lunes, 14 de mayo de 2012

PRIMER GENOCIDIO DE LA HISTORIA MODERNA

LA VENDÉE CAMPESINA Y CATÓLICA, LEVANTADA EN ARMAS CONTRA LOS “SIN DIOS” JACOBINOS


De Revista Arbil # 60 por Gustavo Carrère





Cada vez más historiadores hablan de este acontecimiento como el “Primer Genocidio de la Historia Moderna”. En él, los jacobinos pusieron en práctica lo que se puede considerar un ensayo general de “Solución Final”

Situación religiosa

Hace unos doscientos años que Francia dejó de reconocerse a sí misma como La fille aînée de l’Eglise —La hija primogénita de la Iglesia—. No era injusto ese título, ni mucho menos, porque la nación más extensa, más moderna y la más culta del continente europeo tenía una sociedad católica. De los 26 millones de franceses, sólo 40.000 eran judíos y 500.000 protestantes. Sí, se sabían parte de la Iglesia universal, pero conscientes de su peso específico: 139 diócesis y 40.000 parroquias, en 1789; 135 obispos, alrededor de 70.000 sacerdotes seculares —un cura por cada 364 feligreses—, unos 30.000 religiosos y 40.000 religiosas. Con razón escribió François Furet que Francia, en vísperas de la Revolución Francesa, tenía un paisaje católico, pues iglesias, ermitas, santuarios y monasterios integraban y, no pocas veces, modelaban pueblos y ciudades.
El estallido de la Revolución Francesa, 14 de julio de 1789, lleva a la creación de un nuevo concepto de Estado y sociedad, bajo el lema: “libertad, igualdad, fraternidad o muerte”. En el nuevo régimen los estamentos propios del orden natural deben desaparecer en beneficio de la nación francesa –ente subversivo-; comienza así el ataque sistemático contra la Iglesia Católica, institución vital en la sociedad gala y pilar fundamental para el sostenimiento de la Monarquía. Surgen así los adoradores de la diosa Razón, de la diosa Libertad y de la diosa Humanidad, que buscan reemplazar la fe católica.
Con la finalidad de desmantelar la Iglesia Católica, se van sucediendo cronológicamente las siguientes disposiciones revolucionarias:

  • 4 de agosto de 1789: se produce la abolición de los derechos feudales por la Asamblea nacional.
  • 24 de agosto de 1789: se vota por la supresión de los diezmos.
  • 2 de noviembre de 1789: se produce la nacionalización de los bienes del clero y su conversión en bienes nacionales para su posterior venta en beneficio del Estado.
Estas medidas que anulan en definitiva el poder de la Iglesia Católica en Francia tienen diversas consecuencias como la separación Iglesia-Estado y la formación del primer Estado aconfesional, la desaparición del patrimonio artístico francés, la asunción por el Estado de la educación y la asistencia social por el desmantelamiento de la red educativa y asistencia de la Iglesia y la manutención del clero por el Estado. Esta última a consecuencia de la desamortización de los bienes de la Iglesia que contrae la pérdida de su independencia económica.


  • Febrero de 1790: se prestó el primer juramento de obediencia a la Constitución; se trataba de una simple declaración de fidelidad a la nación, al monarca y a las decisiones de la Asamblea Constituyente. La totalidad del clero prestó su juramento, con la excepción del obispo de Narbona, Mons. Dillon
  • 13 de febrero de 1790: se produce la abolición de los votos religiosos, lo que significa la supresión de las órdenes regulares. Se exclaustra a monjas y frailes, se incautan o incendian muchos conventos.
  • 18 de agosto de 1791: se suprimen las congregaciones seculares.
Estas medidas reducen los efectivos de la Iglesia Católica a los curas diocesanos, pero para ellos también hay una medida de reorganización que les pondrá a las órdenes directas del Estado.

