jueves, 2 de septiembre de 2010

Santa Hildegarda De Bingen

Mujer extraordinaria y mucho más en su tiempo, fue ignorada durante siglos, e incluso llegó a negársele la autoría de sus obras. Newman puntualiza algunos de sus rasgos excepcionales para su época:

• fue la única mujer a la que se reconoció autoridad en materia de doctrina cristiana;
• la primera que recibió autorización explícita del Papa para escribir obras teológicas;
• la única que gozó del privilegio de predicar en iglesias y en plazas al clero y al pueblo;
• primera autora de una pieza dramática moral, con música, y única en el siglo XII que no es anónima;
• la única compositora de su época conocida por su nombre y por un importante cuerpo de música que ha llegado hasta nuestros días;
• la primera científica en tratar temas de sexualidad y de ginecología desde una perspectiva netamente femenina(2);
• la primera santa cuya biografía oficial incluye párrafos autobiográficos, en primera persona.

Sus escritos, sus cartas principalmente, arrojan una luz sobre acontecimientos de su época, principalmente de carácter religioso-político: los conflictos entre la Iglesia y el Imperio, las ambiciones de expansión territorial de Federico Barbarroja, los estragos del cisma y de la guerra civil, el afán de cargos de los prelados contemporáneos, la creciente amenaza de los cátaros, la Segunda Cruzada, las crisis en la vida monástica y su consiguiente reforma, el nacimiento del movimiento de pobreza evangélica, la competencia por lucrar con las dotes y también con las reliquias, las luchas en torno al tema del celibato. La comprensión de su obra, por otra parte, requiere el conocimiento de la teología sacramental de la época, "la emergente doctrina del purgatorio", la relación entre judíos y cristianos, exégesis bíblica, cosmología, etc. Los escritos médicos constituyen una suerte de enciclopedia sobre los animales, aves, peces, hierbas, árboles, piedras preciosas, metales, nutrición, sexualidad, enfermedad y terapia. Sus obras musicales remiten a la liturgia benedictina, y sus pinturas son un verdadero desafío en cuanto a su interpretación.


La principal fuente biográfica es la Vita Sanctae Hildegardis, biografía compuesta por Godofredo de San Disibodo(3) y Teodorico de Echternach(4) e íntegramente orientada a servir para un proceso de canonización. Esta biografía ofrece tres puntos de vista: el de Godofredo, que la conoció y había trabajado para ella; el de Teodorico, que no la conoció y sólo manejó materiales de segunda mano, y el de la propia protagonista. Son también importantes fuentes las cartas de Hildegarda, los prefacios autobiográficos de sus libros, los documentos monásticos y las actas del iniciado proceso de canonización.


Newman da considerable importancia a la figura de Jutta de Sponheim, sobre la que existe considerable bibliografía. Jutta era hija del conde Esteban de Sponheim –familia de nobleza más alta que la de Hildegarda–, y seis años mayor que ella. Jutta manifestó su deseo de entrar en la vida religiosa a los diez años, a los catorce años se estableció para vivirla en la casa de una viuda, Lady Uda, y a la muerte de ésta quiso dedicarse a la peregrinación; disuadida por su hermano, se estableció como reclusa en el monasterio de San Disibodo a sus veinte años, en 1112, y acompañada por Hildegarda, de catorce años. En este punto Newman arroja claridad sobre un dato equivocado de la Vida, que da a la niña como enclaustrada a los ocho años. Fue ofrecida a Dios a esa edad, pero en ese momento la abadía no había sido reconstruida, y Jutta se encontraba viviendo con la viuda.


San Disibodo había sido fundada en el siglo VII por un ermitaño irlandés, y en tiempos de Hildegarda estuvo deshabitada durante el exilio (por motivos políticos) del arzobispo Ruthardo de Maguncia. Ya retornado, éste quiso refundar la comunidad (en 1108), y restauró el lugar e instaló en él a monjes de la congregación benedictina reformada de Hirsau. Jutta e Hildegarda lo conocieron y habitaron en San Disibodo cuando todavía se encontraba en construcción, y mucha influencia ha de haber tenido este hecho en la construcción arquitectónica de muchas de las visiones de la profetisa.


