domingo, 4 de septiembre de 2011

PADRE MALDONADO, MÁRTIR DE LA EUCARISTÍA


… El 10 de febrero de 1937, miércoles de ceniza, celebró la Eucaristía, impartió la ceniza y se dedicó a confesar. De pronto se presentó un grupo de hombres armados para apresarlo. El Padre Pedro tomó un relicario con hostias consagradas y siguió a sus perseguidores. Al llegar a la presidencia municipal, políticos y policías le insultaron y le golpearon. Un pistoletazo dado en la frente le fracturó el cráneo y le hizo saltar el ojo izquierdo. El sacerdote bañado en sangre, cayó casi inconsciente; el relicario se abrió y se cayeron las hostias. Uno de los verdugos las recogió y con cinismo se las dio al sacerdote diciéndole: «Cómete esto». Por manos de su verdugo se cumplió su anhelo de recibir a Jesús Sacramentado antes de morir…

Nació en Sacramento, Chihuahua, el 8 de Junio de 1892. Fue bautizado en la Parroquia del Sagrario el 29 del mismo mes. Hijo de Apolinar Maldonado y de Micaela Lucero. Tenía 17 años cuando Dios le llamó y, siguiendo los consejos de sus maestros, ingresó en el Seminario de Chihuahua. Las condiciones de pobreza por las que atravesaba el Seminario, en especial la deficiente alimentación, fueron la causa de que se desarrollara débil y enfermizo. Esta situación, unida a la suspensión de las clases, dadas las circunstancias difíciles por la Revolución de 1914, provocó que saliera del Seminario por un corto tiempo, dedicándose a aprender música.
En 1918 fue enviado a El Paso (Texas) para recibir las Órdenes Sagradas, pues el Obispo de Chihuahua, Don Nicolás Pérez Gavilán, estaba enfermo. La ordenación sacerdotal le fue conferida por el Obispo Don Jesús Schuler, la mañana de del 25 de Enero de 1918 en la Catedral de San Patricio. Celebró su primera Misa en la Parroquia de la Sagrada Familia en Chihuahua, el 11 de Febrero, festividad de la Virgen de Lourdes, a la que tenía una especial devoción.
Su primer destino fue San Nicolás de las Carretas, atendiendo al mismo tiempo la Parroquia de San Lorenzo, en 1918. El mismo año se le encomendó la atención de la Parroquia de San Francisco de Borja. En 1923 fue trasladado a la Parroquia de Santa Rosa de Lima, en Cusihuiriachic, pueblo minero en el que desplegó su celo por desterrar los vicios y las malas costumbres, especialmente aquellas que más afectaban la familia.
En Enero de 1924 fue nombrado Párroco de Santa Isabel y allí permaneció hasta su muerte en 1937.
Se dedicó con entusiasmo a la catequesis de niños. Con cantos, representaciones teatrales y otras actividades atraía a todos. Reorganizó las asociaciones existentes y fundó nuevos grupos de apostolado. Encendió el entusiasmo y la piedad de sus feligreses. Se incrementaron sobremanera la Adoración Nocturna y la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento. Fomentó el amor y la devoción a la Santísima Virgen María en sus diversas advocaciones, por medio de las Hijas de María y otras asociaciones marianas. Era apóstol incansable con tal de ganarse a todos para Cristo.
En 1926 se desató la terrible persecución religiosa que ya desde hacía años se preparaba en el seno de las logias. El culto público fue suspendido, se cerraron templos, seminarios y escuelas. E innumerables sacerdotes y seglares murieron en la desigual lucha que recordamos con el glorioso nombre de Cristiada.
Los lamentables arreglos entre el Episcopado y el gobierno del presidente Portes Gil, en 1929, no impidieron que en 1931 estallara una nueva persecución, más terrible todavía, en varios estados de la República Mexicana, entre ellos Chihuahua, siendo gobernador el general Quevedo. La razón manifiesta era hacer cumplir los decretos persecutorios, para quedar bien con el presidente Cárdenas, quien trataba de intensificar la enseñanza socialista en las escuelas. Los sacerdotes fueron nuevamente perseguidos y desterrados, se cerraron templos, los maestros fueron obligados a firmar declaraciones impías, se prohibieron las manifestaciones de protesta…
En 1934, el Padre Maldonado, preso , maltratado y amenazado por la policía, fue desterrado a El Paso, asombrando a sus perseguidores por su entereza y valor. Poco tiempo permaneció fuera de su patria. Tan pronto como le fue posible, aún con riesgo de su vida, regresó a Santa Isabel. Todavía convaleciente de unas fiebres, fue al lado de sus feligreses y dirigía y orientaba a sus fieles, combatiendo la masonería, la educación sexual en las escuelas, la embriaguez y los demás vicios. Fue especialmente devoto de Santa Teresita de Lisieux.
En 1936 decidió quedarse en un poblado cerca de Santa Isabel, La Boquilla del Río, donde una heroica familia cristiana había convertido su casa en oratorio, en la que casi públicamente celebraba los actos de culto.
El 10 de Febrero de 1937, Miércoles de Ceniza, se dedicó a confesar e imponer cenizas. Por la tarde se presento en la casa un grupo de hombres armados que iban  a aprehender al Padre. Las personas que allí estaban le avisaron y quiso salir a hablar con ellos, pero todos se opusieron y le hicieron salir por otra puerta para esconderse en un cuarto que había en una huerta cercana. Hasta allí lo siguieron los hombres armados, amenazando con quemar el cuarto si no salía. El Padre les dijo que esperaran a que le trajeran el sombrero. Una persona fue a la capilla y junto con el sombrero trajo en un relicario las hostias consagradas que habían quedado… Era lo que el Padre quería. Salió, tomó el relicario y el sombrero, y enmedio de aquella chusma, brincó la cerca. Ordenaron al Padre caminar delante de los caballos, descalzo, y seguidos por algunas personas, tomaron el camino de Santa Isabel. El Padre comenzó a rezar el Rosario y todos contestaban, menos los esbirros, que en ocasiones trataban de echarle los caballos encima.
Llegados a la Presidencia, el Padre pasó la puerta de entrada. Los que le estaban esperando impidieron la entrada de la gente que le acompañaba. Al entrar, el Presidente Municipal lo tomó por los cabellos y le propinó un golpe. Al llegar al segundo piso, Andrés Rivera, cacique de los políticos de la región, lo recibió con un tremendo pistolazo en la frente, quebrándole el cráneo en círculo y saltándole casi el ojo izquierdo. De ahí, los esbirros siguieron golpeando al indefenso Sacerdote con las culatas de los rifles, arrastrándole por las escaleras hasta el segundo piso. Allí quedó tirado, inconsciente , bañado en su sangre inocente, y apretando el relicario en su pecho. Los malhechores se dispersaron.
Unas mujeres fueron a Chihuahua a pedir garantías al Gobernador. Este se limitó a enviar una comisión de la policía secreta para que recogiera al herido. Cuando estos llegaron a Santa Isabel, el Padre permanecía tirado en el piso, moribundo, semiinconsciente, lleno de golpes y heridas en todo el cuerpo. Los policías levantaron un acta haciendo constar el estado en el que lo recibirían, para que si a ellos se les moría en el camino, no los culparan. Lo echaron en una camioneta y lo llevaron a Chihuahua, entregándolo en el Hospital Civil.

Padre Maldonado
El señor Obispo Don Antonio Guízar y Valencia, al saber lo ocurrido, envió  a los Padres Espino y Gutiérrez para que vieran que se podía hacer por el Padre. Dice el Padre Gutiérrez: “lo encontré en un estado verdaderamente lastimoso e irreconocible a causa de las heridas y los golpes que tenía. Estaba inconsciente y casi agónico. Tenía el cráneo materialmente levantado, la cara golpeada, los dientes quebrados, las manos arañadas y una pierna quebrada. Esto era lo que a primera vista se veía”. El Padre Gutiérrez le impartió la absolución, los santos óleos y la bendición papal, y salió a avisar al Obispo y a los familiares del Padre.
El 11 de Febrero, festividad de la Virgen de Lourdes, en el 19º aniversario de su cantamisa, a las cuatro de la mañana, entregaba su vida al Señor. Poco antes de morir, el Padre Espino separó la mano derecha del Padre, que tenía aferrada sobre el pecho, el relicario, vacío.

Entierro del P. Maldondo
El cadáver fue llevado a la Casa Episcopal y ataviado con los ornamentos sacerdotales fue colocado en un sencillo ataúd en la capilla ardiente que se improvisó en la sala, y comenzó el gran desfile de los fieles de la ciudad y de los poblados cercanos, en imponente e interminable manifestación de tristeza y admiración.

“TU ES SACERDOS IN ÆTERNUM”

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