lunes, 4 de julio de 2011

PROFANACIÓN DE LA PREDICACIÓN CRISTIANA





Para decir prácticamente lo que debe ser la predicación cristiana diremos antes lo que no debe ser: cómo por el dolor causado por la injusticia se manifiesta más concretamente el valor de la justicia.


El predicador de la fe debe poseer una gran fe: por defecto de esta gran fe se dan en la predicación numerosos y muy notables defectos. El que oye la predicación de la fe debe creer por la palabra de Dios; ¡Cuanto más el que la predica!


Una fe viva y penetrante es absolutamente necesaria para predicar apostólicamente. Sin ella puede predicarse muy bien, quizá académicamente, pero no apostólicamente; sin ella puede ser un orador, pero no un predicador. Por eso se dice en el Salmo: "Creí y por eso he hablado" PS. CXV, 10 y 11 Cor.,IV, 13. Y San Pablo añade: "Si no hubiera creído, no predicaría".


Y la razón es que el verdadero predicador no habla como los hombres, sino como Dios, en nombre de Dios; y no habla simplemente a los hombres, sino a los fieles, o a quienes desean llegar a la fe: siempre, pues, a la luz de la fe. Por lo cual afirma San Pablo: "Mi palabra y mi predicación no son en discursos persuasivos de humana sabiduría, sino en la manifestación del poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Hablamos sin embargo, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que quedan desvanecido, sino que enseñamos una sabiduría divina misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria." I Cor., II, 4. Observa Santo Tomás sobre este pasaje: "Dice San Pablo que no fue su intención apoyarse en discursos retóricos, sino manifestar el espíritu y poder (de Dios), según que Él mismo hablaba por el "Espíritu". Por eso dice: "También nosotros creímos: por eso hablamos" II, Cor., IV, 13. Y San Pablo manifiesta la razón de lo que afirma: para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, es decir, no se base en la sabiduría humana, que tantas veces engaña a los hombres. Y añade: "Hablamos entre los perfectos una sabiduría, la sabiduría de Dios en el misterio, para que más tarde los fieles conozcan la luz verdadera, lo que ahora se predica entre misterios".


Confirmando esto, es preciso decir que la predicación simplemente humana es una verdadera calamidad; no ayuda, sino que impide la gloria de Dios y la salvación de las almas. Se entenderá bien esto si se concibe rectamente la elocuencia sagrada. ¿Que es esta elocuencia especial? Es menester señalar que todo lo que está ordenando al culto divino es sagrado, está consagrado. Así lo vasos sagrados lo son más que las casullas y demás paramentos;  el cáliz y el copón están propiamente consagrados, no sólo bendecidos, porque deben contener el Cuerpo y la Sangre del Señor: Igualmente están consagrados los dedos del sacerdote que deben tocar la hostia.


Ahora bien exceptuados los sacramentos, nada hay más divino que la palabra de Dios contenida en la Escritura y la Tradición, que se ha de predicar a los fieles. Por eso se llama con propiedad, "elocuencia sagrada", que será tanto más sagrada cuanto mejor exprese una fe viva, que a su vez, es la expresión de la misma sabiduría divina y del amor de Dios a los hombres.


Como la plata del cáliz es bañada en oro, así en la elocuencia sagrada la oratoria ordinaria es perfeccionada de un modo sobrenatural. Pierde en su vanidad y adquiere cualidades superiores.


Como oratoria, orientada a evangelizar a todos los hombres , debe ser conforme a la naturaleza humana, no vulgar, para que agrade también a los hombres cultos; no demasiado abstracta, para que sea entendida por todos, incluso por los no cultos, como el Evangelio. Debe ser como el alimento del alma; lo que el pan es para el cuerpo. Y como Cristo ha querido darse en la Eucaristía bajo la especie de pan común, así ha querido que la palabra divina se proponga en una elocuencia sencilla, pero elevada por razón de su objeto y de su fin. De aquí se sigue que la elocuencia sagrada el la más perfecta de todas y la más difícil.


Debe en efecto, comunicar a los hombres la verdad sobrenatural para que los penetre en lo más íntimo de su alma; y esta alma es la de todos los hombres, de cualquier condición que sean.


Es difícil esta empresa, sin la ayuda divina, imposible, ya que las verdades sobrenaturales son misterios, sublimes ciertamente, pero oscuros, en pugna con la soberbia intelectual, como las leyes evangélicas lo están con la corrupción del corazón humano.


No basta, pues, que las verdades sobrenaturales y los preceptos divinos sean expuestos teóricamente, sino que se debe penetrar hasta la médula del alma para que el alma comprenda en su singularidad lo que naturalmente la supera, para que crea firmemente y para que la voluntad se adhiera a los preceptos.


Finalmente, la elocuencia sagrada debe producir ciertos efectos en todos los hombres de cualquier condición: iluminar al ignorante, convencer al escéptico, persuadir al corrompido, a fin de que se conviertan, de que aparten su corazón del placer, del odio y de la envidia para que se conviertan a Dios.



Extracto del libro:
La unión del sacerdote con Cristo,
Sacerdote y víctima.
Reginald Garrigou-Lagrange, O. P.

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