Por Felipe Muñoz P.
El caso de Galileo Galilei
Tras la prohibición de 1616, ya hasta 1623, Galileo obedeció la amonestación eclesiástica y no defendió públicamente la teoría heliocéntrica. Pero, en ese año de 1623, Urbano VIII fue elegido Papa. El cardenal Barberini que, antes de obtener el solio pontificio, había sido teólogo, astrónomo y poeta, admiraba los trabajos de Galileo. De tal modo que, durante 1624, lo recibió 6 veces, entre grandes muestras de amistad.
En sus conversaciones sobre astronomía, Urbano consideraba que Galileo había puesto de manifiesto las deficiencias de la Física de Aristóteles, pero que no había demostrado su teoría heliocéntrica alternativa. Los mismos hechos observados por Galileo, quizá podrían explicarse por otras causas.
La teoría de las mareas, nueva ciencia
De hecho, Urbano tenía razón y, en realidad, estaba pidiendo, como mínimo, la teoría de la gravitación de Newton (que no llegaría hasta 1687). A raíz de este reto, Galileo desarrolló la tesis, que pretendía probatoria, de que el flujo y reflujo de las mareas se debían al movimiento de la Tierra. Ya se había propuesto la teoría de que las mareas se debían al influjo de la Luna, pero el científico pisano calificaba a ésta, de ser una teoría “astrológica”.
Finalmente, Galileo quiso redactar el Tratado sobre las mareas. El Papa Urbano le pidió que cambiara el título, porque sonaba “demasiado realista”. Así que, en 1630, estaba concluido el Diálogo sobre los dos grandes sistemas del mundo, el tolemaico y el copernicano.
Galileo busca la aprobación de la Iglesia Católica
De inmediato, Galileo presentó su obra a la Iglesia, para obtener su aprobación. La Iglesia, por medio de Nicolás Riccardi, un teólogo que no sabía nada de astronomía, pero que admiraba a Galileo, impuso una serie de correcciones para su publicación.
La epidemia de peste que se desencadenó en el ínterin de la autorización, llevó a Riccardi a concederla “con condiciones”: que se usara el heliocentrismo sólo como una hipótesis, sin pronunciarse sobre su verdad. Esta condición fue notificada a Galileo y, al mismo tiempo, al inquisidor de Florencia.
Galilei introdujo cambios irrelevantes y, en 1632, imprimió su obra. El científico se preocupó personalmente de su difusión, enviando ejemplares a toda Europa. Hasta que un ejemplar llegó a manos del Papa, éste montó en cólera y prohibió que continuara esta disuasión.
La Iglesia, envuelta en la Guerra de los Treinta Años, estableció, de nuevo, una comisión para estudiar el libro. Esta comisión envió el libro a la Inquisición Romana, que llamó a Galileo a declarar.
Se inicia el proceso a Galileo
A pesar de la protección del Gran Duque de la Toscana, Galileo hubo de presentarse en 1633 en Roma, donde se alojó en el Palacio de Florencia. Normalmente, los encausados por el Santo Oficio se alojaban, ya directamente, en la cárcel.
Como sea que aplaciera el documento de la amonestación de Belarmino de 1616, sin firmar, la acusación contra el pisano se centró en el cargo de desobediencia. Sorprendentemente, Galileo concentró su defensa en negar que su libro estuviera defendiendo la teoría heliocéntrica. Esto dejó perplejos a los jueces, que pidieron tres dictámenes a tres teólogos, para confirmar este punto.
Los tres dictámenes coincidieron en que, efectivamente, Galileo estaba dando por verdadera la teoría heliocéntrica en su libro. Con lo que sólo le quedaba, como defensa, la carta de Belarmino, que, a la sazón, ya había muerto. Finalmente, el Comisario de la Inquisición, conocedor de la amistad de Galileo con el Papa, y de que éste no deseaba condenarlo, propuso un acuerdo al pisano, que éste aceptó.
Si la Tierra se mueve o no, abjuración en Roma
El miércoles 22 de junio de 1633, se leyó la sentencia en el convento de Santa María sopra Minerva y Galileo abjuró, de rodillas ante la congregación, de sus opiniones acerca del movimiento de la Tierra. El libro fue prohibido y la pena de cárcel perpetua, que se le había impuesto, conmutada por arresto domiciliario en Siena (donde vivía en aquella época).
La sentencia eclesiástica, aún hoy día, continúa siendo un misterio: comienza con los nombres de los diez cardenales de la Inquisición, pero acaba con la firma de sólo siete de ellos. El Papa no aparece citado en el texto en ningún momento y, finalmente, la doctrina de Galileo era declarada “errónea en la fe”, pero no formalmente herética.
