sábado, 21 de mayo de 2011

LAS TRES CARAS DEL DEMONIO

Satán, el ángel de luz caído, queriendo ser como Dios y obtener la perfecta felicidad en sí y por sí, sin dependencia de Dios, se sentía frustrado, envidioso e incapaz de igualarse a la perfección divina.


Bien sabía el ángel caído el motivo de su frustración, lo que no podía jamás alcanzar: que Dios, era uno en substancia y trino en sus Personas, el misterio más insondable, la maravilla más luminosa de los cielos, la perfección más sublime desde toda la eternidad.


Quiso, pues, desafiar el misterio de Dios e imitarlo, alzándose como una trinidad falsa, aparente, contraria a Dios Uno y Trino, y, por tanto, intentó tener tres disfraces diabólicos distintos manteniendo al mismo tiempo su misma naturaleza diabólica y su único ser satánico.
Ensimismado en estos sueños de odio, de repente cayó con gran estrépito a un infierno aún más profundo y su cabeza quedó con tres rostros, signo de su inicua y soberbia pretensión; rostros carbonizados y deformes que lo acomplejaron hasta obligarlo a fabricar tres máscaras para presentarse ante los hombres.


Entonces, las labró de ébano con sus largas uñas afiladas repetidamente sobre una áspera roca humedecida con sangre. Pintó la máscara del lado derecho de color oro viejo trazándole rasgos piadosos, finos y tradicionales, mediante incrustaciones de cobre. Con esta máscara quería presentarse ante los hombres humildes, de mirada puesta al cielo, amantes de la Verdad, de las alegrías espirituales y de la esperanza en la Vida eterna. La máscara del lado izquierdo la tiñó de rojo sangre y le delineó rasgos bruscos, revolucionarios y voluptuosos con una extraña mixtura de lodo volcánico y ceniza de huesos calcinados. Con ella quería presentarse ante los hombres de mirada horizontal, hombres contrarios a la realidad trascendente e inclinados a adorarse a sí mismos, a resarcirse en lo tangible, en las riquezas materiales, en el placer carnal y en el honor y la gloria; finalmente, a la máscara central le dio color bermejo mezclando los dos colores anteriores y le trazó con tintura de raíz de mandrágora y jugo lechoso de amapola, rasgos amables, pacíficos y reconciliadores para presentarse a todos por igual.


A Satán le era clave mantener en guerra constante o en amenaza de guerra a sus numerosos adversarios. Sabía que él, aunque apoyado por su pequeño grupo de cómplices humanos, nunca triunfaría ante ellos en un campo de batalla abierto, frontal y visible; buscaba el engaño perfecto. Día y noche maquinaba las mil y una maneras de polarizar a los hombres en dos bandos, sacando el mayor provecho a sus tres máscaras; maquinaba echando vapores nauseabundos por sus seis orejas de murciélago y por sus tres bocas de dragón. Quería alimentarles el odio entre sí hasta llevarlos a la guerra fratricida, para, luego, desangrados y sin ningún vigor, masificados, conducirlos encadenados a su Averno.


Así, pues, una noche sin luna ni estrellas, Satán desesperado encontró repentinamente la forma más eficaz de utilizar sus tres máscaras y sus tres lenguas: un fuego mortecino infernal había irrumpido en la noche y le había inspirado el plan para crear la guerra entre los hombres y, luego, esclavizarlos.


Este era el plan: su máscara derecha expondría con elocuencia a los hombres justos y piadosos tesis de tinte tradicional, mientras su máscara izquierda enseñaría a los demás, sin pudor alguno, ideas opuestas a la ortodoxia, ideas revolucionarias, esto es, la antítesis. Luego, creada la tensión y la guerra entre los dos bandos opuestos, en medio del trágico fragor de la batalla, haría entrar en escena su máscara central de color bermejo; su máscara de rasgos serenos y de labios reconciliadores que, como bandera de la paz, invitaría a construir la verdad mediante el diálogo.


Esta sería, por tanto, su máscara del falso dios de la paz, del “anticristo salvador” de la humanidad, su máscara gentil y anfitriona, con cuyos labios invitaría por igual a ortodoxos y a revolucionarios, a deponer las diferencias y la guerra, cediendo en todo aquello que los dividiera y uniéndose entre sí en torno a sus puntos comunes, es decir, adhiriéndose a una doctrina híbrida.


Esta sería entonces la síntesis satánica, en la cual, lo que no fuera común a los contendientes, esto es el motivo de la guerra – Cristo, el enemigo de Satán –, quedaría excluido, y lo que los unía – un ficticio y confuso dios de la paz – sería aceptado por todos. Esta, pues, sería la máscara de la victoria del Satán ecuánime y aparentemente justo, adalid de una falsa paz, con la cual daría su última batalla.

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