La anciana de la imagen que cierra los ojos extasiada dejó por un instante de pensar en su futuro y en su pasado más cercano. Se concentró exclusivamente en el presente.
Su pasado es fácil imaginarlo: Lo perdió todo el día en que galoparon los jinetes del Apocalipsis sobre Japón. Primeró vivió la intensidad de un terremoto nunca sentido en su larga vida (9 grados en la escala de Richter) y luego su casa fue arrastrada y destruida por el empuje infernal del tsunami, una pared de océano de hasta 14 metros de altura que engulló la tierra donde ella vivía: Fukushima.
Es fácil imaginar el trauma por el que ha pasado la anciana observando de nuevo las imágenes del tsunami arrastrando todo a su paso. Y si este pasado reciente de la anciana es espeluznante, qué decir de su futuro. No sabemos qué suerte corrieron sus familiares y amigos, pero lo que le espera por delante es un centro de acogida y una pesadilla nuclear en ciernes, con una central atómica no muy lejos de allí, donde las autoridades luchan por evitar que siga filtrando radiactividad letal que podría contaminar durante muchos años su tierra y su cuerpo.
Sin embargo, hay algo que, por su edad, debe haber vivido. Japón fue castigado doblemente por EU con un infierno nuclear —Hiroshima y Nagasaki—, pero Japón es también el país que se levantó de esas ruinas y supo mirar al futuro sin ira, progresando hasta convertirse en una superpotencia económica y pacífica. Este pasado resuelto exitosamente es el que da esperanzas a los japoneses en el futuro; también a la anciana.
Pero no insistamos más con su pasado o su futuro; centrémonos de nuevo en el presente, en ese momento de relajación que siente la mujer gracias a que al centro de acogida donde está refugiada llegó ayer un equipo de niños voluntarios para hacer a todos la vida más agradable.
El niño probablemente no ha dado un masaje en su vida y sus pequeñas manos sean inexpertas, pero esos segundos de masaje sobre los hombros son suficientes para devolver a la anciana un instante de alegría, de esperanza en la vida. No más temblores, tsunamis ni radiaciones, sólo unas pequeñas manos dando un pequeño e inexperto masaje.
¿No es este presente la imagen misma de la felicidad?
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