martes, 31 de mayo de 2011

Lapidan a una joven de 19 años por participar en un concurso de belleza

Katya Koren fue encontrada muerta cerca de su casa en un pueblo de Crimea


Una joven de 19 años ha sido lapidada por participar en un concurso de belleza en Ucrania. Katya Koren, de religión musulmana, fue encontrada muerta en un pueblo de Crimea tras ser juzgada por la ley de la Sharia, según publica el 'Daily Mail' .


Katya, la joven musulmana, lapidada por violar la sharia, tras participar en un concurso de belleza en Ucrania. Foto Daily Mail

Los amigos de la joven asesinada decían que era demasiado moderna y estaba demasiado pendiente de la moda. Para colmo había participado en un certamen de belleza.

El cuerpo de Katya fue quemado en una zona forestal y encontrado semanas después de su desaparición.

La policía ha abierto una investigación y los primeros sospechosos son tres jóvenes musulmanes que pedían la muerte de la chica por infringir los preceptos del Islam.

Uno de ellos, de 16 años, que ya ha sido arrestado, acusó a Katya de violar la sharia, además de admitir que no se arrepiente de su muerte.

La lapidación es un tema que separa a los musulmanes, un grupo más conservador y extremista hace una interpretación estricta de la ley islámica, mientras que otros niegan que el Islam promueva esas ejecuciones.

Según el informe anual de Amnistía Internacional sobre la pena de muerte en todo el mundo , publicado en abril , no hubo ejecuciones extrajudiciales por lapidación en 2010.

Visto en: 
Alianza Civilizaciones

lunes, 30 de mayo de 2011

DE LA CONSIDERACIÓN DEL JUICIO FINAL por FRAY LUIS DE GRANADA

LIBRO DE ORACIÓN Y MEDITACIÓN
FRAY LUIS DE GRANADA
(Granada, 1504-Lisboa, 1588) Escritor español. Confesor de duques y de reyes, fue el orador sagrado más famoso de su tiempo en España y Portugal. Sus sermones, dentro del más puro estilo ciceroniano, sirvieron de modelo hasta el s. XVIII; fue también uno de los mejores prosistas del s. XVI en latín, castellano y portugués. Destacan sus Seis libros de la retórica eclesiástica (1576), el Libro de la oración y de la meditación (1554), la Guía de pecadores (1556) y el Memorial de la vida cristiana (1561).     


TRATADO CUARTO


De la consideración del juicio final

Grandes son los efectos que obra en el ánima el temor de Dios. «Al que teme a Dios -dice el Eclesiástico- irá bien en sus postrimerías, y en el día de la muerte le vendrá la bendición.» Y en otro lugar: «¡Cuán grande es -dice él- el que ha llegado a la cumbre de la sabiduría y de la ciencia! Mas por muy grande que sea, no es mayor que el que teme a Dios. Porque el temor de Dios, sobre todas las cosas puso su silla. Bienaventurado el varón a quien es dado temer al Señor. El que este temor tiene, ¿con quién lo compararemos? Porque el temor de Dios es principio de su amor.» Todas éstas son palabras del Eclesiástico, por las cuales parece claro cómo el temor de Dios es principio de todos los bienes, pues lo es de su amor. Y no sólo principio, sino también llave y guarda de todos ellos, como lo testifica San Bernardo, diciendo: 

«Verdaderamente he conocido que ninguna cosa hay tan eficaz para conservar la divina gracia como vivir en todo tiempo con temor, y no tener altos pensamientos».

Pues, para alcanzar esta joya tan preciosa, aprovecha mucho la consideración y memoria continua de los juicios divinos, y mayormente de aquel supremo juicio que se ha de hacer en el fin del mundo, el cual es la más horrible cosa de cuantas nos anuncian las escrituras divinas. Porque son tan espantosas las nuevas que deste día se nos dan, que si no fuera Dios el que las dice, del todo fueran increíbles. Por donde el Salvador, después de haber predicado algunas dellas a sus discípulos, porque la grandeza dellas parecía exceder la común credulidad y fe de los hombres, acabó la materia con esta afirmación, diciendo: «En verdad os digo que no se acabará el mundo sin que todas estas cosas se cumplan. Porque el cielo y la tierra faltarán, mas mis palabras no faltarán».

En los Actos de los apóstoles se escribe que, predicando san Pablo de las cosas deste día delante del presidente de Judea, que el juez comenzó a temblar de lo que el apóstol decía, puesto caso que como gentil no tenía fe ni crédito de aquel misterio. Por do parece cuán terribles cosas deberían ser las que el apóstol predicaba, pues el sonido solo dellas bastó para causar tan grande espanto y temblor en un hombre que no las creía.

Pues el cristiano, que las cree y las tiene por fe, ¿qué será razón que sienta en esta parte?
Y no piense nadie excusarse con su inocencia, diciendo que esas amenazas no dicen a él, sino a los hombres injustos y desalmados. Porque justo era san Jerónimo, y con todo eso decía que, cada vez que se acordaba del día del juicio, le temblaba el corazón y el cuerpo. Justo era también David, y hombre hecho a la condición de Dios, y con todo eso temía tanto la cuenta deste día, que decía en un salmo: «No entres, señor, en juicio con tu siervo, porque no será justificado delante ti ninguno de los vivientes». 

Justo era también el inocentísimo Job, y con todo eso era tan grande el temor con que vivía, que dice de sí: 


«De la manera que teme el navegante en medio de la tormenta, cuando ve venir sobre sí las olas hinchadas y furiosas, así yo siempre temblaba delante la majestad de Dios; y era tan grande mi temor, que ya no podía sufrir el peso dél». 


Mas, sobre todos, aun era más justo el apóstol san Pablo, y con todo eso decía: «No me remuerde la conciencia de cosa mal hecha, mas no por eso me tengo por seguro; porque el que me ha de juzgar, el señor es». Como si dijera: «Muchas veces puede acaecer que nuestros ojos no hallen cosa que tachar en nuestras obras, y que la hallen los ojos de Dios; porque lo que se esconde a los ojos de los hombres, no se esconde a los de Dios». A un pintor grosero parecerá muy perfecta una pintura que tiene hecha, en la cual un pintor famoso hallará muchos defectos que notar. Pues, ¿cuánto mayores los hallará aquella suma bondad y sabiduría en una criatura tan mal inclinada como el hombre, que como se escribe en Job, bebe así como agua la maldad? Y si la espada de Dios halló tanto que cortar en el cielo, ¿cuánto más hallará en la tierra, que no lleva sino cardos y espinas? ¿Quién habrá que tenga todos los rincones de su ánima tan barridos y limpios, que no tenga necesidad de decir con el profeta: «De mis pecados ocultos líbrame, señor»?

Así que a todos conviene vivir con temor deste día, por muy justificadamente que viva, pues el día es tan temeroso, y nuestra vida tan culpable, y el juez tan justo, y, sobre todo, sus juicios tan profundos, que nadie sabe la suerte que le ha de caber, sino que,como dice el Salvador, «dos estarán en el campo, a uno tomarán y a otro dejarán; dos en una misma cama, a uno tomarán y a otro dejarán; dos moliendo en un molino, a uno tomarán y a otro dejarán». En las cuales palabras se da a entender que, de un mismo estado y manera de vida, unos serán llevados al cielo y otros al infierno, porque ninguno se tenga por seguro mientras vive en este mundo.


I

De cuán riguroso haya de ser el día del juicio

Para pensar en la grandeza deste juicio, has primero de presuponer que no hay lengua en el mundo que sea bastante para explicar el menor de los trabajos deste día.
Por donde el profeta Joel, queriendo hablar de la grandeza dél, hallóse tan atajado de razones y tan embarazado, que comenzó a tartamudear como niño y a decir: «¡A, a, a, qué día será aquél!» Desta manera de hablar usó Jeremías, cuando Dios lo quería enviar a predicar, para significar que era niño y del todo inhábil para aquella embajada tan grande a que Dios lo escogía, y desta misma usa ahora este profeta para dar a entender que no hay lengua en el mundo que no sea como de niño tartamudo para significar lo que ha de ser en este día.

En este día reducirá Dios a su debida hermosura toda la fealdad que los malos han causado en el mundo con sus malas obras. Y como éstas hayan sido tantas, así la enmienda ha de ser proporcionada con ellas, para que a costa del malo quede el mundo tan hermoseado con su pena cuanto antes estuvo afeado con su culpa. 

