AUTOBIOGRAFÍA DEL HIJITO QUE NO NACIÓ

Capítulo I: Lo que mi ángel me cuenta
Desde hace un instante soy un ser humano. Mi cuerpo es tan pequeño todavía que no puede ser visto por los ojos de nadie, pero mi alma ya es tan grande como lo será siempre. Dios la ha creado para mí, en el mismo momento en que yo he comenzado a existir. Dios me ama como si yo fuera una persona perfecta. Dios sigue creando un sinnúmero de almas cada día, para todos los seres, hijos de los hombres, que son llamados a la vida. Mi ángel me dicen que nacerán tantos como se necesitan para repoblar el cielo, que el diablo ha despoblado de la tercera parte de sus habitantes.
Estas cosas profundas para persona tan pequeñita como yo, son las primeras que me ha enseñado mi ángel guardián. Debo explicar que tengo un ángel guardián elegido entre los innumerables ángeles que quedaron fieles al servicio de Dios.
¡Mejor aún! Me enseña que Dios me ha amado desde toda la eternidad, como si no hubiera de existir otro ser sino yo. Y que por mí ha realizado infinitas maravillas. Así las ha realizado para todos los seres humanos y su Hijo ha muerto por cada uno de ellos, como si fuera el único en le mundo, para salvarlo de la guerra que hace a los hombres el diablo.
Yo apenas entiendo todo esto, pero él me lo repite y trato de retenerlo.
Sin embargo, confieso que me cansa. Querría dormir.
Mi ángel me habla sin ruido y sin palabras. Es como un fluido que me penetra. Lo comprendo perfectamente. Mis oídos todavía no están formados.
Me dice que yo soy un hombrecito. O una mujercita. Lo ignora o no me lo quiere decir. Comprendo que sabe muchas cosas, pero que no conviene que me lo cuente todo. Me guarda infinidad de secretos para cuando yo sea mayor.
Dice que si me habla demasiado, mi pequeño cuerpo se va a cansar.
Y es verdad, vuelvo a sentirme con ganas de dormir un rato largo.
Será mi primera noche en el seno de mi mamá, que todavía ignora que yo existo.
Mi ángel me dice que es mejor que ella siga ignorándolo.
¿Por qué no es bueno que una madre sepa que s hijito o hijita existe ya?
Estoy cansado. Será el primer sueño de mi vida en el suave y tibio seno de mi madre. ¡Qué oscuridad, Dios mío! ¿Es porque todavía mis ojos no se han formado?


Capítulo II: Mi cuerpo va creciendo. Mis oídos recogen algunos rumores de afuera. ¿Quién es mi ángel? ¿Cómo se llama?
Cada nuevo día mi ángel me despierta con una oración. Todavía yo no puedo aprenderla porque no tengo memoria. Sin embargo me parece que mi cuerpo ya no es tan pequeñito y que llego a percibir algunos rumores que vienen de muy lejos.
Todo lo que está fuera de este rinconcito tibio y suave donde voy criándome, es lejos para mí.
Dice el ángel que algún día todo eso me parecerá muy cerca y que entonces él mismo, que ahora me cuida y enseña, tendrá que alejarse de mí.
Esto me ha llenado de preocupaciones, lo cual significa que mi cerebro ya comienza a formarse.
No me animo a preguntarle a mi ángel cómo podrá algún día estar lejos de mí, si Dios le ha mandado que sea mi custodio y compañero siempre, aunque algún día yo deje de estar donde ahora estoy, porque me habré desarrollado completamente.
No sé cómo expresar estas cosas raras que se me ocurren y que harían reír a los hombres, si pudieran escucharlas; pero ni ellos, ni siquiera mi ángel las escuchan, como que yo mismo apenas me entiendo. La lengua en que hablo debe de ser la lengua de los ángeles que se aprende en un momento. Hablando siento que soy una persona. Es decir, alguien que tiene un alma distinta de las otras almas, un alma que ahora conversa con el ángel y que después conversará con los hombres, conversará con mi mamá, conversará con mi papá y con mis hermanitos.
Me ha contado, y esto me ha hecho muy feliz, que yo tengo dos hermanitos, que hace mucho tiempo vivieron como yo, formándose como me formo yo, poquito a poco, y ahora son dos preciosas criaturas: él tiene seis años y ella cinco. Me ha dicho también que podría tener muchos hermanitos más, pero que todos murieron antes de nacer. Dice mi ángel que mi papá odia a sus hijitos pequeños.
No he comprendido lo que esto significa, pero he prestado atención a los rumores de afuera y he percibido una voz que me parece la de mi hermanita. Es lo más prodigioso que haya sentido en mi vida.
Le he contado esto a mi ángel y él me ha dicho que debo de haberlo soñado, pues mis oídos todavía no son aptos para escuchar las cosas del mundo. ¿La oiré, tal vez, a ella como podría oír a los ángeles?
Otro sueño he tenido y no he querido contárselo a él, porque me parece que lo ofendería.
Está bien que yo no sepa mi propio nombre porque no me llamaré de ningún modo hasta que sea un hombrecito o una mujercita y me bauticen, como él me ha explicado. Pero él tiene seguramente un nombre, distinto del de los otros ángeles. ¿Por qué no me lo ha dicho? Yo sólo sé que el ángel custodio de mi mamá se llama Absalón, pero el nombre de él me lo ha ocultado. Me enseña mucho.
Me ha dicho que aunque yo sea pequeñísimo y él sea un ángel poderosísimo que todos los días ve cara a cara a Dios y a la Santísima Virgen, él no puede penetrar en mi alma, a donde sólo Dios penetra. Cada alma humana es como una fortaleza cerrada no sólo para los ángeles, sino también para los demonios, que no pueden entrar en ella si el dueño de esa alma no le abre una puerta, o un postigo, un resquicio a lo menos, para poder empezar a seducirla con malos pensamientos.
Cosas muy difíciles de entender, pero que no olvido cuando mi ángel me las ha dicho tres veces.
¿Pero por qué digo mi ángel, si no conozco su nombre y estoy comenzando a pensar que este ángel no es el mío y que yo estoy como abandonado en el mundo?
Me muero de sueño y voy a dormirme sin saludarlo. No creo que me pertenezca. ¿Debo confiar mis secretos a quien puede contarlo a otra persona, aunque esa persona sea mi madre?


Capítulo III: Dudo que mi ángel sea mío. Ya puedo moverme un poquito.
