Objetivamente, el conflicto entre Galileo Galilei y la Iglesia Católica no quedó resuelto con la sentencia del “caso Galileo”. Según B. Rusell, este conflicto obedecía, en el fondo, a la oposición entre un método inductivo, que Galileo utilizaba por primera vez en la Historia, y un método deductivo, que se estaba utilizando desde Aristóteles.
Las pruebas, extraídas de experimentos, de las que disponía el científico pisano en el momento de su proceso de 1633, eran las siguientes:
Las manchas solares
En polémica con el jesuita C. Steiner, Galileo descubrió la realidad de las manchas solares y, a partir de ellas, demostró matemáticamente que el sol tenía un movimiento de rotación. Este descubrimiento, por supuesto, no prueba el heliocentrismo, pero acaba casi definitivamente con las “esferas celestes” aristotélicas.
Las manchas solares, de nuevo
También demostró, nuestro científico, que el eje de rotación del Sol está inclinado, lo que explicaría la variación estacional de las manchas solares. En este caso, la explicación heliocéntrica tampoco se prueba; pero, ciertamente, simplifica la explicación de Steiner del “bamboleo” de las manchas solares.
Las montañas de la Luna
Las observaciones con el telescopio mostraron montañas en la superficie lunar, lo cual refutaba la tesis de la “esfericidad perfecta” de los astros, sostenida por Aristóteles.
Descubrimiento de nuevas estrellas
También por medio del telescopio, Galileo comprobó que el número de estrellas visibles se duplicaba. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría con los planetas, las estrellas no aparecían de mayor tamaño. Esto apoyaba la idea de Copérnico de que las estrellas fijas de hallaban “enormemente lejos de Saturno” y explicaba por qué no se podía medir el paralaje estelar, al que daría lugar el movimiento de la Tierra.
Las fases de Venus
Galilei observó que el planeta Venus presentaba fases, al igual que la Luna. Además, el tamaño del planeta parecía menor cuando estaba en fase nueva, es decir, cuando se encontraba entre el Sol y la Tierra. Este descubrimiento tampoco refuta el geocentrismo, como lo muestra el hecho de que Tycho Brahe presentara una alternativa geocéntrica y el mismo Kepler tardará años en convencerse. En cualquier caso, sí que demuestra que el epiciclo de Venus del sistema ptolemaico estaba equivocado.
Satélites de Júpiter
Una vez más, partiendo del uso del telescopio, Galileo descubrió cuatro nuevos satélites de Júpiter, en 1610. El astrónomo eclesiástico C. Clavius declaró: “El sistema de los cielos ha quedado destruido y debe arreglarse”. Se trataba de la primera demostración de que no todos los cuerpos celestes giraban alrededor del sol.
El argumento de las mareas
Según Galileo, el movimiento de rotación de la Tierra, compuesto con su traslación alrededor del Sol, provocaba aceleraciones en los puntos externos de la Tierra, cada 12 horas, aceleraciones que serían la causa de las mareas. Como sabemos hoy, esta tesis es errónea.
El telescopio, el Sol y la Tierra
En resumen, las seis primeras pruebas ponen en serias dudas la validez del sistema geocéntrico. Pero, en ningún caso, prueban en heliocentrismo. Por otro lado, cualquier nuevo instrumento científico ha de ir acompañado de una teoría, también científica, que demuestre que su funcionamiento se adecua a la realidad, sin distorsionarla. En tiempos de Galileo, no ocurría así con el telescopio: recordemos que este instrumento se inventó en 1609, mientras que la Óptica no fue sistematizada como ciencia hasta Newton, a finales del siglo XVII.
Las estrellas y el viento
Por la misma razón, el sistema heliocéntrico, en el siglo XVII, carecía de explicación para la ausencia de paralaje estelar (movimiento relativo de las estrellas con respecto a la Tierra), ni para la relatividad del movimiento de rotación (argumento de la torre), ni para la ausencia de “vientos” de rozamiento. Recordemos que, todavía a finales del siglo XIX, Michelson y Morley seguían buscando el “viento del éter”, hasta que Einstein lo descartó.
La pruebas en el caso Galileo
En fin, si bien había destruido la formulación del geocentrismo de su época, Galileo no había podido probar el heliocentrismo. Sólo disponía, en realidad, de la prueba de las mareas. El científico era consciente de ello y, a pesar de que en 1633, ya disponía de todas la “pruebas” que hemos enumerado, sólo utilizó la prueba de las mareas durante el proceso.
En 1741, el Papa Benedicto XIV, delante de la prueba óptica del movimiento de la Tierra, levantó la prohibición que pesaba sobre las obras de Galileo.
Ultimas reacciones al caso Galileo, en la ciencia y en la Iglesia
En 1976, P. Feyerabend, filósofo de la ciencia, agnóstico en materia religiosa, declaró en su libro Contra el Método: “En la época de Galileo, la Iglesia se atuvo a la razón más estrictamente que el propio Galileo, y tuvo en consideración, también, las consecuencias éticas y sociales de la doctrina galileana. Su sentencia contra Galileo fue razonable y justa”.
En 1979, el Papa Juan Pablo II solicitó la reapertura del “caso Galileo”. En 1981, se creó una comisión que investigó todos los documentos posibles de la época y todo el sumario (muy voluminoso) del proceso de 1633. Sus trabajos concluyeron en 1992, alegando que Galileo carecía de pruebas, y que se le había condenado por desobediencia, no directamente por el sistema astronómico que defendía.
"La relectura de los documentos del archivo demuestra una vez más que todos los actores del proceso, sin excepción, tienen el derecho al beneficio de la buena fe, en ausencia de documentos extraprocesuales contrarios. (...). Herederos de la concepción unitaria del mundo que se impuso universalmente hasta el alba del siglo XVII, algunos teólogos contemporáneos de Galileo, no supieron interpretar el significado profundo, no literal, de la Escrituras, cuando éstas describen la estructura física del universo creado, hecho que les condujo a trasladar indebidamente al campo de la fe una cuestión de observación fáctica".
La condena se justificó y no hubo rehabilitación jurídica, aunque sí la hubo teológica (con una “petición de perdón” incluida).
El director de aquella comisión se llamaba Joseph Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI.
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