domingo, 7 de noviembre de 2010

El debate de la inmigración en Alemania está que explota

Primero Angela Merkel dijo que la Alemania multicultural de la que habían presumido en los últimos años ya no era posible. Hoy se reúne hoy con su gabinete y un grupo de expertos para tratar la integración de ciudadanos extranjeros en el país. Pero mientras tanto, el debate se aviva en la calle. La clave está en los alrededor de dos millones y medio de turcos que residen en Alemania y el total de cuatro millones de musulmanes.


Daud Abuel almuerza junto a su familia en un restaurante árabe de Neukoelln, un distrito del sur de Berlín habitado fundamentalmente por familias musulmanas. Con sus enormes tasas de delincuencia y de desempleo, Neukoelln es citado a menudo por los detractores de la inmigración como la prueba del fracaso del multiculturalismo en Alemania.

Abuel, de 46 años, es descendiente de palestinos. Llegó a Alemania hace 27 años, con una beca para estudiar Medicina. Actualmente trabaja como médico, y está impresionado por la reciente oleada de retórica anti inmigratoria en Alemania. “Hablo alemán perfectamente. Mi mujer también habla un alemán perfecto”, afirma. “Mis hijos han nacido aquí. Mi hijo sólo tiene siete años, pero ya está en el cuarto curso. Trabajo en un hospital y pago impuestos, ¿qué más puedo hacer?”.

A Abuel no le importa que se publiquen sus opiniones, pero no quiere que digamos el nombre de su mujer o hijos. “Como musulmán, en estos momentos me preocupa decir lo que pienso”, reconoce. Durante décadas Alemania ignoró ampliamente la cuestión sobre la integración de sus comunidades de inmigrantes. La mayoría de ellos eran “trabajadores invitados”, turcos que llegaban a cubrir puestos de baja cualificación durante el “milagro económico” posterior a la guerra y a los que sólo se les consideraba ciudadanos de paso. Siempre se pensó que regresarían a su país de origen cuando terminasen su trabajo.

Pero la mayoría de ellos se quedaron, y Alemania tiene ahora dos millones y medio de turcos y cuatro millones de musulmanes, un poco más del cinco por ciento de la población. Este verano, el largamente ignorado peliagudo tema de su integración estalló cuando el ex directivo del Bundesbank Thilo Sarrazin publicó el libro “Deutschland schafft sich ab” (Alemania se desintegra), en el que plantea que la inmigración de los países musulmanes está produciendo la degradación progresiva de la nación alemana.

El debate alcanzó su punto álgido en octubre, cuando la canciller Angela Merkel dijo en un discurso ante la rama juvenil de su partido que el multiculturalismo, que ella definió como la idea “con la que convivimos ahora y con la que estamos contentos”, ha “fracasado por completo”. Merkel suavizó sus palabras diciendo que “el islam es ahora parte de Alemania”, pero también añadió que Alemania está definida por los valores cristianos y que “quienes no acepten esto están en el lugar equivocado”.

Si bien hay razones indudablemente políticas detrás de las inusualmente fuertes palabras de Merkel (está desesperada por conseguir el apoyo de los conservadores para recuperar puntos en las encuestas), su retórica, al igual que la de Sarrazin, ha conectado con una profunda ansiedad extendida entre la sociedad alemana.

“En Alemania la izquierda siempre ha colocado con éxito la etiqueta de ‘nazi’ a cualquiera que hablase de los problemas de la inmigración masiva”, explica Karl Schmitt, líder de un grupo anti islam llamado el Pax Europa Citizens’ Movement.
Schmitt fue un miembro activo de la Unión Demócrata Cristiana (UDC) de Merkel durante 15 años, hasta que se unió a este nuevo “partido de la libertad” que mantiene estrechos vínculos con el del líder anti islamista holandés Geert Wilders. Según él, la inmigración musulmana en Alemania se puede comparar a la colonización europea del continente americano. Citando pasajes del Corán para apuntalar su planteamiento, asegura que el islam es “una ideología hostil y maligna”. “Creemos que esta inmigración masiva es una ocupación”, afirma.

Todavía queda por ver los resultados que logra el partido en las elecciones que se celebrarán el año que viene en el estado de Berlín. Pero su mera existencia representa ya un cambio en Alemania, donde a diferencia de sus vecinos europeos no había hasta ahora un partido anti inmigración moderno y populista.

Existen varias teorías sobre las razones del estallido de este debate precisamente ahora. Algunos aseguran que Sarrazin y Merkel han roto un tabú y han permitido que afloren los crecientes temores sobre la pérdida de la cultura y los valores de Alemania.

Conservadores como el partido de la Unión Social Cristiana (el partido hermano del CDU en Bavaria) habla ya abiertamente de la necesidad de defender la herencia cristiana de Alemania. “EE UU es un país de inmigración. Alemania no es un país de inmigración”, dijo el mes pasado el secretario general del partido, Alexander Dobrindt. “Tenemos una cultura que ha crecido a lo largo de los siglos”.

Muchos alemanes parecen verdaderamente preocupados por que los inmigrantes puedan socavar su cultura. “Extranjeros como los ingleses, estadounidenses, italianos y griegos, por ejemplo, están bien integrados y traen su cultura con ellos, lo que veo bien”, dice Michael Schulz, de 42 años, uno de los más de 4.000 participantes en un foro online sobre inmigración abierto por Der Spiegel y al que ha entrevistado GlobalPost.

“El problema son los turcos”, explica Schulz. “Ciertas ideas sobre el papel de las mujeres, los derechos de las niñas, los problemas de los matrimonios pactados y los asesinatos por honor sólo se dan entre los musulmanes, y en Alemania la mayoría de ellos son de Turquía”. Este ciudadano de la Baja Sajonia se apresura a añadir que hay numerosos turcos que están bien integrados, que respetan la ley, para finalizar diciendo que “simplemente hay demasiados turcos en Alemania”.

La semana pasada el Gobierno de Merkel dejó claro que afrontará ese supuesto choque de culturas con el anuncio de que se perseguirán los matrimonios forzados, con penas de hasta cinco años de cárcel para quienes los pacten.
En el distrito de Pankow, donde tras fuertes protestas se construyó en 2008 la primera mezquita en lo que antes era Alemania Oriental, Christiane, en la cincuentena, dice sin rencor aparente que le preocupa que haya demasiados extranjeros en Alemania. Cuando se le pregunta si cree que el multiculturalismo ha fracasado, encoge los hombros. “Eso es difícil de saber. Vivimos completamente separados. No sé si a eso se le puede llamar fracaso”, opina.

Se quiera o no, la mayoría de los analistas coinciden en señalar que Alemania tiene que debatir sobre este asunto. Con una población envejecida y una falta de mano de obra cualificada, a Alemania cada vez le resultará más difícil mantener su economía basada en la industria y en la exportación, por no mencionar su sistema de bienestar, sin más inmigración.

“Ahora estamos discutiendo temas fundamentales para la sociedad alemana que no se han discutido antes”, asegura el escritor y analista Henryk Broder. “El genio está fuera de la botella y no creo que nadie vaya a ser capaz de volver a meterlo dentro. De hecho, creo que es un proceso muy saludable”.

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