No he olvidado ninguna de las innumerables lecciones que viene dándome mi ángel, mejor dicho, este ángel.
Él afirma que soy muy inteligente, un poquito orgulloso y reservado, pues no le cuento todas las cosas que pienso.
En verdad, ¿cómo voy a contarle que cada vez me afirmo en la sospecha de que no es mi ángel guardián, sino un intruso, y que debo andar con mucho cuidado para comunicarme con él?
Lo escucho y aprendo. La mejor lección que me ha dado es la de que Dios me ama desde antes de que yo existiera y que la Santísima Virgen es Madre de Dios y también madre mía, otra madre que me quiere más que la que ahora me lleva en su seno.
Y la pero lección, que me ha hecho estremecer de miedo, es que mi papá odia a sus hijitos no nacidos y preferiría que se muriesen o que no nacieran nunca.
- ¿Entonces me odia a mí?- he preguntado.
- Tu papá ignora que tú existes. ¡Eres tan pequeño todavía! ¡Ay de ti si lo supiera!- me contestó el ángel.
- Y cuando sea más grande y sepa que existo, ¿me odiará?
- No sé, los ángeles nos somos profetas. Mucho me temo que cuando sepa que existes, ocurran cosas tremendas.
- ¿Tiene también mi papá un ángel custodio?
- Sí, como todos los seres humanos, como la Santísima Virgen, que tuvo un gran arcángel.
- ¿Cómo se llamaba ese gran arcángel?
- Gabriel, y fue él quien le anunció que ella sería la mamá del Hijo de Dios, que llamamos Jesús y que es tu hermano y también hermano de todos los seres humanos que han nacido y los que han de nacer, como tú.
Al saber que yo soy nada menos que hermano de Jesús y que la Santísima Virgen es también mi Madre, me siento orgulloso y me atrevo a interrogarlo sobre lo que tanta curiosidad me despierta:
- El ángel de mi otra mamá, la mamá de la tierra, se llama Absalón. ¿Y cómo se llama el ángel mío?
Entonces él me responde:
- No quiero decírtelo, pero te empeñas en saberlo todo. Yo soy Absalón, el ángel custodio de tu mamá.
- ¿Y el ángel custodio mío cómo se llama? ¿Dónde está?
- Tú no tienes todavía un ángel para ti solo. El de tu mamá que soy yo la cuida a ella y te cuida a ti. Después, cuando aparezcas a la luz del mundo, Dios mandará un ángel que será tuyo mientras vivas y te llevará al cielo cuando mueras.
- ¡El día que yo parezca a la luz del mundo!- exclamo con desilusión- ¿Y cuándo va a ser eso?
- ¡Eres demasiado preguntón!- me responde el ángel de mi madre.
Estoy seguro de que si fuera mi propio ángel no encontraría mal que yo le preguntara tantas cosas, porque enseñarme es su oficio y no debe cansarse ni negarse a responderme.
Me quedo humillado y triste y me duermo cansadísimo.


Capítulo IV: Me he enamorado de una voz y horrorizado de otra. El horrendo Tubal Astaró. Lo que me responde el ángel me llena de miedo.
No alcanzo a comprender lo que es el día y lo que es la noche. Mis pequeñísimos ojos sólo ven oscuridad horrorosa, porque según me ha dicho Absalón está formada por la sombra de muchos pecados. No me atrevo a pensar que sean pecados de mi madre. La quiero ya como si le hubiese visto la cara y sé que ella también me quiere locamente, valientemente.
Estas dos palabras las ha empleado el ángel y ha intentado explicármelas, pero yo no he comprendido. ¿Cómo puede llamarse valiente al amor de una madre por su hijito no nacido todavía? ¿Quiere decir que para quererme tiene que pelear con otras personas?
Espero ser mayor a fin de penetrar estos misterios.
Lo que sí sé es que estoy enamorado de una voz. El ángel- antes yo lo llamaba mi ángel- no cree posible que yo haya podido oír nada, ni siquiera la voz de las personas que hablan con mi mamá, porque mis oídos son todavía más pequeñitos que mis ojos y no pueden servirme.
Le he preguntado si no se oye también con el corazón, quiero decir que cuando un ser humano es muy cariñoso, y muy pequeño, antes de nacer, oye y siente con su corazoncito que le golpea muchas veces y le comunica cosas de fuera que le llegan en la corriente de la sangre de su mamá que lo alimenta.
El ángel se ríe de lo que yo le pregunto. Esta vez se ha reído más que nunca cuando le he dicho que al despertarme escuché una voz preciosa, de alguien que hablaba con mi madre. Yo conozco la voz de ella, y me gusta mucho oírla aunque me apena, porque es triste.
Pero esta voz, muy parecida a la de ella, como sería la de una hija, pero en nada triste, sino muy alegre y transparente, como de un alma iluminada por luces que yo no veo, ha iluminado mi oscuridad y me ha hecho muy feliz.
Adivino que es la voz de mi hermanita y me he enamorado de ella.
De pronto de calló, porque resonó otra voz, fuerte y ronca y odiosa, que hizo temblar a mi madre. Yo sentía su temblor en la corriente de su sangre que me llegaba y no oí ninguna respuesta suya.
- Esa no era la voz de tu padre- me ha explicado el ángel.
Le pregunto con ansiedad:
- ¿De quién era, pues?
El ángel vaciló un momento, como si temiera enseñarme tan temprano estas cosas, que algún día tendré que saber. Luego murmuró con tristeza:
- Esa es la voz del médico de tu padre, el doctor Tubal Astaró. ¿Te acordarás de este nombre?
- Si yo no olvido nada de lo que me enseñas, aunque tú dices que mi cerebro todavía no es mayor que la cabeza de un alfiler. Yo ignoro lo que es un alfiler. Supongo que es una cosa insignificante. Pero tú alguna vez has usado esa expresión.
- El doctor Astaró- prosiguió el ángel- hace temblar a tu mamá con sólo darle los buenos días, porque ella sabe que nunca va a una casa sino por algo muy malo. Los asesinos…
- ¿Qué son los asesinos?
- Los hombres que quitan la vida a otros. Los asesinos matan a uno o a dos, y la justicia de los hombres los persigue, los encarcela y a veces los mata. Y Dios aprueba la justicia de esos jueces, porque el asesino, culpable de haber quitado la vida a un semejante, merece el peor castigo.
- ¿Aunque no haya asesinado más que a una persona?