Cuando un hombre da alguna gran caída y se le desconcierta un brazo, tanto cuanto fue mayor el desconcierto, tanto con mayor dolor se viene después a concertar y poner en su lugar.
Pues como los malos hayan desconcertado todas las cosas deste mundo, y puéstolas fuera de su lugar natural, cuando aquel celestial reformador venga a restituir el mundo con el castigo de tantos desconciertos, ¿qué tan grande será el castigo, pues tales y tantos fueron los desconciertos?
No sólo se llama este «día de ira», sino también «día de Dios», como lo llama el profeta Joel, para dar a entender que todos estotros han sido días de hombres, en los cuales hicieron ellos su voluntad contra la de Dios, mas éste se llama día de Dios, porque en él hará Dios su voluntad contra la dellos. Tú ahora juras y perjuras y blasfemas, y calla Dios. Día vendrá en que rompa Dios el silencio de tantos días y tantas injurias, y responda por su honra. De manera que no hay más que dos días en el mundo: un día de Dios y otro del hombre. En este su día, puede el hombre hacer todo lo que quisiere, y a todo callará Dios. 

En este día puede el rey Sedecías mandar empozar al profeta de Dios, y darle a comer pan por onzas y hacer todo cuanto se le antojare, y a todas estas injurias callará Dios. Mas tras de este día vendrá otro día, y tomará Dios al rey Sedecías y quitarle ha el reino, y destruirá a Jerusalén y llevará en hierros a Sedecías delante del rey de Babilonia, y allí matarán todos sus amigos e hijos en presencia dél, y luego le mandarán sacar los ojos, guardados para ver tanto mal, y tras desto lo hará llevar en hierros a Babilonia y poner en una cárcel hasta que muera. De manera que, así como el hombre tuvo licencia para hacer en su día todo cuanto se le antojó sin que nadie le fuese a la mano, así la tendrá Dios para hacer en este día todo lo que él quisiere sin que nadie se lo estorbe.

II

De las señales que precederán este día

Finalmente, si quieres saber qué tal será este día, párate a considerar las señales que le precederán, porque por las señales conocerás lo señalado, y por la víspera y vigilia la fiesta del día.
Primeramente, aquel día cuándo haya de ser, nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo -para haberlo de revelar a nadie-, sino sólo el Padre. Mas, todavía, precederán antes dél algunas señales por las cuales puedan pronosticar los hombres, no sólo la vecindad deste día, sino también la grandeza dél. Porque, como dice el Salvador, primero que este día venga habrá grandes guerras y movimientos en el mundo.

Levantarse han gentes contra gentes y reinos contra reinos, y habrá grandes temblores de tierra en muchas partes, y pestilencias, hambres y cosas espantosas que parecerán en el aire, y otras grandes señales y maravillas.
Y, sobre todos estos males, vendrá aquella persecución tantas veces denunciada del mayor perseguidor de cuantos ha tenido la Iglesia, que es el Anticristo, el cual, no sólo con armas y tormentos horribles, sino también con milagros aparentes y fingidos hará la más cruel guerra contra la Iglesia que jamás se hizo. Piensa, pues, ahora tú, como dice san Gregorio, qué tiempo será aquél, cuando el piadoso mártir ofrecerá sus miembros al verdugo, y el verdugo hará milagros delante dél. Finalmente, será tan grande la tribulación destos días, cual nunca fue desde el principio del mundo, ni jamás será. Y, si no proveyese la misericordia de Dios que se abreviasen estos días, no se salvara en ellos toda carne. Mas por amor de los escogidos se abreviarán.


Después destas señales habrá otras más espantosas y más vecinas a este día, las cuales parecerán en el sol y en la luna y en las estrellas, de las cuales dice el Señor por Ezequiel: «Haré que se oscurezcan sobre ti las estrellas del cielo, y cubriré el sol con una nube, y la luna no resplandecerá con su luz, y todas las lumbreras del cielo haré que se entristezcan y hagan llanto sobre ti, y enviaré tinieblas sobre toda tu tierra». Pues habiendo tan grandes señales y alteraciones en el cielo, ¿qué se espera que habrá en la tierra, pues que toda se gobierna por él? Vemos que cuando en una república se revuelven las cabezas que la gobiernan, que todos los otros miembros y partes della se revuelven y desconciertan. Pues si todo este cuerpo del mundo se gobierna por las virtudes de cielo, estando éstas alteradas y fuera de su orden natural, ¿qué tales estarán todos los miembros y partes dél? ¿Cuál estará el aire, sino lleno de relámpagos y torbellinos y cometas encendidos? ¿Cuál estará la tierra, sino llena de aberturas y temblores espantosos, los cuales se cree que serán tan grandes, que bastarán para derribar, no sólo las casas fuertes y las torres soberbias, mas aún hasta los montes y peñas arrancarán y trastornarán de sus lugares? Mas la mar, sobre todos los elementos, se embravecerá, y serán tan altas sus olas y tan furiosas, que parecerá que han de cubrir toda la tierra. A los vecinos espantará con sus crecientes, y a los distantes con sus bramidos, los cuales serán tales, que de muchas leguas se oirán.

¡Cuáles andarán entonces los hombres! ¡Cuán atónitos, cuán confusos, cuán perdido el sentido, la habla y el gusto de todas las cosas! Dice el Salvador que se verán entonces las gentes en grande aprieto y ahogamiento, y que andarán los hombres secos y ahilados de muerte por el temor grande de las cosas que han de sobrevenir al mundo. ¿Qué es esto?, dirán. ¿Qué significan estos pronósticos? ¿Qué ha de venir a parir esta preñez del mundo? ¿En qué han de parar estos tan grandes remolinos de todas las cosas? Pues así andarán los hombres espantados y desmayados, caídas las alas del corazón y los brazos, mirándose los unos a los otros. Y espantarse han tanto de verse tan desfigurados, que esto solo bastaría para hacerlos desmayar, aunque no hubiese más que temer. Cesarán todos los oficios y granjerías del mundo, y con ellos el estudio y la codicia de adquirir, porque la grandeza del temor traerá tan ocupados sus corazones, que no sólo se olvidarán destas cosas, sino también del comer y del beber, y de todo lo necesario para la vida. Todo el cuidado será andar a buscar lugares seguros para defenderse de los temblores de la tierra y de las tempestades del aire y de las crecientes de la mar. Y así, los hombres se irán a meter en las cuevas de las fieras, y las fieras se vendrán a guarecer en las casas de los hombres. Y así, todas las cosas andarán revueltas y llenas de confusión. Afligirlos han los males presentes, y mucho más el temor de los venideros, porque no sabrán en qué fines hayan de parar tan dolorosos principios.

Faltan palabras para encarecer este negocio, y todo lo que se dice es menos de lo que será. Vemos ahora que, cuando en la mar se levanta alguna brava tormenta, o cuando en la tierra sobreviene algún grave torbellino o terremoto, cuáles andan los hombres, cuán medrosos y cuán cortados, y cuán pobres de esfuerzo y de consejo. Pues cuando entonces el cielo y la tierra, y la mar y el aire ande todo revuelto, y en todas las regiones y elementos del mundo haya su propia tormenta, cuando el sol amenace con luto, y la luna con sangre, y las estrellas con sus caídas, ¿quién comerá? ¿Quién dormirá? ¿Quién tendrá un solo punto de reposo en medio de tantas tormentas? ¡Oh, desdichada suerte la de los malos, a cuya cabeza amenazan todos estos pronósticos, y bienaventurada la de los buenos, para quien todas estas cosas son favores y regalos y buenos anuncios de la prosperidad que les ha de venir! ¡Cuán alegremente cantarán entonces con el profeta:

«Dios es nuestro refugio y nuestra firmeza, y por esto no temeremos aunque se trastorne la tierra y se arranquen los montes y vengan a caer en el corazón de la mar»! «Así como entendéis -dice el Salvador- que, cuando la figuera y todos los árboles comienzan a florecer y dar su fruto, que se llega ya el verano, así, cuando viereis estas cosas, sabed que se acerca el reino de Dios. Entonces podréis abrir los ojos y levantar la cabeza, porque se llega el día de vuestra redención.» ¡Cuán alegre estará entonces el bueno, y por cuán bien empleados dará todos sus trabajos! Y, por el contrario, ¡cuán arrepentido estará el malo, y por cuán condenados tendrá todos sus pasos y caminos!

