El Papa se despidió ayer de Chipre con una voz más política, después de pasar tres días inmerso en la crispación de la isla dividida entre griegos y turcos, y muy cerca de la tensión de Oriente Próximo, pero intentando mantenerse como un puente de acercamiento. Sin embargo, ayer tocaba mojarse, pues entregó a los obispos de la conflictiva región el documento de trabajo para su gran asamblea de octubre, el sínodo. El texto, de 44 páginas y filtrado en parte en los últimos días, es un hondo análisis de cómo vive la Iglesia los problemas de la zona. No son palabras del Papa, sino una síntesis de las opiniones de los propios obispos, pero sienta los cimientos de la política de la Santa Sede. En un cuadro alarmante de fuga de las minorías cristianas, el informe es crítico con Israel, a quien acusa de desestabilizar la zona y ocupar ilegalmente los territorios palestinos, con las potencias occidentales, con el extremismo islámico y también con la forma de enfocar la religión en los países musulmanes. Al presentar el dosier, Benedicto XVI hizo un llamamiento a «un esfuerzo internacional urgente para resolver las tensiones de Oriente Próximo, especialmente en Tierra Santa, antes de que se produzca un baño de sangre».
Fue una expresión inusual por su crudeza, pero que el Papa repitió en su despedida en el aeropuerto, en referencia a la «sangre derramada en los últimos días». La sangre ha impresionado a Ratzinger, la de los muertos en el asalto israelí frente a la costa de Gaza y la de Luigi Padovese, presidente de los obispos turcos y referencia del diálogo con los musulmanes, que fue degollado por su chófer en un pueblo de Turquía. Aunque en aras de la diplomacia las autoridades de Ankara y el Vaticano quisieron reducirlo el jueves a un móvil personal, por un presunto desequilibrio del agresor, ayer seguían creciendo las sospechas de fanatismo religioso. Nuevas revelaciones indican que Padovese fue prácticamente decapitado y surgen dudas de que el asesino, detenido luego, actuara solo.
El Papa también se refirió a la «triste división» de Chipre, partida en dos desde la invasión turca de 1974, un tema que había evitado. En la misa llamó a «derribar las barreras con los vecinos», pero luego fue más allá al amparar reclamaciones grecochipriotas. Lamentó «la pérdida de una parte significativa de una herencia cultural de la humanidad», en alusión a la acusación contra los turcos de haber destruido medio millar de monumentos, y recordó el deseo de volver a sus casas de los habitantes desplazados.
Minorías cristianas
Todo ello es una pequeña muestra de las preocupaciones de las minorías cristianas en Oriente Próximo, recogidas en el informe divulgado ayer. Estos grupos son «una riqueza» para el mundo democrático, dice el Vaticano, que acusa la «grave responsabilidad» de quienes ignoran su existencia «en el juego de las políticas internacionales». Además, en la región se identifica sin matices a las potencias occidentales con los cristianos, lo que es una fuente de problemas. La modernidad «se presenta con un rostro ateo e inmoral» y el musulmán vive su impacto como «una invasión cultural que lo amenaza y turba su sistema de valores». Es una paradoja interesante que, si bien la Iglesia critica en Occidente el gobierno de las mayorías cuando no comparte sus valores, advierte de que los cristianos de las sociedades islámicas «están llamados a promover el concepto de laicismo positivo», la igualdad de los ciudadanos y una «sana democracia» contra las teocracias.
Los musulmanes son «hermanos» y del diálogo con ellos «depende nuestro futuro», pero es difícil por el abismo cultural: «No hacen distinción entre religión y política, lo que pone a los cristianos en la delicada situación de 'no ciudadanos'». El texto también advierte del proselitismo islámico y trabas en Irak, Egipto, Líbano o Turquía, así como en regímenes autoritarios. Con todo, uno de los párrafos más duros, ya adelantado, es contra Israel. La ocupación es «una injusticia política impuesta a los palestinos», y «desde hace décadas, la falta de solución del conflicto israelí-palestino, el no respetar el derecho internacional y los derechos humanos, y el egoísmo de las grandes potencias han desestabilizado el equilibrio regional». Con los judíos, el diálogo es «esencial, pero no fácil».
