lunes, 14 de febrero de 2011
LA VIRGEN MARÍA Y LOS SANTOS DEL SILENCIO
Es notable el silencio de los cuatro evangelistas acerca de la Virgen María, después de la Resurrección.
El mismo San Lucas, que describe la historia de la Iglesia en sus primeros años, no nos dice que la Virgen María más que Ella estaba con los discípulos los días de la venida del Espíritu Santo.
Nuestra Señora sabía que su labor consistía entonces, en el silencio y en la oración.
Y llegó el domingo de Pentecostés -diez días después de la Ascensión, 50 días después del Domingo de Resurrección- y vino el Espíritu Santo. Llegó como una tempestad sobre los discípulos, para llenarlos de amor, de fuego y de verdad. Para todos ellos ésta era la primera ve. Para la Virgen María era la segunda.
La primera venida del Espíritu Santo para Ella fue cuando era casi una niña, cuando le contestó al ángel: "Hágase en mí según tu palabra".
Y entonces, Ella empezó a ser la Madre de Dios.
Hay un contraste notable entre el Pentecostés de los Apóstoles y el Pentecostés de la Virgen María. Para los Apóstoles fue como un latigazo fantástico que los lanzó incontenibles a la proclamación del Evangelio en todo el mundo. Para la Virgen María, en cambio, el Espíritu Santo fue el Espíritu del silencio.
Desde Nazaret, el día de la Encarnación, Nuestra Señora, llena del Espíritu Santo, guarda el silencio más sublime que nunca haya guardado persona alguna. Posee el secreto más grande de la historia: la venida de Dios al mundo. Pero la Virgen María calla. Calla aun a costa de su propia honra
María, la Virgen del silencio. Ni una palabra, ni una alusión al imponente secreto en aquellos largos años en Nazaret.
Y ahora llega otra vez el Espíritu Santo. Llega para lanzar a la Iglesia naciente a la conquista de las almas, a la enseñanza del Evangelio, a la proclamación mundial de la salvación de Cristo. Llega con el don de lenguas, porque ha llegado la hora de hablar, la hora de hacer resonar el Evangelio hasta en los confines de la tierra.
Sin embargo, la Virgen María, desde ese momento guarda un silencio todavía más profundo: desaparece totalmente de los relatos sagrados.
Es el mismo Espíritu Santo que a unos comunica el don de lenguas y a Ella, el don del silencio.
Como a la Virgen María, hay muchos católicos en todos los tiempos, que el Espíritu Santo ha conducido por el camino oscuro del silencio. Son los santos del silencio. Aquellos que no han hecho milagros, ni han organizado grandes cosas. Los que dan un testimonio de Cristo todos los días desde la monotonía -aparente- de sus vidas. Los que cumplen la voluntad de Dios en todos y cada uno de los momentos triviales de su vida. Ahí encontramos a los que abren y cierran las mismas puertas, los que andan las mismas calles, los que trabajan en las mismas oficinas y los que usan las mismas herramientas; las que quitan el polvo diariamente de las mismas cosas, entran y salen de la misma cocina y se sientan con la aguja en la mano junto a la misma ventana. Son, en resumen, los que han recibido el don maravilloso de hacer todo lo que hacen diariamente, sirviendo a Dios y amando a Dios.
Lo mismo que la Santa Virgen.
Forman la reserva del Cristianismo. Son los católicos del silencio: el técnico del taller y la monjita de clausura, la madre de familia y la enfermera del hospital. El mundo apenas sabe nada de su vida, como nosotros apenas sabemos nada de la vida de la Virgen María. Pero Dios lo sabe. Lo sabe el Espíritu Santo que los ha colocado en la zona sublime del silencio fecundo, para conseguir las gracias de Dios sobre todos los que hablamos muchas palabras y garabateamos muchas letras, casi siempre exageradamente.
Aquella mañana de Pentecostés, por las plazas de Jerusalén, los Apóstoles están alcanzando un éxito enorme. Mientras tanto en una calle cualquiera, camina desapercibida la Virgen María... quizá con la canasta del mandado en sus brazos.
Ella, la persona más excelsa de la creación, va por esas calles ganando las gracias necesarias para las miles de gentes que se convierten ese día al cristianismo mientras oyen a San Pedro hablar en griego, en hebreo, en arameo, en árabe, en latín y en que se yo cuantos idiomas más...
Pedro María Iralagoitia
María, el Carpintero y el Niño
2ª Edición Española
México, 1967
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario