martes, 26 de octubre de 2010

LA MUJER A LA QUE EL PAPA TEMÍA

OLIMPIA MAIDALCHINI Y EL PONTIFICADO DE SU CUÑADO, INOCENCIO X

Figura curiosa y enigmática donde las haya en la historia de la Iglesia, fue sin duda una de los grandes protagonistas de la Roma del siglo XVII. Hija de de un constructor de Viterbo, Sforza Maidalchini y de Victoria Gaulterio, noble de Orvieto, Olimpia nació en Viterbo el 26 de mayo de 1595, justo un año antes de la nuerte, el mismo día y mes, del gran San Felipe Neri, que también dejó huella en Roma, pero muy distinta. 

Su padre tenía la fijación de dejar como único heredero al hijo varón, mientras que decidió que las tres hijas deberían ir al convento, como ocurría con frecuencia en las familias nobles de aquella época, y dicho y hecho, Olimpia, fue confiada a los consejos de un director espiritual que la convenciese a tomar los hábitos. Pero ella, que por nada del mundo quería ser religiosa, no encontró otro modo de librarse del claustro que el siguiente, que sin duda refleja a las claras su carácter: Acusó al confesor de hacerle proposiciones indecentes. Contemplando a la muchacha, el pecado del confesor podía ser incluso comprensible… aunque era mentira.
Celebrado el consiguiente proceso y el sacerdote fue salió absuelto, pero eso no importaba, el escándalo organizado impidió que Olimpia entrara de novicia. 

Cuenta la leyenda que rodea a esta mujer, que años después, como cuñada del Papa y en lo más alto de su poderío, hizo nombrar obispo al desdichado sacerdote que años antes ella había hecho pasar por libidinoso. De todas maneras, sobre esta historia del episcopado, como dicen en Italia, se non è vero è ben trovato. El caso es que la funesta ocasión obligó al padre a casarla con prisas, que era en el fondo lo que ella quería. Se casó con un hombre rico y anciano de Viterbo, Paolo Pini, que tuvo la discreción de morirse a los tres años de la boda, dejando a la viuda una considerable fortuna.
Con su determinación, Olimpia había logrado cambiar el panorama de su vida. Ahora era una viuda joven y rica y sin prisas podía elegir al candidato de las nuevas nupcias. Convenía que fuera algún noble de Roma, para poder dejar la vida de provincia que a ella se le quedaba pequeña, y pronto apareció un buen candidato en los ambientes aristocráticos de la Urbe: Se trataba de Pamphilio Pamphili, 30 años mayor que Olimpia, y el único mérito suyo del que tenemos noticia era ese sonoro nombre. Pertenecía a la noble familia de Umbría instalada en Roma de la cual hoy podemos contempalr varios palacios bellísimos por la ciudad eterna y, desde otro punto de vista, la familia pronto adquirió otro tipo de fama y poder todavía más salientes en la sociedad romana, pues un hijo de la familia, concretamente el hermano de Pamphilio, Giovanni Battista, llegó a la Sede de Pedro y gobernó con el nombre de Inocencio X.

Esto ocurrió más de 30 años después de su boda, ocurrida en el 1612, la cual tuvo conclusión rápida por la muerte temprana del marido. Olimpia quedó otra vez viuda y con una gran fortuna, mayor todavía que en la primera viudedad, (aunque su segundo marido tenía mucha nobleza pero no tanta fortuna) que dedicó no precisamente a las obras de misericordia, sino para promover la carrera eclesiástica de su cuñado, al cual desde el principio de su matrimonio estuvo muy unida por estrecha amistad, provocando las más variadas murmuraciones de la nobleza romana.

Nunca se ha demostrado que entre Olimpia y Giovanni Battista hubiese nada más que amistad, aunque los rumores no faltaron, como ya he dicho, pero lo que parece más verosimil es que la ayuda económica fuera destinada a reforzar su propio poder de mujer insaciable en este sentido, y obtener también algún otro beneficio económico. Sin llegar a los excesos típicos de leyenda negra de libros como “Mistress of the Vatican: The true story of Olimpia Maidalchini” de Eleanor Herman, otros autore más moderados como la italiana Daniela Eritrei prefiere pensar en posibles ganancias económicas a través de los favores que podía obtener desde la cercanía al Papa. Se cuenta, por ejemplo, que Bernini obtuvo la comisión de la fuente de los Cuatro Ríos de la Piazza Navona por haberle hecho a Donna Olimpia un modelo de dicha fuente de metro y medio. Pero esto fue años más tarde.

