miércoles, 24 de marzo de 2010

El fin del mundo: ni está ni se le espera

Cuatro violentos terremotos de entre 6 y 8,8 grados en la escala Richter han sacudido el planeta en tres meses dejando miles de muertos.




“Y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo”. Lucas en su capítulo 21, versículo 11 nos alerta de que el fin del mundo estará cerca cuándo esto ocurra… Por las circunstancias actuales podríamos predecir que el mundo se acabará en nuestra era. Hambre, grandes atentados y desastres naturales: primero el seísmo de L’Aquila el 6 de abril de 2009, que dejó 294 muertos, 1.500 heridos y miles de viviendas destruidas. Después en Haití, el pasado 12 de enero un terremoto de 7 grados destruyó su capital, Puerto Príncipe, dejando el país en ruinas y más de 200.000 muertos. El 26 de marzo Japón sufrió otro de 7 grados, sin daños materiales ni muertos. Luego Chile, 8,8 grados de seísmo el 27 de febrero y 800 muertos. Y el 8 de marzo fue el turno de Turquía, sacudida por un temblor de 6,2 grados y 51 muertos. Todo apunta a lo mismo, sin embargo los geólogos no opinan así. “A los que trabajamos con los terremotos no nos sorprende. Los temblores no son predecibles, pero podemos saber dónde se van a producir con gran probabilidad”, explica José Luis Granja Bruña, experto en geología del Caribe y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, una afirmación que respalda Luis Eugenio Suárez, presidente del Colegio Oficial de Geólogos: “Sabemos que van a ocurrir, pero no cuándo”. Sin duda es un alivio saber que el mundo no se va a acabar en los próximos meses, y que la comunidad científica es unánime en el diagnóstico sobre lo que está ocurriendo. “Ha sido una coincidencia que los seísmos de Haití, Chile y Turquía se hayan producido en tan poco tiempo. Estaba previsto que sucedieran, pero no se sabía cuándo”, apunta María José Jurado, investigadora del CSIC y la única científica española que participa en un megaproyecto internacional sobre el origen de los terremotos que se desarrolla en la fosa de Nankai, en el mar de Japón.

La comunidad científica sabe, desde los años sesenta del siglo pasado, que las grandes placas tectónicas se mueven sobre la superficie de la Tierra entre dos y ocho centímetros al año y, afortunadamente, no se han detectado acelerones en este sentido. Jurado reconoce que, en caso de una aceleración o deceleración se podría pensar en cambios pero, hoy por hoy, el subsuelo terrestre no tiene ninguna prisa por llegar a alguna parte. El director de la Red Sísmica Nacional (adscrito al Instituto Geográfico Nacional), Emilio Carreño, también lanza un mensaje tranquilizador. “Se sabe que cada año se producirán cierto número de seísmos. Normalmente hay unos tres o cuatro al año de magnitud 8 en la escala de Richter, aunque de otras magnitudes suele haber hasta 14”, explica. El promedio es que de magnitud 7 haya unos 32 por año, y de 6, unos 100 en ese periodo. Este experto incluso lanza un aviso para navegantes, en concreto para quien faene por las cercanías de Estambul. Resulta que la falla de Anatolia está presionando las fallas de Europa, África y Arábiga. Veredicto: se prevé un terremoto frente las costas turcas, con su correspondiente tsunami. ¿Cuándo? Nadie lo sabe.

En lo que respecta a España, podemos estar tranquilos. Los expertos creen que en la península Ibérica nunca viviremos algo parecido a Chile o Haití, y que lo máximo podría ser un temblor de 6,5-6,6 grados (lo cual tampoco es muy tranquilizador, porque un seísmo de estas características fue el que redujo L’Aquila a un conjunto de escombros). Los más agoreros recordarán el desastre de Lisboa de 1755, cuando un seísmo de magnitud superior a 8,5 grados destrozó la ciudad y provocó un tsunami que afectó al golfo de Cádiz. Frente a ello, Carreño responde que “no hay indicios de energía acumulada” entre la placa africana y la euroasiática. De momento no hay nada que temer. Pero nunca está de más prevenir. Granja Bruña dice que aunque España no haya registrado grandes temblores, “nunca es imposible. La estadística es del 1%, pero puede suceder, es poco probable, pero no imposible”.

“No se trata de que en estos momentos haya más terremotos que antes, lo que pasa es que ahora los podemos medir más fácilmente con gran cantidad de sismógrafos repartidos por todo el mundo, y tenemos la televisión e Internet que difunden las catástrofes”, así explica Granja Bruña que las entrañas de la tierra no están ahora más activas que en otra época. “De hecho, el mapa del mundo se ha formado a base de movimientos de fallas y seísmos”, dice el presidente del Colegio Oficial de Geólogos, Luis Eugenio Suárez. También nos habla de la Pangea, un súper continente -que existió en el Mesozoico- que se fue separando hasta formar el mapa actual. Los continentes y los mares actuales se configuraron por los movimientos e interacciones de las placas tectónicas, pero han tardado en formarse más de 200 millones años.

