El papel de los padres se hace muy difícil. Hemos visto la mayoría de los colegios religiosos secularizados de hecho, no se enseña en ellos la verdadera religión ni las ciencias profanas a la luz de la fe. Los catecismos propagan el modernismo. En esta vida tan agitada no hay tiempo para nada, el ritmo del trabajo hace que padres e hijos se distancien de los abuelos, que en otro tiempo participaban en la educación de los nietos. Los católicos no están solamente perplejos, sino desarmados.A pesar de todo, ellos pueden asegurar lo esencial, la gracia de Dios suplirá lo demás. ¿Qué hay que hacer? Hay colegios verdaderamente católicos aunque no sean muchos. Envíen allí a sus hijos, aunque sea gravoso para su economía. Abran otros nuevos, como algunos ya lo han hecho. Si no pueden frecuentar nada más que colegios donde la enseñanza está desnaturalizada, manifiéstense, reclamen, no dejen que esos maestros hagan perder la fe de sus hijos.Lean y relean en familia el catecismo de Trento, el más hermoso, el más perfecto y el más completo de todos. Organicen clases de catecismos aparte bajo la dirección espiritual de buenos sacerdotes, no tengan miedo de ser tratados, como nosotros, de “salvajes”. Por lo demás ya funcionan numerosos grupos que acogerán a sus hijos.Rechacen los libros que transmiten el veneno modernista. Háganse aconsejar. Editores valientes difunden excelentes obras y reimprimen aquellos libros que los progresistas han destruido y hecho desaparecer. No compren cualquier Biblia: toda familia cristiana debería poseer la Vulgata, traducción latina hecha por San Jerónimo en el siglo IV y canonizada por la Iglesia. Aténganse a la verdadera interpretación de las Escrituras; conserven la Misa auténtica y los Sacramentos tal como siempre fueron administrados por todas partes en la Iglesia.El demonio se ha desencadenado actualmente contra la Iglesia. De esto se trata, éste es el problema. Asistimos tal vez a una de las últimas batallas, una batalla general. Ataca contra todos los frentes y si Nuestra Señora de Fátima ha dicho que un día Satanás se alzará hasta las más altas esferas de la Iglesia, es que esto es posible. Yo no afirmo nada por mí mismo; sin embargo hay signos que pueden hacernos pensar que en los organismos romanos más importantes hay gentes que han perdido la fe.Hay que tomar medidas espirituales urgentes. Es necesario rezar, hacer penitencia, como la Santísima Virgen lo ha pedido tantas veces, rezar el santo Rosario en familia. Las gentes, lo hemos visto en cada guerra, se ponen a rezar cuando las bombas empiezan a caer. Pues precisamente están cayendo en estos momentos: estamos a punto de perder la fe. Comprenderán que esto sobrepasa en gravedad a todas las catástrofes que puedan hacer temblar a los hombres, las crisis económicas mundiales o los conflictos atómicosSe impone la renovación de muchas cosas, pero no piensen que para esto no podemos contar con la juventud. No toda la juventud está corrompida como algunos se atreven a persuadirnos. Muchos tienen un ideal, a muchos otros bastaría con presentárselo. Abundan los ejemplos de movimientos que apelan con éxito a su generosidad; los monasterios fieles a la Tradición les atraen, no faltan vocaciones de jóvenes seminaristas o novicios que piden ser formados. Hay un magnífico trabajo por cumplir conforme a las consignas dadas por los apóstoles: “Conservad las tradiciones... permaneced en lo que habéis aprendido”.
El viejo y decrépito mundo llamado a desaparecer es el mundo del aborto. Las familias fieles a la Tradición son al mismo tiempo familias numerosas, su misma fe les asegura la posteridad. “Creced y multiplicaos”. Guardando lo que la Iglesia ha enseñado siempre, se comprometen con el futuro.
Carta abierta a los católicos perplejos - Cap. XXII
Monseñor Marcel Lefebvre.
El viejo y decrépito mundo llamado a desaparecer es el mundo del aborto. Las familias fieles a la Tradición son al mismo tiempo familias numerosas, su misma fe les asegura la posteridad. “Creced y multiplicaos”. Guardando lo que la Iglesia ha enseñado siempre, se comprometen con el futuro.
Carta abierta a los católicos perplejos - Cap. XXII
Monseñor Marcel Lefebvre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario