(1900-1928). Nació en Santa Ana de Guadalupe, ranchería (actualmente, con 390 habitantes) que pertenece al municipio de Jalostotitlán, en la zona de Los Altos de Jalisco, el 16 de abril de 1900. Fue hijo de Patricio Romo Pérez y de Juana González Romo, quienes lo llevaron a bautizar al día siguiente de su nacimiento a la parroquia de la Virgen de la Asunción.
Como todos los niños, acudió a la escuela parroquial de su pueblo y a la edad de doce años, por consejo de su hermana y con el apoyo de sus padres, ingresó al Seminario auxiliar de San Juan de los Lagos. María, además de hermana, fue una celosa promotora de la educación de Toribio. Sus padres oponían resistencia a que estudiara, pues era un apoyo en las faenas propias del campo. "Quica", como era llamada familiarmente María por sus parientes más cercanos, incluso contribuyó a infundir en él su vocación y fue quien lo acompañó en todos sus destinos para auxiliarlo.
SACERDOCIO
Después de ocho años pasó al Seminario de Guadalajara. a los 21 años de edad debió solicitar dispensa de edad a la Santa Sede antes de proceder a la recepción del orden presbiteral. El señor arzobispo Francisco Orozco y Jiménez le confirió el diaconado el 22 de septiembre de 1922, y el 23 de diciembre del mismo año administró la ordenación sacerdotal. Prestó su servicios ministeriales en Sayula, Tuxpan, Yahualica y Cuquío. En la parroquia de este último destino se encontró con el señor cura Justino Orona, padre bondadoso que le brindó su amistad.
La persecución callista contra la Iglesia Católica enardeció los ánimos de los habitantes de Cuquío y el 9 de noviembre de 1926 se levantaron en armas más de trescientos hombres para repeler la opresión del Gobierno, que perseguía a muerte al párroco y a los sacerdotes, quienes anduvieron a salto de mata huyendo de un lugar a otro, esperando de un momento a otro la muerte. El padre Toribio escribió en su diario: ..."Pido a Dios verdadero mande que cambie este tiempo de persecución. Mira que ni la Misa podemos celebrar tus Cristos; sácanos de esta dura prueba, vivir los sacerdotes sin celebrar la Santa Misa... Sin embargo, qué dulce es ser perseguido por la justicia. Tormenta de duras persecuciones ha dejado Dios venir sobre mi alma pecadora. Bendito sea El. A la fecha, 24 de junio, diez veces he tenido que huir escondiéndome de los perseguidores, unas salidas han durado quince días otras ocho... unas me han tenido sepultado hasta cuatro largos días en estrecha y hedionda cueva; otras me han hecho pasar ocho días en la cumbre de los montes a toda la voluntad de la intemperie; a sol, agua y sereno. La tormenta que nos ha mojado, ha tenido el gusto de ver otra que viene a no dejarnos secar, y así hasta pasar mojados los diez días..."
Su gran amor a la Eucaristía le hacía repetir con frecuencia esta oración:
"Señor, perdóname si soy atrevido, pero te ruego me concedas este favor: no me dejes ni un día de mi vida sin decir la Misa, sin abrazarte en la Comunión... dame mucha hambre de Ti, una sed de recibirte que me atormente todo el día hasta que no haya bebido de esa agua que brota hasta la Vida Eterna, de la roca bendita de tu costado herido. ¡Mi Buen Jesús!, yo te ruego me concedas morir sin dejar de decir Misa ni un solo día."
En septiembre de 1927, el padre Toribio tuvo que retirarse y desde el cerro de Cristo Rey lloró afligido porque tenía que dejar el pueblo, decir adiós a su querido párroco; porque los superiores le ordenaban que se hiciera cargo de la parroquia de Tequila, Jalisco, lo cual no era una misión apetecible ya que el municipio era entonces uno de los lugares donde las autoridades civiles y militares más perseguían a los sacerdotes.
No se intimidó por ello y localizó una antigua fábrica de tequila que se encontraba abandonada cerca del rancho Agua Caliente, la utilizó como refugio y lugar para seguir celebrando misas.; presintió que allí sería su muerte inevitable, y lo dijo: "Tequila, tú me brindas una tumba, yo te doy mi corazón".
Por los graves peligros el padre Toribio no podía vivir en el curato de Tequila, y se hospedó en la barranca de Agua Caliente en la casa del señor León Aguirre. En diciembre de 1927, el hermano menor de Toribio fue ordenado sacerdote y enviado también a Tequila como vicario cooperador; a los pocos días llegó también su hermana María para atenderlos y ayudarlos.
