En la mañana del jueves llamó a sus dos discípulos favoritos, Pedro y Juan, y los envió a Jerusalén, diciéndoles "Andad y preparad la Pascua para que comamos". Así con ésta palabra "Pascua", designaba, en lenguaje popular, el banquete solemne con que se inauguraba la fiesta por la tarde del 14 Nisán. El manjar esencial de esta comida era el cordero pascual. Los dos Apóstoles respondieron: "¿Donde quieres que la preparemos? Díceles Jesús:
"Así que entraréis en la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguídle hasta la casa en que entre. Y diréis al padre de familia de ella: El Maestro te envía a decir: ¿dónde está la pieza donde yo he de cenar el cordero pascual con mis discípulos? Y él os enseñará una sala grande aderezada; preparad allí lo necesario."
Se ha preguntado por qué Jesús recurrió a este medio misterioso para que los dos discípulos dieran con la casa donde deseaba celebrar la cena pascual. Fué con el fin de que Judas ignorase hasta el último momento el lugar de la reunión. Si de antemano lo hubiese sabido, lo hubiera seguramente notificado a los príncipes de los sacerdotes durante el día; y éstos se hubieran apoderado de Él antes de la hora señalada antes del legado y donativo de amor generoso que quería hacer a su Iglesia, con la institución de la Sagrada Eucaristía. Se ha supuesto que se había ya convenido de antemano Jesús y el propietario del cenáculo; pero es mucho más conforme al conjunto del relato y a la tradición el creer que las indicaciones dadas por el Salvador procedían de su creencia sobrenatural. El amo de la casa era seguramente u discípulo y un amigo.
Con estas instrucciones salieron Pedro y Juan de Betania y corrieron hacia Jerusalén para preparar todo lo necesario para la cena. Pronto hallaron el cenáculo, conforme en todo con lo que Jesús les había dicho. Los preparativos eran numerosos para este banquete. Los dos Apóstoles procurar las diversas viandas requeridas por la ley o el uso; en especial los panes ázimos, o sin levadura, pues el pan fermentado estaba prohibido en absoluto desde el 14 de Nisán hasta el 21; hierbas amargas y muchos otros manjares para completar la cena, vino y agua, y, sobre todo el cordero pascual, separado ya días antes, y que debía ser inmolado en el templo el mediodía del 14, dividirlo y asarlo en el horno.
Al ponerse el sol llegó Jesús al cenáculo y se puso a la mesa con los Doce. En esta ocasión no hubo más comensales. El cenáculo estaba situado en la cima del monte Sión, donde aún se venera hoy. Pero el edificio actual, aunque ocupa el mismo solar, según lo garantiza una tradición que se remonta al siglo II de nuestra Era, no data en realidad más que del siglo XVI. Es un salón ojival, que, desgraciadamente, ha sido transformado en mezquita por los turcos, como muchos otros santuarios de Palestina.
Debió ser al empezar la cena y con motivo de la colocación en la mesa cuando se promovió entre los Apóstoles una contienda que justamente nos parece del todo impropia y ajena a las circunstancias. Se preguntaban agriados y desabridos, suspicaces y envidiosos, cuál era el primero entre ellos. No es la primera vez que discutían este punto. Jesús cortó muy pronto esta triste pendencia, refrescándoles, como otras veces, el gran principio de la humildad cristiana. Jesús les dijo:
"Los reyes de las naciones las tratan con imperio, y los que tienen autoridad sobre ellas, se llaman bienhechores. No habéis de ser así vosotros; antes bien el mayor entre vosotros pórtese como el menor; y el que tiene la precedencia, como sirviente. Porque ¿quién es mayor?, ¿el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Con todo eso, yo estoy en medio de vosotros como un sirviente. Vosotros sois los que constantemente habéis perseverado conmigo en mis tribulaciones. Por eso yo os preparo el reino como mi Padre me lo preparó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel"
En este momento tuvo lugar la escena tan conmovedora del lavatorio de los pies. Jesús acaba de prescribir la humildad a sus Apóstoles. Les había dicho entre otras cosas: "Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve". Ahora va a enseñarlo con el ejemplo y poner Él mismo su palabra en práctica. El cuarto Evangelio, único que refiere éste episodio, empieza su relación con una frase solemne que pone en admirable relieve la dignidad suprema del Salvador y el amor extraordinario que manifestó en esta circunstancia a sus Apóstoles: "Sabiendo Jesús que el era llegada la hora de tránsito de este mundo al Padre, como hubiese amado a los suyos que vivían en el mundo, los amó hasta el fin". Luego recuerda el Evangelista que ya el demonio "había puesto en el corazón de Judas Iscariote el intento de entregarlo". Con lo cual realza más la generosidad del corazón de Jesús, cuyo ímpetu de amor no fue contenido por tan negra ingratitud. Luego continúa en esta forma: "Sabiendo Jesús que el Padre le había puesto todas las cosas en sus manos, y que venía de Dios y a Dios volvía, levantóse de la mesa y quitóse sus vestidos, y habiendo tomado una toalla se la ciñe, echa después agua en un lebrillo y pónese a lavar los pies de los Apóstoles y a limpiarlos con la toalla que se había ceñido".