III

Del fin del mundo, y de la resurrección de los muertos

Después de todas estas señales, acercarse ha la venida del juez, delante del cual vendrá un diluvio universal de fuego que abrase y vuelva en ceniza toda la gloria del mundo. Este fuego, a los malos será comienzo de su pena, y a los buenos principio de su gloria, y a los que algo tuvieren por pagar purgatorio de su culpa. Aquí fenecerá toda la gloria del mundo, aquí expirará el movimiento de los cielos, el curso de los planetas, la generación de las cosas, la variedad de los tiempos, con todo lo demás que de los cielos depende. Y así, escribe san Juan en el Apocalipsis que vio un ángel poderoso vestido de una nube resplandeciente, el cual tenía el rostro como el sol, y el arco del cielo por corona en su cabeza, y los pies como columnas de fuego, de los cuales, el uno tenía puesto sobre la mar, y el otro sobre la tierra. Y este ángel dice que levantó el brazo hacia el cielo, y juró por el que vive en los siglos de los siglos que de ahí adelante no habría más tiempo, es a saber, ni movimiento de cielos ni cosa que se gobierne por ellos, y lo que más es, ni lugar de penitencia, ni de mérito ni de demérito, para la otra vida.
Después deste fuego vendrá, como dice el apóstol, un arcángel con grande poder y majestad, y tocará una trompeta que sonará por todas las partes del mundo, con la cual convocará todas las gentes a juicio. Ésta es aquella temerosa voz de que dice San Jerónimo: «Ahora coma, ahora beba, siempre parece que me está sonando a las orejas aquella voz que dirá: Levantaos, muertos, y venid a juicio». ¿Quién apelará desta citación? ¿Quién podrá recusar este juicio? ¿A quién no temblará la contera con esta voz? Esta voz quitará a la muerte todos sus despojos, y le hará restituir todo lo que tiene tomado al mundo. Y así, dice San Juan que allí la mar entregó los muertos que tenía, y asimismo la muerte y el infierno entregaron los que tenían. Pues, ¿qué cosa será ver allí parir a la mar y a la tierra por todas partes tantas diferencias de cuerpos, y ver concurrir en uno tantos ejércitos, y tantas suertes y maneras de naciones y gentes? Allí estarán los Alejandros, allí los Jerjes, allí los Daríos, y los césares de los romanos y los reyes poderosísimos, con otro hábito y otro brío, y con otros pensamientos muy diferentes de los que en este mundo tuvieron. Y allí, finalmente, se juntarán todos los hijos de Adán para que cada uno dé razón de sí y sea juzgado según sus obras.
Mas, aunque todos resuciten para nunca más morir, será grande la diferencia que habrá entre cuerpos y cuerpos. Porque los cuerpos de los justos resucitarán hermosos y resplandecientes como el sol, mas los de los malos oscuros y feos como la misma muerte. Pues, ¿qué alegría será entonces para las ánimas de los justos ver del todo ya cumplido su deseo, y verse juntos los hermanos tan queridos y tan amados, a cabo de tan largo destierro? Cómo podrá entonces decir el ánima a su cuerpo: «¡Oh cuerpo mío y fiel compañero mío que así me ayudaste a ganar esta corona, que tantas veces conmigo ayunaste, velaste y sufriste el golpe de la disciplina, y el trabajo de la pobreza, y la cruz de la penitencia, y las contradiciones del mundo! ¡Cuántas veces te quitaste el pan de la boca para dar al pobre! ¡Cuántas quedaste desabrigado por vestir al desnudo! ¡Cuántas renunciaste y perdiste de tu derecho por no perder la paz con el prójimo! Pues justo es que te quepa ahora parte desta hacienda, pues me ayudaste a ganarla, y que seas compañero de mi gloria, pues también lo fuiste de mis trabajos». Allí, pues, se ayuntarán en un supuesto los dos fieles amigos, no ya con apetitos y pareceres contrarios, sino con liga de perpetua paz y conformidad, para que eternalmente puedan cantar y decir: «Mirad cuán buena cosa es, y cuán alegre, morar ya los hermanos en uno».

Mas, por el contrario, ¡qué tristeza sentirá el ánima del condenado cuando vea su cuerpo tal cual allí se lo ofrecerán, oscuro, sucio, hediondo y abominable! ¡Oh malaventurado cuerpo!, dirá ella. ¡Oh principio y fin de mis dolores! ¡Oh causa de mi condenación! ¡Oh, no ya compañero mío, sino enemigo; no ayudador, sino perseguidor; no morada, sino cadena y lazo de mi perdición! ¡Oh gusto malaventurado, y qué caros me cuestan ahora tus regalos! ¡Oh carne hedionda, que a tales tormentos me has traído con tus deleites! ¿Éste es el cuerpo por quien yo pequé? ¿Déste eran los deleites por quien yo me perdí? ¿Por este muladar podrido perdí el reino del cielo? ¿Por este vil y sucio tronco perdí el fruto de la vida perdurable? ¡Oh furias infernales!, levantaos ahora contra mí y despedazadme, que yo merezco este castigo. ¡Oh, malaventurado el día de mi desastrado nacimiento, pues tal hubo de ser mi suerte, que pagase con eternos tormentos tan breves y momentáneos deleites!
Éstas y otras más desesperadas palabras dirá la desventurada ánima a aquel cuerpo que en este mundo tanto amó. Pues dime ahora, ánima miserable, ¿por qué tanto aborreces lo que tanto amaste? ¿No era esta carne tu querida? ¿No era este vientre tu dios? ¿No era este rostro el que curabas y guardabas del sol y aire, y pintabas con tan artificiosos colores? ¿No eran éstos los brazos y los dedos que resplandecían con oros y diamantes? ¿No era éste el cuerpo para quien se cercaba la mar y la tierra para tenerle la mesa delicada y la cama blanda y la vestidura preciosa? Pues, ¿quién ha trocado tu afición? ¿Quién ha hecho tan aborrecible lo que antes era tan amable? Cata aquí, pues, hermano, en qué para la gloria del mundo con todos los deleites y regalos del cuerpo.

IV

De la venida del juez y de la materia del juicio y de los testigos y acusadores

Pues estando ya todos resucitados y juntos en un lugar, esperando la venida del juez,descenderá de lo alto aquel a quien Dios constituyó por juez de vivos y muertos. Y así como en la primera venida vino con grandísima humildad y mansedumbre, convidando a los hombres con la paz y llamándolos a penitencia, así en la segunda vendrá con grandísima majestad y gloria, acompañado de todos los poderes y principados del cielo, amenazando con el furor de su ira a los que no quisieron usar de la blandura de su misericordia. Aquí será tan grande el temor y espanto de los malos, que como dice Isaías «andarán a buscar las aberturas de las piedras y las concavidades de las peñas para esconderse en ellas, por la grandeza del temor del Señor y por la gloria de su majestad cuando venga a juzgar la tierra». Finalmente, será tan grande este temor, que como dice San Juan, los cielos y la tierra huirán de la presencia del juez, y no hallarán lugar donde se esconder. Pues, ¿por qué huís, cielos? ¿Qué habéis hecho? ¿Por qué teméis? Y si por cielos se entienden aquellos espíritus bienaventurados que moran en los cielos, vosotros, bienaventurados espíritus, que fuisteis criados y confirmados en gracia,¿por qué huís? ¿Qué habéis hecho? ¿Por qué teméis? No temen, cierto, por su peligro, sino temen por ver en el juez una tan grande majestad y saña, que bastara para poner en espanto y admiración a todos los cielos. Cuando la mar anda brava, todavía tiene su espanto y admiración el que está seguro a la orilla. Y cuando el padre anda hecho un león por casa castigando al esclavo, todavía teme el hijo inocente, aunque sabe que no es contra él aquel enojo. Pues, ¿qué harán entonces los malos, cuando los justos así temerán? Si los cielos huyen, ¿qué hará la tierra? Y si aquellos que son todo espíritu tiemblan, ¿qué harán los que fueron del todo carne? Y si, como dice el profeta, «los montes en aquel día se derretirán delante la cara de Dios», ¿cómo nuestros corazones son más duros que las peñas, pues aun con esto no se mueven?