- ¡Así es!
- ¿Y el doctor Astaró ha quitado la vida a otros?
- Ha quitado la vida a miles de niñitos como tú. La sangre de esos inocentes está humeando en los altares del Señor y pidiendo venganza.
- Y la justicia que persigue y ajusticia a un asesino cuando ha muerto a una sola persona, ¿no le hace nada al doctor Astaró?
- ¡No, no le hace nada!
La voz del ángel me penetra como un cuchillo y me hace sufrir.
Absalón lo advierte y permanece callado un buen rato.
Yo no le pregunto más, porque siento que si me vuelve a hablar en ese tono me hará morir. ¿Pero qué es morir? La verdad es que no lo sé.
- Duérmete criatura- me susurra Absalón-. Estás muy cansado. No es tiempo todavía de aprender estos horrores.
- Sí, estoy cansado- contesto, sintiendo que mi madre tiembla más que yo y que Astaró habla en voz baja con mi padre.
Así me duermo, sin pretender escudriñar lo que hace temblar a mi mamá, cuya alma es sombría, ni tampoco saber por qué el horrible doctor no es perseguido por la justicia.


Capítulo V: Pido al ángel que me enseñe el idioma de mis padres. Absalón me dice que los crímenes que ahora se cometen son peores que la matanza de inocentes que ordenó Herodes
He dormido tres o cuatro días seguidos, según me dice el ángel.
Yo no sé qué es el día ni qué la noche. Para mí la oscuridad es siempre igual. Si bien a veces siento que la oscuridad del corazón de mi mamá se vuelve más tenebrosa.
La explicación es que los corazones de los seres humanos son oscuros cuando tienen muchos y grandes pecados, cuando no aman a Dios y lo ofenden con sus pensamientos.
Según esto, en el corazón de mi pobrecita madre debe de haber una inmensa nube de pecados.
Pero hoy me desperté sintiendo la voz preciosa de mi hermana, que le dijo algo incomprensible para mí, que todavía sólo entiendo el lenguaje sin palabras de los ángeles.
Lo cierto es que la oscuridad del corazón de mi madre se llenó de resplandores.
Llamé con mi pequeñita voz a Absalón y le rogué que me enseñara el idioma de mi madre y que me explicara por qué su corazón se llenó de luz. Él, que ya había oído la conversación, me dijo que mi hermanita había ido a recordarle que dentro de unos días ella haría su primera comunión y que esperaba que mi mamá comulgara junto con ella, habiéndose confesado.
Para que yo pudiera comprender el ángel me enseñó qué era una comunión y cómo no podía hacerse sin confesarse antes.
- Tu mamá le ha prometido hacerlo así y por ese solo propósito su corazón ha resplandecido con una luz que todavía será más brillante cuando cumpla su promesa.
- ¿Acaso sucede que mamá no cumple y no se confiesa, ni comulga?- pregunto con ansiedad.
- Sí, y muchas veces ha sucedido que tu mamá no se ha confesado y por eso no ha podido comulgar. A tu padre lo enfurecen las obras piadosas.
- ¿Por qué?
- Porque tu madre se fortalece cuando tiene el corazón limpio y no ejecuta las órdenes de él.
- ¿Esas órdenes son malas?
- Sí, son pésimas. Algunas de esas órdenes son las lecciones que le ha dictado el doctor Astaró: crímenes nefandos.
- No comprendo.
- No puedes comprender. Bástete saber que del cumplimiento de esas órdenes depende tu vida.
Puesto que él no me lo quiere explicar, se me ocurre que si yo aprendo la lengua de las gentes comprenderé lo que ese horrible doctor habla con mi mamá y mi papá cuando está con ellos.
Se lo pido al ángel y él me dice:
- Eres el niñito de mejor oído que conozco. Ahora que no tienes todavía ninguna edad, porque no has nacido, oyes como si fueras grande, mejor que si fueras grande, porque oyes los pensamientos sin palabras que nacen en el corazón de tu mamá.
- Los oigo, pero no los entiendo. Enséñame las palabras.
Aquel día, y vuelvo a decir que no sé realmente si era día o había entrado ya la noche, Absalón me comenzó a enseñar las palabras de los seres humanos y me dijo algo que me colmó de sorpresa.
- Cuando sepas hablar algo, habla a tu madre, en voz muy bajita, para que nadie pueda oírte, y pídele que te defienda, aunque a ella le cueste la vida defenderte.
- ¿Y puedo hablar sin haber nacido?
- Un hijito que ama a su madre puede hacerse comprender de ella, que también lo ama, cuando ella tiene el corazón lleno de luz. Pero si lo tiene oscuro porque está en pecado, o no te comprenderá o no arriesgará su vida por salvarte.
- Pero, ¿por qué tiene que arriesgarla para salvarme? ¿No podemos vivir los dos? ¿Ella y yo no podemos vivir juntos?
- Sí, podéis vivir los dos, pero a tu padre el doctor Astaró lo convencerá de que no, que tú tienes que morir para que ella viva. ¡Pídele a tu madre que te salve! ¡Que no te deje matar!
- ¿Hay alguien que quiere matarme?
Absalón vacila antes de contestarme. Después de un largo silencio me dice:
- En el mundo hay millones y millones de niñitos tan pequeños que los ojos de los hombres sólo pueden verlos con unos cristales poderosos. Se sabe que ya existen y hay muchísimos hombres perversos que están urdiendo procedimientos para matarlos.
- ¿Por qué?
- Porque cuando nazcan costará dinero alimentarlos y criarlos. Hay hombres malos y mujeres perversas, que estudian estas cosas y enseñan que la tierra está demasiado poblada y no conviene que nazcan más niñitos, porque habría pobreza y faltarían alimentos para los grandes. Por eso dicen que hay que matar a los pequeñitos antes que nazcan.
- ¿Eso es un crimen, verdad?- pregunto aterrado.
- Es el peor de los crímenes que puedan cometerse, peor que la matanza de los inocentes hecha por el rey Herodes…
- ¿Quién es Herodes?
- Otro día te lo contaré. Hoy has vuelto a cansarte. Siento la corriente de la sangre de tus venitas muy agitada. Duérmete y descansa.
- ¡Una sola cosa todavía!- exclamo con vehemencia. Absalón, que se aprestaba a alejarse, me escucha.
- ¿Por qué dices que matar a los niñitos como yo es peor que la matanza que ordenó el rey Herodes?
