LAS PROFECÍAS DEL APOCALIPSIS

Presentamos un texto capital del Padre Emmanuel, cura párrocode Mesnil-Saint-Loup (Francia): fue escrito hace ahora más de cien

años, entre 1883 y 1885. Forma parte de un vasto estudio en tres
partes: 1º La Santa Iglesia Católica; 2º La Iglesia en el mundo; 3º El
drama del fin de los tiempos. Monseñor Marcel Lefebvre declaraba a
propósito de estas páginas: “Algunas de ellas incluso son proféticas,
cuando el Padre Emmanuel describe la Pasión de la Iglesia”(...) da
precisiones sorprendentes sobre el indiferentismo religioso, que corresponde
exactamente a la herejía ecuménica de nuestros días. ¿Qué
habría dicho y escrito si hubiese vivido en nuestra época? Con sus
escritos nos alienta a permanecer firmes en la fe de la Iglesia
católica, y a rechazar los compromisos que menoscaban su liturgia,
su doctrina y su moral”.
Breve introducción. Hemos considerado a la Iglesia en el pasado
y en el presente; nos falta contemplarla en el futuro. Dios ha querido
que los destinos de la Iglesia de su Hijo único fuesen trazados de antemano
en las Escrituras, como lo habían sido los de su Hijo mismo; por
eso, en ellas buscaremos los documentos de nuestro trabajo.
La Iglesia, como debe ser semejante en todo a Nuestro Señor, sufrirá,
antes del fin del mundo, una prueba suprema que será una verdadera
Pasión. Los detalles de esta Pasión, en la cual la Iglesia manifestará
toda la inmensidad de su amor por su divino Esposo, son los que
se encuentran consignados en los escritos inspirados del Antiguo Testamento
y del Nuevo. No tenemos intención de espantar a nadie, al
abordar semejante tema. Diríamos más: nos parece desgranar, juntamente
con las grandes enseñanzas, grandes consuelos.
El mundo de hoy. Ciertamente es un espectáculo triste ver cómo
la humanidad, seducida y enloquecida por el espíritu del mal, trata de
ahogar y de aniquilar a la Iglesia, su madre y su tutora divinas. Pero
de este espectáculo sale una luz que nos muestra toda la historia en su
verdadera luz.
El hombre se agita sobre la tierra; pero es conducido por fuerzas
que no son de la tierra. En la superficie de la historia, el ojo capta trastornos
de imperios, civilizaciones que se hacen y que se deshacen. Por
debajo, la fe nos hace seguir el gran antagonismo entre Satán y Nuestro
Señor; ella nos hace asistir a las astucias y a las violencias de que
se vale el espíritu inmundo, para entrar en la casa de la que Jesucristo
lo expulsó. Al fin volverá a entrar en ella, y querrá eliminar de ella a
Nuestro Señor. Entonces se rasgarán los velos, lo sobrenatural se manifestará
por todas partes; no habrá ya política propiamente dicha,
sino que se desarrollará un drama exclusivamente religioso, que abarcará
a todo el universo.
Las profecías divinas. Podemos preguntarnos por qué los escritores
sagrados han descrito tan minuciosamente las peripecias de este
drama, cuando sólo ocupará algunos pocos años. Es que será la conclusión
de toda la historia de la Iglesia y del género humano; es que
hará resaltar, con un brillo supremo, el carácter divino de la Iglesia.
Por otra parte, todas estas profecías tienen el fin incontestable de
fortalecer el alma de los fieles creyentes en los días de la gran prueba.
Todas las sacudidas, todos los miedos, todas las seducciones que entonces
los asaltarán, puesto que han sido predichos con tanta exactitud,
formarán entonces otros tantos argumentos en favor de la fe combatida
y proscrita. La fe se afianzará en ellos, precisamente por medio
de lo que debería destruirla.
Pero nosotros mismos tenemos que sacar abundantes frutos de la
consideración de estos acontecimientos extraños y temibles. Después
de haber hablado de ellos, Nuestro Señor dijo a sus discípulos: “Velad,
pues, orando en todo tiempo, a fin de merecer el evitar todos estos
males venideros, y manteneros en pie ante el Hijo del hombre” (Lc. 21
36). (...) “Velad y orad para no caer en la tentación” (Mt. 26 41). No
sabéis cuándo sucederán estas cosas: velad y orad, para que no os tomen
por sorpresa. Sabéis que desde ahora la seducción opera en las
almas, que el misterio de iniquidad realiza su obra, que la fe es reputada
como un oprobio (San Gregorio); velad y orad, para conservar la
fe. (...)
Un futuro temible. Después de haber hablado de las enseñanzas,
digamos algunas palabras de los consuelos. Jamás se habrá visto al
mal tan desencadenado; y al mismo tiempo más contenido en la mano
de Dios. La Iglesia, como Nuestro Señor, será entregada sin defensa a
los verdugos que la crucificarán en todos sus miembros; pero no se les
permitirá romperle los huesos, que son los elegidos, como tampoco se
les permitió romper los del Cordero Pascual extendido sobre la cruz.
La prueba será abreviada por causa de los elegidos; y los elegidos
se salvarán; y los elegidos serán todos los verdaderos humildes.
Finalmente, la prueba concluirá por un triunfo inaudito de la Iglesia,
comparable a una resurrección. (...)


