miércoles, 29 de junio de 2011

EL ESPÍRITU DE LA COMUNIÓN

SAN PEDRO JULIÁN EYMARD
Extracto de sus escritos y predicaciones.


Dilata os tuum et implebo illud.
"Da rienda suelta a tus deseos, que yo los llenaré."
(Ps., LXXX, 11)


En la inefable unión que con el que comulga contrae, llega el amor de Jesucristo al último grado de perfección y produce copiosísimas gracias, por lo que debemos aspirar a la Comunión, y a la Comunión frecuente y aun cotidiana, por cuanto de bueno, santo y perfecto puedan sugerirnos la piedad, las virtudes y el amor.
Como la sagrada Comunión es la gracia, el modelo y el ejercicio de todas las virtudes, puesto que todas se practican en esta divina acción, mayor provecho sacaremos de ella que que de todos los demás medios de santificación.
Mas para ello menester es que la Sagrada Comunión llegue a ser el pensamiento que se adueñe de nuestra mente y de nuestros afectos, el intento a cuya consecución se encaminen el estudio, la piedad y las virtudes todas: el fin de la vida entera, como también la ley que la rija, debe ser la recepción de Jesús.
Vivamos de tal suerte que pueda admitírsenos fructuosamente a la Comunión frecuente y aun diaria; para decirlo todo de una vez, perfeccionémonos para comulgar bien y vivamos para comulgar siempre.
Pero, ¿la grandeza de Dios no oprimirá nuestra nada?
-No. Antes al contrario, en la Comunión no existe esa celestial y divina grandeza que reina en los cielos. ¿No veis cómo se encubre Jesús para no asustarnos y para que oséis mirarle y acercaros?
¿Qué deberá vuestra indignidad deteneros lejos de Dios infinitamente santo? Cierto que el mayor santo, que el querubín más puro, es indigno de recibir al Dios sacramentado... Pero ¿no paráis mientes en que Jesús oculta sus virtudes y hasta su santidad para no mostrar  más que su bondad? ¿No escucháis esa suavísima voz suya que os dice : venid a mí? ¿No sentís la proximidad de ese amor divino que os atrae? Vuestros derechos no se fundan, no, en vuestros  méritos, ni vuestras virtudes abren las puertas del cenáculo, sino el amor de Jesús.
¡Pero es tan poca cosa mi piedad y tan frío mi amor!
¿Cómo recibir a nuestro Señor en alma tan tibia y, por lo mismo, tan repugnante y despreciable?
¿Tibios estáis? Razón de más para que os echéis de ese horno ardiente... ¿Repugnantes? ¡Oh, eso nunca para este Buen Pastor, para éste tierno Padre, más padre que todos los padres, más madre que todas las madres! Cuanto más enfermos y flacos estéis, tanto mayor necesidad tenéis de su socorro; el pan es vida de débiles no menos que de fuertes.
¡Pero si tal vez tenga pecados en mi conciencia!... Si después del debido examen no tenéis certeza moral, si no tenéis conciencia positiva de algún pecado mortal, bien podéis ir a la santa Comunión; si perdonáis a los que os ofenden, alcanzado habéis ya el perdón de vuestras faltas; cuanto a las negligencias de cada día, distracciones en la oración, primeros movimiento de impaciencia, de vanidad, o de amor propio; cuanto a la pereza en desechar al punto el fuego de las tentaciones, atadlos en un haz todos esos retoños de Adán y echadlos al fuego del amor divino; lo que el amor perdona, bien perdonado queda.
No os alejen de la sagrada mesa vanos pretextos; antes comulgad por Jesucristo; si no queréis comulgar por vosotros mismos. Comulgar por Jesucristo es consolarle del abandono en que le dejan la mayor parte de los hombres; es decirle que no se engañó al instituir este Sacramento de espiritual refección. Es hacer fructificar los tesoros de gracia que Jesucristo ha encerrado en la Eucaristía sólo ara distribuirlos entre los hombres. Más aún, es dar a su amor un vida de expansión cual desea, a su bondad, la dicha de favorecer, a su realeza la gloria de derramar sus beneficios.
Comulgando realizáis, por consiguiente, el fin glorioso de la Eucaristía; sin quienes comulgaran, en vano correría este río; este horno de amor no abrasaría los corazones; este rey quedaría en su trono sin súbditos.
No solo da a Jesús Sacramentado ocasión de satisfacer su amor, sino también la Sagrada Comunión le otorga también una nueva vida, que Él consagra a la mayor gloria de su Padre. Imposible le es, en su estado glorioso, honrarle con amor libre y meritorio, pero gracias a la Comunión irá al hombre, formará sociedad con él; se le unirá por una tan admirable manera que el cristiano pondrá a su disposición miembros y facultades sensibles y vivos, y le dará la libertad necesaria para merecer practicando las virtudes. El cristiano se transformará así por la Comunión en Jesús mismo, y Jesús volverá a vivir en él.
Algo divino pasará entonces en el que comulga; el hombre trabajará y Jesús dará la gracia del trabajo; el hombre guardará para sí el mérito; pero toda la gloria será para Jesucristo. Jesús podrá decir todavía a su Padre: Os amo, os adoro, sufro todavía y vivo de nuevo en mis miembros.
He ahí lo que confiere a la Comunión su mayor eficacia. 
Es ella una segunda y perpetua Encarnación de Jesucristo y establece una sociedad de vida y de amor entre el hombre y el Salvador; es, en suma, una segunda vida para Jesús. 

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