  • 12 de julio de 1790: se aprueba la Constitución Civil del Clero, que es la base angular de la instauración de una nueva iglesia y la destrucción total de la vigente hasta entonces. Esta reordenación consiste en diseñar de nuevo las diócesis que deben coincidir con los limítrofes de los departamentos. Sin embargo, esta medida significa la supresión de 53 diócesis. Al mismo tiempo la reordenación parroquial, en realidad consiste en la supresión de cuatro mil parroquias. En cuanto al personal de la nueva iglesia, la elección de los obispos y párrocos por una asamblea de electores (ciudadanos activos), pero que por el censo está reducido a las clases más acomodadas de la sociedad. Además la ordenación de los curas será por los obispos, pero estos serán por el metropolitano y no por el Papa, es la ruptura con Roma. Se reorganiza la Iglesia Francesa, sin contar con Roma. Se introduce el culto a la Diosa Razón. Se obliga a jurar la «Constitución» a obispos, sacerdotes y religiosos, con lo cual se origina un cisma (juramentados y refractarios). Se persigue (muerte o deportación) a quienes no juran. La enseñanza, antes muy dirigida por la Iglesia, ahora es pública y laica. La Primaria queda abandonada.
Como el nuevo clero depende del Estado en su organización y manutención y cumplen una función pública, como el resto de los funcionarios del Estado deben jurar ser fieles a la nación y apoyar con todo su poder la constitución decretada por la asamblea nacional. No obstante, estas medidas que eliminan a la Iglesia Católica francesa cuenta con la total oposición del Papa Pío VI, con lo que se da comienzo al cisma de una iglesia galicana subordinada al poder civil, al margen de la autoridad pontificia, de estructura episcopalista y presbiteriana, donde los obispos y los párrocos eran elegidos por el pueblo y los nombramientos episcopales serían solamente notificados a Roma. Entre los miembros del episcopado únicamente cuatro renegaran de la fidelidad a Roma: Talleyrand, obispo de Autun; Loménie de Brieme, Cardenal arzobispo de Sens; Jarente, obispo de Orleans y Lafont, obispo de Viviers. Entre los miembros del clero se calcula en un 53 % los refractarios al juramento y reconocimiento de la ruptura con Roma. En cuanto al pueblo creyente, este se suma a la oposición del clero oficial y asiste a ceremonias clandestinas.

El Papa Pío VI prohibió el juramento y excomulgó a los sacerdotes que lo prestaran (12-III-1791).
El rechazo a la reorganización eclesial es respondida por las autoridades con fuertes medidas como las siguientes:

  • 29 de noviembre de 1791: el clérigo que no jure en ocho días será puesto bajo vigilancia.
  • 27 de mayo de 1792: se vota un decreto que sometía a la deportación más allá de las fronteras a cualquier eclesiástico al que veinte ciudadanos denunciaran como no juramentado y al que el distrito reconociera como tal.
  • 10 de agosto de 1792: es aprueba la famosa ley de sospechosos, donde el clero refractario forma uno de los colectivos considerados enemigos declarados de al revolución.
26 de agosto de 1792: se redacta la ley de deportación general de todos los miembros del clero que se hayan opuesto al juramento.
  • 2 de septiembre de 1792: una banda de revolucionarios sacó del carruaje en que se conducía a la prisión a tres sacerdotes refractarios y los colgó; comienzan así las Matanzas de Septiembre. Más de mil monárquicos –aproximadamente unos doscientos cincuentas sacerdotes- y presuntos traidores apresados en diversos lugares de Francia, fueron sometidos a juicio y ejecutados; es el primer asesinato colectivo.
  • 3 de septiembre de 1792: se redacta un nuevo juramento en el cual se debe comprometer el juramentado a mantener la libertad, la igualdad, seguridad de las personas y propiedades.
  • Marzo de 1793: los sacerdotes que se negaron a jurar la Constitución Civil del Clero – llamados curas refractarios- persistentes en territorio francés quedan condenados a muerte. Estas medidas causan la salida de más de cuarenta mil exiliados de condición religiosa, seis mil de los cuales recalan en España y ayudarán a acrecentar desde el catolicismo español un sentimiento contrario al revolucionario francés que se materializará en 1808 en la lucha contra Napoleón.

¡Dios y Rey!

En esas fechas es el inicio de la Epopeya de La Vendée, cuyos campesinos sublevados llevan prendidos escarapelas del Sagrado Corazón y se autodenominan como ejército católico y real. Esta región evangelizada un siglo atrás por San Luis María Grignion de Montfort, terciario dominico, que insistía en la devoción filial a Nuestra Señora, fue tan inmunizada contra el virus de la Revolución, que se levantó en armas contra el gobierno republicano y anticatólico de Paris. Tenía en la Santísima Virgen la devoción más ardiente y, hasta compuso en su alabanza el “Tratado de la Verdadera Devoción”, que constituye hoy el fundamento más fuerte de toda la piedad mariana profunda. Por otro lado, con sus misiones aproximaba al pueblo a los sacramentos, lo enfervorizaba en la devoción al Rosario. También la sagrada insignia difundida por el santo, el Sagrado Corazón en tela roja, encuadrado por las iniciales de Jesús y María, fue colocado por los combatientes sobre sus chalecos, blusas, o dispuesto como escarapelas en los sombreros de amplias alas. El día de la beatificación de este apasionado apóstol, el ilustre obispo de Angers, Mgr. Freppel, lo proclamaba solemnemente ante 20.000 vendeanos en St.-Laurent-Sur-Sèvre, lugar donde reposan los restos del extraordinario conmovedor de almas : fue por Montfort y sus hijos espirituales, los Misioneros de San Lorenzo, por quienes corrió el flujo fecundo de savia cristiana en los campos del Oeste durante todo el siglo XVIII. Si ese siglo fue en otros lugares un tiempo de decadencia moral, en el Oeste, por el contrario, salvo en las grandes ciudades, fue una época de vivificación cristiana durante la cual el pueblo de esta región, dice Mgr. Freppel, “estuvo como lleno de dos sentimientos igualmente apropiados para engendrar el heroísmo : la Fé religiosa y la Fidelidad al poder legítimo. Por ello es que, cuando en un día de odio y de obcecación se llegó a atacar a los ungidos del Señor, a todo lo que representaba Cristo en el estado y en la Iglesia, este pueblo se estremeció y se levantó para defender todo lo que amaba y todo lo que respetaba.
Fue un levantamiento popular, que forzó a los titubeantes clérigos a tomar partido y produjo la salida de incógnito de muchos nobles temerosos de comprometerse. Rebelión religiosa frente al feroz volterianismo ideológico que se imponía a sangre y fuego desde París. Una insurrección en defensa del cristianismo, que constituye un hecho único en la historia por sus proporciones y el alcance de su represión.
Sin embargo, en este momento el gobierno revolucionario inicia una etapa descristianizadora al considerar a la revolución como una nueva era de civilización y al cristianismo como algo periclitado y unido al antiguo régimen.

