Corre al par de toda estas cosas lo que podemos llamar "mundanización" de los sacerdotes, por su asimilación de las modas y modos del mundo que tienden a borrar entre los miembros del clero y los laicos toda diferencia.
No hablamos de los contactos necesarios, serios y prudentes, con el mundo, que sirven al fin mismo del apostolado, sino a esa corriente que tiende a identificar ante todo al sacerdote con el laico, a acortar distancias entre el estado clerical y el laical, como si ambos fueran lo mismo, como si no existieran exigencias a seguir en la conducta y hasta presentación, de los sacerdotes, del todo distintas a los simples seglares.
Hoy la corriente tiende a borrar toda distinción. Hay sacerdotes que se tutean con los seglares, asisten a toda clase de espectáculos aún inconvenientes, visten como muchachos y peinan cortes modernos. Su lenguaje es el de los estudiantes procaces. Nada hay en ellos, un símbolo, una señal, una exterioridad que les haga reconocibles como Hombres de Dios. Y ojalá los peligros en que voluntariamente se ponen, no produzcan los efectos que con frecuencia producen. Para apoyar esta corriente se alega que el sacerdote necesita "acercarse", "ponerse al día", que a veces no ofrece soluciones que de él se esperan, "porque le falta mundo".
"Lo que falta hoy al sacerdote, no es mundo -según el P. Julio Meinvielle-, lo que le falta es ciencia y santidad sacerdotal" (La Iglesia y el Mundo Moderno, pág. 48). Efectivamente, la eficacia del apostolado sacerdotal no radica ni en el acercamiento imprudente al mundo, ni en la identificación del sacerdote con el seglar, sino todo lo contrario: en su acercamiento a Dios por el alejamiento del mundo, y en el crecimiento de su conciencia de ser "signo", un signo que necesita hacerse visible, diferenciable, entre el común de los hombres.
Es necesario hacer notar que muchos motivos de la "mundanización" del sacerdote, hay que buscarlos en la crisis de la espiritualidad sacerdotal. Muchos sacerdotes de hoy, muchos de los que son jóvenes, ven oscilar las bases teológicas que daban consistencia a su propia vocación. Hoy el sacerdocio ministerial es minimizado, desvalorizado, al par que se enfrenta al fenómeno de la exaltación teológica del mundo y del laicismo. Esta sensación que se les hace tener "de ser menos", de verse reducidos casi a una máquina administradora de sacramentos, reducido casi a la nada su legítimo valor de padres de las almas, es lo que quizá produce un desencanto de ánimo por parte de quienes han consagrado su vida, todo lo que son y poseen, a un ministerio que hoy no sólo desde afuera , sino desde dentro de la Iglesia, es atacado en sus verdaderos sentidos y expresiones. Como una compensación quizá, muchos se unen a la euforia de tipo "teológico" por el progreso, por el mundo, tratando de salvar distancias y aparecer más como hombres de ese mundo que les increpa por su presentación como "hombres de Dios".
La falta de una sólida vida espiritual basada en una espiritualidad verdaderamente sacerdotal, tiene que inclinar necesariamente las energías espirituales, psicológicas y hasta físicas, hacia el quehacer hoy mas ponderado, más predicado y más glorificado: el quehacer por el mundo, el interés por los hombres, no ya en cuanto almas salvables, sino en cuanto habitantes mejorables de la tierra.
Es así como se traduce la mundanidad, la crisis de la espiritualidad sacerdotal.
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