sábado, 1 de enero de 2011

CON FE RENOVADA





Nosotros, Católicos de éste siglo, ricos y pobres, intelectuales e incultos, ancianos y jóvenes, unidos todos en la misma fe, proclamamos por anticipado el triunfo de la Iglesia Verdadera. De nuestra Iglesia tal como ella es, al margen de todas las divisiones, por encima de todas las manchas con las que sus hijos equivocados, apóstatas, y aún herejes afean hoy su rostro.


Nos adherimos a nuestra Iglesia, sí, tal como ella es; como lo ha sido desde sus inicios y más de veinte siglos de historia, institucional y jerárquica, maternal y docente, santa y pacificadora. Como los últimos de sus hijos fieles, nos integramos a la fila inconclusa y gloriosa de sus apóstoles, mártires y de sus doctores, de sus vírgenes y sus predicadores, de sus defensores y de sus santos desde sus orígenes. Nos adherimos firmemente a sus dogmas tal como han sido formulados, a sus doctrinas morales tal y como fueron presentadas, y a su liturgia de siempre, verdadera, que es el digno culto de Dios. Proclamamos a nuestra Iglesia Universal, imperecedera, apostólica y romana, paciente con Cristo en la Cruz, y triunfal con Cristo Glorioso. Como obra divina la exaltamos e insertada en los hombres la reconocemos, en la firmeza de su autoridad, en las maravillas de su caridad, en las excelsitudes de su santidad.


No permitimos que como a hijos de la Iglesia se nos acuse falsamente de indiferencia respecto del progreso de los hombres ni de la falta de entusiasmo en las tareas humanas. A través de todos los tiempos, como lo confirma la historia, y aún en estos tiempos mismos, conocemos la alegría del trabajo realizado con gozo y amor; nos consagramos con el ofrecimiento de nuestras obras; dejamos impresa nuestra huella en muchas empresas humanas. No nacemos como cristianos con interés de cosas personales; en todos los siglos y aún en éste, hemos enriquecido la cultura universal en todas sus manifestaciones. Hemos reconocido a Dios y le hemos alabado, lo mismo en la conquista de las estrellas, que en la última y más humilde de las labores. Lo que no hemos hecho es adorar al mundo, ni convertir en fin de nuestra vida el progreso , por más necesario que nos parezca.


Nosotros no hemos podido ni podremos jamás tergiversar los valores ni claudicar, ante ninguna ideología que nos incline adorar al hombre y a glorificar por sí misma a la materia. Y no por eso se nos debe acusar de no amar al hombre y que no damos  a la creación entera su debido sitio. Pues de todo lo creado nos valemos con la alegría del trabajo gozoso, pero mientras en el trabajo convertido en oración devolvemos a Dios a las criaturas al insertarlas en su orden debido, prevalece en nosotros el espíritu de la contemplación adorante del Creador, y la adhesión a sus verdades eternas. Nosotros no podemos mirar la tierra mas que desde la altura del cielo.


Peregrinos que somos, no nos apegamos. Laborantes no nos enajenamos a la vista de las cosas mudables. Creyentes, continuamos creyendo que estamos en este mundo de paso, lo cual no significa despreciar los valores del mundo, sino tomar aquellos que nos ayuden a nuestro fin, que es la visión de Dios en el cielo.


Admitimos dos órdenes el natural y el sobrenatural, no confundimos espíritu y materia, y ofrendamos a la primacía de aquél, el sacrificio gustoso de ésta.


Nuestra es la doctrina que mucho muy antes de los profetas de lo social de estos tiempos, se levantó en favor de los oprimidos, tenemos grandes maestros a través de los siglos y el testimonio de los movimientos verdaderamente cristianos al correr de la historia.  No podemos admitir que la Iglesia esté  comprometida  con movimientos falsos y ecumenísmos modernos. Queremos a la Iglesia entregada de lleno a su misión, ocupada en "la única cosa necesaria", instando sí, con vigor a los católicos a buscar la manera pacífica de resolver los problemas todos, de la convivencia humana.


Protestamos por la actitud de muchos que aún siendo hijos de la Iglesia trabajan por el establecimiento de un sistema que pretende acabar con ella misma, y al presentarse en nombre de ella ejerciendo falsedades, indignan su rostro verdadero.


La Cruz es la representación suprema del misterio cristiano. Ante el rechazo que se hace de la Cruz y de Cristo Crucificado, por parte de una teología traicionera y gobiernos de falsa doctrina, reiteramos nuestra fe en el misterio de la Redención humana efectuada por la Pasión y Muerte de Cristo Nuestro Señor, según enseña la Revelación cristiana y lo traduce la doctrina católica. Nosotros veneramos visiblemente la Cruz como un símbolo vivo en nuestro hogar, como un memorial del "Cuerpo del Señor" que fue entregado, y de "Su Sangre" que fue derramada, por la salvación de MUCHOS... Y así haremos de esta fe herencia para las nuevas generaciones, y les enseñaremos a considerar la VERDADERA Eucaristía como lo que realmente es antes que nada: LA RENOVACIÓN DEL SANTO SACRIFICIO.


Los Católicos de todos los siglos, como miembros de la Iglesia que no ha hecho a Dios la ofensa de dudar de los dones gratuitos y divinos de las gracias supremas, creemos y enseñaremos a nuestros descendientes a creer en el valor y supremacía de la virginidad consagrada, del celibato sacerdotal, de la perfección en la familia y en el verdadero matrimonio entre hombre y mujer.





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