Epopeya Vendeana

Antecedentes
La política religiosa del nuevo régimen y las medidas de excepción contra los sacerdotes no juramentados, trajeron una consecuencia cuya trascendencia iba a ser considerable: la sublevación del oeste de Francia, no solamente la Vendée, sino más a o menos todo el país que se extiende desde el norte del Poitu hasta la Bretaña y a los confines de Normandía: en los territorios actuales de los cuatro obispados de Poitiers, Angers, Lucon y Nantes.
Si bien la adhesión a la causa realista intervendría también es su estallido, la fidelidad a la Iglesia Católica y Romana constituye sin duda el móvil mayor de aquella epopeya.

La guerra campesino-monarquica de Francia

Las dificultades comenzaron con la Constitución del clero y su juramento; apenas uno de entre cuatro o cinco sacerdotes estuvo dispuesto a jurar. La resuelta hostilidad de los paisanos de la Vendée para con el clero constitucional se empezó a manifestar: en mayo de 1792 los alcaldes y oficiales municipales de treinta y cuatro comunas de las Mauges se reunieron para tratar esta situación; en agosto, en Chantillón hubo una revuelta de unos seis a diez mil hombres, reprimida por la guardia nacional. Los sacerdotes juramentados, muy mal recibidos, debían apelar a la guardia nacional para mantenerse; la mayoría de los feligreses deseaban y preferían quedarse sin cura que tener a un constitucional al que no conocen.

La ejecución de Luis XVI, el 21 de enero de 1793, conmocionó a toda Europa. Ello, unido a la política anexionista de la Convención, hizo que la hostilidad exterior contra la Revolución aumentara. La Francia entusiasmada declaró la guerra a Inglaterra y Holanda (1 de febrero, 1793), a España (7 de marzo) y a los Estados italianos. La Francia revolucionaria estaba en guerra contra toda Europa (excepto Suiza y los países escandinavos); por ello decreta el 24 de febrero de 1793 la movilización de 300.000 hombres.

Inicio

Las primeras proscripciones de sacerdotes habían comenzado en otoño, y la noticia de las matanzas de septiembre llegó hasta las más apartadas aldeas; a fines de enero, la de la ejecución del Rey, causó peor impresión. El 3 de marzo, en el mercado de Cholet, se supo que los funcionarios de Paris habían decidido que los jóvenes entre dieciocho y veinticinco años fueran alistados y enviados al ejército; aproximadamente unos quinientos jóvenes juraron públicamente no aceptar jamás la milicia revolucionaria.
Las autoridades locales, desconociendo el clima que se vivía, ordenaron el sorteo de los alistados en los centros de distrito, lo que suponía la reunión de ellos en grandes grupos; en muchísimos lugares estallaron incidentes, señalándose aproximadamente que seiscientas parroquias habían entrado en acción.