- Porque esa matanza de inocentes Herodes no la hizo por su mano. Si no hubiera encontrado sayones que lo obedecieran no se habría animado a hacerla. Y también porque aquellos inocentes no eran hijos suyos. Ninguno de ellos se perdió. Dios les concedió el bautismo de sangre.
- ¿Y los niñitos que me has dicho que van a ser asesinados ahora lo serán por otros sayones?
- ¡No! Lo serán por sus propios padres, ayudados por hombres tenebrosos como el doctor Astaró. Y esos niñitos nunca verán a Dios porque morirán sin ser bautizados.


 Capitulo VI
He dormido largamente no sé cuántas noches, pero el ángel no ha cesado de hablarme en sueños. Sostiene que los ángeles hablan a los hombres más fácilmente en sueños.
Me parece que estoy un poquito más grande que ayer, pero él dice que ningún ojo humano podría verme todavía, tan chiquito sigo siendo.
Me ha revelado tantas cosas. Continúa enseñándome a amar a Dios y a la Santísima Virgen, que es mi madre en el cielo. Dice que esta es la mejor lección que puede darme. Quedo muy contento y pienso con todas mis fuerzas en ello. Además me ha enseñado a amar a mi madre en la tierra y a mis dos hermanitos, que en comparación mía, son inmensamente grandes.
Me parece que yo me había adelantado a esta otra lección, porque ya amaba a mi madre de un modo extremado y triste. No sé por qué me entristece este amor, mientras el amor a la Virgen, mi otra madre, me alegra.
Hoy, cuando me he despertado, se me ha ocurrido preguntar cómo me llamo yo. He tenido que darme mucho valor para hacer tal pregunta, empleando palabras que nadie me ha enseñado y que me vienen como los pensamientos. Pero solamente el oído de un ángel puede entenderlas. Me pareció que mi ángel me sonreía. ¡Qué oscuridad tan grande hay aquí en el corazón de mi madre!
Yo me animé a preguntárselo porque él, cuando todavía yo estaba dormido, me dijo que mi hermanito, de cuatro años, se llama José y que mi hermanita menor, María.
Si todos los seres humanos y los ángeles tienen nombre, yo debo llamarme de algún modo. ¿Cómo me llamo yo?
El ángel me ha contestado que todavía mi nombre está escrito en el cielo pero no en la tierra, y que él no lo sabe y que yo no me llamaré de ninguna manera hasta que nazca y me bauticen y sea hermanito de Jesús, el Hijo de Dios.
No he podido entender todo lo que me dice, pero me he atrevido a preguntar cuándo voy a nacer y cuándo me bautizarán para ser hermanito del Hijo de Dios, y me ha contestado que tenga paciencia pues falta mucho tiempo.
Me he vuelto a dormir. El seno de mi madre es sumamente oscuro y a veces me da miedo vivir allí.


Capitulo VII
Lo primero que le he preguntado a Absalón cuando he despertado en un nuevo día, es por qué parece tan oscuro el seno de mi madre. Yo no he visto nunca la luz, ni sé cómo será, pero la oscuridad en que ahora vivo me da miedo y pienso que viviría más a gusto en eso que mi ángel llama “la luz de Dios”.
Esta vez el ángel me contesta que no hay nada en el universo más negro que el pecado y que en le corazón de mi madre hay pecados. Son cosas que no entiendo, pero que él no quiere explicarme mucho.
Soy tan pequeñito que no debería sentir dolores, porque dice el ángel que el dolor es una cosa de las personas grandes, no de los niños inocentes como yo, que no han nacido.
Sin embargo, como mi lama es perfecta yo he sentido una gran aflicción al saber que el corazón de mi madre está lleno de pecados. Porque yo quiero ya con todas las fuerzas de mi pequeñísimo corazón, que todavía no se ha formado.
Mi ángel es un sabio. Me enseña muchas cosas que yo aprendo enseguida y no quiero olvidar. Mi ángel, que sabe todo lo que pasó antes de que Dios creara mi alma, y todo lo que está pasando alrededor de mí, sin embargo aún ignora lo que va a ser de mí en el futuro, porque el futuro es algo que sólo está en la mente de Dios y ni los arcángeles pueden penetrarlo.
Absalón ha conversado con el ángel de la guarda de mi papá. No me ha contado de qué hablaron. Solamente me dice como antes: “¡Hay que rogar a Dios mucho, mucho, mucho!”
Le he preguntado qué tal persona es mi papá, y me ha contestado que yo soy demasiado curioso y que no debo preguntar ciertas cosas.
Para consolarme me anuncia que mañana me contará algo mejor, que ha sabido por el arcángel Gabriel. Es algo que se refiere a mi porvenir y que Gabriel sabe por habérselo confiado la Virgen. Ella sí lo sabe todo, lo pasado, lo presente y lo futuro, no como criatura humana, sino como Madre de Jesucristo que es Dios y que nada le oculta.
¡Me he quedado pensativo! Ya he dicho que mi alma es perfecta, a pesar de la insignificancia de mi cuerpo, que ahora sólo puede ser visto con esos aparatos que usan los hombres para ver los microbios.
Yo soy un poquito más grande que un microbio. Y ya tengo a varios ángeles preocupados por cuenta mía. También cree que el arcángel Gabriel se interesa por mí y que ha hablado de ello con la Santísima Virgen.
¡No cabe en mi pequeña cabeza una cosa parecida! ¿Cómo puede ser que un microbio como yo preocupe a los ángeles del cielo y a la misma Virgen?
Vuelvo a sentirme sumamente cansado. Quisiera dormir no una noche, sino muchas noches seguidas. ¡Dios mío! ¡Qué terrible oscuridad la del corazón de mi madre! ¡Ojalá mañana ella tuviera la luz que mi ángel dice que hay en la presencia de Dios! Veo que me estoy durmiendo, porque ya he comenzado a soñar.


Capitulo VIII
Los ángeles de mi familia hablan de un doctor negro. Los asesinatos de niñitos que este hombre comete lo han hecho rico. Pero él también un día morirá.
He pasado muchos días sin pensar en nada, sintiéndome agotado.
Hoy al despertarme el ángel me ha dicho en qué día estoy viviendo. Debo haber crecido muchísimo, pues aunque todavía yo no me veo, siento que mi cuerpo se extiende sin dolor y que voy formándome. Todavía el ángel no me ha revelado si seré un hombrecito o una mujercita, pero creo que él ya lo sabe. El ángel sabe muchas cosas y no me descubre ni siquiera la mitad de las que sabe.
