lunes, 10 de octubre de 2011

260 PAPAS CONDENAN LA REUNIÓN DE ASÍS


Rezando en la cripta de San Francisco de Asís
La jornada mundial de oración con todas las religiones en Asís el 27 de octubre de 1986, con el papa Juan Pablo II como anfitrión, fue el punto culminante de un proceso de más de cien años en la historia del pensamiento religioso, tendiente a promover la paz y la unidad entre las religiones y los pueblos. Ese movimiento interreligioso por la unidad y la paz pregonaba, por su misma naturaleza, la tolerancia religiosa como un valor supremo y combatía la pretensión de la Iglesia de ser la única depositaria de la verdad. Puesto que la Iglesia Católica seguía sosteniendo con firmeza el derecho absoluto de la revelación del único Dios personal, le fue posible rechazar hasta el Vaticano II ese movimiento religioso por la unidad y la paz1. Fue la apertura de la Iglesia al ecumenismo y al diálogo interreligioso en el ultimo Concilio la que hizo posible que ese movimiento sin haber cambiado su orientación espiritual lograra acogida en la Iglesia Católica, para alcanzar finalmente, bajo Juan Pablo II, su cúspide provisoria en Asís. No fue , pues el movimiento por la unidad y la paz entre todas las religiones el que evolucionó, sino la actitud de la Iglesia respecto de él. 

Para el católico, con su fe basada en la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia, el “acontecimiento de Asís” no tiene justificación ni en la Sagrada Escritura ni en la Tradición, por lo tanto no encuentra ningún sustento. Asís ataca la sustancia de la revelación divina y de la fe católica.

Sólo pocos decenios antes del Vaticano II, en su encíclica Mortalium Animos (6.1.1928)“Acerca de cómo se ha de fomentar la verdadera unidad religiosa”, el Papa Pío XI había expuesto y justificado por la fe el punto de vista de la Iglesia Católica sobre el movimiento por la unión ecuménica e interreligiosa. La posición de Pío XI debería ser representativa de todos los Papas respecto de los movimientos por la paz y la unidad. Pío XI menciona la aspiración de los pueblos a la unión y la unidad. Describe la composición de los asistentes a esos encuentros regulares: se invita “a la discusión a todos los hombres indistintamente, a los infieles de todas las categorías, a los fieles, y finalmente también a aquellos que desgraciadamente apostataron de Cristo o que niegan áspera y obstinadamente la divinidad de su naturaleza y su misión”. Lo mismo podría decirse de los representantes de las “religiones” y “organizaciones mundiales” invitados a Asís. Pío XI juzga, sin embargo las cosas de otro modo: “Tales esfuerzos no pueden contar, bajo ninguna circunstancia, con la aprobación de los católicos”. Pío XI menciona también las ideas y los motivos que dan lugar a la organización de congresos interreligiosos. (…)“Se piensa que hay fundadas esperanzas en el sentido de lograr una especie de coincidencia o acuerdo sobre ciertos temas religiosos básicos. A pesar de la amplia divergencia de los conceptos religiosos que prevalecen en los distintos pueblos, no se puede descartar la posibilidad de alcanzar un acuerdo fraternal sobre algunos principios básicos, los que podrían convertirse en el armazón o fundamento común de su vida espiritual”. Los participantes a tales congresos se apoyan sobre la opinión errónea de que “todas las religiones (de cualquier índole) son más o menos buenas y recomendables, en el sentido de que todas ellas revelan y traducen aunque de manera bien diferente y nos inclina con respecto ante su supremacía”. Tales pensamientos fueron también expuestos para justificar el encuentro de oración en Asís. Pío Xi dice al respecto: “Aquellos que comparten esa opinión no sólo son víctimas de error y autoengaño sino que, al deformar y consecuentemente rechazar la noción de la verdadera religión, se deslizan también paso a paso hacia el naturalismo y ateísmo. Es evidente que aquellos que se adhieren sin reserva a tales ideas y aspiraciones, abandonan enteramente la religión divinamente revelada”. Pío XI piensa aquí en los “congresos de religiones”, es decir en “discusiones” y no en actos de culto interreligioso. La práctica de un culto interreligioso, que en la Iglesia postconciliar va mucho más lejos que aquellos “congresos”, y más aún el hecho de que el mismo Papa organice tales cultos, estaba más allá de lo que Pío XI pudiera haberse imaginado.

Es indiscutible que la actitud postconciliar de la Iglesia hacia las religiones no cristianas representa una ruptura radical con la tradición.