Hildegarda habla de Jutta como de una mujer indocta, opinión que no coincide con la de su biógrafo, quien se refiere a su gran inteligencia, sus conocimientos y su desempeño como maestra en la comunidad. La observación de Hildegarda puede muy bien referirse a que no tuvo una educación escolar, formal, con asistencia a las escuelas catedralicias, como tampoco la tuvo la propia Hildegarda. Pero la liturgia benedictina, las lecturas, los comentarios, las enseñanzas, hablan de una formación también libresca que bien pudo nutrirse en la biblioteca o scriptorium de la abadía, que era muy importante. Lo cierto es que Jutta formó a Hildegarda en todo sentido: religioso, litúrgico, cultural, espiritual...


A la muerte de Jutta Hildegarda fue elegida maestra de la comunidad, y por entonces recibe el mandato divino de escribir sus visiones, tema que conversa con el monje Volmar, confesor, secretario y amigo. Y da comienzo a Scivias.


SCIVIAS (Conoce los caminos del Señor). Si bien puede ser considerada sólo una obra teológica que incluye un aspecto ético, comentario bíblico, historia sagrada, cosmología y discusiones en torno a la Santísima Trinidad y a la redención por Cristo, su originalidad estriba en que responde a una visión de Hildegarda, y no una visión en éxtasis sino en estado de vigilia, con el pleno uso de sus sentidos (uso que se nota en la descripción de lo que ve y oye)(5). Los autores del siglo XII distinguían diversas clases de visión (imaginativa, intelectual y espiritual) que jerarquizaban, siendo superior aquélla más despojada de elementos corpóreos, de imágenes. Hildegarda escapa a esta clasificación, por el carácter cenestésico de sus visiones y porque éstas transcurren en estado de vigilia.


Mientras escribía la obra –que finalizará hacia 1146-47–, Hildegarda escribe a San Bernardo, quien había predicado la Segunda Cruzada, y le habla de su capacidad visionaria, pidiéndole ayuda espiritual y consejo; San Bernardo le responde brevemente y de manera un tanto general, recomendándole humildad y encomendándose a sus oraciones. Un año después influirá sobre su discípulo cisterciense, ahora Papa Eugenio III(6), para la aprobación del escrito de la abadesa(7). También por entonces el obispo de Maguncia, Enrique, hombre ambicioso e intrigante, conoció las visiones de Hildegarda por el abad Kuno, de San Disibodo, y vio en ello un medio para prestigiar a su diócesis. El Papa conoció el manuscrito inacabado, y tuvo a bien leerlo ante la asamblea reunida; luego escribió a Hildegarda ordenándole continuar su tarea. En su obra la visionaria subrayaba el origen divino del matrimonio, la santidad de la Eucaristía y la dignidad del presbiterado, puntos éstos muy atacados por los cátaros. Este aval del Papa significó un aumento de popularidad para la abadía, con el consiguiente incremento de fama, donativos, peregrinos y otros medios que significaban mayores ingresos económicos. Pero también traía consigo una mayor dependencia de Hildegarda y su comunidad con respecto a los monjes de San Disibodo, así que, siguiendo los dictados de una visión recibida en 1148, encara establecerse en San Ruperto, juntamente con su comunidad. Esto le cuesta grandes luchas con el abad Kuno, quien finalmente cede ante la extraña enfermedad que aqueja a Hildegarda y que es tomada como un signo divino. Pero en todo momento le dificulta las cosas y no quiere darle autonomía económica, así como demora la provisión de un sacerdote, como auxilio espiritual para la nueva abadía: estamos ante una no siempre enmascarada enemistad.


Con el patrocinio interesado del obispo Enrique y el de su antigua conocida la marquesa Ricarda von Stade, prima de Jutta y madre de la monja favorita de Hildegarda –también llamada Ricarda–, en 1150 se dirige hacia el monte de San Ruperto. Al año de su llegada termina Scivias y sufre la pérdida de la monja Ricarda, quien la deja para hacerse cargo de una abadía, donde muere al poco tiempo(1152)(8). En 1153 fallecen sus principales protectores, San Bernardo y el Papa Eugenio, y también el arzobispo Enrique, que había sido depuesto de su cargo por malversación de fondos. Entretanto, continúan sus enfrentamientos con los monjes de San Disibodo por la autonomía, que no se resolverá totalmente en vida de Hildegarda, quien nunca llegó a obtener oficialmente el título de "abadesa"(9).


