viernes, 3 de junio de 2011

LA CIVILIZACIÓN CRISTIANA Y LA CRISTIANDAD



La Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, salvó de la invasión de los bárbaros los valores de la cultura y civilización greco-romana. Y bajo su dirección, influencia e inspiración, nació la civilización cristiana, la más brillante que ha existido, no sólo por ser la que mejor ha logrado el justo equilibrio entre el progreso moral  y el intelectual y material de las sociedades, sino, sobre todo porque es la única que ayuda al hombre a alcanzar sus fines temporales sin menoscabo de su fin eterno.


La expresión «Cristiandad « tiene su historia. El término apareció por primera vez en el sentido que hoy le damos hacia fines del siglo IX, cuando el Papa Juan VIII, ante peligros cada vez más graves y acuciantes, apeló a la conciencia comunitaria que debía caracterizar a los cristianos. Hasta entonces la palabra sólo había sido empleada como sinónimo de «doctrina cristiana» o aplicada al hecho de ser cristiano, pero al superponerle aquel Papa el sentido de comunidad temporal, proyectó la palabra hacia un significado que sería glorioso.
A partir del siglo IX fue que la palabra se pudo integrar el vocabulario corriente. Desde entonces se habló de La Cristiandad, de los peligros que se cernían sobre ella y de las empresas que alentaba. Ulteriormente, los Papas que se sucedieron en la sede de Pedro, al utilizar dicho vocablo lo enriquecieron con nuevos matices. Gregorio VII introdujo la idea de que la Cristiandad decía relación a determinado territorio en que vivían los cristianos, de modo que había Cristiandad allí donde se reconocía públicamente el Evangelio. Urbano II, al convocar la Cruzada, entendió que unificaba a la Cristiandad en una gran empresa común, orientándola hacia un fin heroico. Pero fue sobre todo Inocencio III quien llevó la idea de Cristiandad a su culminación, al tratar de convertirla en un sinónimo de naciones afines en pensamiento y dirección, sobre la base del reconocimiento de una misma doctrina y una misma moral.

La civilización cristiana se concretó en esa maravillosa realidad que se denominó la Cristiandad, una comunidad de naciones diversas y distantes entre sí, unidas por una misma fe y que descansaba sobre dos sólidos pilares: el Pontificado y el Imperio.
La mutua armonía e independencia de esos pilares y la soberanía de cada cual respecto de sus propios fines, aseguraban un orden justo y estable. Bien establecida la distinción, sin ningún género de confusión de órdenes diversos, se reconocía unánimemente la natural jerarquía de valores, esto es, la supremacía de lo espiritual y eterno sobre lo temporal y caduco.
La Edad Media marcó el máximo esplendor de la Cristiandad. El centro de toda vida personal, familiar y social era Dios, la Cristiandad, en esa Edad Media teocentrista, no era ciertamente una sociedad perfecta, pero aspiraba y estaba en el buen camino, para alcanzar la plenitud de la perfección humanamente posible. La distancia que había recorrido y que la separaba de la barbarie y del paganismo era impresionante.
Cumpliendo con su misión específica, el mandato divino de evangelizar, la Iglesia Católica ha sido el principal agente en la obra de la civilización de los pueblos. No los engañaba prometiéndoles la felicidad en éste mundo. Antes bien, constantemente enseñaba que la vida es una época de lucha, de prueba y de expiación, y urgía no sólo la necesidad de la Fe, sino también la necesidad de las buenas obras para alcanzar la felicidad en la vida eterna. La Iglesia, evangelizando, civilizaba. Así se explica su fecundidad y la magna obra realizada.
Bajo su influencia e inspiración, nacen los municipios y los gremios, como bases y núcleos de la vida política y social.


Entre tantas cosas admirables, la Iglesia Católica se distinguió en la educación e instrucción de la niñez y de la juventud. Eran los monasterios los lugares donde se conservaban  y escribían los libros  y pronto de allí surgieron los colegios y las universidades. Los monasterios eran también frecuentemente escuelas de primeras letras, escuelas agrícolas y de artes y oficios.
Había grandes pecadores, pero florecía y abundaba la santidad. Eclesiásticos y seglares rivalizaban en el celo por la creación y sostenimiento de innumerables Órdenes religiosas, congregaciones e instituciones, que daban gloria a Dios y atendían las necesidades de todo orden, todas las miserias espirituales y materiales del hombre.
Nunca como en esa Edad Media teocentrista se ha tenido tanta preocupación por la elevación integral del hombre, especialmente de los más desvalidos, mediante múltiples instituciones de caridad, creadas y sostenidas principalmente por la Iglesia.
El llamado Renacimiento Humanista inició la decadencia y final destrucción de la Cristiandad, queriendo invertir los términos y colocar al hombre en el lugar que sólo a Dios le corresponde. 

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