sábado, 5 de junio de 2010

Iglesia Católica Méxicana: En la mira del Vaticano

El vergonzoso caso del padre Maciel dejó al descubierto complicidades, también exhibió cómo altos jerarcas eclesiásticos enfrentan litigios millonarios y tienen presuntas relaciones con la delincuencia organizada
Conviven con lo más selecto de la clase política, económica y social de México… no necesariamente con los pobres y desvalidos.
Su doctrina la practican jugando golf, en jets privados que les facilitan sus mecenas, entre hermosas edecanes y selectos vinos…
Trafican con favores a cambio de terrenales indulgencias que conceden a políticos de dudosa reputación o a encumbrados empresarios con negocios poco legítimos…
Sus rostros y atuendos se hacen presentes en las revistas sociales, aparecen departiendo en mesas donde se sirven delicados manjares o cortando el listón del último restaurante o casino de juego de personajes que presumen relacionados con el narco…
Sus nombres están vinculados a leyendas del narco, con quienes operan como cabilderos ante el Gobierno, a cambio de narcodádivas…
Sus votos de pobreza se topan con litigios escandalosos, desde sospechosas herencias de 15 millones de dólares, hasta disputas por préstamos en efectivo de 130 millones de dólares despojados a una viuda…
Y día a día se acumulan en su contra acusaciones de abusos sexuales a menores, que los exhiben como monstruosos pederastas o como encubridores o cómplices de los depravados…
No, no estamos narrando o plagiando páginas del último libro de mafiosos escrito por el célebre Mario Puzo, el autor de “El Padrino”.
Las descripciones corresponden a seis de los más altos prelados de la Iglesia Católica mexicana y a sus acciones públicas que tienen al país sumido en una verdadera crisis de fe.
Y en el Vaticano están preocupados por el acelerado deterioro de esos, sus rostros visibles en México.
Sobre todo cuando las voces de condena nacen dentro de la propia Iglesia Católica mexicana, a través de miles de sacerdotes que sí están en lo suyo, trabajando en la fe y sirviendo a los que menos tienen, y que censuran el proceder de sus jerarcas.
Y es que en muy pocas naciones la fe católica tiene tantos adeptos como en México. Las cinco visitas del papa Juan Pablo II dan testimonio del rol central que juega nuestro país en el Vaticano.
Alemania, colocó al papa Benedicto XVI ante la urgencia de pasar de negar el hecho, a exigir el perdón, primero, y a reclamar la justicia, después.
El mayor desgaste provocado por las denuncias de pederastia lo aportó desde México para el mundo el Marcial Maciel.
La virtud de Maciel consistió en saber vender, a finales de la década de los 60 y los 70, el fantasma de la Teología de la Liberación e incluso el supuesto peligro que representaban grupos jesuitas para México.
Etiquetados como agitadores sociales, aliados del comunismo y enemigos de empresas, Maciel satanizó a congregaciones enteras para lograr que las chequeras de prominentes hombres de negocios financiaran su causa.
El paraíso que vendía a estos empresarios era el de educar a sus hijos, los futuros líderes de México, en escuelas ajenas a las amenazantes ideologías liberalizadoras.

Millonarias donaciones

Pero esa fortaleza, que el miedo empresarial alimentó mediante millonarias donaciones a la causa de Maciel, se convirtió en la principal arma para que el fundador de los Legionarios penetrara en las altas esferas del Vaticano, hasta llegar al papa.
La crisis financiera de la Santa Sede, etiquetada en la bancarrota de facto del Banco Ambrosiano, permitió al fundador de los Legionarios acercar a algunos de sus benefactores al Vaticano.
Así, los favores económicos que impidieron la debacle financiera se convirtieron en los principales aliados a la hora de minimizar, e incluso ignorar, las denuncias de pederastia contra Marcial Maciel.
Pero Maciel no parece ser la excepción en un México donde, en las últimas décadas, los altos prelados católicos se convirtieron en cabilderos políticos, promotores de negocios, anuladores de matrimonios y casabolseros de la fe.
No es gratuito entonces que a la par de los ilícitos de Maciel, aparecieran actos cuestionables, algunos de ellos al margen de la ley, cometidos por un cardenal y obispo primado de México, un obispo de la congregación más nutrida del país, un nuncio del Vaticano en México, un abad de la Basílica de Guadalupe y un arzobispo de Yucatán.
Algunos de ellos se dedicaron a cabildear para encubrir y proteger a pederastas. Son los casos de Norberto Rivera Carrera y Emilio Carlos Berlié.

Unos más, como Girolamo Prigione o el mismo Emilio Carlos Berlié, confesos unos y sospechosos otros de contactar e incluso recibir a poderosos narcos bajacalifornianos y servirles de puente en complejas negociaciones con el Gobierno Federal en turno. Negociaciones que, algunos dicen, terminaron por costarle la vida al cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo.
Algunos, como Guillermo Schulenburg o el propio Onésimo Cepeda, envueltos en escándalos y litigios millonarios.
Y otros más, como Onésimo Cepeda o Norberto Rivera, utilizando sus influencias en la Santa Sede para lograr la anulación matrimonial de prominentes políticos o empresarios, incluyendo la muay debatida nulidad de los matrimonios de Vicente Fox y Marta Sahagún.
Por eso en el Vaticano las luces de alerta están encendidas sobre México.
Porque los altos prelados de la Iglesia Católica parecen estar más interesados en los asuntos del César que en los de Dios.
Porque sus imágenes exhiben el favorito de todos los pecados, la vanidad, en las páginas de Quien, Hola o Caras.
Por eso en México, más que en ninguna otra latitud, tienen eco las palabras de Joseph Ratzinger, de que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia misma, adentro de ella.

¿Aceptará la Iglesia Católica mexicana que vienen tiempos de purificación, de perdón, pero, sobre todo, de justicia?




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