jueves, 14 de abril de 2011

LA VOCACIÓN HISPANA Beato Anacleto González Flores

"España llegó, bajo el reinado de Felipe II, a la total robustez de su propia personalidad y a adquirir el sentido pleno de su vocación. Fue entonces cuando intentó fundir, con un matrimonio desgraciado e inútil, los destinos de su Patria con Inglaterra. Y tras el fracaso de su intento, que le dio a Hugo Benson trama para La Tragedia de la Reina se vio en la necesidad de armar sus barcos para combatir el país que en ese tiempo, con Isabel a la cabeza del protestantismo, logró comenzar a ser dominador del Océano.


La Invencible, que fue la escuadra en que concentró Felipe II todo el poder marítimo de España, se puso en marcha para chocar con la vocación de Inglaterra, vieja y permanente señora del mar: la armada no logró ni siquiera saludar las brumas que coronan la frente de ese gigante defendido por la cólera del mar. El Rey de España no recogió, del desastre, mas que unos cuantos leños rotos, y la Historia pareció cerrar con un punto final la página de uno y otro pueblo...


Y tras del viaje de las tres carabelas, allá hacia el Norte, llegaron venidos de Inglaterra los emigrados que echaron los cimientos del país más fuerte de América y acá hacia el Sur, toda la España forjada en ocho siglos de batallas, vino en escuadrón cerrado sobre el maderamen roto de La Invencible, coronado con el Leño de la Cruz. Sus capitanes hechos de hierro y sus misioneros amasados en el hervor místico de Teresa y Juan de la Cruz, se acercaron a la arcilla oscura de la Virgen América y en un rapto, que duró varios siglos, la alta, la imborrable figura de Don Quijote, seco, enjuto y contraído de ensueño excitante, pero real semejanza del Cristo, como lo ha hecho notar Unamuno, se unió, se fundó, no se superpuso, no se mezcló, se fundió para siempre en la carne, en la substancia viva de Cuauhtémoc y de Atahualpa.


Y la esterilidad del matrimonio de Felipe con la Princesa de Inglaterra se tornó en las nupcias con el alma genuinamente americana, en la portentosa fecundidad que hoy hace que España escoltada por las banderas que se empinan sobre los Andes, del Bravo hacia el Sur, vuelva a afirmar su vocación en presencia de la Inglaterra caída de las manos de Enrique VIII a las manos de su hija. Felipe II e Isabel han vuelto a encontrarse: apenas se advierte, en sus rasgos fundamentales, una ligera modificación. Podría decirse que la persistencia de vocaciones y de caracteres, único elemento permanente en la Historia y que la puede reducir a a fórmulas de rigidez casi algebraica, nos hacen experimentar un retorno de tres siglos y nos hacen pensar en la repetición.


Pero no hay ni la misma escena, ni los mismos personajes, ni los mismos factores en su forma concreta e individual; pero si hay la continuidad, que es y ha sido siempre el fondo sustancial del carácter y sobre todo, la señal distintiva de una vocación que muy lejos de ahogarse en el abismo de la inercia y de la deserción se ha puesto en marcha en un día próximo lejano y ha sabido poner y dejar huellas imborrables de su paso. Entre el desastre de La Invencible y nosotros hay no menos de tres siglos: entre la España de Felipe II, hecha de carne y espíritu en nosotros y la Inglaterra de Isabel trasplantada al Norte de América, no hay ni un minuto, ni un milímetro de distancia. Porque la vocación, que supone la continuidad, nos ha atado realmente a los de este lado del Bravo a la vocación de España y a los de aquel lado del Bravo a la vocación de Inglaterra, que hemos llegado a ser parte integrante de la personalidad histórica de España, como ellos han venido a formar parte de Inglaterra ....


Nuestra vocación, tradicionalmente, históricamente, espiritualmente, religiosamente, políticamente, es la vocación de España, porque de tal manera se anudaron nuestra sangre y nuestro espíritu con la carne, con la sangre, con el espíritu de España, que desde el día en que se fundaron los pueblos Hispanoamericanos, desde ese día quedaron para siempre anudados nuestros destinos, con los de España. Y en seguir la ruta abierta de la vocación de España, está el secreto de nuestra fuerza, de nuestras victorias y de nuestra prosperidad como pueblo y como raza".

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