MARTIRIO
El padre Toribio había ofrecido su sangre por la paz de la Iglesia y pronto el Señor aceptó el ofrecimiento. El Miércoles de Ceniza, 22 de febrero, el padre Toribio pidió al padre Román (su hermano) que le oyera en confesión sacramental y le diera una larga bendición; antes de irse le entregó una carta con el encargo de que no la abriera sin orden expresa. También pasó jueves y viernes arreglando los asuntos parroquiales para dejar todo al corriente. A las 4 de la mañana del sábado 25 acabó de escribir, se recostó en su pobre cama de otates y se quedó dormido.
De pronto una tropa compuesta por soldados federales y agraristas, avisados por un delator, sitió el lugar, brincaron las bardas y tomaron las habitaciones del señor León Aguirre, encargado de la finca y unagrarista grita: "¡Este es el cura, mátenlo!" Al grito despertaron el padre y su hermana y él contestó asustado: "Sí soy... pero no me maten"... No le dejaron decir más y dispararon contra él; con pasos vacilantes y chorreando sangre se dirigió hacia la puerta de la habitación, pero una nueva descarga lo derribó. Su hermana María lo tomó en sus brazos y le gritó al oído: "Valor, padre Toribio... ¡Jesús misericordioso, recíbelo! y ¡Viva Cristo Rey!" El padre Toribio le dirigió una mirada con sus ojos claros y murió.
Estando muerto ya su hermano, la amarraron espalda con espalda con el cadáver, en tanto armaban una camilla de ramajes para transportar el cuerpo del Padre Toribio.
Los verdugos lo despojaron de sus vestiduras y saquearon la casa para después llevarse presa a su hermana María a pie hasta el poblado de “La Quemada”, sin permitirle que sepultara a su hermano, pero antes habían pasado frente a la presidencia municipal con el cadáver del Mártir Toribio sobre la camilla improvisada con palos que transportaban unos vecinos, pero ahí, los soldados que, además, iban silbando y cantando obscenidades al tiempo que los demás rezaban.
María, ya liberada de su breve aprisionamiento, descalza, así como estaba, viajó a pie hasta Guadalajara, a casa de sus padres, para aislarse del odio, cobijarse en el amor paterno y llorar con los suyos la pérdida de su «querido niño».
La familia Plascencia consiguió permiso de velarlo en su casa y al día siguiente, domingo 26 de febrero, con mucha gente que rezaba y lloraba, lo sepultaron en el panteón municipal.
Pasados algunos días su hermano el Padre Román, obediente, abrió la carta en Guadalajara, encontrándose con que era el testamento del Padre Toribio y leyó su contenido: "Padre Román, te encargo mucho a nuestros ancianitos padres, haz cuanto puedas por evitarles sufrimientos. También te encargo a nuestra hermana Quica que ha sido para nosotros una verdadera madre... a todos, a todos te los encargo. Aplica dos misas que debo por las Almas del Purgatorio, y pagas tres pesos cincuenta centavos que le quedé debiendo al señor cura de Yahualica..."
RELIQUIAS
El padre Toribio murió como mártir de la fe cristiana el 25 de febrero de 1928. Veinte años después de su sacrificio, los restos del mártir Toribio Romo regresaron a su lugar de origen, y fueron depositados en la capilla construida por él, en Jalostotitlán.. El 22 de noviembre de 1992 fue beatificado, y el 21 de mayo de 2000 fue canonizado junto con 24 compañeros.
RELATO DE MARGARITA ROMO sobrina de Santo Toribio
Aún es posible rescatar la memoria histórica de nuestros Santos Mártires, pues sobreviven testigos, familiares y personas que tuvieron contacto personal con ellos o con algún familiar directo. Tal es el caso de Margarita Romo Enríquez, sobrina carnal de Santo Toribio. Hija de Francisco Romo, hermano del santo y vecina del tradicional barrio de Santa Teresita, -lugar entrañablemente relacionado con la vida de los Romo-, ella tiene mucho qué decir de Santo Toribio. A sus 73 años su figura es erguida; de tez blanca y ojos azules, como los de mucha gente bella de Los Altos, su rostro amable, sereno y la gran lucidez en el discurso de su charla, descubren en ella la envidiable madurez y la satisfacción que deja el deber cumplido.
De su padre, Francisco, y de su tía María, «Quica» para la gente más cercana a ella, conserva frescas en su memoria las palabras, expresiones y anécdotas que les oyó decir.
Relata Margarita que desde pequeño, Toribio empezó a evidenciar rasgos de su vocación:
«En una ocasión, allá en Santa Ana de Guadalupe, Jalisco, lugar donde nació el santo, `Quica' y su hermana Hipólita, a quien cariñosamente decían `Pola', se encontraban haciendo una alba debajo de un mezquite, para el Cantamisa del Padre Juan Pérez, quien iba a celebrar ahí.
