Predicó mucho. Han llegado hasta nosotros cerca de 180 de sus sermones. Se trata de breves exhortaciones (Pedro predicaba menos de un cuarto de hora), de homilías acerca de la Escritura o del año litúrgico, preparadas para instruir con sencillez e impulsar al pueblo cristiano a vivir conforme al Evangelio.
No se advierten ellas ni la inspiración literaria de Agustín, ni la teología de León Magno - los dos contemporáneos de Pedro -, pero el pueblo de Rávena, altos dignatarios de la corte o marinos del puerto de Classe, veían en ellas unas palabras henchidas del calor adecuado a la vez que una enseñanza que nunca se apartaba de su vida.
El obispo se imponía a sí mismo voluntariamente el predicar de una manera tan sencilla: «Nuestras palabras, dice, han sido sepultadas con Cristo», «Hay que hablar al pueblo con el lenguaje del pueblo». Según la Crónica pontifical de Rávena, el obispo Pedro I murió un 31 de julio (antes del 451).
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