jueves, 8 de julio de 2010

El sacramento del matrimonio




"La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados" (CIC, can. 1055,1)


El sacramento del matrimonio es la presencia de Cristo, presencia sacramental. Es decir siendo el matrimonio un sacramento, se convierte en un medio de comunicación de la gracia de Dios. Es un camino para la salvación de los que lo integran.

Como sacramento es un signo del amor y de la alianza de Cristo con su Iglesia.
La finalidad del sacramento del matrimonio es la santificación de los esposos mediante: la Unión y la procreación y educación de los hijos.
Es la manera de ayudarse mutuamente con la gracia de Dios en la realización de la propia vocación.

Materia del Sacramento del Matrimonio:
Es el "SI" en cuanto donación total al otro.

Forma del Sacramento del Matrimonio:
Es el "SI" en cuanto aceptación del otro cónyuge.

Ministros del Sacramento del Matrimonio:
Son los mismos contrayentes.

Sujetos del Sacramento del Matrimonio:
El hombre y la mujer bautizados que cumplan con las condiciones para la validez del sacramento y que no sean impedidos por lo prescrito en el derecho canónico.


Quiero comparar el matrimonio a un gran edificio que se va construyendo día a día, minuto a minuto, segundo a segundo. El día del casamiento se pone el primer ladrillo. Y el día de la muerte, el último.
Del esposo y de la esposa, junto con los hijos, depende:

  • La solidez de ese edificio.
  • La belleza de ese edificio.
  • La luminosidad del mismo.
  • La limpieza de éste.
  • La altura de ese edificio

1. Solidez del edificio

¿De qué depende la solidez del edificio matrimonial?

De los cimientos y columnas. La solidez de una casa no depende de los cuadros que colgamos en la pared, ni de la antena parabólica, ni de la hermosa chimenea que embellece y calienta el rincón de nuestra casa. Para que un matrimonio sea sólido, resistente a todos los vientos, huracanes y sismos, es necesario que tenga unos cimientos bien sólidos, graníticos, macizos.

¿Cuáles son esos cimientos y columnas sólidos en el matrimonio?

La piedad, esa virtud hermosa que reúne a toda la familia en torno a Dios todos los domingos, que junta todos los días a padres e hijos junto a un cuadro o una imagen de la Virgen a quien rezan un poco. La piedad es la que mueve a esa familia a bendecir los alimentos antes de las comidas.

La fe es otro cimiento en el matrimonio. Les permite ver todas las cosas que les ocurren a la luz de Dios, es más, ven su mano en todo. La fe les hace superar las crisis y posibles vaivenes de la vida.

El amor es una columna sin la cual el edificio del matrimonio se derrumba. El amor como entrega, sacrificio, donación, capacidad de comprensión y bondad.

La fidelidad no puede faltar como cimiento que sostiene toda la casa matrimonial. La fidelidad a la palabra dada, al otro cónyuge, a los deberes del propio estado; en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad.

Y sacrificio, como cimiento macizo del edificio matrimonial. ¿Qué es el sacrificio? Es ese saber sufrir, soportar, aguantar todos los contratiempos de la vida. Ese poner buena cara a lo que nos cuesta o nos desagrada. La vida matrimonial y cualquier vida humana está llena de él, porque el sacrificio es ingrediente del devenir humano. Es el que nos hace madurar y va quitando de nosotros esas actitudes egoístas y caprichosas.

Si éstos son los buenos y sólidos cimientos, ¿cuáles serían los cimientos débiles, de paja, de barro? Los gustos, los caprichos, el egoísmo, la indiferencia religiosa.

2. Belleza del edificio

La belleza de una casa depende del buen gusto en las dimensiones, proporciones, simetría. Y la belleza de un matrimonio, ¿de qué depende? Del amor. Éste es el que embellece al matrimonio, le da sus perfiles hermosos, permite la serenidad en cada rincón de la casa, hace sonreír a padres e hijos.

¿Qué es el amor? Es difícil definirlo, pues no es para explicar. Es para vivir, para dar, para recibir. El amor es esa fuerza interior que me hace salir de mí mismo para darme a los demás, para entregarme a mi amado, sin buscar compensaciones, sin obligarle ni forzarle a que me ame. Es saber callar los defectos del otro, salir a su encuentro cuando lo necesita, es ofrecerme al amado, perdonarlo, comprenderlo, ofrecerle limpiamente mi cariño. El amor exige una buena cuota de desprendimiento personal, de sacrificio y de renuncias por la persona a quien amo.