Por ese entonces Hildegarda trabajó mucho en la construcción material de su nueva abadía y en la formación de su comunidad, que iniciaba una nueva vida independiente de la comunidad masculina. Puede ser ésa la época en que compuso su Ordo virtutum (El drama de las Virtudes), que Newman describe como "el drama del progreso del alma peregrina desde el optimismo de su conversión juvenil, a través de la tentación y del pecado, hacia una triste pero sabia madurez, y el triunfo final sobre Satanás" (p. 14), y que puede haber sido un drama teatral religioso a representar en la profesión de las novicias. También sacó de su olvido al patrono del lugar, escribiendo una vida de San Ruperto, una secuencia musical y antífonas para la celebración del santo. Estas piezas litúrgicas (alrededor de setenta) fueron recogidas en la Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales. Por ese mismo tiempo, Abelardo había reunido una serie de piezas musicales a modo de un ciclo litúrgico para uso de las religiosas de Eloísa, en el monasterio del Paráclito (Hymnarius Paraclitensis), y también el canónigo Adam de San Víctor se había dedicado al tema. Pero Hildegarda no siguió el procedimiento habitual de componer nuevas letras para melodías ya existentes, sino que hizo de letra y música un conjunto nuevo e inseparable; no se atuvo a los metros habituales sino que empleó el verso libre, y sus melodías se apartan considerablemente del canto gregoriano.


En el monasterio las monjas realizaba trabajos de escritorio (lectura y copia de libros), pero también tareas de enfermería y hospedaje y atención de peregrinos. El cuidado de la salud era responsabilidad de las abadesas de los monasterios, que tenían los conocimientos necesarios para tal misión: la antigua medicina grecorromana, más la experiencia multisecular. Hildegarda unió a estos conocimientos su observación y estudio de las plantas, animales, piedras, alimentos y bebidas, pero también su observación del ser humano. Uno de sus libros de medicina, al que alude en el prefacio del Liber vitae meritorum (Libro de los méritos de la vida, 1158), se titula Subtilitates diversarum naturarum creaturarum (Las propiedades de las diferentes naturalezas de las creaturas); sin embargo, no es éste el libro que ha llegado hasta nuestros días, sino otros dos: Physica, o Liber simplicis medicinae (El libro de la medicina simple) y Causae et curae o Liber compositae medicina (Libro de la medicina compuesta). Newman alude a una opinión que dice que los copistas de fines del siglo XII o principios del XIII pueden haber tomado materiales de la obra directamente escrita por Hildegarda y haber compuesto con ellos dos libros, de remedios simples el primero y de recetas elaboradas el segundo. La Physica está dividida en nueve secciones, y estudia las propiedades de gran número de seres (es una verdadera enciclopedia de la naturaleza). Causae et Curae está organizada de acuerdo a las diversas enfermedades, consideradas según las partes del cuerpo humano que afectan.


Trabaja el tema de la sexualidad humana, la caída de Adán y Eva, la tipología de varón y mujer, el tiempo y los planetas, e incluso el horóscopo lunar. Puede suceder, por otra parte, que el copista, atendiendo más al uso de la obra que a su autenticidad, haya incorporado textos de otros autores.


Hacia el 1150, los temas que habían interesado a Hildegarda eran múltiples: "en la Sinfonía celebraba a la Trinidad, la Virgen María y los santos; en el Drama de las Virtudes, el triunfo espiritual de la virginidad; en la Vida de San Ruperto, a su santo patrono y, por extensión, a su propia comunidad; en Las propiedades..., las maravillas del mundo natural" (p. 16). También compuso Lingua ignota (El lenguaje desconocido), un alfabeto secreto que pudo ser un intento por reproducir la lengua hablada por Adán y Eva en el Paraíso, tal vez un lenguaje de entendimiento con las religiosas de su comunidad.


