Cuando Agustín comenzó a escribir la "Ciudad de Dios", Roma había sido saqueada por las hordas de los bárbaros del norte. Muchos de estos invasores eran cristianos, partidarios de la herejía arriana. Para los patricios de las viejas familias romanas, el cristianismo aparecía entonces como una amenaza interna y como un claro peligro mirando al exterior del Imperio. Muchas personas, incluyendo el influyente oficial del Imperio, Marcelino, fueron con Agustín con este reclamo. Se había extendido ampliamente la idea de que el cristianismo se había convertido en una influencia corrosiva para la Pax Romana. Los que apoyaban el viejo paganismo no desaprovecharon la oportunidad de atacar la expansión del cristianismo.
En el año 413, San Agustín se puso a trabajar con la intención de escribir una contestación a este reclamo. Tardó más de trece años en terminar los veintidos libros de la "Ciudad de Dios". En una recientemente descubiertaCarta a Firmus él mismo señalaba la estructura de esta gran obra. En los primeros diez libros, Agustín defiende el cristianismo ante los ataques de que es una influencia corrosiva social y política. En efecto, él rechaza los argumentos y demuestra que el politeísmo pagano no ha traído nada bueno para Roma. Compara el cristianismo con el neopaganismo que había surgido en los últimos tiempos del Imperio y utiliza para ello todo su vasto saber literario e histórico. En los últimos doce libros el tema es una descripción del crecimiento, progreso y terminación de las dos Ciudades.
En muchos pasajes de este escrito San Agustín muestra cómo los ciudadanos de estas dos sociedades son divididos por el contraste de sus amores. En la Ciudad Celestial todos aman a Dios; en la Ciudad Terrena, los ciudadanos han escogido otro guía. Algunas veces Agustín sugiere que el lider terrenal es el demonio. Las dos Ciudades se distinguen desde el punto de vista moral y religioso. Las dos Ciudades no se diferencian respecto a la organización política, sino por la situación interior de sus respectivos miembros.
Agustín no fue totalmente original en cuanto al tema de las dos Ciudades. Un estudioso donatista de nombre Tychonius, había ya escrito acerca de estas dos sociedades, y San Agustín reconoce el derecho que tiene de haber sido el primero en abordar este tema. Sin embargo, la verdadera fuente de este tema debe ser buscado en el Libro de los Salmos. En concreto, en el dualismo prefigurado en las ciudades de Jerusalén y Babilonia.
Siempre ha habido una comprensible confusión relacionando la Ciudad de Dios con la Iglesia. En el comentario al Salmo 98, Agustín sugiere la identidad de la Iglesia con la Ciudad Celestial. Sin embargo, el problema no se resuelve tan facilmente. Los ciudadanos de Dios incluyen a todos los hombres y a todos los ángeles de buena voluntad. En cambio, no todos los que forman parte de la Iglesia tienen estas características. No se suele decir que los ángeles buenos sean cristianos; además, en la Iglesia visible hay buenos y malos miembros, y en la Ciudad de Dios no puede haber personas malas. Los miembros de la Ciudad de Dios y de la Iglesia no se identifican.
Muchos de los pasajes de la "Ciudad de Dios" han tenido una gran influencia posterior. Por ejemplo, la definición de "pueblo" como "una asamblea de personas razonables unidas por un acuerdo común relacionado con los objetos de su amor", ha figurado patentemente en las filosofías y pensamiento políticos de la modernidad. La descripción de la paz, como "tranquilidad en el orden", con la explicación de los diversos tipos de orden que existen, ha sido repetida en otros tiempos por muchos otros escritores.
La literatura derivada de la "Ciudad de Dios" y que toca sus temas más difundidos, es muy extensa. Muchas historias de las ideas políticas y sociales de la edad media dedican al menos un capítulo a esta obra. La larga introducción de Gilson a la traducción de la "Ciudad de Dios" aborda los principales problemas de interpretación, y menciona las obras más relevantes que se han escrito sobre esta gran obra de San Agustín.
XXXXXBibliografía: Tomado de V. J. Bourke, The Essential Augustine. IX. The Two Cities, The New American Library, New York 1964, p. 197-199; tradución de Víctor Cano.
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