Delante del juez vendrá el estandarte real de la cruz, con todas las otras insignias de la sagrada pasión, para que sean testigos del remedio que Dios envió al mundo, y cómo el mundo no lo quiso recibir. Y así, la santa cruz justificará allí la causa de Dios, y a los malos dejará sin consuelo y sin excusa. Entonces dice el Salvador que llorarán y plantearán todas las gentes de la tierra, y que unas a otras se herirán en los pechos. ¡Oh, cuántas razones tendrán para llorar y plantear! Llorarán porque ya no pueden hacer penitencia ni huir de la justicia ni apelar de la sentencia. Llorarán las culpas pasadas, la vergüenza presente y los tormentos advenideros. Llorarán su mala suerte, su desastrado nacimiento y su malaventurado fin. Por estas y por otras muchas causas llorarán y plantearán, y como atajados por todas partes, y pobres de consejo y de remedio, darán palma con las manos y herirse han en los pechos unos a otros.

Entonces el juez hará división entre malos y buenos, y pondrá los cabritos a la mano siniestra y las ovejas a la diestra. ¿Quién serán éstos tan dichosos, que tal lugar y honra como ésta recibirán? Atribúlame, señor, aquí; aquí mata, aquí corta, aquí abrasa, porque allí me pongas a tu mano derecha. Luego comenzará a celebrarse el juicio, y tratarse de las causas de cada uno, según lo escribe el profeta Daniel por estas palabras: «Estaba yo -dice él- atento, y vi poner unas sillas en sus lugares, y un anciano de días se sentó en una dellas, el cual estaba vestido de una vestidura blanca como la nieve, y sus cabellos eran también blancos así como una lana limpia. El trono en que estaba sentado eran llamas de fuego, y las ruedas dél como fuego encendido, y un río de fuego muy arrebatado salía de la cara dél. Millares de millares entendían en servirle, y diez veces cien mil millares asistían delante dél. Miraba yo todo esto en aquella visión de la noche, y vi venir en las nubes uno que parecía hijo de hombre». Hasta aquí son palabras de Daniel, a las cuales añade san Juan, y dice: «Y vi todos los muertos, así grandes como pequeños, estar delante deste trono; y fueron abiertos allí los libros. Y otro libro se abrió, que es el libro de la vida, y fueron juzgados los muertos según lo contenido en aquellos libros y según sus obras». Cata aquí, hermano, el arancel por donde has de ser juzgado. Cata aquí las tasas y precios por donde se ha de apreciar todo lo que hiciste, y no por el juicio loco del mundo, que tiene el peso falso de Canaán en la mano, donde tan poco pesan la virtud y el vicio. En estos libros se escribe toda nuestra vida con tanto recaudo, que aún no has echado la palabra por la boca, cuando ya está apuntada y asentada en su registro.

Mas, ¿de qué cosas, si piensas, se nos ha de pedir cuenta? «Todos los pasos de mi vida tienes, señor, contados», dice Job. No ha de haber ni una palabra ociosa, ni un solo pensamiento de que no se haya de pedir cuenta. Y no sólo de lo que pensamos o hicimos, sino también de lo que dejamos de hacer cuando éramos obligados. Si dijeres: «Señor, yo no juré», dirá el juez: «Juró tu hijo, o tu criado, a quien tú debieras castigar». Y no sólo de las obras malas, sino también de las buenas daremos cuenta con qué intención y de qué manera las hicimos. ¿Qué diré, sino que, como dice San Gregorio, de todos los puntos y momentos de nuestra vida se nos ha de pedir allí cuenta en qué y cómo los gastamos? Pues si esto ha de pasar así, ¿de dónde nace en los que esto creemos tanta seguridad y descuido? ¿En qué confiamos? ¿Con qué nos satisfacemos y lisonjeamos en medio de tantos peligros? ¿En qué va esto, que los que más tienen por qué temer menos teman, y los que menos tenían por qué temer vivan con mayor temor?
Justo era el bienaventurado Job, pues por tal fue pronunciado por boca de Dios, y con todo esto vivía con tan gran temor desta cuenta, que decía: «¿Qué haré cuando se levante Dios a juzgar? Y cuando comience a preguntarme, ¿qué le responderé?» Palabras son éstas de corazón grandemente afligido y congojado. «¿Qué haré?», dice. Como si dijera: «Un cuidado me fatiga continuamente, un clavo traigo hincado en el corazón, que no me deja reposar. ¿Qué haré? ¿Adónde iré? ¿Qué responderé cuando entre Dios en juicio conmigo?» ¿Por qué temes, bienaventurado santo? ¿Por qué te congojas? ¿No eres tú el que dijiste: «Padre era yo de pobres, ojo de ciegos, y pies de cojos»? ¿No eres tú el que dijiste que en toda tu vida tu corazón te reprendió de cosa mala? Pues un hombre de tanta inocencia, ¿por qué teme? Porque sabía muy bien este santo que no tenía Dios ojos de carne, ni juzgaba como juzgan los hombres, en cuyos ojos muchas veces resplandece lo que ante Dios es abominable. ¡Oh, verdaderamente justo, que por eso eres tan justo, porque vives con tan gran temor! Este temor, hermanos, condena nuestra falsa seguridad, esta voz deshace nuestras vanas confianzas.
¿A quién habrá alguna vez quitado la comida, o el sueño alguna vez, este cuidado? Pues los que esto sienten como se debe sentir, algunas veces llegan a perder el sueño y la comida, y algo más. En las vidas de los Padres leemos que, como uno de aquellos santos varones viese una vez reír a un discípulo suyo, que le reprendió ásperamente, diciendo: «¡Cómo!, ¿y habiendo de dar a Dios cuenta delante del cielo y de la tierra, te osas reír?» No le parecía a este santo que tenía licencia para reírse quien esperaba hallarse en esta cuenta.

Pues acusadores y testigos tampoco faltarán en esta causa. Porque testigos serán nuestras mismas conciencias, que clamarán contra nosotros, y testigos serán también todas las criaturas de quien mal usamos, y sobre todo, será testigo el mismo señor a quien ofendimos, como él mismo lo significa por un profeta, diciendo: «Yo seré testigo apresurado contra los hechiceros y adúlteros y perjuros, y contra los que andan buscando calumnias para quitar al jornalero su jornal, y contra los que maltratan a la viuda y al huérfano, y fatigan a los peregrinos y extranjeros que poco pueden, y no miraron que estaba yo de por medio, dice el Señor».

Acusadores tampoco faltarán, y bastará por acusador el mismo demonio, que como San Agustín escribe, alegará muy bien ante el juez de su derecho, y decirle ha: «Justísimo juez, no puedes dejar de sentenciar y dar por míos a estos traidores, pues ellos han sido siempre míos, y en todo han hecho mi voluntad. Tuyos eran ellos, porque tú los criaste e hiciste a tu imagen y semejanza, y redimiste con tu sangre. Mas ellos borraron tu imagen y se pusieron la mía, desecharon tu obediencia y abrazaron la mía, menospreciaron tus mandamientos y guardaron los míos. Con mi espíritu han vivido, mis obras han imitado, por mis caminos han andado, y en todo han seguido mi partido.
Mira cuánto han sido más míos que tuyos, que sin darles yo nada ni prometerles nada, y sin haber puesto mis espaldas en la cruz por ellos, siempre han obedecido a mis mandamientos, y no a los tuyos. Si yo los mandaba jurar y perjurar, y robar y matar, y adulterar y renegar de tu santo nombre, todo esto hacían con grandísima facilidad. Si yo les mandaba poner hacienda, vida y alma por un punto de honra que yo les encarecía, o por un deleite falso a que yo los convidaba, todo lo ponían a riesgo por mí. Y por ti, que eras su Dios y su criador y su redentor, que les diste la hacienda y la salud y la vida, que les ofrecías la gracia y les prometías la gloria, y sobre todo esto, que por ellos padeciste en cruz, con todo esto, nunca se pusieron al menor de los trabajos del mundo por ti
».

