Durante la intervención en la Asamblea General del “Gran Oriente de Francia”, habida en París, del 3 al 7 de septiembre de 1962, Jaques Mitterrand, Gran Maestro de la Masonería, reivindicó para la secta la publicación póstuma de las obras de Teilhard de Chardin y -hecho de capital importancia para un juicio de conjunto sobre el pensamiento teilhardiano- ha afirmado que la concepción de éste infausto autor coincide con el humanismo naturalístico masónico.
Miterrand puso, sin ningún rebozo, en Teilhard el comienzo de la negación de la Tradición y del acentuado culto al hombre, a costa del culto de Dios, que -desde hace casi 40 años- ha invadido, como epidemia mortal, tantos ambientes intelectuales católicos, eclesiásticos y laicos, e introdujeron -hasta nuestros días- la confusión en la Iglesia.
He aquí el pasaje importantísimo -para comprender el mundo actual- del discurso de Mitterrand:
“A diferencia de nosotros los masones, los católicos, en nombre del ecumenismo, no se atienen ya firmemente en su pasado para sacar de allí la lección de la sabiduría.Hacen, por el contrario, todo lo que pueden para renegar de su Tradición, con el fin de aceptar su religión a la renovación. ¿Porqué ha sucedido esto? Prestad atención a lo que voy a decir y sabréis como ha empezado ésta mutación.Un buen día ha surgido de sus filas un científico auténtico, Pierre Teilhard de Chardin. Quizá sin que se diese cuenta de ello, ha cometido el crimen de Lucifer de que la Iglesia de Roma con frecuencia ha acusado a los masones: ha afirmado que en el fenómeno de la hominización, o -para usar la fórmula de Teilhard- en la Noosfera, esto es, en la suma total o masa de la conciencia colectiva, que circunda el globo terráqueo como el estrato más bajo de la atmósfera, es el hombre quien tiene la precedencia y no Dios y es el artífice principal de éste proceso. Cuando esta conciencia colectiva alcance su apogeo en el punto Omega -como dice Teilhard-, entonces habremos producido el nuevo tipo de hombre, como lo deseamos: libre en su carne y sin trabas en su mente. Así Teilhard colocó al hombre sobre el altar, y puesto que adoraba al hombre, no podía adorar a Dios”.
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