcapotzalco, dio asilo a su sobrino político Francisco Verdugo, antecesor de Fernando de Alva Ixtlilxochitl, por quien llegó este documento del Nican Mopohua al padre Sigüenza y Gongóra, que es quien lo transmite. Valeriano fue un gran latinista y llegó a ser gobernador de México durante 40 años, teniendo otras responsabilidades políticas. Fue un hombre muy importante en su tiempo. El año 1531, en tiempo de las apariciones, Valeriano tenía 11 años y casi con toda seguridad conoció a Juan Diego y escuchó personalmente de sus labios la relación de las apariciones. El manuscrito original del Nican Mopohua, escrito por él, lo conservaba Don Fernando de Alva Ixtlilxochitl en su biblioteca. Estaba escrito en náhuatl con caracteres latinos, en papel mexicano, es decir, en amate, hecho de fibra de maguey machacada, el mismo material usado en otros muchos códices. Ignoramos por qué no lo escribió en papel europeo. Don Fernando le entregó al padre Sigüenza y Gongóra el original al que le añadió algunas páginas y el opúsculo titulado Nican Motecpana, en el que refiere los primeros milagros de la Virgen. El padre Sigüenza asegura que el original del Nican Mopohua fue escrito por Valeriano y que, efectivamente, las adiciones son de Fernando Alva. El original se deterioró pronto y hablan de él como de un papel roto y viejo que no se sabe dónde está. El original se copió varias veces. En 1649, Luis Lasso de la Vega, capellán de la iglesia de Guadalupe del Tepeyac, publicó en náhuatl el Nican Mopohua, siendo copia del original, escrito por Valeriano entre el año 1543 y 1550. La copia más antigua que se conoce del Nican Mopohua está en la Public Library de Nueva York, en el departamento de libros y manuscritos.

Veamos, ahora el contenido del texto del Nican Mopohua, traducido por Primo Feliciano Velásquez. << En orden y concierto se refiere aquí de qué maravillosa manera apareció poco ha la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, Nuestra Reina, en el Tepeyac, que se nombra Guadalupe.




xiii. PRIMERA APARICIÓN.

Diez años después de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz entre los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego según se dice, natural de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales aún todo pertenecía a Tlatilolco. Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados. Al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyác amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: Parecía canto de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitoso, sobrepujaba al del coyoltototl y del tzinizxan y de otros pájaros lindos que cantan. Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: “¿Por ventura soy digno de lo que oigo?, ¿quizás sueño? ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores?, ¿acaso ya en el cielo?”. Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto celestial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: Juanito, Juan Dieguito. Luego se atrevió a ir adonde lo llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy contento, fue subiendo al cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara. Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que posaba su planta flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris. Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro. Se inclinó delante de ella y oyó su palabra muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima mucho. Ella le dijo: Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas? El respondió: Señora y niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor.

Ella luego le habló, le descubrió su santa voluntad y le dijo: Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa Madre; oiré allí sus lamentos, y remediaré todas sus miserias, penas y dolores. Y para realizar lo que mí clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo. Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo. Luego bajó, para ir a hacer su mandado; y salió a la calzada que viene en línea recta a México. Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo, que era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado el señor obispo que entrara. Luego que entró, se inclinó y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora del cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito; y le respondió: Otra vez vendrás, hijo mío, y te oiré más despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido. El salió y se vino triste; porque de ninguna manera se realizó su mensaje.




xiv. SEGUNDA APARICIÓN.

En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde la vio la vez primera. Al verla, se postró delante de ella y le dijo: Señora, la más pequeña de mis hijas. Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado; aunque con dificultad entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no lo tuvo por cierto, me dijo: “Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido”. Comprendí perfectamente en la manera como me respondió, que piensa que es quizás invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado, le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y tú, niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía. Le respondió la Santísima Virgen: Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía. Respondió Juan Diego: Señora y niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído, quizás no me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo que responda el prelado. Ya de ti me despido, hija mía la más pequeña, mi niña y Señora. Descansa entre tanto. Luego se fue él a descansar a su casa. Al día siguiente, domingo, muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse de las cosas divinas y estar presente para ver enseguida al prelado. Casi a las diez, se presentó después de que oyó misa y se dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería. El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen, Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era muy necesaria alguna señal; para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del cielo. Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo: Señor, mira cuál ha de ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del cielo que me envía acá. Viendo el obispo que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le despidió. Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo.

Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente Tepeyácac, lo perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna le vieron. Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo. Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que no le creyera, le dijeron que no más le engañaba; que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo qué decía y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.





xvi. CUARTA APARICIÓN.

Pensó que por donde dio vuelta, no podía verle la que está mirando bien a todas partes. La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: ¿Qué hay, hijo mío el más pequeño?, ¿a dónde vas? ¿Se apenó él un poco o tuvo vergüenza, o se asustó? Juan Diego se inclinó delante de ella; y la saludó, diciendo: Niña mía, la más pequeña de mis hijas. Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido?, ¿estás bien de salud, Señora y niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos, venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte. Pero si voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y niña mía, perdóname; tenme por ahora paciencia; no te engaño, hija mía la más pequeña; mañana vendré a toda prisa. Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen: Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad o angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro de que ya sanó. (Y entonces sanó su tío según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del cielo, se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes le despachara a ver al señor obispo, a llevarle alguna señal y prueba; a fin de que le creyera. La Señora del cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía. Le dijo: Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me viste y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia. Al punto subió Juan Diego al cerrillo y cuando llegó a la cumbre se asombró mucho de que hubieran brotado tantas variadas, exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo; estaban muy fragantes y llenas del rocío de la noche, que semejaban perlas preciosas. Luego empezó a cortarlas; las juntó todas y las echó en su regazo. Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del cielo las diferentes rosas que fue a cortar; la que, así como las vio, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole: Hijo mío, el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo: dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste; para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido.

Después que la Señora del cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que viene derecho a México: ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y gozándose en la fragancia de las variadas hermosas flores. Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado. Les rogó le dijeran que deseaba verle, pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que sólo los molestaba, porque les era importuno; y, además, ya les habían informado sus compañeros, que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento. Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que portaba en su regazo, se acercaron a él para ver lo que traía y satisfacerse. Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que traía y que por eso le habían de molestar, empujar o aporrear, descubrió un poco; que eran flores, y al ver que todas eran diferentes rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas. Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte, las tres veces que se atrevieron a tomarlas; no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta. Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indiecito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que por eso aguardaba, queriendo verle. Cayó, al oírlo el señor obispo, en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indiecito. En seguida mandó que entrara a verle. Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado, y también su mensaje. Dijo: Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió: me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla. Después que fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar en que se den las flores, porque sólo hay riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé; cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo miré que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de Castilla, brillantes de rocío que luego fui a cortar.

Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje: Hélas aquí: recíbelas. Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyac, que se nombra Guadalupe. Luego que la vio el señor obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron; se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el corazón y el pensamiento. El señor obispo, con lágrimas de tristeza oró y pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y su mandato. Cuando se puso en pie, desató del cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la Señora del cielo. Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más permaneció Juan Diego en la casa del obispo que aún le detuvo. Al día siguiente, le dijo: Vete a mostrar dónde es voluntad de la Señora del Cielo que le erija su templo. Inmediatamente, se convidó a todos para hacerlo. No bien Juan Diego señaló dónde había mandado la Señora del cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse. Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino, el cual estaba muy grave, cuando le dejó y vino a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le dijo la Señora del cielo que ya había sanado. Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar, vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía. Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino, a quien preguntó le causa de que así lo hiciera y que le honraran mucho. Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyac la Señora del cielo; la que, diciéndole que no se afligiera, que ya su tío estaba bueno, con que mucho se consoló, le despachó a México, a ver al señor obispo para que le edificara una casa en el Tepeyac. Manifestó su tío ser cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su sobrino; sabiendo por ella que le había enviado a México a ver al obispo. También entonces le dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había sanado; y que bien la nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y atestiguara delante de él. A entrambos, a él y a su sobrino, los hospedó el obispo en su casa algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina en el Tepeyac, donde la vio Juan Diego. El señor obispo trasladó a la iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del cielo, la sacó del oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su bendita imagen. La ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen, y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.



 

xvii. ORACIÓN.