¡Cuántas veces te aconteció llegar a sus puertas llagado, pobre y desnudo, y darte con ellas en la cara, teniendo más cuidado de engordar sus perros y caballos, y vestir sus paredes de seda y oro, que de ti! Y pues esto es así, justo es que algún día sean castigadas las injurias y desprecios de tan grande majestad.
Pues oída esta acusación, pronunciará el juez contra los malos aquella terrible sentencia que dice: «Id, malditos, al fuego eterno, que está aparejado para Satanás y para sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, etc. Y así irán los buenos a la vida eterna, y los malos al fuego eterno». ¿Quién podrá explicar aquí lo que los malaventurados sentirán con estas palabras? Allí es donde darán voces a los montes para que caigan sobre ellos, y a los collados para que los cubran. Allí blasfemarán y renegarán, y pondrán su boca sacrílega en Dios, y maldecirán siempre el día de su nacimiento y su malaventurada suerte. Allí se acabará su día, allí fenecerá su gloria, allí se volverá la hoja de su prosperidad y se comenzará para siempre el día de su dolor, como lo significó San Juan en su Apocalipsis, debajo del nombre de Babilonia, por estas palabras: «Llorarse han, y harán llanto sobre sí, los reyes de la tierra que gozaron de los regalos y deleites de Babilonia y fornicaron con ella cuando vean el humo que sale de sus tormentos, y ponerse han lejos por el temor dellos, y dirán: ¡Ay, ay de aquella ciudad grande de Babilonia que en una hora le vino su juicio! Y los mercaderes de la tierra llorarán, porque ya no habrá quien compre más sus mercaderías
de oro y plata y piedras preciosas, y harán llanto sobre ella, y dirán: ¡Ay, ay de aquella ciudad grande que se vestía de holanda y grana y carmesí, y se cubría de oro y piedras preciosas, que en una hora perecieron tantas riquezas!»

Pues, ¡oh hermanos míos!, si esto ha de pasar así, proveámonos con tiempo, y tomemos el consejo que nos da aquel que primero quiso ser nuestro abogado que nuestro juez. No hay quien mejor sepa lo que sea menester para aquel día, que el que ha de ser juez de nuestra causa. Él, pues, nos enseña brevemente lo que nos conviene hacer, por estas palabras: «Mirad -dice él por San Lucas-, no se carguen y apesguen vuestros corazones con demasiados comeres y beberes, y con los cuidados y negocios desta vida, y os venga de rebato aquel temeroso día. Porque, así como lazo, ha de venir sobre todos los que moran sobre la haz de la tierra. Y por esto, velad y haced oración en todo tiempo, porque merezcáis ser librados de todos estos males que han de venir, y parecer delante el hijo de la virgen.» Pues, considerando esto, hermanos, venid y levantémonos deste sueño tan pesado antes que caiga sobre nosotros la noche oscura de la muerte, antes que venga este tan temeroso día, de quien dice el profeta: «Ya viene, ¿y quién lo esperará? ¿Y quién podrá sufrir el día de su venida?» Aquél, por cierto, podrá esperar el día deste juicio, que hubiere tomado la mano al juez y juzgádose a sí mismo.

sábado, 28 de mayo de 2011

La comunión remedio de nuestra tristeza

OBRAS EUCARÍSTICAS DE SAN PEDRO JULIÁN EYMARD

Insigne apóstol de la eucaristía
 y
 fundador de los religiosos
 y 
de las siervas del Santísimo Sacramento






Qui jucundus eram et dilectus in potestate mea..., ecce pereo tristitia magna, in terra aliena...
"Yo que estaba tan contento y querido en mi reino, he aquí que muero de profunda tristeza en tierra extraña".

I

Nos agobia una profunda tristeza que queda pegada al fondo de nuestro corazón sin que podamos desecharla. No hay alegría para nosotros en la tierra, por lo menos alegría que dure un poco y no acabe en llanto; no la hay ni puede haber. Se nos arroja de nuestra casa, de la casa paterna. Esta tristeza forma parte integrante del patrimonio legado por Adán pecador a su desdichada posteridad.

Lo sentimos sobre todo cuando nos encontramos a solas. A veces llega  a ser espantosa. En nosotros se encuentra, pero no sabemos de donde proviene. Los que no tienen fe acaban desanimándose, se desesperan y prefieren la muerte a semejante vida, lo cual es un crimen horrible y prenda de reprobación.

En cuanto a nosotros, cristianos, ¿que remedio encontraremos contra esta nativa tristeza? ¿La práctica de la virtud tal vez, o el celo de la perfección cristiana? No basta eso. Las pruebas y las tentaciones le darán aún muchas veces el triunfo. Cuando esta tristeza cruel domina a un corazón nada se puede ya hacer ni decir; siéntese uno como abrumado mas allá de sus fuerzas. En el huerto de los olivos Nuestro Señor pensó en morir por ello. Y durante sus treinta y tres años vivió constantemente bajo una impresión dolorosa. Era manso y bueno, pero triste, porque se cargó con nuestras enfermedades. ¡Ved cómo lloraba Nuestro Señor! Lo nota el evangelio, y eso que nunca dice que se riera...

A semejanza de su Divino Maestro, tristes pasaban también la vida los santos, lo cual provenía de su condición de desterrados, del mal que veían en torno suyo, de la imposibilidad en que se encontraban de glorificar a Dios cuanto querían. Pero sobrenaturalizaban su tristeza.

Contra este mal universal hace falta, por consiguiente, un remedio. Consiste en no quedar en sí ni consigo: hay que desahogar la tristeza, si no queremos que ella nos arrastre como un torrente. Pero en esto muchos buscan consuelos humanos y se desahogan con un amigo o un director, y esto no basta; sobre todo cuando Dios nos envía un aumento de tristeza como prueba, ¡Oh! entonces nada hay que valga. Antes al contrario, cáese más profundamente al observar que ni las buenas palabras ni los avisos paternales nos han devuelto la alegría ni disipado las nubes de tristeza, y el demonio se aprovecha de ello para hacernos perder la confianza en Dios; y almas se ven, y de las más puras y santas, huir como Adán en el paraíso, de Dios y tener miedo de hablar con Él. La oración puede aliviar un poco la tristeza; pero no basta para dar una alegría pura y duradera. Nuestro Señor oró por tres veces en el Getsemaní, pero no para su tristeza; no recibió más que fueras para soportarla.

Una buena confesión nos devuelve también la calma; pero el pensamiento de haber ofendido a un Dios tan bueno es muy a propósito para volver a entristecernos.
¿Dónde hallará, pues, el verdadero remedio?

II

El remedio absoluto es la comunión; es éste un remedio siempre nuevo y siempre enérgico, ante el cual cede la tristeza. Nuestro Señor se ha puesto en la Eucaristía y se nos viene para combatir directamente la tristeza. Siendo como principio que no hay una sola alma que comulgue con deseo sincero, con verdadera hambre, y se quede triste en la Comunión. Puede que la tristeza vuelva más tarde, porque es propia de nuestra condición de desterrados; y aún volverá tanto más pronto cuanto mayor prisa nos demos en replegarnos sobre nosotros mismos y no permanezcamos bastante tiempo considerando la bondad de Nuestro Señor, pero estar tristes en el momento en que Jesús entra en nosotros, eso jamás. Es un festín la Comunión; en ella celebra Jesús sus bodas con el alma fiel; ¿cómo, pues, queréis que lloremos? Apelo a vuestra experiencia personal; cada vez que a pesar de haber hecho una buena confesión estabais tristes antes de la Comunión, no habéis visto renacer la alegría al bajar Nuestro Señor a vuestro corazón?

¿No se quedó en el colmo de la alegría el publicano Zaqueo cuando recibió a Jesucristo, por más que tuviese sobrados motivos de tristeza en las depredaciones de que se le acusaba?
Tristes iban por el camino los dos discípulos de Emaús y eso que iban en compañía del mismo Jesús, quien les hablaba e instruía; pero en llegando la fracción del pan, muy luego se sienten poseídos de dicha, el júbilo desborda de sus corazones, y a pesar de la noche, de lo largo del camino y del cansancio, va a anunciar su gozo y compartirlo con los Apóstoles.