LIBER MERITORUM VITAE (El libro de los méritos de la vida). Es el segundo libro de la trilogía, escrito entre 1158 y 1163. En Scivias Hildegarda se había ocupado de las Virtudes –Castidad, Caridad, Humildad y las restantes–, representadas por vírgenes de gran belleza que desplegaban a lo largo de los pilares y murallas del Edificio de la Salvación, encarnadas luego por sus religiosas en Ordo virtutum. Para ella no eran simplemente alegorías, sino vivas emanaciones de la Divinidad, "poderosas energías que descendían de Dios para animar el combate moral de los hombres. Las Virtudes eran un coro de seres celestiales y un ejército reunido para luchar contra Satanás" (p. 17). En esta segunda obra, El libro de los méritos de la vida, Hildegarda se ocupa del demonio y da forma y voz a los vicios.


Si bien el Medioevo tradicionalmente representó a virtudes y vicios como mujeres, Hildegarda se aparta de tal convención y representa a los vicios como seres grotescos y repugnantes, en parte humanos y en parte animales, tratando de inspirar el máximo horror y rechazo posibles al pecado. Bajo una presentación dramática, la abadesa presenta su convicción de que el conocimiento del bien y del mal es la raíz del discernimiento moral y de la conducta recta. Newman encuentra en este libro el fruto de toda la experiencia de vida monástica y de dirección espiritual acumulada por Hildegarda. Pero hay otras connotaciones que tienen que ver con los tiempos de corrupción y de reforma eclesiástica que se vivían. De allí que abunden las referencias a la oración, el ayuno y la limosna como remedios espirituales, pero también recomienda el uso del cilicio y otras penitencias, acordes a cada forma de pecado. Habla del Purgatorio y da su razón teológica, e insiste en todos los aspectos del sistema penitencial: confesión, penitencia y purgatorio.


Son tiempos difíciles. Hildegarda habla de su época como una época afeminada, y hace referencia al emperador Enrique IV como tirano(10). Cuando Federico Barbarroja asumió el trono (1152), citó a la abadesa a su palacio de Ingelheim para que le profetizara sobre su reinado. Siempre guardó deferencia hacia ella, y la protegió, pero sus enfrentamientos con el Papado causaron gran daño a la Iglesia. Sin embargo, no más daño del que le causaban los escandalosos concubinatos de sus sacerdotes, la simonía, el descuido de la oración y la inclinación de los escandalizados católicos hacia la secta de los cátaros, que proclamaba pobreza evangélica y pureza de costumbres. En este contexto deben entenderse la correspondencia de Hildegarda, y su actividad de predicadora: amonestaba a obispos, abades, clero, a los nobles señores y reyes, y predicó en Treveris (Pentecostés de 1160) y Colonia (1163), entre otros muchos lugares(11). Usaba imágenes del Apocalipsis y hablaba en primera persona –personificando a Dios– de la creación, de la historia sagrada y de la Sangre de Cristo, para denunciar la corrupción del clero. Profetiza disturbios anticlericales y la confiscación de los bienes de la Iglesia, si los prelados no se arrepienten y mudan sus costumbres. Comenta Newman la reacción del clero que, no sólo no trata de silenciarla, sino que la invita a predicar y luego le piden el texto escrito de sus sermones.


Era sin duda una época difícil dentro de la Iglesia. Los cistercienses, liderados por San Bernardo, quieren encauzar a los monjes hacia la estricta observancia benedictina, enfatizando la pobreza, el ayuno y el trabajo manual. Otros reformadores experimentan los monasterios mixtos (por supuesto, habitando separadamente varones y mujeres), con gran escándalo de muchos. Predicadores y ermitaños se lanzan en pos de una imitación literal de Jesús, preludiando lo que luego serían las órdenes de los franciscanos y los dominicos, en el siglo siguiente. Por el contrario, en este punto Hildegarda se mantiene fiel a la observancia benedictina, por entonces muy vinculada a la nobleza germana, y muestra también un sentido aristocrático que le vale el cuestionamiento por parte de Tenxwinda de Andernach, ante la vestimenta de sus monjas los días de fiesta (con coronas y vestiduras casi nupciales) y la voluntad de admitir en su comunidad sólo a jóvenes de la nobleza. Hildegarda acepta una división social existente y la da como querida por Dios; respetarla significa para ella evitar males como la envidia y el engreimiento, y permitir a cada uno ser él mismo, según la voluntad de Dios. Su correspondencia muestra los problemas internos de las abadías, y abundan los pedidos de discreción por una parte, y de celo renovado por otra.