Hoy, sin embargo, me ha dicho una que me ha dejado lleno de las pequeñas cavilaciones que pueden caber en mi pequeñísimo cerebro. Él asegura que tengo ya un cerebro, aunque ningún sabio del mundo con ningún instrumento podría descubrírmelo. Un ángel, sí, porque sus ojos tienen un rayo de la luz de la cara de Dios y lo ven todo.
Me ha dicho, pues, mi ángel que se han reunido los ángeles de la guarda de mi padre y de mis dos hermanitos con él, para hablar de mí y que están muy tristes porque le han oído a mi padre una terrible conversación mantenida con un hombre negro, un doctor, según lo llaman.
No es que ese hombre sea propiamente negro, sino que tiene tantos millones de pecados sobre el alma, que aparece horriblemente negro a los ojos de los ángeles.
Absalón afirma que ese doctor es uno de los mayores criminales que existen en el mundo, que él solo, y a veces ayudado por una mujer que se viste de blanco, ha cometido innumerables asesinatos de niñitos como yo y más grandes que yo, que aunque pequeñitos y todavía apenas formados, poseían ya un alma perfecta, creada por Dios, para que fuera eternamente feliz en el cielo. Y que por obra de ese hombre negro, esos niñitos han muerto sin bautismo y perdido para siempre la gloria.
Dicen mi ángel que los incontables asesinatos que él comete con sus herramientas de médico no son reprobados por los padres, malos casi todos, quienes le pagan mucho por cada niñito que asesina.
Pero ese doctor que, como dice mi ángel, “hace vanos los planes de Dios”, un día morirá. La vida de cada una de sus víctimas es como una cadena de hierro que se le ha enroscado al cuerpo. Nada le puede librar de esos millares de cadenas que lo envuelven. Y cuando muera, su alma, ahogada por ese enorme peso, que ahora no siente, porque él nunca piensa que tiene alma, se hundirá en las llamas del más profundo infierno.
Capítulo IX: Los planes de Dios. Yo seré un hombrecito, no una mujercita.
Medio muerto de miedo, yo le he preguntado qué quiere decir que ese hombre hace vanos los planes de Dios.
Absalón me ha respondido que todavía no tengo edad de comprender lo que se llama el misterio de la gracia ni el del libre albedrío de los seres humanos, que dios les ha dado para que libremente lo adoren y lo sirvan y que ellos emplean, muchas veces, para cargarse de pecados y no solamente irse ellos al infierno, sino impedir que millones y millones de niñitos alcancen por el bautismo la gloria para que Dios los ha creado.
Casi no comprendo nada de lo que se me acaba de enseñar, pero no pido más explicaciones, porque antes de dormirme quiero que Absalón me diga de qué han hablado entre ellos los ángeles de mi familia.
- Hemos hablado de ti- me contesta- y de que el hombre negro ha conversado con tu padre para “hacer vanos los planes de Dios” con respecto a ti.
- ¿Y cuáles son los planes de Dios con respecto a mí?
- Ese es el provenir que solo Dios ve. Pero te prometo que voy a preguntárselo al arcángel Gabriel, quien lo sabrá por su Señora la Virgen, a quien Dios se lo revela todo.
- Pero a lo menos tú, ¿has podido saber si yo seré un hombrecito o una mujercita?
- Sí, serás un hombrecito. Tu hermanita tendrá dos hermanitos…
Desplegó las alas, como hace cuando va a volar, unas alas inmensas que sin embargo caben en el corazón de mi mamá y lo iluminan maravillosamente.
- ¡Oh, si el corazón de mi mamá estuviera siempre así!- exclamo yo, y él me responde:
- Creo que mañana estará así, pero no puedo decirte por qué…
- Si tú no puedes decirme estas cosas, ¿por qué me las anuncias, y me dejas inquieto?
- Para que aprendas a tener paciencia.
Con esto se voló y yo me dormí tan profundamente que tardé, por lo menos, ocho días en despertar.
Capitulo X
 Mañana te podré dar una buena noticia- me dijo Absalón, pero han pasado muchos días y no ha hablado.
Las lecciones que me dio me cansaron de tal modo que no he podido despertarme en no sé cuánto tiempo.
Me siento algo viejo. Cuando se lo he dicho a Absalón ha sonreído y me ha contestado así:
- Te sientes viejo y sin embargo tu mamá todavía ignora que existes. Algo sospecha y eso la tiene en mortal angustia, porque sin saber que existes te quiere inmensamente.
Le he respondido que él siempre me dice cosas incomprensibles para mí.
- Pronto sabrás por qué no te hablo con más claridad. Pronto tú mismo lo comprenderás sin que yo agregue nada. ¿Ves cómo no eres tan viejo? Reza, pues, por tu madre que está llena de miedo a causa de ti.
Y se ha volado otra vez sin explicarme lo que me anunció, que pronto el corazón de mi madre estaría resplandeciente.
Ha pasado un día más. Han pasado dos y tres y hasta seis días más en que he dormido muy mal, por haber escuchado. ¡Ya tengo mis pequeños oídos que no pierden ningún rumor de afuera! Y he oído varias veces la voz del hombre negro que hablaba con mi padre, delante de mi pobrecita mamá que temblaba entera.
Yo sólo entiendo todavía la lengua de los ángeles, pero el mío, que estaba conmigo una de las veces que habló el hombre negro con su odiosa voz, que también a mí me hace estremecer, ha escuchado sus palabras y me las ha explicado. Se reducen a esto, que el hombre negro repite como una lección ante sus alumnos: Los padres no tienen derecho de traer al mundo hijos a quienes no pueden sostener.
- ¿Qué significa eso?- le he preguntado.
- Algún día lo sabrás, sin que yo te lo explique.
No me satisface la respuesta y vuelvo a la carga. Soy un poco testarudo. Pienso que Dios se ha esmerado al crear mi alma y la ha hecho así.
- ¿Significa que si yo naciera mis padres no podrían sostenerme?
- De eso han hablado- me responde indirectamente.
Yo insisto:
- ¿Son muy pobres mi papá y mi mamá que sólo pueden sostener a sus dos primeros hijitos, que son hermanitos míos?
- Hay muchos hombres negros además de este, cuya voz has oído. Todos razonan de igual modo: los padres no tienen derecho de traer al mundo hijitos que no podrán sostener.
