El experimento del Colisionador de Hadrones echa por tierra las teorías catastrofistas que había generado
Los días anteriores al gran experimento científico del Acelerador LHC, que se inició anteayer y se mantendrá durante las próximas semanas, la red de redes revivió multiplicadas por mil las llamadas apocalípticas que alertaban sobre el fin del mundo o, al menos, un desastre de magnitudes no conocidas por el hombre.Hoy sabemos que el Gran Colisionador de Hadrones LHC, esa máquina infernal para algunos y una bendición de Dios para otros, puede funcionar sin que los cimientos del planeta se resientan, aunque lo haga a cien metros bajo la corteza terrestre y consiga hacer chocar casi a la velocidad de la luz dos protones cargados con 7 teraelectronvoltios (TeV), una magnitud hasta ahora desconocida para el gran público. Nunca antes el ser humano había logrado ese récord de energía a partir de choques de partículas.
Los peores augurios hablaban de formación de agujeros negros que acabarían engullendo la Tierra y de paso a siete mil millones de seres humanos, en su mayoría ajenos a cualquier interés por el experimento científico de Ginebra. Otros alertaban sobre un cambio radical en la esencia de la materia, imposible de describir y, por tanto, también imposible de explicar. No hubo agujeros negros ni materias extrañas, ni siquiera antimaterias como la descrita por Dan Brown en su libro «Ángeles y demonios» para acabar de un plumazo con el Vaticano.
La comunidad científica descartó desde el primer día cualquier cataclismo, pero nada como las malas noticias para tener éxito. Un español, Luis Sancho, y un estadounidense, Walter Wagner, habían presentado una petición al Tribunal de Hawai para pedir que se prohibiera arrancar el LHC. El CERN, el organismo internacional promotor científico del experimento, ya había presentado un informe de seguridad en el que rebatía los augurios de Sancho y Walter y también otros muchos supuestos desastrosos, como el peligro que suponían los rayos cósmicos que iba a generar el LHC o la hipótesis de que podía formarse una burbuja de vacío. Y, por si alguien quedaba sin convencer por los razonamientos, aportaba el argumento de autoridad de varios premios Nobel y de eminencias como Steven Hawking.
Sin embargo, también desde la propia ciencia llegaron algunas teorías curiosas, como las de Holger Bech Nielsen, del Instituto Niels Bohr de Copenhague, y Masao Ninomiya, del Instituto Yukawa de Física Teórica de Kyoto (Japón).
Planteaban que si el LHC había tenido un expediente tan accidentado hasta esa fecha (varios fallos, una avería, incluso la detención de uno de sus científicos por supuestas relaciones con Al Qaeda) no era sólo por mala suerte, sino porque producía consecuencias «aborrecibles para la naturaleza».
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