Hacia 1160 fundó otro convento en Eibingen, que subsiste hasta nuestros días(12). Tiempo después se vio abocada a la curación de Sigewiza, una mujer de Colonia, que se decía poseída por el demonio y que resistía todo intento de curación, sosteniendo el demonio que sólo podría echarlo la vieja "Scrumpilgarda". Hildegarda, quien sostenía que no existe la posesión diabólica sino el alma ensombrecida por el demonio, alegó enfermedad y remitió al abad de Brauweiler –que era quien le había escrito– una ceremonia de exorcismo con características de dramatización o teatralización del combate de siete personajes bíblicos (representados por siete sacerdotes) contra el demonio. Tras un tiempo de aparente mejoría la situación volvió a tornarse severa, y la enferma fue conducida a la abadía de San Ruperto, en la Cuaresma de 1169; Hildegarda puso todos los medios necesarios en juego (trató con monjes y monjas oración, ayunos y limosna) y en la Vigilia Pascual el demonio finalmente cedió y la mujer fue curada.


Mientras tanto, entre 1163 y 1173 compuso el Liber Divinorum Operum (Libro de las obras divinas), "un estudio maestro de las armonías entre macrocosmos y microcosmos" (p. 23). Allí campea la doctrina del hombre como microcosmos, y aparece la figura humana inscripta en medio del cosmos, como la que siglos más tarde dibujará Leonardo de Vinci, pero aquí, el universo está abrazado por la llameante figura de la Divinidad(13), que lo contiene.


En los tres libros que componen su trilogía Hildegarda mantiene el mismo esquema de trabajo. Comienza cada sección con una visión, "Y yo vi", que describe vívidamente, y luego viene la explicación de la visión, encabezada por la frase "Yo oí una voz del cielo que me decía", al modo de los profetas bíblicos. La visionaria añade en la explicación elementos que no aparecen en la descripción primera. A veces habla en primera persona, y es la voz de Dios ("Mi Hijo Jesucristo"), pero habitualmente predomina la tercera persona. Cada visión se cierra con una fórmula admonitoria para el lector ("Estas cosas proferidas sobre las almas de los penitentes... son verdaderas; permite al creyente atenderlas y reunirlas en la memoria del buen conocimiento", LVM).


En 1173, y mientras preparaba la revisión final del Liber Divinorum Operum, fallece su secretario Volmar. Luego de muchos reparos, el abad de San Disibodo le da otro capellán para el monasterio y secretario para sus escritos, el monje Godofredo, quien comienza también a escribir la vida de Hildegarda. Pero muere en 1176. En 1177 lo sucederá el monje Guiberto de Gembloux, con quien la abadesa ya mantenía correspondencia, y a quien había escrito la famosa carta llamada "De modo visionis suae" (Sobre el modo de su visión). En esa misma época recibe la noticia del fin del cisma promovido por el emperador, quien hace las paces con el Papa Alejandro III en el Tratado de Venecia. Y también entonces los monjes cistercienses de Villers presentan a Hildegarda, a través de Guiberto, treinta y ocho cuestiones teológicas y exegéticas suplicando su respuesta, que sólo lograron parcialmente, ya que la abadesa dirimía la cuestión de un día para otro, hasta su muerte.


En 1778 tuvo lugar una dura prueba para Hildegarda y su comunidad, a raíz de la sepultura en el camposanto de la abadía de un noble que había sido excomulgado. Antes de morir se había reconciliado con la Iglesia y recibido los sacramentos, pero al parecer los canónigos de Maguncia desconocían esto último y demandaron la exhumación y retiro del cuerpo bajo pena de interdicto sobre la abadía (no podrían tener Misa ni comulgar, y tampoco podrían cantar el oficio litúrgico, penas todas éstas de gran peso para las benedictinas). La abadesa se negó a la exhumación, aduciendo su visión y la sacralidad del cuerpo en razón de los sacramentos que había recibido, y cumplió la sanción impuesta, pero enviando cartas para revertir la situación. Entre esas cartas tiene especial relevancia la que escribió a los prelados, diciéndoles que la música es una reminiscencia del Paraíso y de la alabanza a Dios que tributaba Adán juntamente con los coros angélicos. Impedirla es la obra de Satanás, en la que los prelados quedan comprendidos. Después de muchas gestiones la interdicción fue levantada en marzo de 1179; el 17 de septiembre del mismo año moría Hildegarda.


