Contemplar los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina del Vaticano es un privilegio. Con mirar su extraordinario colorido, y las formas de sus figuras, sabemos que se adelantó, por mucho, a su tiempo. Sus frescos muestran también que era poseedor de altos conocimientos teológicos, lo que revela en la imagen de Dios al momento de infundir en Adán sus virtudes teologales cuando extiende el dedo creador hacia el dedo del hombre. ¡Una cátedra de teología impartida con pintura en el techo de una capilla!
Michelangelo adornó la Sixtina, a pedido de Julio II, porque al Papa le resultaba evidente que la arquitectura de la capilla es de una simpleza absoluta. Sólo la componen cuatro paredes con un techo de dos aguas, es todo. Así es que con pintura se falsearon bóvedas, pilastras, hornacinas, nichos, pechinas y cornisas. Esto resulta hoy más sorprendente que si se hubieran elaborado con piedras, canteras y mármoles, pues el volumen lo simulan los trazos de supuestas sombras que provocan el efecto visual de que es real. También allí se pintaron cortinajes, telones y tapices que, por estar a nivel del piso, son más fáciles de identificar en su simulación.
Buonarrotti decoró con pintura, a pesar de que él era arquitecto y escultor, que no pintor, el techo de la capilla y el retablo principal. El techo le sirvió para ilustrar relatos del Antiguo Testamento, principalmente el Génesis; y el retablo para ilustrar el apocalíptico Juicio Final.
Desde hace 470 años estos frescos han sido estudiado por críticos de arte y por escrituristas; es el caso del Padre Stefano De Fiores, uno de los representantes más cualificados de la mariología contemporánea y catedrático en la Universidad Gregoriana, quien afirma que el artista ofrece en el Juicio una interpretación feminista de los antepasados pintados en la cúpula de la Sixtina, entre los que destacan hasta 27 figuras de mujeres, frente a las cuatro que se nombran únicamente en la genealogía de san Mateo, pues Miguel Ángel quiso resaltar lo femenino para luego condensarlo en la postura concreta con que representó a la Virgen María al lado de su Hijo Jesucristo. En su libro “La Virgen de Miguel Ángel” así lo explica: “Quien se acerque a la Virgen Sixtina del Juicio Universal tiene que saber que hay diseños preparatorios, en los que Miguel Ángel ve a María según la tradición: con los brazos extendidos frente a Cristo, implorando piedad y misericordia también en el día del juicio, y ésta es la tradición de la Iglesia. Sin embargo, en la realización se aleja completamente de esta María que intercede como abogada y pinta a María como encerrada en sí misma, en el dolor, porque manifiesta una gran amargura por parte de María”.
Pero en el rostro de la Virgen, en el que Buonarrotti plasmó la sombra de la resignación, se vislumbra también la consciencia que ella misma tiene de que su tarea como Madre nuestra ha llegado a su fin, pues la escena trata, precisamente, del Juicio Final, tal y como el Dr. Antonio Paolucci, Director de los Museos Vaticanos, me hizo notar durante un viaje a Roma cuando me dijo que: “En ese momento termina la historia. Así, igual que San Pedro devuelve las llaves, porque la Iglesia ya no tiene ningún papel, ahora que el tiempo se ha acabado, así también la Virgen no va a desarrollar más su papel de Madre de misericordia. Por eso se abraza resignada a su Hijo, porque sabe que su papel de Madre de misericordia ha concluido, ha terminado”.
El título del fresco de Miguel Ángel, “El Juicio Final”, nos arroja al apocalíptico momento en el que Cristo-Juez descarga sobre la humanidad su justicia divina, y al contemplarlo, con cuerpo atlético y brazo enhiesto para descargar su veredicto, entramos en el misterio del Fin de los Tiempos, lo que provoca preguntarnos si la escena de Buonarrotti se refiere al Fin de los tiempos con la derrota del Anticristo, o al Fin del mundo luego del reinado de paz de Cristo en la Tierra.
Nos conviene entender, al observar el rostro de Cristo en el fresco de la Capilla Sixtina, que se trata del Fin de los Tiempos porque no se aprecia enojado. Está serio, sí, pero tiene la boca cerrada, para no asustar a nadie, y su mano parece mostrar, a la altura de la cabeza, más que la descarga de un castigo, la señal de un nuevo inicio para el hombre nuevo, gracias a su Misericordia divina. Esperemos que así sea y oremos para que sea así.
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