miércoles, 25 de mayo de 2011
¿Hermanos mayores en la fe?
«Dios de nuestros padres, habéis elegido a Abraham y a sus descendientes para llevar vuestro nombre a todas las naciones. Estamos profundamente entristecidos por el comportamiento de aquellos que, en el curso de la historia, hicieron sufrir a vuestros hijos y, rogando vuestro perdón, queremos comprometernos a una verdadera hermandad con el pueblo de la Alianza».
Estas son las palabras del “mea culpa” que el Papa Juan Pablo II llevó, como cualquier otro hebreo, al pie del muro de las lamentaciones. No habían pasado aún 15 días desde la petición solemne de la Iglesia, o de los hombres de Iglesia, no se sabe bien, pues las expresiones no son muy claras. Desde luego, lo importante es que a los ojos del mundo la Iglesia ha pedido perdón por sus faltas... y ha vuelto a ser humillada, causando escándalo en tantas almas católicas. Era un objetivo esperado por los enemigos de la Iglesia, y parece que lo van consiguiendo.
Esperábamos que el Vicario de Cristo recordara, al pasar por los lugares que santificó la presencia del Hijo de Dios hecho hombre, del Mesías esperado por el pueblo de Israel desde hacía cuatro mil años y que ellos mismos rechazaron, las palabras del primer Papa: «Varones israelitas, escuchad estas palabras: Jesús de Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con privilegios, prodigios y señales que Dios hizo por Él en medio de vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, entregado según los designios de la presciencia de Dios, lo alzasteis en la cruz, le disteis muerte por mano de los infieles. Pero Dios, rotas las ataduras de la muerte, lo resucitó, por cuanto no era posible que fuera dominado por ella... Tenga, pues, por cierto toda la casa de Israel que Dios le ha hecho Señor y Cristo a este Jesús, a quien vosotros habéis crucificado» (Hech. 2, 22-24 y 36). Pero no, olvidábamos que en el ecumenismo actual, y más en Israel, Nuestro Señor Jesucristo molesta; lo más cómodo, lo más “prudente” es dejarlo de lado, no insistir demasiado...
La intención de Juan Pablo II era clara en ese sentido: «Mi viaje es una peregrinación, con espíritu de humilde gratitud y esperanza, a los orígenes de nuestra historia religiosa. Es un tributo a las tres tradiciones religiosas que conviven en esta tierra... Pido al Señor que mi visita contribuya a incrementar el diálogo interreligioso, que impulse a judíos, cristianos y musulmanes a encontrar en sus respectivas creencias y en la fraternidad universal que une a todos los miembros de la familia humana, la motivación y la perseverancia para trabajar a favor de la paz y la justicia que los pueblos de Tierra Santa no poseen aún y que anhelan tan profundamente».
Por otra parte, y dirigiéndose esta vez a los rabinos jefes en el Hechal Shlomo el 23 de marzo les decía: «Personalmente, siempre he deseado estar incluido entre quienes trabajan, por ambas partes, para superar antiguos prejuicios y asegurar un reconocimiento aún más amplio y completo del patrimonio espiritual que judíos y cristianos comparten. Deseo repetir lo que ya dije con ocasión de mi visita a la comunidad judía de Roma, es decir que los cristianos reconocemos que el legado religioso judío es intrínseco a nuestra propia fe: Sois nuestros mayores».
¿Nuestros hermanos mayores? San Pablo, dirigiéndose a los Gálatas (4, 22-31), les recuerda que Ismael, primogénito de Abraham, como fruto natural de su esclava Agar, figura la Sinagoga de los judíos, que se gloría de venir de la carne de Abraham. Isaac, en cambio, que nace milagrosamente de acuerdo a la promesa divina, de Sara la estéril, representa y figura a la Iglesia, que ha surgido, como Isaac, por la fe en la Promesa de Cristo. No es, por tanto, la descendencia carnal de Abraham lo que salva, sino su unión espiritual por la fe en Cristo. Y el pueblo judío, formado como está en Abraham, no es precisamente por su unión carnal con Abraham, por lo que se salva, sino asemejándosele en la fe, creyendo en Cristo. De modo, que hermanos mayores en la fe son únicamente los que creyeron en Jesucristo, en el Mesías que había de venir. Pero de ninguna manera puede decirse de aquellos que lo negaron y que continúan negándolo. No tenemos la misma fe, no creemos lo mismo que los judíos aferrados a sus errores; para ellos es un impostor y blasfemo; para nosotros, y es la realidad, es el Hijo de Dios, es el Mesías anunciado en el Antiguo Testamento y que cumple perfectamente todas las profecías que lo anunciaban.
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