Los signos precursores.
El tema del fin del mundo ha sido agitado
desde el comienzo de la Iglesia. San Pablo había dado sobre este punto
preciosas enseñanzas a los cristianos de Tesalónica; y como a pesar de sus
instrucciones orales, los espíritus seguían inquietos por causa de predicciones
y rumores sin fundamento, les dirige una carta muy grave para
calmar esas inquietudes (II Tes. 2 1-7).
“Os rogamos, hermanos, por lo que atañe al advenimiento de Nuestro
Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El, que no os dejéis tan pronto
impresionar, abandonando vuestro sentir, ni os alarméis, ni por visiones, ni
por ciertos discursos, ni por cartas que se suponen enviadas por nosotros,
como que sea inminente el día del Señor.
Que nadie os engañe de ninguna manera; porque antes ha de venir la
apostasía, y se ha de manifestar el hombre del pecado, el hijo de la
perdición... ¿No recordáis que, estando todavía con vosotros, os decía yo
esto? Y ahora ya sabéis lo que le detiene, con el objeto de que no se
manifieste sino a su tiempo. Porque el misterio de iniquidad está ya en
acción; sólo falta que el que lo detiene ahora desaparezca de en medio.”
La apostasía. Así, el fin del mundo no llegará sin que antes se revele un
hombre espantosamente malvado e impío, que San Pablo califica
llamándolo el hombre del pecado, el hijo de la perdición. Y éste, a su vez,
no se manifestará sino después de una apostasía general, y después de la
desaparición de un obstáculo providencial sobre el que el Apóstol había
instruido de viva voz a sus fieles.
¿De qué apostasía quiere hablar San Pablo? No se trata de una defección
parcial; porque dice, de manera absoluta, la apostasía. No se lo puede
entender, por desgracia, sino de la apostasía en masa de las sociedades
cristianas, que social y civilmente renegarán de su bautismo; de la defección
de estas naciones que Jesucristo, según la enérgica expresión de San
Pablo, había hecho con-corporales a su Iglesia (Ef. 3 6). Sólo esta apostasía
hará posible la manifestación, y la dominación, del enemigo personal de
Jesucristo, en una palabra, del Anticristo.
El rechazo de la fe. Nuestro Señor dijo: “Cuando viniere el Hijo del
hombre, ¿os parece que hallará fe sobre la tierra?” (Lc. 18 8). El divino
Maestro veía declinar la fe en el mundo llegado a su vejez. No es que los
vientos del siglo puedan hacer vacilar esta llama inextinguible, sino que las
sociedades, ebrias por el bienestar material, la rechazarán como importuna.
Al renegar de Jesucristo, es preciso que caiga, mal que le pese, en las
garras de Satán, a quien tan justamente se llama príncipe de las tinieblas.
No puede permanecer neutro; no puede crearse una independencia. Su
apostasía lo pone directamente bajo el poder del diablo y de sus satélites.
Esta apostasía comenzó con Lutero y con Calvino. Es el punto de partida.
Desde entonces ha recorrido un camino espantoso. Hoy esta apostasía
tiende a consumarse. Toma el nombre de Revolución, que es la insurrección
del hombre contra Dios y su Cristo. Tiene por fórmula el laicismo, que
es la eliminación de Dios y de su Cristo.
Así vemos a las sociedades secretas, investidas del poder público,
encarnizarse en descristianizar Francia, quitándole uno por uno todos los
elementos sobrenaturales de que la habían impregnado quince siglos de fe.
Estos sectarios sólo persiguen un fin: sellar la apostasía definitiva, y
preparar el camino al hombre del pecado.
La obra de fe. Los cristianos deben reaccionar, con todas las energías
de que disponen, contra esta obra abominable; y para eso han de hacer entrar
a Jesucristo en la vida privada y pública, en las costumbres y en las
leyes, en la educación y en la instrucción. Por desgracia, hace ya tiempo
que reina una semi-apostasía. ¿Cómo, por ejemplo, después de que la instrucción
ha sido paganizada, poder formar otra cosa que semi-cristianos?
El obstáculo. El Apóstol habla, en términos enigmáticos para nosotros,
de un obstáculo que se opone a la aparición del hombre de pecado: “Sólo
falta que el que lo detiene ahora, dice, desaparezca de en medio”.
Por este obstáculo que detiene, los más antiguos Padres griegos y latinos
entendieron casi unánimemente el imperio romano: Mientras subsista
el imperio romano, el Anticristo no aparecerá. Este pensamiento de los
antiguos debe entenderse con cierta amplitud.
Observemos que San Pablo, al anunciar a los fieles una apostasía, cuando
la conversión del mundo apenas estaba esbozada, debió darles una panorámica
de todo el futuro de la Iglesia. Les habrá anunciado que las naciones
se convertirían, que se formarían sociedades cristianas, y que luego estas
sociedades perderían la fe. Les mostraría sin duda que el imperio romano
sería transformado, que un poder cristiano remplazaría al poder pagano, y
que la autoridad de los Césares pasaría a manos bautizadas que se servirían
de él para extender el reino de Jesucristo. Y por eso pudo añadir: Mientras
dure este estado de cosas, estad tranquilos, el Anticristo no aparecerá. Éste
es el sentido del Apóstol, entendido ampliamente.
Observemos, en fin, que los francmasones se oponen ante todo y sobre
todo a la restauración del poder cristiano. Es lo que no debe suceder a ningún
precio. [Y el Nuevo Orden Mundial ya no será el Reinado de Cristo,
sino el sustento político del Reinado del Anticristo.]