Tal como Juan Pablo II, Pío XI ve los esfuerzos por la unidad interreligiosa en estrecha conexión con el movimiento ecuménico. Las ideas que en aquél entonces, como hoy, deberían favorecer la unidad de los cristianos las resume Pío XI en la siguiente serie de preguntas: “¿No es justo -se acostumbra decir y hasta nuestro deber-, que todos los que se llaman cristianos deben abstenerse de cualquier difamación y unirse por fin un día en una mutua caridad? ¿Quién se atrevería a afirmar que él ama a Cristo, si no trata de realizar con todas las fueras el deseo de Cristo, el mutuo amor la señal y distintivo de sus discípulos: si tenéis amor unos para con otros (Juan XIII, 35). Si ojalá, continúa, fuesen todos los cristianos “uno”, pues de este modo rechazarían con una eficacia mucho mayor la plaga del ateísmo, que día a día se introduce furtivamente en amplios sectores, preparando la ruina del Evangelio. Tales son entre otras del mismo género las razones que hacen valer los “pancristianos”, como se les llama. No vaya a creerse que se trata de grupos pequeños o insignificantes. Al contrario… Entretanto, aquel intento continúa con tal energía que se ha conseguido en muchos lugares la aprobación de muchos círculos, e incluso de numerosos católicos, atraídos con la esperanza de realizar una unión que parezca conforme con los deseos de nuestra Santa Madre Iglesia, la cual nada desea más que hacer volver a su regazo a sus hijos extraviados. Pero dado las seducciones de estas palabras zalameras subyace oculto un error muy serio que destruye completamente los fundamentos de la fe católica”. Pío XI se ocupa también de la crítica de los “pancristianos” dirigen a la iglesia católica y al papado; a éste propósito menciona la cortesía de algunos que reconocen incluso al Papa una precedencia de honor y una jurisdicción derivada del conocimiento de los fieles. Muy actual resulta cuando dice: “Incluso otros llegan tan lejos que expresan el deseo que sus congresos, que se podrían calificar  de promiscuos, sean presididos por el mismo Papa”. Resumiendo todo esto, Pío XI toma posición de la siguiente manera: “En estas condiciones, es evidente que la Sede Apostólica no puede, bajo ningún pretexto, participar en sus congresos, y que los católicos, bajo ninguna circunstancia, deben favorecer o fomentar tales empresas, ya que de este modo aumentaría y fortalecerían la reputación e influencia de una religión cristiana totalmente errónea, que está muy lejos de la única Iglesia de Cristo”.
Los oficios religiosos ecuménicos tienen naturalmente una calificación religiosa más elevada que las discusiones en los congresos ecuménicos. El Código de Derecho Canónico (CIC 1917) las catalogaba entre la “communicatio in sacris”, que cae bajo una pena eclesiástica (2). El canonista Klaus Mosdorf describe la actitud de la Iglesia inmediatamente anterior al concilio Vaticano II (1961) de la siguiente manera: “Porque la comunión en el culto presupone la comunión en la fe, los oficios litúrgicos comunitarios con los adeptos de una o varias confesiones cristianas serán, por consiguiente, prohibidos”.
La práctica ecuménica de la Iglesia después del Concilio y en solo hecho de que el mismo Papa organice tales oficios comunitarios, en los cuales los obispos protestantes como por ejemplo el obispo Kruse de Asburgo, puedan exponer sin disputa tesis de eclesiología anticatólicas, está en agudo contraste con la actitud y la enseñanza de la Iglesia Católica antes del Concilio Vaticano II.
Ceremonias religiosas comunes con representantes de religiones no cristianas, de la cristiandad protestante y ortodoxos balo los auspicios del Papa, como en Asís, no podrán ser imaginables para Pío XI. Para él las relaciones y la actitud de la Iglesia hacia los no cristianos y los no católicos debían estar reguladas bajo los principios de la fe católica.
La posición dogmática que toma Pío XI en Mortalium Animos puede ser esbozada brevemente como sigue: como hay una sola religión verdadera, hay también para los no cristianos un solo camino para llegar a la verdad y a la vida: el camino de la conversión a la religión y la Iglesia de Cristo. Y como no hay más que una sola verdadera Iglesia, la fundada por Jesucristo, hay para los no católicos también un sólo camino: el retorno a la Iglesia Católica. La fe católica íntegra, sin limitaciones ni reducción, es el lazo de la unidad; el amor solo no puede hacer volver a los cristianos separados. La ruptura con la actitud y la enseñanza de la Iglesia contenidas en Mortalium Animos no podría aparecer más claramente que en el encuentro de oración de las religiones en Asís. El católico fiel, que ha seguido atentamente esta ruptura en el respeto por la Cátedra de Pedro, no puede contentarse con considerar “el acontecimiento de Asís” simplemente como un hito más en el desarrollo histórico de las religiones. Para el católico la ceremonia interreligiosa de Asís, organizada y preparada por el Vaticano con el Papa en su centro, es un acontecimiento eclesiástico importante que afecta profundamente su fe en la única verdadera Iglesia Católica: Papa contra Papa, Iglesia pre-conciliar contra Iglesia post-conciliar. Ambos Papas, Pío XI y Juan Pablo II son para él docentes supremos de la Iglesia, protectores y garantes de la fe establecida por Cristo. Por otra parte, en Asís Juan Pablo II se califica a sí mismo como el “primer testigo” de la fe. Estos problemas de la fe planteados por Asís no pueden obviarse mediante alusiones a una actitud atrasada y un inmovilismo conservador. Tampoco permiten que se los aparte e ignore, mientras la Iglesia oficial avanza imperturbable en el camino del diálogo y del culto interreligioso. Tampoco se rsuelven con referencias al actual concepto de la “tradición viva” o “dinámica”.
El católico fiel puede muy bien no darse por satisfecho con una referencia general al Vaticano II. Al contrario, tiene el derecho y el deber de formular la pregunta: ¿sobre que fundamento dogmático de la fe católica se apoya Juan Pablo II para celebrar una ceremonia interreligiosa como la de Asís?
Los tres discursos de Juan Pablo II en la Jornada mundial de oración, aunque remarcan fuertemente el carácter simbólico del acontecimiento, no dan ninguna respuesta satisfactoria a esta pregunta. Lo que pasó en Asís es consecuencia lógica de las trampas y ambigüedades deliberadas de los textos  del Vaticano II que abrió un poquito la puerta  engañando a la mayoría de los obispos partcipantes en el Concilio.
En su realización concreta la oración de todas las religiones por la paz se desarrolló, delante de la Basílica de San Francisco, de la siguiente manera: unos tras otros los budistas, los hindúes, los jainas, los musulmanes, los shintoístas, las religiones tribales de África, los parsis, los judíos y los cristianos, “en una fidelidad radical a sus respectivas tradiciones”, han alabado sus caminos de salvación y ofrecido a sus “divinidades” sus “oraciones por la paz”. Uno al lado del otro estaba el camino de la salvación, de Shiddhartha Gautma y de Shantideva, de Shankaram, de Vardhamana Mahavira, de Mahoma, de Navak Dev, de los ancestros místicos, de Zaratustra, de Moisés y de Jesús de Nazaret. Uno tras otro, y uno al lado del otro eran presentados a la humanidad como “suprema potencia” o “Dios”: Buda, los bodhisattvas, el divino Brahma, Jaina, Alá, los numinosos Kami, Nam-Sat, el Gran Trueno, Mnitú, Ormazd, Yavé y el Dios Trinitario. (Ésto jamás de los jamases ningún Papa lo había tolerado).
Por este culto ecuménico que tenía al Papa en su centro, el católico deseaba recibir también del mismo Papa una concluyente argumentación extraída de la fe católica. “El Acontecimiento de Asís” no concierne a un fenómeno marginal, sino al corazón mismo de la revelación divina y la veneración debida a Dios: el primer mandamiento. Juan Pablo II entrega él mismo la llave de su comprensión del encuentro de oración con la advertencia:
“Ved a Asís a la Luz del Concilio”.
Padre Johannes Dörmann.
Notas
El itinerario teológico de Juan Pablo II hacia la jornada mundial de oración de las religiones en Asís. Desde el Concilio Vaticano II hasta Asís. páginas 9-16. El Padre Johannes Dörmann, es sacerdote Alemán, autor de varios libros muy profundos acerca de la teología de Juan Pablo II y de la crisis actual que afecta la Iglesia Católica.
1 El primer bosquejo o proyecto de la Constitución de la Iglesia de Cristo en el Vaticano I, que debido  a su interrupción no llegó a concretarse, se trata en el 7º Capítulo el problema de la relación de la Iglesia con las demás religiones. Dicho proyecto refleja fielmente la postura de la Iglesia en aquella época.
2 CIC can. 2314-2316. En el nuevo CIC can 1365 se dice Reus vitate commuinicationis in sacris just paena puniatur. Si el mismo Papa organiza y preside cultos iterreligiosos, no se puede hablar de oficios divinos prohibidos en el caso de un sacerdote u obispo.
3 Cf. L´Osservatore Romano, 31.10.1986, pág. 2-6.

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