Pongamos los ojos en un pecador que ha cometido toda clase de crímenes. Se confiesa, y sus heridas se cierran. Entra en convalecencia; pero está siempre triste, su conversión le hace más sensible, y llora lo que antes ni lo sentía siquiera: la pena causada a Dios. Tanto más profunda resulta su melancolía cuanto su conversión es más sincera y más ilustrada. ¡He ofendido a un Dios tan bueno!, se dice entre sí. Si le dejáis así a solas, la tristeza le oprimirá  y el demonio le sepultará en el desaliento. Hacedle comulgar; sienta en sí la bondad de Dios y su alma se henchirá de gozo y de paz. ¡Cómo!, se dice. ¡Si he recibido el pan de los ángeles! ¡Luego me he hecho amigo de Dios! Ya no le apenan sus pecados por ese momento; Nuestro Señor le dice con sus propios labios que está perdonado. ¿Cómo no creerlo?
¡Oh! La alegría que nos trae la Comunión es la más bella demostración de la presencia de Dios en la Eucaristía. Nuestro Señor se demuestra a sí propio haciendo sentir su presencia. "Yo iré a aquél que me amare y me manifestaré a él". Manifiéstase, efectivamente, con la alegría que le acompaña.


III

Notad para vuestra propia conducta que hay dos clases de alegría. Hay en primer lugar una alegría que es resultado del feliz éxito, del bien que se ha hecho, la que trae consigo la práctica de la virtud. Es el júbilo del triunfo y de la cosecha. Buena es, pero no la busquéis, porque, como se apoya en vosotros no es sólida, y bien pudiera ser que en ella consistiera toda vuestra recompensa.
Pero la otra, que proviene de la Comunión, cuya causa nos vemos obligados a confesar que no está en nosotros, sino sólo en Jesús, que no guarda relación alguna con nuestras obras, ésta aceptémosla sin reparos y descansemos en ella cuando nos la trae Nuestro Señor, pues es del todo suya. El niño con no tener ninguna virtud ni merecimiento alguno, goza, sin embargo de la dicha de estar al lado de su madre, de igual manera sea la presencia del Señor el único motivo de nuestra alegría. No indaguéis hasta que punto habéis podido merecer el gozo que experimentáis, sino regocijaos por tener a Nuestro Señor y quedaos a sus pies paladeando vuestra dicha y gustando su bondad.
Muchos hay que temen pensar demasiado en la bondad de Dios, porque esto pide que en retorno nos demos por entero y sin contar: prefieren la ley. Queda uno libre, una vez que la hay cumplido. Cálculo mezquino es éste que no deben hacer las almas a quienes Él se da con tanta profusión. Gustemos sin temor de la bondad de Dios; recibamos con avidez la alegría que se nos ofrece, dispuestos a dar generosamente a Nuestro Señor cuando le plazca pedirnos en correspondencia.


COMENTARIOS ELEISON 202 (8-V-2011) : LA AUTORIDAD DE LOS VARONES


Dos hombres jóvenes, inciertos de casarse, me suplicaron el otro día que escribiera un manual acerca de cómo los hombres deben de comportarse como hombres. Su solicitud fue realmente un llanto de angustia: "¿Cuándo debemos de ser amables con las mujeres y cuándo debemos ser firmes? ¡Ya no lo sabemos!" En años pasados la respuesta a esa pregunta era mero sentido común para cualquier varón, pero la autoridad hoy en día ha sido tan desarraigada por la propaganda liberal que el problema de ejercerla dentro del matrimonio puede explicar en parte por qué hoy en día muchos jóvenes prefieren simplemente vivir juntos que casarse. Lo que a continuación se presenta no es un manual, pero por lo menos podrá indicar a nuestros dos mosqueteros la dirección correcta.


San Pablo dice: "Doblo mis rodillas al Padre de nuestro Señor Jesucristo del cual es nombrada toda la parentela en los cielos y en la tierra" (Efesios III, 14,15). En otras palabras, toda la paternidad o autoridad entre las creaturas de Dios se modela a raíz de la paternidad y autoridad de Dios mismo, de la cual se deriva. Así como uno de los personajes de Dostoyevski dice, "Si Dios no existe, entonces no tiene ningún sentido para mi ser oficial de ejercito." Por lo tanto es evidente que si los hombres destierran a Dios de sus sociedades, como sucede hoy en día en todo el mundo, entonces toda la autoridad es desarraigada radicalmente. En el individuo, la razón será incapaz de gobernar a las pasiones, en la familia el padre será incapaz de controlar su hogar y en el Estado la democracia vendrá a parecer la única forma legítima de gobierno, lo que no es para nada en la realidad.


Ahora, al observar la vida diaria dentro de una familia, ¿quién puede negar que los varones sean más fuertes que las mujeres en el uso de la razón, mientras que las mujeres son más fuertes que los varones en la intuición y en el sentimiento? Vean cualquier comedia en la TV si lo dudan. Los sentimientos tienen su lugar importante en la vida y al igual que nuestras esposas, no deben de ser menospreciados mas deben de ser también controlados, guiados, porque vienen y van, son inestables y como tal no son una guía confiable a la acción. Por el contrario si la razón discierne lo que es objetivamente verdad y justo, se estabiliza por el hecho de que la verdad y la justicia objetivas están por encima de cualquier individuo o de sus sentimientos. Por lo tanto, la razón puede escuchar a los sentimientos, pero debe de gobernarlos. Es por eso que los hombres tienen, como hombres, una autoridad natural poseída solo excepcionalmente por las mujeres, quienes tienen otras cualidades. Esa es la razón por la cual el hombre es naturalmente la cabeza de la familia y del hogar, mientras que la mujer naturalmente es sucorazón.


Pero el liberalismo que gobierna el mundo moderno disuelve todo sentido de verdad o de justicia objetivas. Al hacerlo, priva a la razón de su objeto y de su ancla objetiva en una realidad superior e independiente del sujeto que razona. Siendo la razón la prerrogativa de los hombres, el liberalismo golpea a los hombres antes de golpear a las mujeres, cuyos instintos femeninos no dependen de la razón. De igual modo el liberalismo corta la autoridad de los hombres que baja desde lo que está por encima de ellos, en última instancia la Verdad y Justicia divinas, y hace que el uso de autoridad se vuelva fácilmente arbitrario.


Por lo tanto, muchachos, en todas sus relaciones con hombres o mujeres, busquen ser auténticos y justos, y vuelvan a Dios para obtener la ayuda necesaria para discernir dónde estánla verdad y la justicia entre tanta mentira e injusticia y tanto uso arbitrario de la autoridad en nuestro alrededor hoy en día. Entonces actúen de acuerdo a su discernimiento y serán capaces de reconstruir su autoridad varonil desde arriba, en un mundo que trata de cortarla desde abajo. En pocas palabras, "Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura" (Mateo VI, 33).


Kyrie eleison.

SENTIDO DE LA PALABRA "MÁRTIR"



La palabra griega mártir significa testigo que testifica un hecho del que tiene conocimiento por observación personal. Con este sentido es con el que aparece por primera vez en la literatura cristiana; los apóstoles fueron “testigos” de todo lo que habían observado en la vida pública de Cristo, así como de todo lo que habían aprendido con su enseñanza, “en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, hasta lo último de la tierra” (Hech 1, 8). San Pedro emplea el término con este significado en su alocución a los apóstoles y discípulos con motivo de la elección del suplente de Judas: “Así que es necesario que de los que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, empezando desde el bautismo de Juan hasta el día en que, dejándonos, fue elevado al cielo, uno de ésos sea, junto con nosotros, testigo de su resurrección” (Hech 1, 21-22). En su primera carta se refiere San Pedro a sí mismo como “testigo de los padecimientos de Cristo” (1Pe 5, 1).


Pero incluso en estos primeros ejemplos del uso de la palabra martir en la terminología del cristianismo ya es digno de atención un nuevo matiz en su acepción. Los discípulos de Cristo no eran testigos corrientes como los que prestaban declaración en un tribunal de justicia. Estos últimos no corrían ningún riesgo al atestiguar los hechos que habían observado, mientras que los testigos de Cristo se enfrentaban diariamente, desde el comienzo de su apostolado, con la posibilidad de sufrir graves castigos y aún la misma muerte. 