¿Por qué el amor embellece el edificio matrimonial? Porque va quitando aristas que sobran, puliendo superficies rugosas, limpiando azulejos sucios, empapelando con buen gusto paredes descarapeladas o en mal estado.

El amor se fija en el detalle bello del ramo de flores para la esposa, en ese dejar la ropa olorosa al marido. Es el perfume del hogar. Es afecto, es decir, ternura, acercamiento cariñoso al estado anímico del otro. El amor es amistad, quiere el bien del otro y une a las personas. No se empolva. El amor verdadero embellece el hogar. Hace crecer sanos física y psicológicamente a los hijos. Rejuvenece al matrimonio.

La falta de amor afea el matrimonio, desteje el paño familiar, raya las escaleras que hermosean la casa, quiebra las lámparas colgantes, ensucia las alfombras de los recibidores y exhala un mal olor en toda la casa. Su falta provoca las discusiones, hace subir el tono, hiere los sentimientos de las personas a quienes más deberíamos amar. La falta de amor distancia los corazones, las almas y los cuerpos, descuida los detalles y le hace a uno ser grosero. Envejece al matrimonio.

El amor es fuego que calienta esa casa. La primera que lo enciende es la madre, que es el corazón de la familia y es la primera en levantarse. Ese fuego que el marido, el papá, debe mantener a lo largo del día, desde su trabajo, llamando por teléfono a su mujer, trayendo a casa siempre y todos los días, algo de leña para alimentarlo del amor en el hogar.

¡Qué no traiga el cubo de agua de sus disgustos, para echarlo encima y apagarlo! Ese fuego del que se alimentan los hijos les hace crecer sanos, física, psicológica y espiritualmente. Hay que colocarlo en el centro del hogar y desde ahí se irradiará a todos los rincones. Se alimenta cada día con la piedad, el rezo en familia, la devoción mariana.

Que no pase un día sin alimentar y acrecentar ese fuego con la oración en familia. A veces cuesta encenderlo en los hogares, sobre todo si se dejan todas las puertas y ventanas abiertas a todos los aires, o se cuela el hielo del invierno y de la indiferencia.

¡Familias, enciendan el fuego del amor durante su vida, poniendo cada uno la leña del sacrificio que han ido consiguiendo mediante esfuerzo y trabajo! ¡Defiendan ese fuego, aunque tengan que quemarse las manos y el corazón! Sin él se destruye el hogar, la familia, los matrimonios, todo.

3. Luminosidad del edificio

¿De qué depende la luminosidad de una casa? De los ventanales. Una casa sin ventanas al exterior se convierte en una casa lúgubre, oscura y propensa a la humedad.

Lo mismo en el matrimonio. La luminosidad en él depende de los grandes ventanales. ¿Para qué? Permiten airearse todos los rincones de la casa para que no se acumulen los malos olores. Los grandes ventanales permiten la entrada de luz al hogar y entrando la luz mueren las bacterias, la humedad, los hongos.

Entonces se puede percibir mejor el polvo y las cosas sucias, para así poder limpiarlas y barrer bien todo. Los grandes ventanales permiten descansar la vista y alargarla hacia los anchos horizontes, ver las necesidades del mundo y de los hombres. ¡Familias, construyan en sus hogares grandes ventanales!

No para que dejen meter los malos aires que hoy soplan por ahí: el aire del egoísmo que quiere limitar los nacimientos por medios ilícitos, artificiales, porque –según dicen– “familia pequeña, vive mejor”. ¡Esto es egoísmo!

También están el aire del hedonismo, que busca el placer por el placer mismo; el aire del consumismo, que prefiere una heladera o un nuevo apartamento, a un nuevo hijo; los aires de la emancipación y liberación de la mujer, a quien se le obliga trabajar fuera de casa todo el día “porque así se realiza mejor, profesionalmente”, pero nunca está para educar a sus hijos, para convivir con ellos.

Igualmente, los aires de matrimonios a prueba, mientras tanto, a ver si funciona; los aires divorcistas, separatistas, para hacerse un nuevo amigo sentimental.

¡No! ¡Esos grandes ventanales son para que entre el aire renovado del Espíritu que sopla donde quiere y trae aromas del cielo! ¡Para que la brisa suave de la oración matutina y vespertina consuele a toda la familia! ¡Para poder ver la iglesia de nuestra zona y acordarnos de ir a misa en familia y rezar antes de las comidas, o ante una imagen de la Virgencita! ¡Grandes ventanales para ver lo mucho que sufren nuestros hermanos, los hombres, y poderles echar una mano!

