jueves, 4 de noviembre de 2010

Fiesta de las Sagradas Reliquias

Después de haber celebrado el día de todos los Santos, o sea, la fiesta de todas las almas que han entrado en el cielo, la Iglesia honra hoy las santas reliquias de sus cuerpos, que en la tierra quedan, esperando la resurrección gloriosa, de que son prenda segura.
Desde los primeros tiempos de la Iglesia se celebraban en las catacumbas los santos misterios sobre las tumbas de los mártires, para unir su sacrificio al del Salvador.

Más tarde, en Roma, se erigieron basílicas en su honor; vastos relicarios que albergaban el sepulcro de los mártires más célebres. Los restos de quienes habían confesado su fe por el martirio se depositaban bajo el altar mayor, o confesión de las basílicas que se les consagraban; de ahí procede la costumbre de la traslación de las reliquias de los mártires, parte esencial de la ceremonia de la dedicación de una iglesia, así como también la de colocar reliquias de los santos mártires en todos los altares, en el hueco de una pequeña cavidad del ara, llamada tumba.

La misa de las santas reliquias se halla compuesta en gran parte de pasajes entresacados de la liturgia de los mártires.


Reliquias; Documentos Históricos
Por; José García, ichr. Guardián de las Sagradas Reliquias

Reliquias de San Juan Bautista


Si abordamos la temática de las sagradas reliquias desde un punto de vista científico e, incluso, cultural, debemos compartir totalmente la idea reflejada por D. Andrés Brito, Delegado en Canarias del Centro Español de Sindonología, en su tesis sobre las mismas, y en donde afirma que las santas reliquias, por el hecho de tratarse de objetos físicos susceptibles de una investigación científica y arqueológica, pueden y deben ser consideradas Documentos Históricos en toda regla, por cuanto que llevan impresa una huella, son portadoras de una información veraz de personajes históricos determinados, que nos llega a nuestros días de una forma contundente y en primera persona.
Personalmente pienso que existe un tipo de acción recíproca entre la mente y la materia en el momento en que ambas interactúan entre sí, de forma que cuando la mente se posa sobre un objeto, deja sobre el mismo una marca imperecedera e insensible que lo hace único y especial, del mismo modo que un isótopo radiactivo deja su marca sobre una sustancia clínica.

Esta marca invisible será tanto más fuerte cuando más haya sido percibido el objeto en cuestión, con lo cual, aquellos objetos que hayan pertenecido a una persona, son los que tienen mayor poder de evocarla, por poseer una mayor impregnación energética de la misma.

Y al igual que la mujer hemorroísa de los Evangelios, que creía para si misma que si tocaba aunque fuera la orla el manto de Jesús quedaría curada, y por su fe, así sucedió, o como aquellos otros enfermos que eran curados con la simple sombra de Pedro, o con los pañuelos y delantales de los Apóstoles, y como tantos otros cientos y miles de curaciones inexplicables ocurridas por mediación de las santas reliquias a lo largo de la Historia del Cristianismo, con todos esos testigos de tales prodigios, podemos decir que no tocamos las reliquias y las veneramos por ellas mismas, sino por el Santo al que evocan y representan, testigos del Amor de Dios, y templos innegables de la presencia Divina y la fuerza salvadora de Cristo.

Como documentos históricos, nos sitúan en una época concreta, en una vida concreta, junto a un o unos personajes concretos, y nos narran una Historia, unas vivencias, unas palabras, unos ejemplos, unas virtudes y unos hechos de forma inconfundible y contundente. Toda una biografía encriptada bajo la apariencia de un fragmento de tela, de un pedazo de hueso, de un cabello, de una gota de sangre, o la cuenta de un rosario… mudos testigos de la esperanza de quienes supieron amar a Dios, dejarse amar por Dios, y esperar, de su Voluntad y Misericordia, un destino, en ocasiones trágico, pero glorioso, rubricado con su propia sangre, y coronado con el Amor a Dios y a la Santa Iglesia, que los ha elevado al honor de los Altares, junto a Cristo, de quien ahora son sus “amigos” y “testigos”.

Toda una evocadora cadena de premisas que, escondidas bajo las simples apariencias, al igual que sucediera con las Especies Sacramentales, nos son entregadas para saber leerlas y, obtenida su sabiduría, aplicarlas a nuestras propias vidas, en vistas a ser también nosotros portadores de la información que dichos documentos nos aportan.

La Iglesia por ese motivo protege esas reliquias, por cuanto que son libros abiertos, documentos auténticos portadores de esa información, y nos propone su veneración en un acto de compartirlos con nosotros. Nuestra respuesta a dicha veneración es la que marcará el nivel de aceptación de esos documentos y cuanta información encriptada aportan, y por supuesto, nuestra disponibilidad a aprender de ella, ponerla en práctica en nuestras vidas y transmitirla a otras personas.

Es por esta simple razón por la que considero a las reliquias como objetos portadores de una cultura que son fuente maravillosa de virtud por cuanto que las practicaron heroicamente aquellas personas a quienes pertenecieron estos documentos-reliquias.

Y al igual que un libro, del que solo podrá sacar provecho quien sepa leer y comprender lo que hay allí escrito, en el caso de las reliquias podrá sacar mayor provecho quien sea más consciente de la realidad cultural, antropológica, arqueológica, teológica e histórica en general que las mismas poseen, y estén dispuestos a aprovecharlas de forma auténtica.

Ocurre no obstante que se presta sobremanera a la controversia el hecho de hallarnos ante documentos históricos (entiéndase, reliquias) de personajes Cristianos, que el de hallarnos ante idénticos documentos de cualquier otro personaje histórico, cualquiera que éste sea.

Se da por cierto y verídico el hallazgo de tumbas de faraones de antiquísimas dinastías egipcias, pero se pone en tela de juicio la realidad existencial de un personaje que logró dividir la Historia en dos partes, antes y después de Cristo.

No cabe duda de que hay oscuros intereses que se han movido siempre para menospreciar y desprestigiar las reliquias de los más influyentes personajes que ha dado la Historia. O cabe la posibilidad igualmente del hecho de que, precisamente por tratarse de personajes de profunda influencia en la Historia, no se les permite el más mínimo error en cuanto a la posible autenticidad o no de sus reliquias.

En este caso no podemos decir que “la ausencia de pruebas es prueba de ausencia” puesto que las reliquias, para bien o para mal, están ahí. Tampoco podemos afirmar a ciencia cierta que la existencia de una “reliquia” es prueba histórica de autenticidad de un personaje, mientras no esté confirmada la autenticidad de la misma, en cuyo caso, la cosa cambia considerablemente. Una reliquia, en este caso, no dejará de ser una prueba sensible de la existencia de tal o cual personaje y de todo su mundo. No obstante, siempre quedará el beneficio de la duda, para la existencia para unos, para la no existencia para otros.

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