Madre Santísima, Madre de América, en esta hora de la nueva evangelización, ruega por nosotros al Redentor del mundo para que nos rescate del pecado y de todo aquello que nos hace esclavos, que nos una con el vínculo de la fidelidad a la Iglesia y a los pastores que la guían. Muestra a los pobres tu amor de madre. Da coraje a nuestros esfuerzos para construir el continente de la esperanza y de la solidaridad en la verdad, en la justicia y en el amor. Te agradecemos profundamente el don de la fe. Y contigo glorificamos al Padre de las misericordias por tu Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo. Amén.





xviii. CONCLUSIÓN.

Después de haber visto las grandes maravillas que Dios ha realizado en la imagen de la Virgen de Guadalupe de México, podemos decir sin lugar a dudas que la imagen original es en sí misma no sólo un retrato de María, sino también un milagro permanente de Dios. La ciencia, a través de muchos científicos, oftalmólogos, expertos en computación o en otras ramas del saber, nos habla de la maravilla de sus ojos y de la luminosidad y brillantez de la imagen original que parece haber sido pintada hace una semana. Pero no ha sido pintada, sus pigmentos no pertenecen al reino mineral, vegetal o animal. La incorruptibilidad del tejido que rechaza el polvo, los hongos, insectos…, y su duración milagrosa durante tantos siglos es algo que nadie puede negar y que por sí mismo ya indica un auténtico milagro. En esta gran obra maestra se ha conjugado la parte humana, con sus añadiduras, y la parte divina, impresa milagrosamente en el momento en que Juan Diego presenta las rosas al obispo. Por ello, podemos concluir, diciendo con los investigadores Smith y Callahan que la imagen original es un verdadero milagro y que fue creada directamente por Dios. En esta imagen milagrosa, la ciencia confirma nuestra fe. Y nosotros nos sentimos orgullosos de ser hijos de María y de amarla con todo nuestro corazón. Que Dios te bendiga.


xix. NOTAS.


[1 Reza Heredia Alejandro, La guadalupana ¿fantasía o realidad?, Ed. Buena Prensa, México, 2006, p. 223.].

[2 Testimonio de Gabriel Xuárez en Informaciones Jurídicas de 1666, que se encuentran en el archivo de la basílica de Guadalupe, folio 20.].

[3 Ibidem.].

[4 Pueden verse las fotos de las ruinas y la placa en el libro de Víctor Campa, La literatura náhuatl guadalupana, Durango, 2007, pp. 79-86.].

[5 Publicado en Temas guadalupanos y anales indígenas, artículo de la revista Abside IX (1945), pp. 36-64.].

[6 Reza Heredia Alejandro, o.c., p. 194.].

[7 José Ignacio Rubio, El virreinato, Ed. UNAM, Instituto de investigaciones históricas de México, 1983, reimpresión de 1992, tomo 1, p. 124.].

8 Este documento fue encontrado por Rodríguez Castellanos, quien lo publicó en la revista Restauración social, que publicaba en Guadalajara el señor Manuel Caribi en noviembre de 1912.

9 Cartas de fray Diego de Santa María a su majestad, Documentos guadalupanos, Ed. FCE, 1993, p. 230.

10 Reza Heredia Alejandro, o.c., p. 213.

11 Publicado por el boletín del Archivo general del Nación, tomos XIV, 2, México 1943; Philips, a su regreso a Inglaterra, aportó estos datos en 1582 y aparecieron en una crónica impresa por primera vez en 1600 por Richard Hakluyt.

12 Véase el libro Juan Diego, el águila que habla, del cardenal Norberto Rivera, México, Plaza y Janes, 2002, p. 34.

13 Fernando de Alva Ixtlixochitl, Nican Motecpana, Obras históricas, UNAM, Instituto de investigaciones históricas, México, 1975.

14 Testimonio de Martín de san Luis en Informaciones jurídicas de 1666, folio 46r-46v.

15 En esto concuerdan los otros testigos como Gabriel Xuárez, Andrés Juan, Juana de la Concepción, Pablo Xuárez, Martín de san Luis, Juan Xuárez, Catalina Mónica. Véase Informaciones jurídicas de 1666 y el beato Juan Diego, Ed. Hijas de María Inmaculada de Guadalupe, México, 1991, p. 105.