El dinero se lo gastó y su cuñado fue elgido Papa en 1644. Giambattista había sido nuncio en Nápoles y luego en Madrid, lo que le había permitido trabar buenas relaciones españolas. Tras la muerte de Urbano VIII en, en el cónclave los candidatos de España y Francia estaban empatados a votos y se decidió elegir a un cardenal anciano para que durase poco y no hiciera cambios. Así, Giambattista Pamphili, a los 72 años, se convirtió en Inocencio X. No tardó el nuevo Pontífice en corresponder a la ayuda económica de su cuñada y una de las primeras medidas de Inocencio X fue nombrar cardenal al hijo de Donna Olimpia, su sobrino Camillo Pamphili, lo cual no extrañó a nadie, pues el nepotismo todavía no estaba erradicado de la curia romana.

Pero lo que conmovió a Roma es que esa mujer que acompañaba al anciano Papa se pusiera a gobernar de inmediato, y con puño de hierro, los asuntos de la Iglesia. Fue nombrade en 1645 Princesa de San Martino al Cimino y feudataria de diversas localidades, como Montecalvello, Grotte Santo Stefano y Vallebona, lo cual conllevaba pingües ingresos. Pero lo más importante era el poder que tenía en la corte romana y que todos reconocieron mientras vivía su cuñado, pues todos sabían que a través de ella era el mejor modo de llegar a su cuñado. Tuvo Donna Olimpia un papel fundamental en la organización del Jubileo del año 1650, para el que ee esperaba una extraordinaria afluencia de cristianos de toda Europa y Donna Olimpia creó un organismo de asistencia a los peregrinos que dicen que llenó sus arcas con las limosnas y los gastos de los visitantes.

Mientras tanto, Inocencio X, que mostraba una gran energía en la política exterior enfrentándose con Francia, toleraba la escandalosa situación interna, y para disimular bendecía la creación del Instituto de Viudas en Duelo, promovido por su cuñada, dedicado a propagar la devoción de la Purísima. Todo el poder de Francia, que ya era la primera potencia del mundo, no le amedrentaba, pero era incapaz de reprender a la que todos llamaban papisa, que parece ser se dirigía a él sin guardar las formas, llamándole “Gianbattista”.

Como es de suponer, la extraña pareja que ocupaba el trono de San Pedro dio lugar a muchas habladurías. El pueblo romano, de siempre sarcástico, acostumbraba a colocar papeles con críticas ingeniosas en la estatua llamada Pasquino situada en la plaza del mismo nombre -de ahí viene la palabra pasquín-, como hoy todavía se hace, criticando sobre todo a los políticos, pero también expresando otras opiniones, con Donna Olimpia, el Pasquino estuvo muy solicitado. Olim pia, nunc impia decía un panfleto de los cultos, pues estaba en latín. Jugando con lo de pía, el ingenio popular desarrolló un apodo para ella: Pimpaccia. Otro pasquino más vulgar aprovechaba un proverbio machista: “Donna è danno, Olimpia Maidalchini è donna, danno e rovina“. Porque la verdad es que la gente le tenía auténtico miedo a Donna Olimpia, y ese temor se mantuvo hasta más allá de su muerte. Era vox populi que esta señora mandaba más que el anciano Papa y de este modo la ha recordado la historia y la leyenda

Se cuenta que cuando murió Inocencio X en 1655, Donna Olimpia arrambló con todos los objetos de valor de la habitación pontificia -se habla de dos arcones llenos de oro, pero puede ser fruto de la imaginación de la gente- y salió corriendo de Roma. Lo que sí se sabe es que el cadáver del Papa quedó abandonado durante 24 horas y los ratones empezaron a roerlo. Tuvieron que ser los criados quienes le proporcionaran un modesto entierro. Se cuenta también que cuando se le pidió que colaborase con los gastos del funeral respondió: “¿Qué puede hacer una pobre viuda?“

Cuando Donna Olimpia murió años después, dejó una herencia de dos millones de escudos de oro, una fortuna muy considerable para la época. Después de su muerte surgieron entre el pueblo romano todo tipo de leyendas acerca de ella y de un supuesto “fantasma” suyo que recorrería la plaza Navona (en la que está uno de los palacios de la familia Doria Pamphili), atravesaría el Ponte Sisto y acabaría sumergido en el Tiber montado en un carro lleno de las riquezas del difunto Papa, cada 7 de enero, aniversario de la muerte de Inocencio X.

Lo que no es leyenda es que Velázquez, en su segunda visita a Roma, hizo el que se considera mejor retrato de la historia del arte, el de Inocencio X. Cuando el Papa se contempló, dijo: “Troppo vero”, demasiado auténtico. La pintura desnudaba su alma sin tapujos. Velázquez también pintó su “pendant”, como se denomina a la pareja en los retratos matrimoniales, pero el retrato de Donna Olimpia se perdió. Sin embargo, los retratos que conservamos de ella hablan por sí sólos del carácter de esta mujer a la que el Papa temía.

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