La capital está tapizada de carteles anti-islámicos y varios cientos de personas se congregaron recientemente para oponerse a la construcción de una mezquita.Los manifestantes llevaban pancartas en las que pedían el “fin a la islamización”, además de carteles repartidos por toda la ciudad en los que aparecía una mujer con un chador negro y minaretes en forma de misiles a sus espaldas.
Los contra manifestantes, separados por un cordón policial, les acusaban de “fascistas” y “racistas”. Lo más sorprendente de la protesta es que a diferencia de otros países europeos occidentales, donde hay millones de musulmanes, en Polonia, un país con 38 millones de habitantes, sólo viven 30.000 musulmanes.
(Varsovia, Polonia). El islamismo como problema político ha llegado a Polonia. Antes fueron Suiza, que prohibió (a través de un referéndum) la construcción de nuevas mezquitas. O Francia y Bélgica que analizan sanciones contra las mujeres que se cubren la cara en público (en Bélgica ya se ha prohibido el velo integral en espacios públicos), aunque en este caso se trata de algo distinto ya que buscan defender la integridad de la mujer y fomentar la seguridad ciudadana. Y también la Liga nacionalista del Norte de Italia que quiere que las mezquitas queden al menos a un kilómetro de las iglesias.
“Queríamos iniciar un debate público”, declaró Piotr Slusarczyk, uno de los líderes de las recientes manifestaciones en Varsovia pidiendo el "fin a la islamización", al periódico Rzeczpospolita. “Estamos advirtiendo contra el islamismo radical en Europa”.
Samir Ismail, un doctor kuwaití de origen palestino que lleva más de 20 años en Polonia, es el líder de la recientemente formada Liga Musulmana. Dice que para los 10.000 musulmanes de la capital, la mezquita que se planea construir y contra la que se manifestaron Slusarczyk y sus seguidores será simplemente un lugar de oración. Destaca que la comunidad ha sido cuidadosa y para no ofender a nadie han optado por un minarete de 14 metros de alto, en lugar de los 23 que autoriza el permiso de construcción.
“No queremos crear malentendidos”, declaró Ismail al periódico Gazeta Wyborcza. “Somos conscientes de que tenemos un problema de aceptación”.
Los roces con la pequeñísima minoría musulmana son una señal de la creciente normalización e integración de Polonia en la Unión Europea. En la época comunista prácticamente no había inmigrantes. Pero a medida que el país fue teniendo más poder económico, comenzó a atraer a extranjeros, desde los ucranianos que trabajan en la construcción o como ayuda doméstica, hasta los chechenos musulmanes que han escapado de la represión rusa.
En cierto modo, la creciente diversidad de Polonia representa un regreso al pasado. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Polonia era una sociedad multinacional y la etnia polaca representaba sólo dos tercios de la población. El país tenía una importante población de ucranianos, judíos y alemanes, así como también una pequeña minoría musulmana, los tártaros que provenían de las hordas de Genghis Khan y que habían aterrorizado Europa en la Edad Media.
Varios miles de tártaros se establecieron en Polonia y Lituania en el siglo XIV y a pesar de perder su idioma, nunca abandonaron su religión. Después de la Segunda Guerra Mundial, Polonia se convirtió en un país completamente diferente. La mayoría de judíos habían sido asesinados por los alemanes y los que sobrevivieron decidieron marcharse. Los alemanes fueron expulsados. Las fronteras se desplazaron unos cientos de kilómetros hacia el oeste con lo cual ya tampoco había grandes minorías de ucranianos ni bielorrusos.
Después de 1945, Polonia quedó prácticamente con una etnia, la polaca. Una de las pocas minorías eran los tártaros, que tienen dos ciudades en el noreste de Polonia, cada una con una pequeña mezquita.
Los nuevos inmigrantes musulmanes como Samir Ismail, tienen muy poco en común con los tártaros, que llevan siglos integrados en la vida polaca. Este grupo incluso tenía su propia división de caballería antes de la guerra.
Ismail y otros musulmanes crearon su propia organización en el año 2003 con el objetivo de defender los intereses de los nuevos inmigrantes, entre ellos, la necesidad de tener un lugar de culto. Desde entonces, y con la ayuda de patrocinadores saudíes, han intentado construir una mezquita en Varsovia.
Ahora que el proyecto está punto de concluir, algunos polacos nacionalistas han manifestado su ira porque temen que el país se vea involucrado en los mismos problemas que otros países de Europa occidental. “Tenemos el ejemplo de otros países donde se abusa de la noción de libertad religiosa”, afirma Slusarczyk.
