sábado, 25 de septiembre de 2010

NO HAY PECADO MÁS GRAVE QUE PROFANAR EL NOMBRE DE DIOS

Tomado de Revista Tradicion Católica

Extracto del sermón de Monseñor Lefebvre tras el anuncio de la reunión ecuménica de Asís.

Ecóne, 27 de junio de 1986

(...) Si queremos practicar la caridad según los Mandamientos de la Ley de Dios, hay que señalar en primer lugar que los primeros se dirigen a Dios y expresan el amor de Dios. El catecismo del Concilio de Trento nos recuerda que aparecen en dos tablas, en una los tres primeros, que hacen referencia al amor de Dios, y en la otra los que se refieren al amor del prójimo. ¿Por qué esta distinción? Porque hay una diferencia enorme entre Dios y los hombres, entre Dios y el prójimo. Dios es Dios. Dios es nuestro Creador. Y el primer Mandamiento de la Ley de Dios es precisamente ése: "Adorarás a Dios. Amarás y adorarás a un solo Dios." Un solo Dios.

"NO HAY OTRO DIOS QUE YO"

Y en la Escritura, se nos dice en el Decálogo: «No tendrás a otro Dios fuera de Mí». «No tendrás otros dioses fuera de Mí, no aceptarás a dioses extranjeros». Y Dios tiene el derecho de decirlo. Es el único que tiene este derecho. Nadie más que Él puede decir a los ángeles, a los hombres, a todas las criaturas: «No tendréis otro Dios fuera de Mí. ¿Por qué? Porque soy Yo quien os ha creado, quien os ha concebido y quien os ha hecho. Soy Yo quien os ha dado todo. No tenéis más que un Dios y a éste adoraréis». ¡Qué lección, queridos hermanos! Cuan útil es hoy recordar este primer Mandamiento bajo cuyo dominio está toda nuestra vida y bajo el cual estará nuestra vida eterna. Adorar a Dios y no adorar más que a un solo Dios: el Dios que nos ha creado, que nos ha hecho, el Dios que nos mantiene en la existencia y sin el cual no seríamos nada. Nuestro Señor nos lo ha repetido. Sin Mí no podéis hacer nada. Y en efecto, sin Dios, no podemos hacer nada. Permanezcamos unidos a estos Mandamientos de Dios y en particular al primer Mandamiento que nos obliga también a creer, a tener fe. Dios nos lo ha dicho: «El que crea se salvará, el que no crea se condenará». Tiene el derecho de decirlo. Tiene derecho a que nuestra inteligencia le obedezca a creer en su palabra, en lo que nos revela, a creer en el camino que ha escogido para nuestra redención, para nuestra salvación. Solamente hay una: es Nuestro Señor Jesucristo.

Es Dios mismo, crucificado en el madero de la Cruz. Éste es el camino de nuestra salvación, escogido por Él con todo el derecho para escogerlo, algo que nadie le podrá rebatir. ¿Quién como Dios? ¿Quién puede pedir cuentas a Dios por los caminos que Él va trazando? ¿Acaso nosotros, pobres criaturas insignificantes que, como las flores del campo y tal como dicen os salmos, nos ponemos mustios con un leve soplo? Hoy florecen y mañana, ajadas, se las amontona con los desperdicios. ¿Qué somos? Nada. ¿Nos atreveremos a plantearle a Dios por qué escogió el camino que recorrió para salvarnos? El quiso la Cruz. Por nuestra parte debemos seguirle y cargar con nuestra cruz tras El, imitarle en el camino de la Cruz hasta derramar la sangre, odiando el pecado y por amor a Dios, hasta dar nuestra vida por Él y por nuestro prójimo movidos por el amor de Dios. Ésta es la gran lección que no podemos olvidar hoy. No hay pecado más grande que profanar el nombre de Dios, mancillar su nombre, despreciarlo. No hay culpa más grave que pueda cometer el hombre que olvidarse de Dios, vivir como si Dios no existiera. Es un desprecio propio de insensatos.