Cuando se acercó a Simón Pedro, entabló un diálogo entre el Maestro y el discípulo, donde se manifiesta la viva fe, la humildad, el corazón ardiente del jefe de los Apóstoles. "Señor, ¿Tú me lavas los pies?" Respondió Jesús: "Lo que yo hago, no lo entiendes ahora; sabráslo después". En efecto, luego explicará el Salvador la significación moral de ese acto. Persistiendo en la resistencia, replicó San Pedro: "Jamás me lavarás Tú los pies". Dícele Jesús: "Pues si no te lavo, no tendrás parte conmigo". ¡Verse separado de su Maestro a quien tanto ama! Por nada del mundo podría consentir esto San Pedro. Consiente, pues; pero pasando de un extremo a otro: "Señor, no sólo mis pies, sino las manos también y la cabeza". "No -le dice el Señor-; porque el que acaba de lavarse no necesita lavar mas que los pies, porque ya está todo limpio". En Oriente son muy ordinarios los baños de pies a causa del calor. Además de que las sandalias defienden muy poco los pies del polvo y del lodo. Por eso Jesús se contenta con lavar los pies a los Apóstoles. Acción por otra parte simbólica que significa la santidad perfecta que exigía en los suyos , en especial para la Sagrada Eucaristía que muy pronto le iba a conceder. En este sentido añadió: "Y vosotros estáis limpio", es decir, no tenéis ningún pecado grave de que reprenderos, y basta lavaros de vuestras faltas ligeras o leves. Con todo, Jesús tuvo que hacer una restricción dolorosa, pensando en Judas: "Vosotros estáis limpios; más no todos". El traidor estaba allí con el alma horriblemente sucia. ¿Que sentimientos debieron pasar por él cuando tan buen Maestro se dignó lavarle los pies, también a él? Pero estaba endurecido en el mal, y esta advertencia no le conmovió.
Cuando Jesús acabó de realizar en cada uno de los Doce este acto extraordinario de humildad y de bondad, volvió a vestirse su largo manto, pues se lo había quitado para no sentir incomodidad en sus movimientos; y habiéndose puesto a la mesa, dijo a los Doce:
"¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo siendo el Maestro y Señor, os he lavado los pies, debéis también vosotros, lavaros los pies unos a otros. Porque ejemplo os he dado para lo que yo he hecho con vosotros, así lo hagáis vosotros también. En verdad, en verdad os digo que no es el siervo más que su amo, ni el criado mayor que aquél que le envió". Y añadió: "Si comprendéis estas cosas, seréis bienaventurados como las practiquéis. No lo digo por todos vosotros; yo conozco a los que tengo escogidos; más ha de cumplirse la Escritura: uno que come el pan conmigo levantará contra mí su calcañar. Os lo digo desde ahora antes que suceda, para que cuando sucediere me reconozcáis por lo que soy. En verdad, en verdad os digo que quien recibe a quien yo enviare, a mí me recibe, y quién a mi me recibe, recibe a Aquél que me ha enviado".
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