- ¿Se necesita mucho dinero para sostener un nuevo hijito?
- ¡Qué curioso eres!
- ¡Contéstame, pues eres mi ángel!
- No se necesita mucho, cuando los padres tienen confianza en Dios y saben sacrificar sus antojos.
- ¿Qué quiere decir antojos?
- Necesidades frívolas, vicios, caprichos de vanidad.
- ¿Mis padres son muy pobres?
- No, no son pobres. Si lo fueran no tendrían tanto miedo de tener nuevos hijitos. Las gentes verdaderamente pobres casi nunca piensan en los sacrificios que les impondrá un nuevo hijito. Lo encomiendan a Dios y le ruegan que los ayuda a mantenerlo.
Y se voló para que yo no siguiera preguntándole. Pero me dejó en un mar de perplejidades. ¿Por qué mamá no sabe que soy ya un hijito de ella, cuando yo, más pequeño que ella, sé que es mi mamá? ¿Por qué tiembla de miedo cuando oye en nuestra casa la voz del hombre negro? ¿No podría echarlo y decirle que no venga más?
He dicho nuestra casa, considerándome ya con derecho a ella, como mis dos hermanitos, bajo la protección de mi mamá que sé que me quiere, aun antes de que ella sepa que existo.


Capitulo XI
Debo de ser de enorme tamaño, aunque Absalón se sonríe cuando se lo digo. Y sin embargo todavía mamá no tiene ninguna noticia de mi existencia. Pero creo que está sospechándola.
Hoy mi ángel me ha contado algo, que me ha hecho extraordinariamente feliz.
Ha hablado largamente con el arcángel Gabriel.
Todas sus enseñanzas me las ha ido dando mi ángel en los veinticinco días de vida misteriosa que tengo.
Me ha dicho que Dios me ha dotado de una alma extraordinaria. Que seré, cuando nazca, una maravilla como inteligente y como bueno. Que cuando sea hombre me haré sacerdote y que moriré mártir en tierra de infieles y seré santo en la Iglesia.
Como no entiendo ninguna de estas cosas, que oigo pro primera vez, me las hago explicar largamente.
Los ángeles de la guarda están para eso.
- ¿Qué es un santo?
- Es una persona que ama a Dios con amor heroico.
Yo que siento un infinito ardor en mi pequeñísimo corazón, se lo digo en la mejor forma que puedo decírselo. Él me comprende y agrega, sin miedo de que yo me ponga orgulloso, porque parece que los santos nunca son orgullosos:
- Los ángeles de tu familia estamos rogando a Dios por ti, que serás, cuando nazcas, un ser extraordinario.
- ¿Y cuándo voy a nacer?
- Falta mucho todavía, y en todo ese tiempo pueden sobre venir grandes tristezas en tu casa y terribles iniquidades del doctor negro, como ya ha ocurrido varias veces antes de ahora.
¡Y se voló! Y yo me dormí, hasta que me despertó un resplandor intensísimo, que no provenía de las alas de mi ángel, sino de l corazón de mi mamá.
Llamé a mi ángel con la pequeña voz de mi alma, infinitamente más grande que mi cuerpo, y le pregunté si pasaba algo nuevo, porque ya no me sentía en la triste oscuridad de antes.
- Lo que pasa es que tu mamá se ha confesado. Y a su corazón no está negro, de esa negrura que te asustaba, y ahora mismo va a comulgar.
No pude contener mi curiosidad y aunque me ha prohibido ser curioso le pregunté:
- ¿Cuándo se ha confesado? ¿De qué se ha confesado? ¿Qué significa comulgar?
- Aquí en la Iglesia –me contesta- hay uno de esos hombres que por privilegio de Dios pueden perdonar los pecados que una persona les confiesa en secreto.
- ¿Un sacerdote?
- Sí, un sacerdote, como tú serás, si te dejan vivir los malos hombres bastante tiempo para que llegues a serlo.
- Pero si Dios me tiene destinado a ser sacerdote me dejarán vivir, aunque no quieran.
Me responde con una voz tristísimo.
- Hay muchos niñitos que Dios tenía destinados para grandes hazañas, pero que no llegaron a nacer. Sus papás, por consejos de doctores de alma negra, los hicieron matar por ellos, antes de que nacieran. Esos padres y esos consejeros cometieron una acción infernal: “hicieron vanos los planes de Dios”, que siempre ayuda al que quiere ser bueno, pero nunca jamás se opone al libre albedrío de los que se empecinan en ser malos y matan a sus hijitos indefensos.
La luz del corazón de mi madre me deslumbra. Parece ahora mil veces más intensa que hace un rato y yo, pobrecito de mí, que he recibido ya tantas lecciones de mi ángel, no sé qué es este calor que tanto me alegra.
- Tu mamá –dice Absalón, que ha plegado sus alas y se ha puesto de rodillas- acaba de comulgar. Lo que tú estás sintiendo es el amor a Cristo Jesús, que en este momento está muy cerca de ti.
- ¿Puedo hablar yo con Él?
- Sí. Dile que lo amas. Él te comprenderá.
No me limito a decirle que lo amo, por mi cuenta agrego otra cosa.
- Señor, te amo… Quiero nacer para ser tu sacerdote y perdonar los pecados de los hombres. ¡No permitas que me maten, Señor!
Aunque no he oído su divina voz, estoy seguro de que me ha contestado, porque he sentido un divino hervor en mis venas, pequeñísimas todavía.
Después de haber tenido mucho miedo, por lo que me ha contado mi ángel de los pecados anteriores de mi madre, estoy lleno de esperanza, porque su corazón se conserva iluminado gracias a la presencia del Señor.
 Seis días más tarde


Me ha contado Absalón que ha visto al ángel de la guarda del doctor negro. Por malo que sea un hombre, tiene siempre un ángel que lo acompaña y lo protege y lo aconsejará hasta el día de su muerte. Algunos de estos ángeles guardianes viven alegres porque sus palabras son escuchadas y las personas a quienes guardan son buenas. Otros ángeles viven avergonzados por la mala vida, el orgullo, la rebeldía de aquellos a quienes cuidan.
El del hombre negro ni siquiera puede acompañarlo siempre porque se queda a la puerta de la casa de él, cuando el doctor está dentro.
- ¿Por qué? -le pregunto muy intrigado.
- Porque los ángeles sentimos el olor insufrible de las casas construidas con el producto del pecado y no podemos habitar en ella.