Los salmos lo dicen: Dios mira a la tierra para ver si los hombres lo buscan, si piensan en Él y no encuentra ni a uno solo. ¿Acaso esto no sigue siendo una realidad hoy? ¿Qué hombres honran a Dios tal como Dios debe ser honrado, es decir por Nuestro Señor Jesucristo? Ésta es la cuestión que debemos plantearnos: ¿nosotros mismos, vivimos este primer Mandamiento de la Ley de Dios? ¿Honramos verdaderamente a Dios? ¿Forma parte Dios de nuestra vida? ¿Está continuamente presente en nuestro espíritu, en nuestras mentes, en todos los acontecimientos, en todas las decisiones que tomamos, cuando debemos elegir algo, está siempre presente Dios? ¿Tenemos presente a Nuestro Señor Jesucristo? No hay pecado más grave que alejarse de Dios, despreciarlo, olvidarlo y serle infiel. La infidelidad es el pecado contra la Fe y consiste precisamente en alejarse de Nuestro Señor y de manera especial poner a Jesucristo a la misma altura que los otros dioses. Me parece que no hay pecado más grave que ése. Si Nuestro Señor, si Jesús, si Dios ha dicho a los fieles del Antiguo Testamento: no hagáis caso de los dioses extranjeros pues Yo soy el único Dios al que debéis dar honra, cabe preguntarse qué es lo que se pasa actualmente. ¿Estamos ciegos? ¿Estamos sordos? Preguntémonos qué ha ocurrido en nuestra querida Iglesia Católica para que se llegue a poner a los falsos dioses de los infieles a la misma altura de Aquel que nos ha creado, que es el Maestro del universo y que hoy mismo podría hacer desaparecer estas montañas que se levantan ante nosotros como se puede derribar un castillo de arena. Lo veremos sin duda al final de los tiempos.

HAY QUE VOLVER A PONER A NUESTRO SEÑOR EN SU LUGAR DE HONOR

Ante esta mentira, ante estos pastores que pierden la fe y que nos la hacen perder, que nos conducen por el camino de la apostasía y del error, ¿qué debemos hacer? ¿Cuál debe ser nuestra conducta? Proclamar una vez más el primer Mandamiento de la Ley de Dios, proclamar una vez más la realeza de Nuestro Señor Jesucristo. No hay otro fundamento, dice San Pablo, que Jesucristo y Jesucristo crucificado. No hay oro fundamento en nuestra vida, en nuestra fe. Tenemos que poner de nuevo a Jesucristo en su lugar: un lugar de honor dentro de nuestras familias, en nuestros hogares, en el seno de nuestra actividad o profesión, en nuestro corazón, en nuestra vida. La Cruz de Nuestro Señor debe estar presente en todas partes. En todas partes debemos honrar al que nos ha creado y que se abajó hasta nosotros para encarnarse y vivir en medio de nosotros para salvarnos. No hay otro Dios. ¿Cuántas veces lo repite Dios en los salmos? «Yo soy el único Dios, no hay otro Dios fuera de Mí» y tiene razón. No hay otro Dios que el que ha hecho el cielo y la tierra. Qui fecit caelum et terram. Per quem omnia facta sunt. Por quien todo ha sido hecho. ¿Quién puede dudarlo? En este momento en que precisamente hay errores que circulan y por desgracia debido a nuestros pastores, hay que reafirmar nuestra decisión de mantenernos fieles a los Mandamientos de Dios, al primer Mandamiento y a la fe en Nuestro Señor Jesucristo. Debemos reafirmar nuestra fe en Dios, en un solo Dios, en Nuestro Señor Jesucristo, extendiendo su Reino por todas partes.

Ésta es la respuesta que la Iglesia ha dado siempre frente a los errores. ¿Qué ha hecho la Iglesia cuando han aparecido las herejías y los errores en la historia? Ha convocado un Concilio o sino los Papas han publicado encíclicas para proclamar de nuevo la verdad que es contraria a esos errores. Cuando en el siglo XV se ha querido ya dar por sentado que Nuestro Señor no estaba presente en la Sagrada Eucaristía, la Iglesia apoyó con fuerza las procesiones del Santísimo Sacramento, rindiendo honor a la Sagrada Eucaristía. Diversas congregaciones fueron fundadas para adorar a Nuestro Señor Jesucristo día y noche en el Sacramento del Amor, proclamando más y más el dogma de la verdad contra el error. Nosotros vamos a hacer lo mismo ahora. Vamos a prometer a Nuestro Señor Jesucristo que sólo vamos a adorarle a Él y a nadie más, que no vamos a dar culto ni vamos a honrar a dioses falsos, dioses que son invenciones diabólicas para desviar a las almas de la fe y conducirlas al infierno. No tengamos miedo en proclamar nuestra fe en Nuestro Señor Jesucristo y así, queridos amigos, vamos a ofrecer en nuestras capillas el Santo Sacrificio de la Misa, que estas capillas sean un acto de adoración a Nuestro Señor. Que todo nos recuerde la divinidad de Jesucristo, su omnipotencia, el honor y la acción de gracias que le debemos, y que pidamos, algo que debemos hacer todos los días, el perdón de nuestros pecados (...)

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