De este modo, el Papa dejó Chipre, de donde se lleva en el plano religioso la imagen del abrazo con el arzobispo ortodoxo, Chysostomos II, un paso en el acercamiento de ambas confesiones. En cuanto al mundo musulmán, el muftí de la parte turca, Yusuf Suicmez, volvió a darle plantón ayer, por segundo día consecutivo.
Fue una expresión inusual por su crudeza, pero que el Papa repitió en su despedida en el aeropuerto, en referencia a la «sangre derramada en los últimos días». La sangre ha impresionado a Ratzinger, la de los muertos en el asalto israelí frente a la costa de Gaza y la de Luigi Padovese, presidente de los obispos turcos y referencia del diálogo con los musulmanes, que fue degollado por su chófer en un pueblo de Turquía. Aunque en aras de la diplomacia las autoridades de Ankara y el Vaticano quisieron reducirlo el jueves a un móvil personal, por un presunto desequilibrio del agresor, ayer seguían creciendo las sospechas de fanatismo religioso. Nuevas revelaciones indican que Padovese fue prácticamente decapitado y surgen dudas de que el asesino, detenido luego, actuara solo.
El Papa también se refirió a la «triste división» de Chipre, partida en dos desde la invasión turca de 1974, un tema que había evitado. En la misa llamó a «derribar las barreras con los vecinos», pero luego fue más allá al amparar reclamaciones grecochipriotas. Lamentó «la pérdida de una parte significativa de una herencia cultural de la humanidad», en alusión a la acusación contra los turcos de haber destruido medio millar de monumentos, y recordó el deseo de volver a sus casas de los habitantes desplazados.
Minorías cristianas
Todo ello es una pequeña muestra de las preocupaciones de las minorías cristianas en Oriente Próximo, recogidas en el informe divulgado ayer. Estos grupos son «una riqueza» para el mundo democrático, dice el Vaticano, que acusa la «grave responsabilidad» de quienes ignoran su existencia «en el juego de las políticas internacionales». Además, en la región se identifica sin matices a las potencias occidentales con los cristianos, lo que es una fuente de problemas. La modernidad «se presenta con un rostro ateo e inmoral» y el musulmán vive su impacto como «una invasión cultural que lo amenaza y turba su sistema de valores». Es una paradoja interesante que, si bien la Iglesia critica en Occidente el gobierno de las mayorías cuando no comparte sus valores, advierte de que los cristianos de las sociedades islámicas «están llamados a promover el concepto de laicismo positivo», la igualdad de los ciudadanos y una «sana democracia» contra las teocracias.
Los musulmanes son «hermanos» y del diálogo con ellos «depende nuestro futuro», pero es difícil por el abismo cultural: «No hacen distinción entre religión y política, lo que pone a los cristianos en la delicada situación de 'no ciudadanos'». El texto también advierte del proselitismo islámico y trabas en Irak, Egipto, Líbano o Turquía, así como en regímenes autoritarios. Con todo, uno de los párrafos más duros, ya adelantado, es contra Israel. La ocupación es «una injusticia política impuesta a los palestinos», y «desde hace décadas, la falta de solución del conflicto israelí-palestino, el no respetar el derecho internacional y los derechos humanos, y el egoísmo de las grandes potencias han desestabilizado el equilibrio regional». Con los judíos, el diálogo es «esencial, pero no fácil».
De este modo, el Papa dejó Chipre, de donde se lleva en el plano religioso la imagen del abrazo con el arzobispo ortodoxo, Chysostomos II, un paso en el acercamiento de ambas confesiones. En cuanto al mundo musulmán, el muftí de la parte turca, Yusuf Suicmez, volvió a darle plantón ayer, por segundo día consecutivo.
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