El 14 de Nisán del año 33, el pueblo judío, agrupado en Jerusalén delante del Pretorio del gobernador Pilatos, azuzado por sus sacerdotes, pide a voz en grito la muerte del Prometido.
-Crucifícale, dicen, crucifícale.
-¿Que mal ha hecho?
-Nosotros -responden los judíos- tenemos una Ley, y según esta Ley debe morir. (Juan, 19,7). Y antes habían dicho los Rabinos en un concilio secreto contra Jesús: ¿Que hacemos...? Si lo dejamos así, creerán todos en Él, y vendrán los Romanos y arruinarán nuestra ciudad y nación. Y Caifás añadía: Conviene que muera un hombre por el pueblo y no que toda la nación perezca. (Juan 11, 48-50).
Los judíos entonces en nombre de su Ley, de su Thora, y para servir a los intereses carnales de su Nación, de su Raza piden la Sangre de Aquél que les fue prometido como Bendición.
Ellos concitan a los gentiles contra Jesús, ellos, con los gentiles como ejecutores de sus planes, crucifican a Aquél que será levantado como Signo de contradicción (Lc., 2,34).
Y Cristo Piedra de Tropiezo, levantado en alto, por encima del tiempo y del espacio, con los brazos extendidos, dividirá en dos a este pueblo; los unos en la persona de los Apóstoles serán los grandes instrumentos de la Misericordia de Dios en la Fundación y Propagación de la Iglesia, los otros en la persona de los escribas y fariseos serán instrumentos de la Justicia Divina en el Reino de Satanás, en su obra de perdición de la Iglesia y de las almas.
EL JUDÍO
Pbro. JULIO MEINVIELLE
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