¡Grandes ventanales como los de la casa de la Sagrada Familia, que era todo ventanal donde tanto María, como José y el Niño miraban a todos los hombres y se compadecían o los ayudaban!

¡Qué no haya recovecos en nuestros hogares, puertas secretas y oscuras, teléfonos escondidos desde donde llamar a piratas que quieren destruir nuestro hogar, a nuestra familia, a nuestros hijos!

Luminosidad en el matrimonio, y no mentira, falsedad, apariencia, infidelidad.

4. Limpieza del edificio

¿De qué depende la limpieza del matrimonio? De los mil detalles de cada día. De quitar en cada uno lo que ensucie, ese polvo que cae casi sin percibirlo. De no dejar acumulada ropa sucia, ni arrinconada la basura. ¡Fuera!

Limpieza en el dormitorio. Nada debe haber ahí que manche la intimidad del matrimonio. Limpieza de palabras, de gestos, de miradas. ¡Qué conversaciones tan limpias deberían hablarse ahí! La oración común en el dormitorio va limpiando a la pareja cada noche y la va fortaleciendo en sus vínculos.

Limpieza en la mesa del comedor. Es la mesa la que va a unirnos varias veces al día a los miembros de la familia para compartir el pan, las alegrías, las lágrimas, los proyectos. En ella se da el banquete familiar. Por eso, ahí debe haber limpieza suma. Allí nos miramos mutuamente, sonreímos, charlamos, disfrutamos de ese gozo de sabernos amados, queridos. En la mesa tenemos la oportunidad de practicar y crecer en muchas virtudes: apertura, respeto, servicio, moderación, generosidad.

Sobre la mesa se ponen el pan, las flores y el cariño. El pan que se parte, se reparte, se comparte. Las flores que adornan y embellecen la mesa familiar. Ahí se ofrece el cariño, que es esa corriente cordial que electrifica a todos los miembros y les permite darse mutuamente, abrirse, comprenderse, perdonarse. En la mesa hay que evitar discutir, pelearse, encerrarnos en nosotros mismos, pues todo esto ensuciaría el amor del matrimonio e impediría una buena digestión, creando un clima de crispación y rivalidad.

En la mesa hay que evitar querer comer a solas, en un rincón, o después de todos, como islas. Así simplemente se corta con esa corriente afectiva y familiar, y se convierte uno en un huésped extraño que entra y sale en su misma casa. Ha convertido su hogar en un hotel, o posada, donde se va a comer, a dormir, a tomar una ducha o a cambiarse de traje, cuando se quiere.

Limpieza en la sala de estar. No permitir hablar mal de nadie cuando vienen huéspedes o amigos. La sala de estar debe estar limpia de envidias, maledicencias, calumnias. Debe tener siempre el florero lleno de flores olorosas: el buen humor, la bienaventuranza, el respeto, la jovialidad, la alegría. En la sala de estar no debe acumularse el humo de cigarrillos de la frivolidad y de la chabacanería. La sala de estar debe tener vista al patio o al jardín, para que allí se vea lo que se hace sin intenciones torcidas.

Limpieza en el patio, porque ahí deben jugar los niños. Que haya árboles y columpios y jardín. Pero todo limpio. La limpieza ayuda a los hijos a oxigenarse, airearse y a crecer sanos.

5. Altura del edificio

La altura del edificio matrimonial depende de la generosidad en el amor fecundo, abierto a la vida. Dios dijo a la primera pareja de la historia, Adán y Eva: “Creced y multiplicaos”.

Así como Dios es generoso con nosotros, así también los matrimonios deben ser generosos en transmitir la vida. ¡Qué hermoso es ver a esas familias numerosas, donde los hijos alegran cada rincón de la casa! ¡Cómo se ejercitan en el cariño, en la donación, en la preocupación de unos por otros cuando son muchos hermanos!

Comparten todo, juegan juntos; las cosas pasan de hermano a hermano y de hermana a hermana; ¡qué lindo! También a veces se pelean, pero después se reconcilian. Si sólo hay un hijo en casa, ¿con quién juega, con quién comparte sus cosas, a quién sonríe, con quién se pelea, con quién hace las paces?

No tiene hermanos. El niño que no tiene hermanitos es más propenso a la tristeza, al egoísmo, al aislamiento. Se le acorta el crecimiento afectivo y psicológico.

Familias, sean generosas. ¡Amen, sean portadoras de amor, defiéndanlo, protéjanlo, denlo!




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