sábado, 26 de febrero de 2011

EL DIABLO Y LA MÚSICA

El Diablo entró personalmente en la historia de la música el año 1713. El famoso violinista y compositor José Tartini tenía a la sazón solamente veintidós años y era huésped del Santo Convento de Asís.Una noche mientras dormía en una celda del convento, se le apareció en sueños el Diablo que, cogiendo el violín, comenzó a tocar con un estilo extraño y desconcertante, consiguiendo arrancar al instrumento efectos inauditos de audacia, ignorados por los concertistas de aquel tiempo. El Diablo reía y se contorneaba mientras iba ejecutando con creciente vehemencia aquella música infernal y cuando hubo terminado, desafió al virtuoso durmiente a repetir con su instrumento lo que había oído. El joven Tartini se despertó sobresaltado y aunque trastornado por la emoción suscitada por el sueño probó a repetir con su instrumento y después a transcribir en el pentagrama lo que el Diablo le había hecho oír en sueños. No consiguió naturalmente rehacer toda la sonata diabólica, pero lo poco que él consiguió recordar permanece aún en sus obras con el título de Trillo del Diavolo y la composición contiene tales y tantas innovaciones de técnica que los historiadores y los críticos la consideran como el principio de una nueva época en el arte del violín.Tartini ejecutó el trillo en muchos de sus conciertos pero esto fue publicado únicamente durante la Revolución francesa, en 1790.


No se trata de una leyenda. El mismo Tartini expuso en una carta esta extraña aventura y de ella tenemos un extenso relato en el Voyaje en Italie, de Lalande, publicado en 1769. Esa aparición del Diablo se hace aún más diabólica si se tiene en cuenta que acaeció en un convento franciscano, en la patria misma del imitador más grande de Cristo que pueda vanagloriarse la cristiandad. La de Tartini fue también una tentación, no totalmente maligna y funesta como las otras, porque ayudó a la fortuna y a la gloria del joven músico y realizó un auténtico progreso en el arte.


Pero, al parecer, el Diablo prefiere a todos los instrumentos musicales, el violín. Se volvió a hablar de él, en efecto, un siglo después, en los tiempos de los éxitos clamorosos de Nicolás Paganini. Quien vio al prodigioso violinista en sus conciertos, especialmente fuera de Italia, y observó su figura larga y flacucha, su pelambre revuelta, su rostro estático, los movimientos casi convulsos de sus miembros y, sobre todo, se sintió turbado y trastornado por las notas frenéticas, originalísimas e infernales que salían de aquel mágico instrumento, pensó que Paganini estaba poseído por el Diablo o, al menos, que había recibido de él el secreto de aquellos hallazgos extraordinarios de virtuosismo que asombraban y confundían no solamente a las muchedumbres, sino a los mismos músicos.


Esta fama de inspirado demoníaco acompañó a Paganini a lo largo de su vida hasta el extremo de que cuando murió en 1840, en Niza le negaron aun en este país la sepultura en tierra sagrada. A esta reputación diabólica no son ajenas algunas obras compuestas por él, ciertas variaciones que tienen realmente un poder de evocación diabólica. Sobre todo las Streghe -una de sus composiciones más célebres escrita en 1813 un siglo después precisamente del Trillo del Diavolo- si bien inspiradas por Noce di Benevento, de Süssmayer, son totalmente paganas  en sus acrobacias sonoras y podrían hacer pensar en una inspiración directa del negro autócrata de las hechiceras.


En verdad, tal cual cooperación satánica se advierte en muchas obras de Paganini; en ciertas insistencias fogosas y evocadoras, en algunos arranques y fugas que hacen pensar en un silbido luciferesco; en algunas ascensiones y caídas de sonoridad silbante o estridente que parecían salir de una alma desesperada del averno. Si el Diablo pensó alguna vez hacerse músico no hay duda que se encarnó en el alto cuerpo espectriforme de Nicolás Paganini. Después de él casi todos los violinistas -y especialmente todos los de sangre y estilo zíngaro- tienen en determinados momentos, en la fisonomía del rostro oscuro y en la violencia descuidada de sus notas un aire diablesco.
Satanás, bajo la máscara de Mefistófeles, ha comparecido también como personaje en los teatros de ópera, pero no siempre se ha prestado a ayudar a los músicos que le han hecho cantar. Tonos satánicos contiene, sin duda el Mefistófeles, de Berlioz; bastante menos el de Boito; nada completamente el de Gounod. Únicamente  Mussorgosky, en su escena faustiana de la Cantina de Auerbach, consigue dar voz de cantante a la estrepitosa carcajada de Mefistófeles.


Pero toda la música, en cuanto arte mágico, realiza todos los días la milagrosa trasmutación de las almas. Es casi necromancia en tanto que resucita a los muertos y da más vida a los que apenas tienen vida. Tiene, en suma, siempre una reacción más o menos invisible con lo demoníaco. La música negra o de imitación salvaje es, por ejemplo, la más adaptada al bajo personal del infierno con sus alaridos insolentes, con sus groseras estridencias y sus bestiales tamborilazos. Pero el viejo Satanás es más artista y más refinado. Cuando quiere desahogar la rabiosa exaltación del sábado, con un poco de música recurre también hoy al violín de Tartini y de Paganini.


El Diablo
Giovanni Papini

No hay comentarios:

Publicar un comentario