Sin embargo, las leyes polacas no permiten ningún tipo de discriminación. “Hace mucho tiempo que se autorizó esta inversión”, defiende Tomasz Andryszczyk, portavoz del ayuntamiento de Varsovia. “¿Qué se supone que debemos hacer ahora? Sería negativo si el proyecto se encontrara ahora con algún problema”.
Los contra manifestantes, separados por un cordón policial, les acusaban de “fascistas” y “racistas”. Lo más sorprendente de la protesta es que a diferencia de otros países europeos occidentales, donde hay millones de musulmanes, en Polonia, un país con 38 millones de habitantes, sólo viven 30.000 musulmanes.
(Varsovia, Polonia). El islamismo como problema político ha llegado a Polonia. Antes fueron Suiza, que prohibió (a través de un referéndum) la construcción de nuevas mezquitas. O Francia y Bélgica que analizan sanciones contra las mujeres que se cubren la cara en público (en Bélgica ya se ha prohibido el velo integral en espacios públicos), aunque en este caso se trata de algo distinto ya que buscan defender la integridad de la mujer y fomentar la seguridad ciudadana. Y también la Liga nacionalista del Norte de Italia que quiere que las mezquitas queden al menos a un kilómetro de las iglesias.
“Queríamos iniciar un debate público”, declaró Piotr Slusarczyk, uno de los líderes de las recientes manifestaciones en Varsovia pidiendo el "fin a la islamización", al periódico Rzeczpospolita. “Estamos advirtiendo contra el islamismo radical en Europa”.
Samir Ismail, un doctor kuwaití de origen palestino que lleva más de 20 años en Polonia, es el líder de la recientemente formada Liga Musulmana. Dice que para los 10.000 musulmanes de la capital, la mezquita que se planea construir y contra la que se manifestaron Slusarczyk y sus seguidores será simplemente un lugar de oración. Destaca que la comunidad ha sido cuidadosa y para no ofender a nadie han optado por un minarete de 14 metros de alto, en lugar de los 23 que autoriza el permiso de construcción.
“No queremos crear malentendidos”, declaró Ismail al periódico Gazeta Wyborcza. “Somos conscientes de que tenemos un problema de aceptación”.
Los roces con la pequeñísima minoría musulmana son una señal de la creciente normalización e integración de Polonia en la Unión Europea. En la época comunista prácticamente no había inmigrantes. Pero a medida que el país fue teniendo más poder económico, comenzó a atraer a extranjeros, desde los ucranianos que trabajan en la construcción o como ayuda doméstica, hasta los chechenos musulmanes que han escapado de la represión rusa.
En cierto modo, la creciente diversidad de Polonia representa un regreso al pasado. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Polonia era una sociedad multinacional y la etnia polaca representaba sólo dos tercios de la población. El país tenía una importante población de ucranianos, judíos y alemanes, así como también una pequeña minoría musulmana, los tártaros que provenían de las hordas de Genghis Khan y que habían aterrorizado Europa en la Edad Media.
Varios miles de tártaros se establecieron en Polonia y Lituania en el siglo XIV y a pesar de perder su idioma, nunca abandonaron su religión. Después de la Segunda Guerra Mundial, Polonia se convirtió en un país completamente diferente. La mayoría de judíos habían sido asesinados por los alemanes y los que sobrevivieron decidieron marcharse. Los alemanes fueron expulsados. Las fronteras se desplazaron unos cientos de kilómetros hacia el oeste con lo cual ya tampoco había grandes minorías de ucranianos ni bielorrusos.
Después de 1945, Polonia quedó prácticamente con una etnia, la polaca. Una de las pocas minorías eran los tártaros, que tienen dos ciudades en el noreste de Polonia, cada una con una pequeña mezquita.
Los nuevos inmigrantes musulmanes como Samir Ismail, tienen muy poco en común con los tártaros, que llevan siglos integrados en la vida polaca. Este grupo incluso tenía su propia división de caballería antes de la guerra.
Ismail y otros musulmanes crearon su propia organización en el año 2003 con el objetivo de defender los intereses de los nuevos inmigrantes, entre ellos, la necesidad de tener un lugar de culto. Desde entonces, y con la ayuda de patrocinadores saudíes, han intentado construir una mezquita en Varsovia.
Ahora que el proyecto está punto de concluir, algunos polacos nacionalistas han manifestado su ira porque temen que el país se vea involucrado en los mismos problemas que otros países de Europa occidental. “Tenemos el ejemplo de otros países donde se abusa de la noción de libertad religiosa”, afirma Slusarczyk.
Sin embargo, las leyes polacas no permiten ningún tipo de discriminación. “Hace mucho tiempo que se autorizó esta inversión”, defiende Tomasz Andryszczyk, portavoz del ayuntamiento de Varsovia. “¿Qué se supone que debemos hacer ahora? Sería negativo si el proyecto se encontrara ahora con algún problema”.
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