Pero… ¿realmente el mundo acabará dentro de dos años? Todo depende de cómo se interprete el concepto de “final de los tiempos”. Fuera de las imágenes que presenta Hollywood en películas que aprovechan el miedo de moda para conquistar la taquilla —antes del 2012 estaban Armagedón e Impacto profundo—, esta etapa profetizada puede referirse a un cambio en la forma de vida.
La bióloga Pamela Rebolledo Garín, encargada del Programa Pantanal de la WWF, es una de las científicas que apoyan esta teoría. Pamela cree que “nos damos cuenta de que si no modificamos nuestros hábitos, que afectan al planeta, estamos en riesgo, ya que nosotros formamos parte de un sistema en peligro”.
Mas, Rebolledo considera que el fin del mundo es algo aún muy lejano. “Es muy irresponsable hablar de una extinción masiva en un futuro cercano. Hasta ahora, nosotros (la comunidad científica) manejamos escenarios, positivos o negativos, pero son sólo proyecciones”. Una risa acompaña su comentario de que “sólo Dios sabe cuándo acabará el mundo”.
Los investigadores dudan de cualquier profecía. “Si anuncian que se va a acabar el mundo… ¡Díganme por qué!”, reclama el director del Laboratorio de Física de la Atmósfera, Francesco Zaratti. Para él, cada una de estas predicciones necesita de un argumento que permita su credibilidad, especialmente si arguyen desastres naturales y fenómenos astronómicos como causa. “Si va ser un meteorito lo que nos extermine, que digan cuál y de dónde sacan los datos. Pero, si aseguran que es un ángel… entonces sólo podemos esperar a ver qué pasa, mas no creeremos”.
El físico y técnico del planetario Max Schreier Rubber Muñoz Sánchez asegura que, si pasa algo el 2012, no será por
culpa del espacio. “Hay instituciones alrededor del mundo que vigilan los cielos en busca de amenazas... no han encontrado ni una”, informa tranquilo. También rechaza la teoría que, en la fecha del “fin”, habrá una alineación planetaria con el centro de la galaxia que causará el cataclismo.
Por su parte, el investigador Marcos Andrade Flores ironiza respecto a la fiabilidad del calendario maya. “No porque tu almanaque casero termina el 31 de diciembre se acaba el mundo”, argumenta.
Tampoco los científicos aceptan los desastres naturales como prueba de la “agonía” del planeta. La explicación es menos tétrica: terremotos, volcanes y tsunamis se sienten más porque hay más gente. “Todo el tiempo hay terremotos. Con esos números es obvio que en algún momento se mueva un lugar con gente”, expresa Muñoz al mostrar los registros diarios de la página del Centro Sísmico de EEUU que monitorea estos fenómenos.
Sin embargo, ninguno de los científicos desestiman un potencial Armagedón. Pero la causa no es una alineación cósmica ni tienen fecha programada. “El fin puede llegar en cualquier momento ocasionado por el hombre —asegura Zaratti— puede ser una guerra nuclear o que continuemos acabando con los recursos del planeta. Pero esto no se dará en dos años, y no creo que la humanidad llegue a ese punto de autodestrucción”.
Incluso hay estudiosos del misticismo y esoterismo que creen que el cataclismo se dé el 2012. “Se podría decir que es el final, pero del modo en el que nos manejamos actualmente —aclara el arquitecto y esotérico Rolando Tapia—lo que llegará no es la desaparición del planeta, sino la evolución del hombre mediante el autosacrificio. A lo menos así interpreto yo lo que nos dice el calendario maya”. Según indican los análisis que hace Tapia, el famoso 21 del 12 de 2012 sería, en realidad, un código numérico que puede ser traducido gracias a las cartas del tarot y el I-ching (método de adivinanza chino).
Mientras sus manos barajan los naipes, Rolando confiesa que entender las “profecías” que se refieren al cambio no es nada fácil. Para el experto en simbología sagrada, es importante tener en cuenta que en los registros milenarios nada es lo que parece y lo que se ve a simple vista es una ilusión.
La Iglesia Católica es consciente del cuidado que se requiere a la hora de estudiar textos sagrados, especialmente porque una de las bases de la doctrina cristiana es utilizada para anunciar el fin de los tiempos. El biblista y sociólogo laico de la Conferencia Episcopal de Bolivia (CEB), Marcos Genaro Mercado, no recomienda tomar todo lo escrito en la Biblia literalmente, ya que los textos corresponden a épocas en las que se utilizaba un lenguaje muy simbólico para transmitir el mensaje a las masas.
“Es importante separar el ropaje de la palabra de Dios, porque hay muchos factores que deforman las ideas y pueden causar miedo innecesario”, asegura Mercado. Según el experto, gran parte de los libros que componen la Biblia fueron redactados utilizando la técnica de la cratofanía, que consiste en la presentación de figuras literarias para transmitir información.
Este tipo de escritura fue utilizada durante el tiempo de Jesús y en la época en la que se redactó el Apocalipsis. En este caso, las imágenes del texto aluden a la esperanza y a reafirmar la fe del lector en Dios, sobre todo. “Juan utiliza los desastres naturales y la destrucción universal para dar a entender que, tanto las leyes de los hombres como de la naturaleza son falibles, en cambio Dios no”, afirma, desechando la idea que el Apocalipsis sea una predicción del “fin del mundo”. “Lo que anuncia es el regreso de Jesús y la transición a un mundo mejor”, sostiene.
En los Andes tampoco existe la creencia en el Armagedón. Se piensa que se dará un cambio en la forma de vida, la ideología y la política. Este fenómeno, aclara el antropólogo Milton Eyzaguirre, es el Pachakuti, cuando el mundo se vuelca al revés.
Y este evento no sólo niega cualquier destrucción planetaria futura, sino que indica que ya pasó con anterioridad. “La mitología andina considera que ya hubo cambios anteriores —la época tiwanakota, los reinos aymaras y el imperio Inca y la conquista— también algunos dicen que, en realidad, el último pachakuti ya puede haber pasado”, asegura.
Todas las pruebas indican que el planeta durará mucho. Pero, incluso los científicos admiten que habrá que esperar al 21 de diciembre de 2012 para ver si hay un Apocalipsis o, lo más probable, resulte que no hay que creer en el calendario maya.
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