Ante la eterna duda de por qué el terremoto de Chile, 500 veces superior al de Haití causó menos daños, los expertos se ponen de acuerdo una vez más. Esto guarda relación con la arquitectura y las medidas de prevención que cada país toma. “Para medir la peligrosidad hay que tener en cuenta lo que la Tierra nos puede hacer a nosotros y la vulnerabilidad de las construcciones”, explica Granja Bruña: “Si estás en medio del campo no te pasará nada, tienes daños cuando estás en un edificio”. Vivir en una zona de peligrosidad sísmica tiene sus riesgos, pero asentarse allí significa aceptarlos con todas sus consecuencias. En el mundo desarrollado existe el llamado Código de Edificación Sismorresistente. “Haití no lo tiene, nunca lo ha tenido y supongo que partir de ahora lo tendrá”, dice el experto en geología del Caribe. “Sin embargo Chile tiene un código de edificación equivalente al de California (otra zona donde constantemente se producen temblores), por eso los daños fueron menores. Esta medida implica que las estructuras se deben construir para resistir terremotos de magnitud 7 u 8”. Por su parte, Luis Eugenio Suárez insiste en la importancia de cumplir este código en edificios y estructuras como puentes o carreteras: “El objetivo es evitar el colapso, es decir, que un edificio de cinco plantas caiga hacia abajo quedándose en una y aplastando a todas las personas que haya dentro”. Granja Bruña señala que los materiales utilizados deben contribuir a paliar los daños y a que no sucedan desgracias como la de Puerto Príncipe donde “el material de construcción de las casas no era el adecuado: el cemento estaba sucio y contenía sales, y el hormigón armado con hierro era demasiado delgado, lo que convertía los edificios en armas de destrucción masiva”. Además señala que donde primero debe aplicarse la normativa es en hospitales, grandes infraestructuras, edificios públicos e incluso en las cárceles. En Haití la mala calidad de la estructura de una de las prisiones ha dejado en libertad a 4.000 presos, que actualmente siguen en parte deambulando por el país, ya que hubo muchas bajas en las fuerzas de seguridad durante la catástrofe.

Además de la aplicación estricta de la norma sismorresistente, otra medida que Suárez estima primordial es concienciar a la población que vive en zonas sísmicas de que ese riesgo existe y decirles qué tienen que hacer en caso de terremoto. “Muchos no saben que hay que ponerse debajo del marco de la puerta o bajo una mesa”. En Chile, explica Suárez, su lema es ‘Somos un país sísmico, debemos estar prevenidos’ y “lo mismo que hacen simulacros de antiincendios hacen simulacros antiterremotos”. Podríamos pensar que tanto movimiento tiene algo que ver con el cambio climático, por aquello de que justo cuando más se habla del calentamiento global es cuando más terremotos y tsunamis se producen. Pero los geólogos explican que esto del calor y del frío no influye en absoluto en los movimientos de las fallas. “La dinámica de los terremotos se produce de la corteza hacia abajo, no afecta a la atmósfera”, explica Granja Bruña.

Además, los maremotos y las fuertes lluvias no tienen por qué acaecer siempre tras un terremoto. “Para que se produzca tsunami, el seísmo tiene que ser de una magnitud 5,5 grados o superior, además, tiene que ocurrir en el mar y debe romper el fondo marino produciendo un escalón: ese desajuste es lo que produce la gran ola. Si no se dan esos condicionantes, nunca habrá tsunami asociado al terremoto en sí”, sentencia este geólogo. Cuando se rompe el fondo marino, la masa de agua tiende a ir a rellenar el hueco que se genera, entonces el mar se retira hacia dentro, la gente se acerca a la orilla para ver que pasa, y luego el agua vuelve con más fuerza sin que dé tiempo a escapar. Esa fue la causa de las tres víctimas que hubo en Haití. “No había concienciación social del riesgo”, dice Granja Braña. Cuando el mar se retira hay que subir a las zonas altas donde la ola no llega. Esto es lo que hicieron unos militares de Sri Lanka destinados en un campamento de la ONU situado en la costa sur de Haití. Concienciados de este tipo de riesgos naturales y temiendo que pudiera producirse también un tsunami, al notar el terremoto abandonaron la instalación. El maremoto destruyó el campamento, pero los soldados ya estaban demasiado lejos.

Cierto es que el mundo no durará eternamente, pero desde el punto de vista sismológico ese día está lejos; mientras llegue, como en casi todo en la vida, la prevención es la clave.


Fuente:
Intereconomía.com

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