El Papa Gregorio IX abrió oficialmente el proceso de canonización en 1227, pero no prosperó porque no fue posible autenticar los milagros que se le atribuían. Sin embargo su culto prosperó, y las crónicas de la época se referían a ella como "Santa Hildegarda". En el siglo XV la representaban como tal pinturas y esculturas, y al siglo siguiente la encontramos en el muy usado martirologio romano de Baronius. En 1940 el Vaticano aprobó oficialmente la celebración de su fiesta en todas las diócesis alemanas, y hay propuestas para nombrarla "Doctor de la Iglesia" en reconocimiento de sus obras teológicas.

NOTAS:


1. Epíteto que le habría sido aplicado por el eclesiástico Enrique de Langenstein, quien en una carta (1383) a su amigo Eckardo von Dresch se refería a Hildegarda como Sibilla Theutonicorum. (vuelve al texto)


2. Trota (o Trotula) la precedió, pero hay muchas dudas sobre la autenticidad de sus obras que, por otra parte, no presentan su sistematicidad y su original tratamiento. (vuelve al texto)


3. Inició la composición de la obra en vida de Santa Hildegarda, en previsión del proceso que sin duda habría de iniciar la comunidad; su muerte, anterior a la de la abadesa, dio lugar a Teodorico de Echternach, quien la continuó pocos años después de la muerte de Hildegarda. (vuelve al texto)


4. Teodorico incluyó en el libro II de su trabajo extensos párrafos autobiográficos dictados por Hildegarda misma a su anterior biógrafo. (vuelve al texto)


5. Aquí Newman adjunta textos de la carta "De modo visionis suae" (p. 9). (vuelve al texto)


6. El Papa presidía un sínodo de obispos en Treveris (noviembre de 1147 - febrero de 1148). (vuelve al texto)


7. El Papa aprobó también la Cosmografía de Bernardo Silvestre. En la misma década eran declarados incursos en herejía Pedro Abelardo, Guillermo de Conches y Gilberto de Poitiers, vigorosamente combatidos por Bernardo de Claraval. (vuelve al texto)


8. Este episodio cuesta mucho afectivamente a Hildegarda, y da lugar a una larga correspondencia que involucra a cuantos participaron en el hecho, y llega hasta una apelación al Papa. (vuelve al texto)


9. Dicho título figura únicamente en una carta de privilegios expedida por Federico Barbarroja en 1163. (vuelve al texto)


10. Está presente aquí la querella de las investiduras, entre Enrique IV y el Papa Urbano II, concluida por el Concordato de Worms, en 1122, aunque no concluyó el conflicto entre el Imperio y el Papado, como lo muestra la acción de Federico Barbarroja, quien sustituyó al Papa Alejandro III por el antipapa Víctor IV (1159). (vuelve al texto)


11. En 1158, a sus sesenta años, realizó cuatro giras de predicación: las tres primeras a lo largo de los ríos Main, Mosela y el Rin, y la cuarta atravesando la Suabia. (vuelve al texto)


12. Disuelto en 1814 por la secularización napoleónica, se reabrió en 1907, y hoy se llama Abadía de Santa Hildegarda. (vuelve al texto)


13. Es Caritas, que proclama: "Yo soy la fuerza suprema y ardiente que encendió cada chispa viva, y le infundí aliento para que no muriera... Y soy la vida ardiente de la esencia de Dios: flameo sobre la belleza de los campos, brillo en las aguas, ardo cálida en el sol, la luna y las estrellas... También soy Razón. Mío es el soplo de la Palabra que resuena, por la cual toda la creación llegó a ser, y Yo doy vida a todas las cosas con mi aliento de manera tal que ninguna de ellas es mortal en [cuanto a] su especie; porque Yo soy Vida" (LDO I,I,2). Caritas gramaticalmente es sustantivo femenino y en este texto representa a la Trinidad, o a la cabeza de Dios.

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