Después de su regreso a Asís, comenzó en él un lento proceso de conversión espiritual que lo llevó a abandonar gradualmente el estilo de vida mundano que había practicado hasta entonces, fuertemente influenciado por su experiencia ante el mensaje del crucifijo de la iglesita de San Damián.
Cristo en la cruz cobró vida ante él en tres ocasiones y le dijo: “Ve, Francisco, y repara mi iglesia en ruinas”. Este acontecimiento de escuchar la palabra del Señor en la iglesia de San Damián guarda un profundo simbolismo. En su sentido inmediato, Francisco es llamado a reparar esta iglesita, pero el estado ruinoso del edificio es el símbolo de la situación dramática e inquietante de la Iglesia en aquel tiempo, en la que se evidenciaba una fe superficial que no transforma la vida, con un clero poco celoso y con el enfriamiento del amor.
Parecía que se trataba de una destrucción interior de la Iglesia que, con el nacimiento y proliferación de los movimientos heréticos, trajo consigo una descomposición de la unidad en Cristo. Sin embargo, en el centro de esta Iglesia está el Crucifijo que llama a la renovación, que le pide a Francisco un trabajo manual para reparar concretamente la iglesita de San Damián, símbolo de una llamada más profunda a renovar la Iglesia de Cristo con su radicalidad de fe y con su inmenso amor al Evangelio.
Se cree que este acontecimiento sucedió en 1205 --las fechas no son muy exactas, pues los cronistas de la época no lo mencionan con rigurosa precisión -- y por su naturaleza, nos remonta al año 1207 en que el Papa Inocencio III tuvo un sueño especialmente significativo. Soñó que la iglesia de San Juan de Letrán, cuna de todas las iglesias, se derrumbaba; pero un religioso, pequeño e insignificante, sostiene la construcción en sus hombros para que no se desplome.
Se cree que este acontecimiento sucedió en 1205 --las fechas no son muy exactas, pues los cronistas de la época no lo mencionan con rigurosa precisión -- y por su naturaleza, nos remonta al año 1207 en que el Papa Inocencio III tuvo un sueño especialmente significativo. Soñó que la iglesia de San Juan de Letrán, cuna de todas las iglesias, se derrumbaba; pero un religioso, pequeño e insignificante, sostiene la construcción en sus hombros para que no se desplome.
Cuando Francisco y sus hermanos en Cristo visitan al Papa en 1209, éste reconoce en el Pobrecillo al personaje de su sueño. Aquí es importante reconocer que Inocencio III era un Papa poderoso y de enorme cultura teológica, pero no es él quien renueva la Iglesia, sino aquel religioso pobre y pequeño. Además, es todavía más importante entender que el hermano Francisco no renueva la Iglesia sin el pontífice o en contra de él, sino en comunión con él. Las dos santidades contemporáneas van juntas, el sucesor de san Pedro, la Iglesia fundada en y por la sucesión de los apóstoles, y el carisma nuevo que el Espíritu Santo inspira en la persona de san Francisco de Asís.
Esta unidad es la que da nueva vida e inspiración a la Iglesia. El santo comprendió que todo carisma que da el Espíritu Santo debe ponerse al servicio del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, por lo que todos sus actos fueron realizados en plena comunión con la autoridad eclesiástica.
San Francisco de Asís mostró que, a diferencia de los movimientos heréticos religiosos de su tiempo, podía vivirse la verdad del Evangelio tal cual es, sin separarse de la Iglesia.
San Francisco de Asís mostró que, a diferencia de los movimientos heréticos religiosos de su tiempo, podía vivirse la verdad del Evangelio tal cual es, sin separarse de la Iglesia.
El Pobrecillo mostró que la Iglesia sigue siendo el lugar auténtico y verdadero del Evangelio y la Escritura. Este estilo de vida, adherido totalmente a las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia, fue muy apreciado por todos los hombres de la época, quienes reconocieron en el Pobrecillo la presencia y la voz del Espíritu Santo.
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