El 11 de marzo, en Machecoul, los guardias nacionales intentaron imponer el sorteo, lo que costó la vida a treinta de ellos.
El 12 de marzo, en Saint-Florent, se dispersaban los soldados del gobierno, abandonando un cañón en manos de los insurrectos.
El buhonero Jacques Cathelineau, ocupaba el 13 de marzo la población de Chemillé; el 14 de marzo, Cholet.
Así, al grito de “¡Viva la Religión!”, se levantaba en armas toda la Vendée.
El clima de los ejércitos vendeanos fue profundamente religioso: las columnas avanzaban rezando el rosario; lanzábanse al asalto cantando el Vexilla Regis; los capellanes impartían la absolución antes de que se trabara el combate. Ese espíritu religioso se daba también entre aquellos jefes salidos del pueblo, como el buhonero Cathelineau, llamado el “”Santo de Anjou” y el leñador Stofflet. Entre los nobles, a quienes los campesinos buscaron en sus propias mansiones y castillos para ponerlos al frente de sus fuerzas, esa religiosidad fue menos espontánea al principio; pero una vez tomada la decisión, todos ellos: D`Elbée, Lescure, Bonchamp, Charette y Henri de la Rochejaquelein, se mostraron dignos de la fe sólida y simple de sus hombres.

Consecuencias

Como bien nos señala Daniel Rops, “A decir verdad, dos Francias se enfrentaron en aquella lucha fraticida. La una, católica y tradicionalista, en la que se confundían convicciones cristianas y realistas hasta el punto de borrar en ella el sentido de la comunidad nacional y aceptar el lanzarse a una revuelta en el instante en que la Patria era invadida por todas partes”; al tomar las armas contra un gobierno al que consideraban ilegítimo y tiránico, no pensaban en absoluto en “traicionar a Francia”. “La otra, la Francia “de la montaña”, vagamente deísta, violentamente anticlerical, que no tenía en el fondo otra religión que la de la Patria”. Si San Luis María Grignion de Montfort hubiese extendido su acción misionera a toda Francia, probablemente habría sido otra su historia, y otra la historia del mundo.

Las memorias jamás reivindicadas de tres mil curas asesinados, de cientos de religiosas violadas y torturadas hasta morir y de decenas de campesinos descuartizados por no querer renunciar a su religión toca directamente a la misión pastoral del Papa y al encargo recibido del mismo Cristo de confirmar a sus hermanos.

Martirios

El 21 de febrero de 1794 se abrió en Angers el proceso contra el R.P. Noel Pinot. Las acusaciones fueron: presunta colaboración con los insurrectos, negación de juramento a la constitución civil, presunta cooperación para la reposición de la monarquía y sobre todo el prohibido ejercicio de la profesión de sacerdote. Lo último, junto con el hecho de haber celebrado la Santa Misa, era suficiente para dictar sobre el padre Pinot la pena de muerte y ejecutarlo el mismo día. El candidato a muerte fue irónicamente preguntado si quería morir con el alba puesta, proposición que aceptó con entusiasmo porque así pudo vivir todavía la más bella satisfacción: hasta el último momento ser sacerdote. El suplicio sería como la celebración de su última Misa, su ofrenda final. Así subió el padre Pinot al patíbulo, vestido con alba y casulla. Momentos antes de su decapitación tuvo que quitarse la casulla, pero los fieles le pusieron más tarde el ornamento después de la consumación del sacrificio. El 21 de octubre de 1926, el Papa Pío XI beatificó a este valiente sacerdote diciendo: “Noel Pinot atestiguó, llevando hasta el momento de su ejecución la casulla, que la tarea primordial, más importante y más sagrada del sacerdote es la celebración de la Santa Eucaristía según el encargo del  Señor: “Haced esto en memoria mía”.
El Terror desatado por la Revolución Francesa ha producido miles de víctimas en Anjou. La Causa de Beatificación, introducida en 1905, comprendía a 99 personas : 15 que fueron guillotinadas en Angers, y 84 que fueron fusiladas en Champ-des-Martyrs d’ Avrillé, entre el 30 de octubre de 1793 y el 14 de octubre de 1794. “Nos, acogiendo el deseo de nuestros hermanos Jean Orchampt, obispo de Angers, (…), así como de otros muchos hermanos en el Episcopado y de numerosos fieles cristianos, después de haber escuchado el parecer de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, con nuestra Autoridad Apostólica establecemos que los venerables Siervos de Dios Guillermo Repin y compañeros (…), de ahora en adelante llamados Beatos y que su fiesta pueda celebrarse todos los años en los lugares y del modo establecido por el derecho, el día del tránsito para el cielo : el 1 de febrero para los Beatos Guillermo Repin y compañeros (…). En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”; con esta fórmula el Papa, declaró Beatos al R.P. Guillaume Repin y 98 mártires franceses (11 sacerdotes, 3 religiosas y 84 -4 varones y 80 mujeres- seglares que murieron por la Fe en Angers en 1793-94, durante la Revolución Francesa). La ceremonia tuvo lugar en la basílica de San Pedro, Roma, el domingo 19 de febrero de 1984.

Cada vez más historiadores hablan de este acontecimiento como el “Primer Genocidio de la Historia Moderna”. En él, los jacobinos pusieron en práctica lo que se puede considerar un ensayo general de “Solución Final”.

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