San Esteban


Así, San Esteban fue un testigo que selló su testimonio con su sangre a principios de la historia cristiana. Las vocaciones de los apóstoles estuvieron siempre rodeadas de peligros del carácter más serio, hasta que todos ellos sufrieron finalmente la última pena por sus convicciones. De este modo, en vida de los apóstoles, el término martir llegó a usarse en el sentido de testigo al que se le puede exigir en cualquier ocasión que renuncie o reniegue de lo que ha testificado, bajo pena de muerte. A partir de esta fase fue natural la transición hacia el significado habitual del término, según se usa en la literatura cristiana desde entonces: un mártir, o testigo de Cristo, es una persona que, aunque no ha visto ni oído nunca al divino fundador de la Iglesia, está no obstante tan firmemente convencida de las verdades de la religión cristiana que sufre de buen grado la muerte antes que renegar de ella. San Juan emplea la palabra con este significado a finales del siglo primero; se habla de Antipas, un converso del paganismo, como de "mi testigo (martir), mi fiel (seguidor), que sufrió la muerte entre vosotros, donde habita el Adversario " (Ap 2, 13). El mismo apóstol habla más adelante de "las almas de los que habían sido inmolados a causa de la palabra de Dios y a causa del testimonio (martyrian) [de Jesucristo] que mantenían " (Ap 6, 9).


San Gregorio Nacianceno
Lo ortodoxo era no buscar el martirio. En general se consideraba imprudente, si bien las circunstancias podían excusar a veces tal proceder. San Gregorio Nacianceno recapitula en una sentencia la regla a seguir en casos semejantes: buscar la muerte es una pura temeridad, pero es cobarde renunciar a ella (Orat. xlii, 5, 6). La rotura de ídolos fue condenada en el Concilio de Elvira (306), el cual decretó, en su canon sexagésimo, que no sería inscrito como mártir un cristiano ajusticiado por un vandalismo de esa clase. En cambio Lactancio solo censura levemente a un cristiano de Nicomedia que sufrió el martirio por derribar el edicto de persecución (Do mort. pers., xiii).

viernes, 27 de mayo de 2011

Destrozan imagen de la Divina Pastora en Venezuela

Son signos de los tiempos. Un puñado de vándalos atacaron el monumento de la Divina Pastora ubicado en el distribuidor Santa Rosa, donde destruyeron las cabezas de las ovejas que acompañan a la Patrona, además la virgen presenta dos impactos de bala, uno en el pómulo izquierdo y otro en la parte posterior del sombrero, asimismo el vitral que se encuentra en la Plaza Macario Yépez fue manchado con pintura roja.

Éste acto vandálico que no quede impune.







Fuente

jueves, 26 de mayo de 2011

La Brujería





¿Por qué se recurre a la brujería?

La ayuda que ofrece la brujería se busca por diferentes razones. Las principales son: Para hacer daño a quien se odia; para atraer la pasión amorosa de alguien; para invocar a los muertos; para suscitar calamidades o impotencia contra enemigos, rivales u opresores reales o imaginarios; para resolver un problema se ha convertido en obsesión y ya no importa por que medio se resuelve.


Prácticas de los Brujos


La brujería data desde los tiempos de la antigua Mesopotamia y Egipto. Así se demuestra la Biblia al igual que en otros antiguos escritos como el Código de Hammurabi (2000 a.C.).


No todos los brujos siguen las mismas prácticas Pero no es extraño que el brujo haga un pacto con espíritus, abjure a Cristo y los Sacramentos, haga rituales como parodias de la Santa Misa o de los oficios de la Iglesia, adoren al Príncipe de las Tinieblas y participan en aquelarres (reuniones de brujos donde hacen sus maledicencias). La brujería está relacionada con el satanismo.


En brujería y en la magia hay elementos comunes:


1-La realización de rituales o de gestos simbólicos.
2- El uso de sustancias y objetos materiales que tienen significado simbólico.
3- Pronunciamiento de un hechizo.
4- Una condición prescrita del que efectúa el rito.


La brujería consta de rituales para hacer sus hechizos (ejercer un maleficio o atadura sobre alguien), algunos de los cuales requieren hierbas particulares. También hay palabras de conjuro o hechizo que pueden ser escritas para obtener un mayor poder. Quién realiza el rito debe desear su propósito con todas sus fuerzas para obtener mayores efectos y algunas veces debe ayunar por 24 horas antes de realizar el rito para purificar el cuerpo.
¿Es real el poder de la brujería?


Puede ser real, pero en muchos casos puede ser también sugestión de la mente, es decir pura mentira. En ambos casos está actuando el demonio, príncipe de la mentira.


La Biblia, la enseñanza de los Padres de la Iglesia y la tradición no dejan lugar a dudas sobre el hecho que los seres humanos tienen la libertad para pactar con el diablo el cual tiene influencia en la tierra y en las actividades humanas. Por otro lado algunos Padres como San Jerónimo, pensaban que en muchos casos la brujería es sugestión de la mente.


La Biblia condena la brujería y la hechicería, no como falsas o fraudulentas, sino por ser una abominación: "A la hechicera no la dejarás con vida" (Exodo 22,18; Ver también Deuteronomio 18,11-12). La narrativa de la visita del rey Saúl a la hechicera de Endor (I Reyes 28) demuestra que su evocación de Samuel fue real y tuvo efecto. En Levítico 20,27 se lee: "El hombre o la mujer en que haya espíritu de nigromante o adivino, morirá sin remedio: los lapidarán. Caerá su sangre sobre ellos". Está claro que en estos casos se trata de un espíritu adivino.


El Pueblo de Israel, en muchas ocasiones, se tornó a la práctica de la adivinación y a la consulta de brujos, yendo así en contra de los mandatos de Dios. (Ez 13:18-19; 2 Cron 33:6; Jer 27:9...).


El Antiguo Testamento muestra claramente como los Israelitas y sus vecinos paganos estaban conscientes de la brujería y la magia. En el libro de Éxodo 7:11 leemos que el Faraón: "llamó a todos los sabios y adivinos. Y ellos también, los magos de Egipto, hicieron las mismas cosas (que Moisés) por medio de sus artes secretas".


El Primer Mandamiento condena la brujería, la magia y todo tipo de adivinación: "Yo Soy el señor tu Dios...no tendrás dioses extraños delante de mi" (Ex 20:2-3).


El Nuevo Testamento igualmente condena la brujería como una realidad perversa: (Gálatas 5,20; 13,6; Apocalipsis 21,8; 22,15). El mago Simón era practicante de la magia pero le dio envidia de los Apóstoles al ver que la gente recibía el Espíritu Santo cuando ellos imponían las manos. Ofreció dinero a los Apóstoles para que le enseñaran como hacer esto y Pedro le contestó: "...tú corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete , pues, de esa tu maldad..." (Hechos 8:9-22).


La brujería opera con poder satánico (dado por Satanás). Se trata de los poderes que oprimen a los hombres y que Jesucristo confrontó hasta morir y resucitar para librarnos de ellos. Su victoria no nos evita la lucha contra el maligno sino que nos da la fuerza para vencerlo si tenemos fe.


Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Efesios 6:12


Debemos evitar tanto el exagerar como el minimizar el poder de Satanás. En una guerra es esencial conocer las fuerzas contrarias y saber como vencerlas. Satanás tiene poder para tentar y asediar a los fieles, pero su poder no es comparable al de Dios Todopoderoso. Satanás puede causar persecuciones y hasta el martirio de los fieles. La victoria de los santos no está en vivir sin pruebas sino en vencerlas manteniéndose fieles a Dios.


El demonio existe y entra en relación con aquellos que lo buscan. Como recompensa a quién le ofrece culto, el demonio otorga poderes preternaturales para obtener poder, fama, dinero, influencia, es decir las cosas que desea la carne. Por medio de la brujería se puede llegar a lograr el éxito en el mundo profesional ya sea como artista, profesional, militar, político, etc. Estas personas pueden parecer muy atractivas y tener un gran don de ganarse a la gente hasta el punto de atraer grandes multitudes y convertirse en dioses para sus admiradores los cuales son capaces de hacer hasta lo irrazonable por sus ellos. Los poderes del mal pueden cegar las mentes y fanatizarlas portentosamente. La brujería no es mera superstición. El demonio ciertamente arrastra hacia su reino del mal a los que se involucran en ella y a sus aduladores. Si no hay arrepentimiento y conversión, el final será el infierno.