El pequeño Toribio, de cuatro o cinco años de edad, rondaba el lugar; llegándose a ellas tocó el alba y preguntó a Quica: -¿Qué están haciendo?... -Una alba para el padre. -`¿Algún día me pondré una de éstas?... Pola se volteó y le dijo: `No se hizo la miel para el hocico de los burros'. Quica, como reprendiendo a su hermana, respondió a Toribio: `Sí, no se hizo la miel para el hocico de los burros pero tú te pondrás una de éstas', ante la admiración del pequeño y la misma `Pola'»... Estas palabras resultaron proféticas.
Doña Margarita sonríe al recordar las travesuras de su tío, hoy santo: «Tanto Toribio como su hermano Román eran muy traviesos cuando pequeños. En una ocasión, Toribio pidió a su cuñado Luis prestarse a una travesura; este último se haría pasar por muerto y Toribio sería quien diera el anuncio. Por supuesto que la broma era pesada; causó alboroto, duelo y conmoción en los que ahí estaban. La farsa duró hasta que le pegaron un cigarro encendido en la boca al «difunto». Se comprende que ahí terminó todo, no sin graves reclamos para los dos bromistas.
«Era un niño particularmente devoto y trabajador -abunda-. Además de asistir a la escuela en Jalostotitlán, empleaba su tiempo en hacer mandados: repartía tortillas en las casas, entregaba la ropa que hilaban, pero también iba temprano a la parroquia a cumplir sus deberes de acólito. Se le veía con frecuencia hacer la visita al Santísimo y sorprendía verlo desde pequeño muy dedicado a la oración. Él mismo invitaba a otros jovencitos, chiquillos, al rezo del Rosario a la orilla del río». Muchos recuerdos se agolpan de pronto en la mente y corazón de Margarita, y sus ojos se rasan de emoción.
Su preparación al sacerdocio la completó en Guadalajara, en el Seminario de San José, a donde pasó el mes de octubre de 1920. Ahí se distinguió no sólo por ser buen estudiante, sino por otros méritos así como por ser muy juguetón y alegre. Por ello sus compañeros le pusieron el alias de “El Chirlo”. Hay una anécdota muy especial en la vida del Padre Toribio:
Desde que era seminarista, se había empeñado en la construcción de una capillita en su rancho natal, siendo cosa notable que, el día 5 de enero de 1923, prácticamente unas horas antes de su Cantamisa, se cerró la última bóveda que faltaba en dicha edificación, lo cual le permitió decir su primera misa con gran devoción, en compañía de sus familiares y amigos.
Su inicial destino fue Sayula, Jal., pero ahí la gente, en general, no lo comprendió, ocasionándole ello muchas dificultades, al punto de que la jerarquía eclesiástica tuvo que mudarlo a la parroquia de Tuxpan, Jal., pueblo que está situado prácticamente al pie del Volcán de Colima y cuyos habitantes lo trataron con verdadero cariño.
A poco lo volvieron a cambiar, pero ahora a Yahualica, Jal., región totalmente distinta a la anterior, pero de “aires alteños” y muy cercana a su lugar de nacimiento. Quizá eso le infundió muchos bríos para trabajar en su apostolado pero, como paradoja, ahí lo frenaron prohibiéndole hasta que rezara el rosario en público y celebrara misa, lo cual lo llevó rumbo al arzobispado para poner las cosas en claro.
El resultado fue un nuevo cambio, ahora a Cuquío, Jal., que tenía como párroco al señor cura Justino Orona Madrigal (ahora Santo Mártir). En el encontró a un padre bondadoso que supo comprenderlo y apoyarlo en su entusiasmo para llevar a cabo los trabajos pastorales. La persecución callista llegó a Cuquío enardeciendo los ánimos de los habitantes, de quienes se dice que "anochecían cristianos y amanecían cristeros".
En diciembre de 1927 fue ordenado sacerdote el diácono Román Romo González, hermano menor del Padre Toribio, siendo destinado también a Tequila, Jal., como vicario cooperador y entre los dos hermanos se repartieron el trabajo ministerial, a los pocos días también llegó su hermana María, para atenderlos en los trabajos de casa y ayudar en el catecismo.
Francisco y Toribio fueron siempre muy hermanables, -explica Margarita-; prácticamente estuvieron cercanos durante toda la vida.
«En las proximidades de Tequila, andaban mi tío Toribio y mi padre escondiéndose, a `salto de mata'. Los iban siguiendo los `guachos', como les decían a los federales, y no hallaban dónde meterse, pues ahí el terreno era más o menos parejo. Entonces descubrieron una noria y se metieron al agua. Ahí, entre la maleza y carrizos que crecían con abundancia en los bordes interiores, lograron burlar la revisión; permanecieron escondidos ahí toda la noche y el día siguiente. Se cuidaban uno al otro, pues cabeceaban de sueño y debilidad por la fatiga excesiva».
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