jueves, 5 de mayo de 2011

Un beso reservado para confirmar el Nuevo Pacto




Mateo 24:28 – Porque dondequiera que estuviere el cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas.
La situación descrita en Mateo 24, no es la primera vez que ocurre. Al igual que en otros eventos repetidos en la historia, conviene considerarla según aquellas cosas que pertenecen al reino de los cielos, en su desarrollo temporal y terrenal, y que si de alguna manera se repiten, lo hacen en grado más alto, hasta alcanzar la plenitud definida en la palabra profética.
El cuerpo muerto de Juan Pablo II ha conseguido juntar sobre sí mismo y sobre un nuevo elemento añadido con magistral astucia: “su sangre”, a miles de personas de todo el imperio, ya no sólo Romano, sino de todas las partes del mundo.
Han exhibido el cuerpo y la sangre de Juan Pablo II como piedra y fundamento de la dignidad y el valor del hombre, CONTRA el Cuerpo y la Sangre de Nuestro  Señor Jesucristo, que rescata al hombre de su condición de pecado y de muerte.
Con ello, los evangelios han sido cerrados para hacer una nueva lectura, ya no sobre las Sagradas Escrituras que nos muestran la naturaleza caída del hombre, sino sobre la vida del pontífice beatificado como sinónimo de divinizado,(por cuanto ejerce la autoridad de Dios para interpretar con su vida la Palabra Profética, a favor de la naturaleza humana y dignificando toda expresión de creencias, culturas y costumbres), contra toda la tradición de la Iglesia, con su magisterio y la vida de todos los Santos verdaderos.

Al presentar esta causa sobre la tumba de San Pedro y ante el altar de la Basílica dedicado al Espíritu Santo, se ha blasfemado impunemente contra el Altísimo y se ha cometido un pecado imperdonable oficialmente formalizado. Para ellos el Espíritu del Anticristo es Santo, siempre lo han creído así, por ello han consagrado definitivamente a esta iglesia adultera y a sus fieles a la bestia, ofreciendo todos estos actos en su nombre, y marcando a todos sus seguidores de manera prácticamente definitiva en la frente y en la mano derecha. 

Después de todo esto, el nuevo beato Juan Pablo II dará a luz una oleada de nuevos Santos, de nuevos sacerdotes y fieles que piensen y obren a su imagen y semejanza, pues como dijo la mano derecha de Benedicto XVI el cardenal Bertone, Juan Pablo es molde de Santidad y se abre con su obra y su vida un nuevo libro para aprender la verdad y la sabiduría. Con esto lo que quieren decir es que se presenta ante el mundo, el nuevo evangelio del hombre divinizado y su civilización del amor.

Han presentado su cuerpo y su sangre como testimonio para negar la condición pecadora del ser humano, y han reivindicando ante todas las naciones el reconocimiento de la grandeza y divinidad del hombre. Por lo que han pecado voluntariamente después de tener el conocimiento de la verdad, tanto ellos como un mundo que ha conocido la verdad, y la ha sustituido por el culto así mismos.

Ya no queda para la humanidad más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. (Hebreos 10:26-27).
El beso de Benedicto XVI a la reliquia con la sangre del hereje Juan Pablo II, es el beso de la traición definitiva, entregando la iglesia a Satanás y al mundo, ofreciendo la iglesia como una novia adultera y ramera, para sus bodas con el Nuevo orden Mundial.

Esta iglesia apóstata ha demostrado al mundo sobre todas las cosas su amor y reconocimiento del valor y de la dignidad de los hombres y de sí mismos. Son todo lo que el mundo espera para olvidarse definitivamente de Dios.

Como poderosa bestia, a quien nadie puede enfrentarse, Juan Pablo II ha sido levantado de la tierra espiritual  y puesto como referencia divina, es decir: “como Dios” en el templo de Dios.
La noche oscura de los tiempos ha comenzado, el octavo rey, que es de entre los siete, tiene su cetro preparado ¿Quién podrá resistirse?

Juicio y hervor de fuego, son el futuro hasta la Venida de Nuestro Señor, mientras tanto, por un breve tiempo, pretenderán poder escuchar los tamboriles y flautas dispuestos para el gran querubín, efímeros aplausos ante insostenibles logros de una falsa paz y pretendida seguridad que se derrumbará sobre su propia maldad en la que ha sido construida.
Todo aquel que no se haga fuerte aferrándose a la esperanza de la Gloriosa Venida de Nuestro Señor Jesucristo, está en vías de sucumbir  ante los albores del nuevo imperio mundial y su nueva religión.
Que nuestra esperanza en el Señor nos lleve a refugiarnos en María.
Salgamos al campo y lugares desiertos, vestidos de cilicio, y no toquemos lo inmundo.
¿Quién como Dios? ¡Maranatha!

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