jueves, 31 de marzo de 2011

LA PSICOLOGÍA DE LA CONFESIÓN

El gran Padre de la Iglesia, Tertuliano, escribió una frase, cuya exactitud y verdad profunda ha sido reconocida por todos los escritores católicos: El alma humana es naturalmente cristiana.


Quiere decir, que la naturaleza y las tendencias del alma humana son tales, que responden admirablemente a los preceptos de la moral de Jesucristo, y que tiene tales intuiciones, por su propia naturaleza, que postulan por efecto, una armonía, un acuerdo perfecto entre las aspiraciones de nuestra alma, cuando se le deja seguir sus impulsos naturales y el pensamiento o idea divina.
Por eso José de Maistre pudo escribir: "El cristianismo ha revelado el hombre al hombre... ha puesto a descubierto sus antiguos cimientos, los ha despojado de toda escoria, de toda mezcla extraña, los ha honrado con el sello divino, y sobre esos fundamentos naturales, ha establecido su teoría natural de la penitencia y de la confesión sacramental".


Hay , en efecto, una hermosa psicología de la Confesión sacramental que usa el catolicismo. Esta institución divina responde a un triple deseo que todos experimentamos naturalmente después del pecado; deseo o necesidad de comunicar a otro el secreto de nuestra conciencia; deseo del perdón, y deseo de la conversión. Y así la confesión se manifiesta profundamente humana, al mismo tiempo que soberanamente divina.


Los protestantes no pueden menos que reconocer estas tres tendencias o necesidades del alma, pero tratándose de la Confesión, los que la admiten (pues no todos lo hacen), dicen que responde al primer deseo natural de la confidencia, y como esta tendencia es para encontrar algún consuelo, hacen de la Confesión una ceremonia de Consolación, como la llaman. Pero negando a la Confesión el carácter de Sacramento instituido por Jesucristo para perdonar los pecados, ya para ellos no responde, ni al segundo, ni al tercero de esos deseos naturales, y por el mismo hecho frustran completamente el efecto del consuelo que pretenden buscar en la confesión a otro de los pecados propios, en esa ceremonia de la consolación, que han establecido.


Que el hombre experimente esa necesidad de descubrir a otro su falta, es algo evidente; ésta es una de las pruebas y las ventajas de la amistad verdadera. Se busca a un amigo fiel y en el seno de la amistad se deposita el secreto que atormenta la conciencia. Hay un instinto contrario, es verdad, el del silencio, el de ocultar la falta y borrar su huella, para escapar al desprecio publico y al castigo. Pero este segundo instinto no hace más que resaltar la fuerza del primero. En realidad el antagonismo no es sino aparente. El culpable busca un refugio en la compasión de un amigo sólo, contra el implacable rigor de todos los demás; se abre a la amistad y se cierra a la enemistad.


¿De donde viene ese deseo de confidencia? De que la culpa pesa sobre la conciencia como un fardo, y se le quiere echar fuera, para libertarse de él.


Admirablemente, un poeta incrédulo francés Sully-Prudhomme en un célebre soneto, refiere a esta inquietud de su alma y el deseo de libertarse de ella así: 


"Uno de mis grandes pecados me seguía paso a paso, quejándose de envejecer en un cobarde misterio. Entre los dientes del remordimiento, no podía callarse y hablaba en voz alta sólo, cuando yo no velaba. Queriendo librarme de ese pecado secreto echándolo en el seno de un buen depositario, hice, por la noche un agujero en la tierra, y allí confesé en voz baja mi falta a Dios."


De esta manera, alegórica, el poeta describe el hondo peso del pecado sobre la conciencia, y el deseo que produce de arrojarlo lejos de sí, por una confidencia a un buen depositario.


Como todos los hombres, buscaba en la confesión del pecado el consuelo y la paz del alma. Pero incrédulo como era, no buscó un sacerdote que le hubiera librado más seguramente por el perdón de ese triste peso. 


En efecto si nos detenemos un poco a reflexionar como el hombre espera el consuelo con el hecho de confiar a otro su falta, veremos que detrás de esa confesión hay siempre la esperanza del perdón, que es la segunda tendencia del alma que he hablado. Vagamente se tiene la persuasión de que el amigo al ver la confianza que en el depositamos nos perdonará de algún modo, la falta. Porque no es solamente el deseo de humillarse por lo que confiesa el hombre su culpa. Eso es contra la naturaleza y el amor propio; no, el hombre en la confesión de su falta, busca la ventaja de la rehabilitación, que hará que cesen los remordimientos y le vuelva la paz perdida.


Todos los criminalistas aseguran que la mayor parte de los criminales acaban por confesar su culpa, más o menos tarde, pero deseosos de encontrar así una rehabilitación que les de la paz. Si, pues, en la confesión no se encuentra ese perdón, esa rehabilitación, no habrá el consuelo de la paz recobrada. Esto es lo que en realidad sucede con la Consolación protestante, confesión falsificada, que no consigue su objeto, porque no cree el protestantismo en el perdón de los pecados por esa Confesión.


El mismo poeta Sully-Prudhomme en la segunda parte de su soneto lo revela también:


¡Feliz el asesino a quien absuelve la mano de un sacerdote! No ve ya reaparecer la sangre que lavó, después de aquella hora tenebrosa en que dio el golpe mortal. Yo confesé un crimen menor a los oídos divinos; y donde yo lo dije, la tierra hizo brotar una espina... Pero nunca he sabido si estaba perdonado...

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