jueves, 14 de octubre de 2010

El liberalismo es una herejía





Gregorio XVI en 1832
condenó enérgicamente el liberalismo teológico y político.

El liberalismo, que sufre y mata a la sociedad occidental,  y que se produjo en la Iglesia del Concilio Vaticano II, sigue siendo un germen de corrupción entre los modernistas, muestra un optimismo humanista engañoso, porque no evoluciona hacia la realización del Reino Celestial, que sería una ética de la perfección humana, ya que está comprometido con las fuerzas negativas que tienden a una mayor esclavitud de la mente del hombre, como bien dice el Cardenal Billot.

El liberalismo, en cuanto es un error en materia de fe y de religión, es una doctrina multiforme que emancipa en mayor o menor proporción al hombre de Dios, de Su ley, de Su Revelación y, consecuentemente, desliga a la sociedad civil de toda dependencia de la sociedad religiosa, es decir, de la Iglesia, que es custodia de la ley revelada por Dios, su intérprete y maestra.

Me refiero al liberalismo, en cuanto representa un error en materia de fe y de religión. Porque si consideramos el contenido del vocablo, fácilmente se apreciará que el liberalismo, no sólo en las cosas atingentes a la religión y a las relaciones con Dios, tiene vigencia o puede tenerla. Por cierto, la emancipación de Dios fue el fin principal intentado. En efecto, se reunieron contra Dios y contra Su Cristo, diciendo: Rompamos sus ataduras y arrojemos de nosotros su yugo".
Liberalismo: Declaración de los derechos del hombre
Pero para este mismo fin pre-fijaron un principio general, que sobrepasa los limites del ámbito religioso e invade y penetra todos los campos de la comunidad humana. Ese principio es el siguiente: la libertad es el bien fundamental, santo e inviolable del hombre, contra el cual es un sacrilegio atentar por medio de la coacción; y de tal modo esta misma irrestringible libertad debe ser puesta como piedra inconmovible sobre la cual se organice todo de hecho en la humana convivencia, y como norma inconmovible según la cual se juzgue todo de derecho, que sólo sea dicha equitativa, buena y justa la condición de una sociedad que descanse en el citado principio de la inviolable libertad individual; inicua y perversa, la que sea de otro modo.

Esto es lo que excogitaron los promotores de aquella memorable Revolución de 1789, cuyos amargos frutos ya se recogen en casi todo el mundo. Esto es lo que constituye el principio, el medio y el fin de la "Declaración de los derechos del hombre". Esto es lo que para aquellos ideólogos fue como la base para la reedificación de la sociedad desde sus últimos cimientos, tanto en el orden político, económico y doméstico, como principalmente en el moral y religioso.








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