domingo, 4 de abril de 2010

¿Por qué ahora contra la Iglesia?

El visor internacional Alberto Peláez

No me parece de recibo el acoso al que se enfrenta la Iglesia católica a nivel mundial. Me parece incluso indigno. No pongo la mano en el fuego por nadie y seguro que en el clero, como en todos lados, no todos son tan buenos como dicen.
Las acusaciones de pederastia que comenzaron en Estados Unidos se extendieron como la pólvora por este nuevo sistema de canal global al que hemos convertido al planeta Tierra. Y entonces salieron los “destapes” en Francia y en Austria y en Alemania y en Italia y en España y en México y en otros muchos países del mundo. Y no contento con ello se percibió una mano alargada, tentacular y rencorosa que tocó las puertas vaticanistas. Entonces fue cuando incluso aquella mano quiso salpicar a la máxima institución de la Iglesia católica. Al mismísimo Benedicto. Incluso antes, a Juan Pablo II en la defensa al fundador de los Legionarios de Cristo.
Una cosa es que la mano ominosa quiera hacer daño y otra muy distinta, es que se quiera cargar a una de las instituciones más inmaculadas y que más feligreses tiene por todo el mundo, incluso quien suscribe este artículo.
Y sí, a mí como católico y creyente me ofende leer y escuchar todo esto. Porque verán; gentuza hay en todo el mundo. Abogados, pilotos, funcionarios, médicos, plomeros, administradores, arquitectos, periodistas, constructores, panaderos, militares… En todos los gremios existen gente sin escrúpulos, personas a las que hay que detectar y sajarlos como los granos. Esa gentuza debe de terminar en la cárcel y purgar sus penas.
En el clero pasa lo mismo. No tengo duda de que habrá una marginalidad que habrá cometido actos deleznables. Pero para eso, se hizo el derecho canónico. No por el hecho de ser sacerdote se es un aforado ni se le pueden eximir de redenciones. Ahora bien, una vez extirpado el grano, el cuerpo continúa moviéndose.
En mis veintiséis años como periodista he conocido padres, por esos mundos de Dios, realmente extraordinarios. Pero para ello no hay que ir a Somalia. No hace falta. Aquí en España en las barriadas marginales de la droga en Madrid, los jóvenes padres —críos de no más de veinticinco años— son los que luchan y ayudan a sus congéneres para sacarlos de la droga. Eso sí, mientras los “padrecitos” trabajan para sacar de la droga a los jóvenes marginados, a otros se les llena la boca de “pederastas”.
Pero como el Padre de la barriada de Madrid, podemos ir a Sevilla y a Milán y a Mogadiscio en Somalia y Guairá en Paraguay y así a millones de lugares más donde siempre se encontrará una voz de aliento, una persona extraordinaria que ayudar a cualquiera.
Además, resulta muy fácil llenar las páginas de “pederastas clericales”. Sin embargo, nadie habla de la persecución que tienen muchos padres católicos en muchos países del Islam. Recientemente varios fueron acribillados en Pakistán; pero claro, eso no es noticia.
Esa marginalidad que no ha dejado más que secuelas y daño; a esa marginalidad hay que desdeñarla. Pero no podemos confundir. Sería totalmente injusto. La Iglesia católica no es eso ni mucho menos. No es a la Iglesia a la que hay que anatemizar sino más bien a las manos alargadas de oscuros intereses que están buscando el desprestigio de la Sagrada Institución. http://impreso.milenio.com/node/8745616

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