16 Puede leerse la carta pastoral sobre Juan Diego del cardenal arzobispo de México Norberto Rivera, del 26 de febrero del 2002.

17 Juan Pablo II, AAS, LXXXII (1990), pp. 853-855.

18 Serna Callahan Philip, The tilma under infrared radiation, Ed. CARA, Washington, 1981, p.17.

19 Ib. pp. 18-19.

20 Jody Brant Smith, The image of Guadalupe, Mith or miracle, Doubleday Company, New York, 1983, p. 101.

21 Ib. p. 105.

22 Citado por Benítez J.J., El misterio de la Virgen de Guadalupe, Ed. Planeta, Barcelona, 2007, p. 128.

23 Serna Callahan Philip, The tilma under infrared radiation, o.c., p. 19.

24 Benitez J.J., o.c., p. 219.

25 Benítez J.J., o.c., pp. 208-210.

26 Salinas Carlos, Descubrimiento de un busto humano en los ojos de la Virgen de Guadalupe, Ed. Tradición, México, 1999, p.

27. 27 Ib. p. 31.

28 Tönsmann José Aste, El secreto de sus ojos, Ed. tercer milenio, Lima, 1998, p. 121.

29 Ib. p. 110.

30 Badde Paul, La morenita, Ed. Buena prensa, México, 2006, pp. 114-117.

31 Benítez J.J. o.c., pp. 58-59.

32 Testimonio de Manuel Ignacio de Andrade, en Instrumento jurídico sobre el aguafuerte que se derramó casualmente hace muchos años sobre el sagrado lienzo de la portentosa imagen de N. Sra. de Guadalupe de México, 1820 AHBG, caja 3, 54 ff. 19v-20v.

33 Benítez J.J., o.c., pp. 60-62.

34 Salinas Carlos, o.c., pp. 82-84.

35 Campa Mendoza Víctor, La literatura náhuatl guadalupana, o.c., p. 143.

36 Ib. pp. 143.163.

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xx. BIBLIOGRAFÍA.

Badde Paul, La morenita, Ed. Buena Prensa, México, 2006. Benítez J.J., El misterio de la Virgen de Guadalupe, Ed. Planeta, Barcelona, 2007. Campa Mendoza, La literatura náhuatl guadalupana en Nican Mopohua, Ed. Instituto tecnológico de Durango, Durango, 2007. Escalada Xavier, Juan Diego, escalerilla de tablas, Enciclopedia guadalupana, México, 2002. Estrada de Torres Cristina, México, ayate de la Virgen de Guadalupe, Ed. Buena prensa, México, 2004. Fernando Lugo Serrano, Guadalupe y Juan Diego, Guadalajara, 2002. Francisco de Florencia, Estrella del norte de México, Ed. Antonio Velásquez, Barcelona, 1741. Jody Brant Smith, The image of Guadalupe, myth or miracle, Doubleday Company, New York, 1983. Philip Callahan y Jody Brant Smith, The Virgin of Guadalupe, an infrared study, Ed. CARA, Washington, 1981. Primo Feliciano Velásquez y Clodomiro Siller, Historia de las apariciones de Santa María de Guadalupe, México, 1981. Reza Heredia Alejandro, La guadalupana, ¿fantasía o realidad?, Ed. Buena Prensa, México, 2006. Rivera Carrera Norberto, Juan Diego, el águila que habla, Ed. Plaza Janes, México, 2002. Roberto Robles Nieto, Juan Diego, Ed. Católicos de Guadalajara, 2002. Romero Salinas Joel, La Virgen de Guadalupe, ¿legado divino o pintura humana?, Ed. San Pablo, México, 2005. Salinas Carlos, Descubrimiento de un busto humano en los ojos de la Virgen de Guadalupe, Ed. Tradición, México, 1989. Serna Callahan Philip; The tilma under infrared radiation, Ed. CARA, Washington, 1981. Tönsmann José Aste, El secreto de sus ojos, Ed. Tercer milenio, Lima, 1998. Valeriano Antonio, Nican Mopohua, Ed. Salesiana, Lima. Varios, El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, Ed. Porrúa, México, 1999.