- ¿Y es así la casa del doctor negro?
- Sí, Cuando él era joven y no tenía riquezas, vivió pobremente. Pero cuando se hizo famoso por la especialidad que ahora ejerce…
- ¿Qué especialidad es? ¿Qué significa una especialidad?
- No me preguntes tanto. Luego tú mismo lo irás comprendiendo. El doctor negro ha ganado mucho dinero con lo que hace por su mano y lo que enseña a hacer a otros jóvenes doctores de tan mal corazón como él. Los crímenes de ellos son indirectamente crímenes de él, que fue su maestro.
- ¿Y su casa adonde un ángel no puede entrar…?
Me interrumpe. Verdaderamente no le gusta hablar de esto, pero tanto lo hostigo que me explica:
- Su casa a los ojos de los hombres es muy hermosa, pero a los ojos de Dios y de los ángeles causa espanto. No hay un ladrillo, ni un hierro, ni una madera que no estén amasados o pulidos con la sangre de miles y miles de niñitos, que por culpa de él murieron antes de nacer y sin bautismo. Dios había creado el alma de esos pobrecitos y había trazado para ellos un hermoso camino en la vida. Iban a ser personas útiles, bondadosas y sabias, que harían mucho bien a los hombres y hasta serían grandes santos. pero el doctor negro, por ganar un ladrillo más para su horrible casa, los mató o los hizo matar por sus discípulos, antes de que nacieran. Las infelices criaturas nunca irán al cielo. Por eso su casa tiene un espantoso hedor a sangre inocente, y ni su ángel de la guarda penetra en ella. Un día el demonio, que lo encuentra siempre bien preparado para su infierno, le dará un golpe de muerte y no tendrá nadie que lo defienda.
Al oír estos horrores me entra un gran temblor. Hasta mi madre siente mi agitación. Es claro que ella no puede adivinar las conversaciones que yo mantengo con su ángel, que también es mío, pero de algo se da cuenta y dice para sí, intentando acariciarme de lejos con su suave mano:
- ¡Pobrecito! está nervioso, porque yo misma estoy intranquila. No tardarán en descubrir que he mentido para salvarlo, asegurando a su padre y al doctor que mi hijito no existe.
Esto me lo traduce mi ángel que comprende hasta las cosas dichas en voz bajísima.
Aunque hemos dejado de conversar, yo sigo pensando en la casa del doctor negro, cuyos ladrillos han sido amasados con la sangre de niñitos como yo.
Y pienso una cosa que voy a preguntar a mi ángel:
- ¿Acaso estos millones de asesinatos no son castigados por la justicia de los hombres, que dicen que es un reflejo de la de Dios?




Capítulo XIII: El ángel preocupado. Le pregunto por qué la justicia de los hombres permite que los padres maten a sus hijitos.
Es evidente para mí, que ya lo conozco tanto, que Absalón está muy preocupado y hasta triste. ¿Pero un ángel puede estar triste?A cada instante viene, observa el resplandor que ahora hay en el corazón de mamá y sin decir palabra abre sus alas de nácar y se vuela.
Como si temiera la desaparición de esa divina luz que ahora nos alumbra a ella y a mí.
¿Qué es lo que ha sabido? ¿Qué le han dicho los otros ángeles de la familia, puesto que tengo la seguridad de que se encuentran y conversan?
¿Qué le ha dicho sobre todo el ángel del doctor negro sobre las conversaciones que este mantiene cada día con mi padre?No sé nada, porque está mudo conmigo.
Si no fuera por la tremenda angustia que me causa el ver a mi ángel en esta situación, yo estaría orgulloso de mí mismo. A la luz del corazón de mi mamá he podido con mis propios ojitos contemplar mi pequeño cuerpo.
Ya no soy lo que era cuando comencé a comenzar con Absalón. Mi alma ya era perfecta, a pesar de su inmensa ignorancia, pero de mi cuerpo entonces no había apenas señales. Esto lo pienso ahora, porque yo no veía, no tenía ojos, ni órgano alguno separado y viviente.
Ahora soy otra cosa, y me asombro de los progresos que he hecho. Soy un muchachito bastante bien formado, un poco nervioso y comprendo que mi mamá está enamorándose de mí cada día más. Yo también de ella, seguro de que me defenderá contra todo peligro.
Hoy no lo he dejado escaparse a mi ángel y le he soltado la pregunta que hace días quiero hacerle.
- ¿La justicia de los hombres permite que haya papás que decidan asesinar a sus hijitos y doctores que se encarguen de hacerlo?
- ¡Sí! –me responde impetuosamente-. Cuando un doctor de esos afirma en un papel que tal niñito fue muerto antes de que naciera para salvar la vida de la madre, la policía cierra los ojos y no averigua nada y el asunto no llega a los jueces, que tampoco dirían nada.
- ¿Pero hay quienes conocen estos crímenes, además de los que los ejecutan?
- Sí, muchos amigos a quienes los papás de los niñitos asesinados les cuentan esto como si contaran que han bebido un vaso de agua. Y se les felicita, como s hubieran escapado a un peligro.
- ¿Qué quieres decir?
- Que cuando los papás no quieren tener un nuevo hijito, porque piensan que les costaría mucho mantenerlo, se apresuran a matarlo, antes de que nazca o antes de que se forme en el seno de la mamá. Si no se apresurasen y el chiquito naciera, la policía y las leyes y los jueces considerarían criminales a los papás o a los doctores que los suprimieran. Por eso hay que andar a prisa. Mientras más pronto se les mata es menos peligroso para los papás y para el doctor, que los aconseja. Los chiquitos antes de nacer no tienen ninguna defensa en la sociedad.
- ¿Y son muchos los que mueren así?
- Los que mueren antes de formarse en el seno de la madre son miles de millones. Los que son muertos después de que se han formado, cuando tienen ya un alma creada por Dios para ellos y un destino trazado en sus planes, son muchos, quizá millones. Estos crímenes, que la sociedad ni siquiera considera faltas, enojan a Dios de un modo terrible, porque… ¿te estás durmiendo, chiquito?
- Sí, perdóname, pero tus explicaciones son muy difíciles de comprender y me hacen doler la cabeza.
- ¡Duérmete! Todavía hay mucha luz en el corazón de tu mamá y tú duermes mejor en la luz que en las tinieblas.
Al decir mi ángel “todavía hay mucha luz” su acento es melancólico como si temiera que eso pudiera faltarme un día u otro.


