Una catástrofe humana se está fraguando en Kirguistán, según la ONU. En la frontera con Uzbekistán, miles de refugiados de etnia uzbeka, sobre todo mujeres y niños, se agolpan bajo un calor abrasador, sin agua ni comida. Desde el lunes la frontera está cerrada, pero ellos siguen allí, aferrándose a las alambradas, esperando que llegue algo de ayuda. Sólo los heridos más graves pueden cruzar al otro lado. Volver a sus casas en el sur de Kirguistán, en las zonas de Osh y Jalalabad, resulta impensable para estos refugiados, tras las escenas de horror que han vivido en estos últimos días de violencia interétnica.
Antes del cierre fronterizo pasaron a Uzbekistán más de cien mil personas. Una marea humana a la que ahora hay que curar y alimentar. “Estamos al borde de una catástrofe humana a nivel regional. Existe el peligro de que terceros países y fuerzas extranjeras se vean envueltas en el conflicto”, advierte el analista kirguís Kadier Malikov.
Los primeros aviones fletados por la ONU, con tiendas de campaña y ayuda humanitaria, comienzan a llegar. Los relatos de los refugiados kirguises son estremecedores. Como el de una mujer joven, que cuenta que tuvo que salir corriendo del hospital con su hijo recién nacido en brazos. “Todos intentaban cruzar la frontera. Murieron muchos niños y mujeres. También embarazadas”, asegura.
El Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados ha pedido que se busque cuanto antes una solución política para evitar la catástrofe.
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