domingo, 7 de noviembre de 2010

El Papa finaliza su visita con una defensa del matrimonio tradicional y una condena del aborto

El Papa se despidió ayer de Barcelona, tras su viaje de dos días a esta ciudad y Santiago de Compostela, con una llamada a España a vivir «como una sola familia, guiados por la luz de la fe». Fue en realidad una de las últimas frases del día, pero la de mayor calado político. Evoca la imagen defendida por un sector de la Iglesia española de un estado en el que son inherentes la unidad religiosa y la política. Al igual que su polémica comparación entre el actual «laicismo agresivo» y el anticlericalismo previo a la Guerra Civil, denota la sintonía del Papa con esos sectores. Y que la información que le llega de España está seguramente filtrada por sus representantes en Roma, como los cardenales Cañizares, Rouco Varela y Herranz. De este modo, Benedicto XVI concluyó un viaje en el que, además de su mensaje doctrinal, ha dejado caer reflexiones que entran de lleno en la agenda política. Sin duda han penetrado en el seno de la Conferencia Episcopal sembrando diferencias de opiniones.

En realidad, la jornada de ayer en Barcelona estuvo volcada en la consagración de la Sagrada Familia y los temas que abordó el Papa fueron los esperados: la huella divina a través del arte, la presencia de Dios en la vida pública y la defensa de la familia. Sin embargo, había un interés latente por observar sus palabras a la luz del debate político de Cataluña, en la recta final de las elecciones autonómicas, y con el deseo de los nacionalistas de convertirlas en un apoyo a sus tesis. La contabilidad del uso del gallego y el catalán en sus discursos ha sido un aspecto más.

El Vaticano y Ratzinger, la Iglesia española y las diócesis de Santiago y Barcelona, con sus diferencias de visión, eran muy conscientes de la cuestión. El Papa la sobrevoló refiriéndose siempre a «esta tierra catalana», «el pueblo catalán» o «las gentes de estas tierras». Pero en su despedida fue más explícito e hiló fino: «Regreso a Roma habiendo estado solo en dos lugares de vuestra hermosa geografía. Sin embargo, he deseado abrazar a todos los españoles, sin excepción alguna, y a tantos otros que viven entre vosotros, sin haber nacido aquí», una frase, esta última, que es una defensa de los inmigrantes, centro de recientes debates políticos. «Os pongo bajo el amparo de María Santísima, tan venerada en Galicia, Cataluña y en los demás pueblos de España. Le pido también que os alcance del Altísimo copiosos dones celestiales que os ayuden a vivir como una sola familia, guiados por la luz de la fe».

En el tradicional encuentro con la prensa del portavoz vaticano, el jesuita Federico Lombardi, para explicar lo que ha querido decir el Papa, opinó que «trata de responder a la variedad lingüística y las características particulares de este país», con diferencias que conviven «en armonía y serenidad». «Si el Papa usa una lengua la utiliza con esa intención, y aprecia la variedad que converge en una unidad superior», concluyó. Con todo, el vicepresidente de la Generalitat, Josep Lluís Carod-Rovira, destacó que «un Papa alemán ha hecho más por el catalán y su proyección internacional que cualquier presidente español en cinco siglos». Pero del otro lado, también el presidente de Ciutadans, Albert Rivera, celebró que con discursos en catalán y castellano, Benedicto XVI «ha comprendido mejor el bilingüismo catalán que los presidentes de la Generalitat de los últimos treinta años».

En el hogar y en el trabajo

Naturalmente el protagonismo religioso del día estuvo en la Sagrada Familia. Ratzinger pareció emocionado con lo que significa hacer realidad un sueño que comenzó en 1892 e inscribirse él personalmente en la historia de Barcelona. Contó que, ante las dificultades, Gaudí solía decir: «San José acabará el templo». «No deja de ser significativo que ahora sea dedicado por un Papa cuyo nombre de pila es José», dijo en su homilía. Fue en la entrada del templo donde Benedicto XVI se encontró brevemente con los Reyes, doce minutos, y saludó a la más gruesa representación política del viaje, del Gobierno español a la Generalitat.

La ceremonia se alargó hasta las tres horas y sumó un retraso de una hora en el programa. El Papa dedicó parte de su sermón a la idea de belleza y el arte enlazada con la fe. El templo de Gaudí es «una inmensa mole de materia, fruto de la naturaleza y de un inconmensurable esfuerzo de inteligencia humana» que habla de Dios, «en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios». Luego se centró en la defensa de la familia, con un papel tradicional para la mujer, que debe encontrar «en el hogar y en el trabajo su plena realización». Pidió un «apoyo decidido» del Estado al matrimonio de hombre y mujer y a la natalidad. Recordó que la Iglesia «se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural», una condena implícita del aborto y el matrimonio homosexual. Por la tarde, antes de irse, el Papa visitó brevemente el centro de atención a discapacitados 'Niño Dios'. Que haya encajado este acto en un programa tan apretado revela su atención por el enorme trabajo de atención a los débiles de la Iglesia, que para él es ejemplo para los fieles y la mejor carta de presentación ante los no creyentes.

En el balance final pesa un factor que puede tener relación con los equilibrios internos de la Iglesia española: el evidente bajón de público respecto a las expectativas. Tampoco en Barcelona se cumplieron las previsiones. Quizá se debe a que los anfitriones eran la diócesis locales y el viaje ha escapado al control de la Conferencia Episcopal. En estos casos es fundamental la capacidad de movilización de quienes engrosan las masas de estos actos: parroquias, colegios y, sobre todo, las organizaciones ultraconservadoras más activas. Los cálculos pueden fallar si esta maquinaria no funciona a tope y se cuenta sobre todo con la participación espontánea de fieles y vecinos. En Santiago se esperaban 200.000 personas y como mucho no llegaron ni a la mitad. La Xunta se negaba incluso ayer a dar cifras definitivas. Ayer en Barcelona las previsiones hablaban de 400.000 fieles y los propios datos oficiales los dejaron en 250.000. Siendo generosos, porque los recintos con pantallas gigantes no estaban llenos y los itinerarios del Papa distaban de estar repletos. Sobre todo en el primer desplazamiento de las nueve de la mañana hubo tramos realmente desangelados y no había gente en muchas ventanas.

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