Capitulo XIV
Mi pobrecita mamá le dice a mi papá que está muy cansada de vivir en esta ciudad. Todos los días la visitan sus amigas y ella no tiene ánimos para visitar a nadie. Querría descansar en casa de su mamá que vive en otra ciudad.
Mi papá la interroga como si fuera un juez. Yo he aprendido ya muchas de sus palabras y se que le pregunta por qué se siente tan cansada.
Es el motivo de las reyertas que tienen casi diariamente, en algunas de las cuales he oído la voz del doctor negro.
Mi mamá sale siempre del apuro. Sin embargo yo le noto que va perdiendo fuerzas. Nadie estás más íntimamente unido a ella que yo y por lo tanto nadie adivina mejor que yo lo que le pasa.
Y lo que le pasa es que mi padre sospecha de que yo existo y que ella le miente.
¿Por qué le miente? Mi ángel me ha explicado: porque mi padre cree que un nuevo hijito lo empobrecería, con los grandes gastos que traería. Mi padre no tiene confianza en Dios.
- Entonces, ¿qué va a suceder cuando mamá no pueda seguir negando?
Mi ángel me contesta con voz insegura, como si no creyese mucho lo que dice.
- Esperemos que cambie el corazón de tu papá.
- El doctor negro y los malos amigos que tienen lo aconsejarán de otro modo.
- ¿Quién te ha dicho eso?
- Se lo he oído decir a mi mamá que conversaba con un sacerdote, un día que tú habías volado a hablar con el arcángel.
Mi ángel se sonríe y me tranquiliza.
- Esperemos que la Santísima Virgen consiga ablandar el corazón de tu padre o dé fuerzas a tu mamá para hacer frente a tantos enemigos como tiene en e mundo una madre honesta.
¡Qué hermoso es vivir en paz! Estamos, con mamá, a mucha distancia de ese gran Buenos Aires, donde todos los días y todas las noches, según dice mi ángel, millones de hombres y mujeres impiden que lleguen a la existencia sus hijitos.
También sucede algo de eso en las pequeñas ciudades y hasta en los campos, pero no en tan terrible proporción. Mi ángel me ha dicho que por cada niño que nace, cientos son impedidos de existir, y que un día Dios tomará tremenda cuenta de estos crímenes. La Santísima Virgen está deteniendo el brazo de Dios. ¿Hasta cuándo podrá hacerlo?


Capítulo XV: ¡Que no me maten, Dios mío, yo quiero ser sacerdote!
Mi ángel ya no teme que yo me duerme cuando él me habla con tanta seriedad.
Yo comprendo que están acercándose para mí las horas más trágicas. Mi pobre madre, ahora en casa de la suya, que es mi abuelita, vive en paz, sin disputas. Pero sabe que esta preciosa paz que le permite ir todos los días a comulgar, llenándose de luz y tomando fuerzas, no puede durar.
El ángel vuelve a hablarme, y esto lo sabe por el arcángel Gabriel, de que los hombres cegados por la maldad del diablo no tienen idea de lo que el mundo pierde con estos asesinatos sin número que cada día se cometen, en lo más puro de la humanidad, que son sus niñitos.
Dice que muchos sabios siniestros andan propagando sistemas para contener el aumento de las gentes, aduciendo que pronto la tierra no podrá alimenatr a su población. Con el aparente miedo de que algún día esos niños por falta de alimento puedan morir, se anticipan a matarlos desde ahora.
Y dice que este pecado infernal ha excluido de la existencia a seres que habrían sido inventores prodigiosos, infinitamente superiores a los que se han conocido, genios que con sus descubrimientos habrían conjurado todo peligro de que la humanidad aun multiplicada por cien pudiera encontrarse estrecha en los ámbitos de la tierra. Más aún, que algunos de esos niñitos arrancados a la vida iban a ser cerebros capaces de hallar la manera de que los hombres conquistaran pacíficamente nuevas tierras en los astros y difundir en ellos la fe y el servicio de Dios.
Todo esto ha sido borrado, aniquilado por las infames prácticas de lo que llaman restricción de la natalidad.
Me pondera el ángel lo que habría adelantado el mundo en otras cosas, menos materiales, como son las artes o la ciencia del alma.
Entraba en los planes de Dios, me dice Absalón, que el hombre (Adán y Eva) llenara la tierra con su descendencia y la dominara. Y ahora el hombre que no confía en Él, no se atreve a crear un descendiente más y de hace impotente él mismo para dominar su propio imperio.
¡Qué inmensos horizontes se abren a mi pequeño pensamiento con estas grandes palabras! ¿Podré yo, algún día, ser sacerdote y contribuir a que por mi parte se cumplan los planes de Dios?
Hoy en la Iglesia cuando mamá comulgó, me sentí tan cerca de Jesús en su corazón, que volví a rezar casi en sus oídos mi oración de siempre:
- ¡Que no me maten, Señor y Dios mío! ¡Yo quiero ser sacerdote!
Esa fue la última vez que pude rezar cerca de Cristo en persona, porque fue también la última vez que mi pobre madre comulgó.
Vino, pues, mi padre y de llevó a mi madre a Buenos Aires.
Le bastó una ojeada para comprender la comedia que ella estaba representando. Ya no era posible mantener el secreto. Mi pequeño cuerpo se había desarrollado tanto que para un ojo experto era inútil toda ficción.
Él se limitó a decir pocas palabras, que me hicieron temblar en aquel mi refugio que duraba ya varios meses.
- Ahora será más difícil extirpar eso, pero el doctor lo arreglará bien. No sufrirás mucho, no te asustes.
En el tono inflexible se advertía su extrema cólera y su inexorable decisión.
Tuvimos dos días de paz. Mi padre parecía tranquilizado. Además el doctor negro se hallaba ausente, en un país lejano, a donde había ido a dar conferencias sobre su maldita "especialidad".
Mi ángel me contaba todo y me hacía rogar a Dios por mi madrecita, agotada de fuerzas para las nuevas arremetidas que iba a soportar de mi padre, irritado e inflexible.
Mi desventurada madre nunca tuvo voluntad. Débil, apocada, se hubiera dejado matar. Tal vez ahora sería capaz de defender su vida, porque en ella se sustentaba la mía. Ya mentalmente me había bautizado con el hermoso nombre de Jesús.
Yo me dirigí a él, rogándole que auxiliara a mi madre.