Qué hacer contra las brujerías


Al enterarse de que alguien le está haciendo un "trabajo" de brujería, muchas personas tienen miedo. Esto es lo que el quiere ya que por el miedo puede dominarnos. Debemos recordar que el demonio nada puede contra los que son fieles a Dios. Nuestro Padre Celestial es Todopoderoso y nos ama. El demonio sólo puede con aquellos que no confían en Dios y por falta de fe están espiritualmente débiles o muertos. Son como pollitos que se han alejado de la protección de la gallina y se exponen al gavilán. Por eso Jesús nos dice:


¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido! Mateo 23:37


Quién está amenazado por brujerías que recurra al Señor por protección y no tema. Debe poner en Dios toda su confianza y practicar su fe, no por miedo a la brujería sino por convicción: acercarse a los sacramentos, la oración personal y pedir a los hermanos que oren por él. La gracia del Señor jamás faltará a quién la busque.


Jamás debemos ir a otro brujo para "defendernos". Eso sería caer en la trampa del demonio haciendo lo que él quiere: que desconfiemos de Dios para que recurramos a él.


Muchas veces las personas recurren a la brujería en momentos de desesperación, cuando creen que es el último recurso que les queda. En esos momento vulnerables alguien les ofrece la brujería como una solución fácil. Como católicos jamás recurrimos a ningún medio espiritual fuera de Dios. Cuando pedimos la intercesión de los santos, por ejemplo, no buscamos una vía alterna sino que buscamos su ayuda tan solo y precisamente para mantenernos fieles al Señor como ellos lo hicieron. Hay dos familias: la de Dios y la del demonio. Cada uno recurre a los miembros de la suya. Pidamos a Dios que prefiramos morir antes de buscar algo del demonio.

miércoles, 25 de mayo de 2011

EL SANTO ROSARIO: ARMA CONTRA EL FALSO ECUMENISMO

La relación que guarda el Santo Rosario con el ecumenismo es muy esclarecedora, para el que quiera comprobar que no hay otro camino que no pase por la CONVERSIÓN y el RETORNO de los herejes y cismáticos a la Santa Iglesia Católica.

1. ¿Quién fue Santo Domingo de Guzmán?
Santo Domingo de Guzmán, insigne santo español del siglo XII, fundador de la orden de los Predicadores –también conocidos como dominicos–, fue un apóstol de primera categoría, que junto a San Francisco de Asís, dieron pie a la creación de las llamadas órdenes mendicantes.
Su carisma fundamental era la predicación para la conversión de los alejados de Dios, y sobre todo la de los herejes, que en aquella época campaban por doquier.
Su labor se centró sobre todo en el sur de Francia, donde estaban ubicados los herejes cátaros o albigenses, que mantenían doctrinas y prácticas gnósticas, con gran desmedro de la fe católica, pues el error se propagaba con rapidez y pertinacia.
Santo Domingo y sus compañeros sostuvieron una serie de encuentros con los adalides de la herejía, en varias ciudades donde estaba muy arraigada la herejía, en las que se dieron una serie de torneos de controversia con la Sagrada Escritura y con argumentos teológicos; en todos ellos los herejes se vieron derrotados o no lograron imponerse al santo castellano.
A pesar de vencer a los herejes en estos torneos de oratoria, el endurecimiento de los seguidores de la herejía, no producía muchas conversiones.

2. ¿Cuál es el fin de la revelación del Santo Rosario a Santo Domingo?
Santo Domingo, en un momento de debilidad y desesperación por los pocos frutos obtenidos, recibió una revelación de la Santísima Virgen, que le confortó, y en la que le mostró la oración del santo Rosario, para que sus desvelos apostólicos y predicaciones dieran por fin el éxito deseado: la CONVERSIÓN de los herejes.Y en efecto, a partir de ese momento las conversiones se incrementaron maravillosamente.
Así pues, La Santísima Virgen dio a Santo Domingo el Rosario, para que lograra la CONVERSIÓN de los herejes, y no para rezar con ellos en comandita.
¿Acaso la condescendencia con los herejes atrae más conversiones? Los frutos obtenidos dicen que no.

3. ¿Cuál es la omisión del falso ecumenismo?
Este es el drama del ecumenismo: que no se busca la CONVERSIÓN y el RETORNO de los herejes y los cismáticos, sino que cada uno permanezca como está: el hereje en su error –por muy de buena fe que persista en él–; y el católico sin obedecer el mandato de Cristo:“Id pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.” (Mt. 28, 19-20)
Ni la orden de San Pablo al obispo Tito, que en sentido propio nos podemos aplicar todos los católicos, cada uno según su capacidad, pues todos somos soldados de Cristo: “Porque es necesario que un obispo sea capaz de instruir en la sana doctrina y refutar a los que contradijeren.” (Tit. 1,7.9)
Reflexionemos: “haced discípulos”, ¿no es “CONVERTID”?; “refutar a los que contradijeren”, ¿no es hacer lo que hacía Santo Domingo con los herejes?

4. ¿Qué pensar del “diálogo” interreligioso?
La Sagrada Escritura, los Santos Padres, los propios santos con su vida y obras –como santo Domingo–, claman con toda fuerza que el camino a seguir en el ecumenismo y el diálogo interreligioso es el RETORNO, y la CONVERSIÓN, como único fin. Todo fin que no sean estos conceptos, es desvirtuar el verdadero ecumenismo.
Como en el falso ecumenismo no se busca la conversión, se dejan de practicar algunas de las obras de misericordia, como son “corregir al que yerra” y “enseñar al que no sabe”, como hacía Santo Domingo.
Pero claro, ahora está muy extendido eso de que “hay que dejar a cada uno en su religión, pues si está de buena fe se salvará” y “el ecumenismo con los hermanos separados hay que practicarlo dejando a cada uno en su creencia y convergiendo todos (católicos y herejes) hacia un centro común a todos.”
¿Y el mandato de Cristo, qué?, ¿lo mandamos a paseo?
Como ahora no se busca convertir, se pisotean las obras de misericordia, por decir lo menos grave.

5. ¿Cuál es el ejemplo de los santos?
¿Por qué los promotores del falso ecumenismo no siguen el ejemplo de los santos como santo Domingo de Guzmán o S. Luis Mª. Grignión de Monfort?
Éste último, en su famoso libro El secreto admirable del Santísimo Rosario, escribe: “Aún cuando fueseis un hereje endurecido y obstinado como un demonio, tarde o temprano os convertiréis y os salvaréis, con tal que recéis devotamente todos los días el Santo Rosario hasta la muerte, para conocer la verdad y obtener la contrición y el perdón de vuestros pecados.”
Por ello vemos con dolor la Carta Apostolica de S.S. Juan Pablo II sobre el Santo Rosario -"Rosarium Virginis Mariae", pues en ella habla de un rosario "ecumenico", en el cual no existen mas herejes e infieles a los que hay que convertir, sino al contrario, el Papa busca que el Rosario sea un signo de "unidad" entre las falsas religiones y sus falsas espiritualidades, igualando el Santo Rosario, con el rosario budista y musulman, de ahi que los misterios luminosos exalten unicamente al Cristo común (de católicos y protestantes), y no al Cristo Rey, fundador de la Santa Iglesia Católica.

6. ¿Cuál es el lugar de la Virgen en el Santo Rosario?
Ademas el Rosario pasa a ser de una devocion mariana a una devoción cristocentrica, y los misterios en los que se medita la participación de Nuestra Señora en la redención, pasan a ser unicamente un "resumen del evangelio", de ahi el no aceptar estos misterios de la Luz, pues de fondo contienen un espiritu ecumenico y protestante, y en segundo pretender atenuar la devoción y el honor de Nuestra Señora en favor de un aberrante ecumenismo, en el cual el papa no habla de herejes, de infieles, de los males que afligen a la Iglesia, de la grave crisis de fe, sino que busca introducir un CRISTOCENTRISMO sustituto de la devoción Mariana tradicional en la mas excelsa arma dada por Dios nuestro Señor para implorar la intercesión de su Bendita Madre.
Por ello todos los santos sí supieron hacer del Santo Rosario un arma formidable para la conversión, que no lo olvidemos, para eso se lo dio la Santísima Virgen al santo castellano.

7. ¿Cuál es el verdadero ecumenismo?
En conclusión: la oración en el ecumenismo debe ser para la CONVERSIÓN y el RETORNO como fin último; si no, es un falso ecumenismo de la peor especie que olvida el mandato de Cristo; y del que desobedece a Cristo ya sabemos su situación:
“Todo el que no está conmigo, está contra Mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.” (Mt. 12,30)
Terribles palabras que deben meditar los promotores del falso ecumenismo.