Del proceso abierto por la Iglesia Católica a Galileo Galilei, en 1633, por haber desobedecido la orden de no enseñar ni defender la teoría heliocéntrica.
Galileo siguió trabajando hasta su muerte, en 1642, publicando, en 1638, sus Discursos y demostraciones en trono a dos nuevas ciencias, obra que se considera, con fundamento, como la fundación de la Física moderna. El año de la muerte de Galileo, 1642, es el año de nacimiento de Newton.
Los tres dictámenes coincidieron en que, efectivamente, Galileo estaba dando por verdadera la teoría heliocéntrica en su libro. Con lo que sólo le quedaba, como defensa, la carta de Belarmino, que, a la sazón, ya había muerto. Finalmente, el Comisario de la Inquisición, conocedor de la amistad de Galileo con el Papa, y de que éste no deseaba condenarlo, propuso un acuerdo al pisano, que éste aceptó.
Si la Tierra se mueve o no, abjuración en Roma
El miércoles 22 de junio de 1633, se leyó la sentencia en el convento de Santa María sopra Minerva y Galileo abjuró, de rodillas ante la congregación, de sus opiniones acerca del movimiento de la Tierra. El libro fue prohibido y la pena de cárcel perpetua, que se le había impuesto, conmutada por arresto domiciliario en Siena (donde vivía en aquella época).
La sentencia eclesiástica, aún hoy día, continúa siendo un misterio: comienza con los nombres de los diez cardenales de la Inquisición, pero acaba con la firma de sólo siete de ellos. El Papa no aparece citado en el texto en ningún momento y, finalmente, la doctrina de Galileo era declarada “errónea en la fe”, pero no formalmente herética.
Del proceso abierto por la Iglesia Católica a Galileo Galilei, en 1633, por haber desobedecido la orden de no enseñar ni defender la teoría heliocéntrica.
Galileo siguió trabajando hasta su muerte, en 1642, publicando, en 1638, sus Discursos y demostraciones en trono a dos nuevas ciencias, obra que se considera, con fundamento, como la fundación de la Física moderna. El año de la muerte de Galileo, 1642, es el año de nacimiento de Newton.
El caso Galileo en la actualidad de la Iglesia Católica
Históricamente, y todavía hoy, se ha utilizado el “caso Galileo” como arma arrojadiza contra la Iglesia Católica. De hecho, Juan Pablo II se creyó en el deber de “pedir perdón” por la actuación eclesiástica.
Sin embargo, el juicio no resulta tan claro: en el caso de Galileo, el científico hizo mejor teología que los teólogos y los teólogos hicieron mejor ciencia que el científico. Galileo argumentó que, teológicamente, el heliocentrismo no era incompatible con la Biblia; y, en esto, hoy se le da la razón.
Los teólogos argumentaron que Galileo no había demostrado la teoría heliocéntrica; y esto también era cierto. Las mareas nada tienen que ver con el movimiento de la Tierra y el científico italiano no tenía explicación para la ausencia de paralaje estelar. La óptica no se había desarrollado aún (estaban en ello Descartes y, después, Newton), por lo que la utilidad del telescopio resultaba científicamente dudosa.
No es lo mismo tener razón que acertar. Aunque Galileo acertó (es decir, sus tesis resultaron verdaderas), la Iglesia Católica tenía razón (es decir, sus tesis estaban mejor fundamentadas).
Históricamente, y todavía hoy, se ha utilizado el “caso Galileo” como arma arrojadiza contra la Iglesia Católica. De hecho, Juan Pablo II se creyó en el deber de “pedir perdón” por la actuación eclesiástica.
Sin embargo, el juicio no resulta tan claro: en el caso de Galileo, el científico hizo mejor teología que los teólogos y los teólogos hicieron mejor ciencia que el científico. Galileo argumentó que, teológicamente, el heliocentrismo no era incompatible con la Biblia; y, en esto, hoy se le da la razón.
Los teólogos argumentaron que Galileo no había demostrado la teoría heliocéntrica; y esto también era cierto. Las mareas nada tienen que ver con el movimiento de la Tierra y el científico italiano no tenía explicación para la ausencia de paralaje estelar. La óptica no se había desarrollado aún (estaban en ello Descartes y, después, Newton), por lo que la utilidad del telescopio resultaba científicamente dudosa.
No es lo mismo tener razón que acertar. Aunque Galileo acertó (es decir, sus tesis resultaron verdaderas), la Iglesia Católica tenía razón (es decir, sus tesis estaban mejor fundamentadas).
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