domingo, 18 de julio de 2010

Las Familias tienen que reaccionar

Ya es hora de reaccionar. Lo que Gaudium et Spes dice del movimiento de la historia que se vuelve tan rápido que apenas se puede seguir, se puede aplicar al movimiento de las sociedades liberales que se precipitan hacia la disgregación y el caos. ¡No hay que seguirlo!


¿Cómo se puede entender que algunos dirigentes, que dicen que son cristianos, destruyen toda la autoridad de la sociedad?
Lo que hay que hacer es restablecer la autoridad que la Providencia ha querido que tengan las dos sociedades naturales de derecho divino, cuya influencia en éste mundo es primordial: La Familia y la Sociedad Civil. En éstos últimos tiempos los golpes más duros los ha sufrido la familia. El paso al socialismo en países como Francia y España ha acelerado éste proceso.


Las leyes y medidas que se sucedieron hacen patente una gran cohesión en la voluntad de destruir la institución de la familia: disminución de la autoridad paterna, divorcio facilitado, desaparición de la responsabilidad en el acto de la procreación, reconocimiento administrativo de las parejas irregulares y hasta de las parejas homosexuales, cohabitación juvenil, matrimonio de prueba, disminución de las ayudas sociales y fiscales a las familias numerosas.

El papel de los padres se ha hecho hoy muy difícil. Según vimos, la mayoría de las escuelas libres están laicizadas, ya no se enseña en ellas la verdadera religión ni las ciencias profanas se enseñan a la luz de la fe. Los catecismos difunden el modernismo religioso. La vida vertiginosa absorbe todo el tiempo, las necesidades profesionales alejan a padres e hijos de los abuelos y abuelas que antes participaban en la educación. Los católicos no están solamente perplejos, sino que además están desarmados.

Pero no tanto que no puedan sin embargo asegurar lo esencial, la gracia de Dios. ¿Qué hay que hacer? Existen escuelas verdaderamente católicas, aunque son pocas. A ellas hay que enviar a los hijos aun cuando esto pueda pesar en el presupuesto familiar. Habrá que fundar nuevas escuelas católicas, como algunas personas ya lo han hecho. Si los hijos del lector sólo pueden frecuentar aquellas escuelas en que la enseñanza está desnaturalizada, los padres deben presentarse, reclamar y no dejar que los educadores hagan perder la fe a los niños.

El católico debe leer y volver a leer en familia el Catecismo de Trento, el más hermoso y el más completo. Puede organizar "catecismos paralelos" con la dirección espiritual de buenos sacerdotes y no ha de tener miedo de que se lo trate de "salvaje" como se hizo con nosotros.

Hay que rechazar los libros que transmiten el veneno modernista. Es menester hacerse aconsejar. Editores valientes publican excelentes obras y vuelven a imprimir las que destruyeron los progresistas. No hay que comprar cualquier Biblia; toda familia cristiana debería poseer la Vulgata, traducción latina hecha por san Jerónimo en el siglo IV y canonizada por la Iglesia. Hay que atenerse a la verdadera interpretación de las escrituras y conservar la verdadera misa y los sacramentos como se administraban antes en todas partes.

Es menester tomar urgentes medidas espirituales. Hay que rezar, hacer penitencia, como lo pidió la Santa Virgen, recitar el rosario en familia. Como se vio en la guerra, la gente se pone a rezar cuando las bombas comienzan a caer. Pero en este momento precisamente están cayendo bombas: estamos a punto de perder la fe. ¿Se da cuenta el lector de que esto sobrepasa en gravedad a todas las catástrofes que los hombres temen, las crisis económicas mundiales o los conflictos atómicos?

Se imponen renuevos y no ha de creerse que no podamos contar aquí con la juventud. Toda la juventud no está corrompida, como tratan de hacernos creer. Muchos jóvenes tienen un ideal y en el caso de otros basta proponerles uno. Abundan ejemplos de movimientos que apelan con éxito a la generosidad de los jóvenes; los monasterios fieles a la tradición los atraen, no faltan vocaciones de jóvenes seminaristas o novicios que solicitan ser formados. Aquí puede realizarse un magnífico trabajo de acuerdo con las consignas dadas por los apóstoles: Tenete traditiones. Permanete in lis quae didicistis. El viejo mundo llamado a desaparecer es el mundo del aborto. Las familias fieles a la tradición son al mismo tiempo familias numerosas a las que su misma fe les asegura la posteridad. "Creced y multiplicaos". Al cumplir con lo que la Iglesia siempre enseñó, el hombre se proyecta al futuro.

Mons. Marcel Lefebvre, en “Carta abierta a los católicos perplejos”, 1985.


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