Batalla de Seattle, 30 de noviembre de 1999. Miles de activistas sociales, organizados al margen de partidos y sindicatos tradicionales, protagonizan una masiva movilización contra la Organización Mundial del Comercio (OMC) que hace fracasar la llamada Ronda del Milenio. Un fallido encuentro que pretendía cerrar un acuerdo para avanzar en la “liberalización de intercambios comerciales” y en la “eliminación de barreras arancelarias” entre los 135 países que por aquel entonces integraban la OMC.
Quince años después de aquella fecha en la que historiadores y politólogos sitúan el nacimiento oficial del movimiento antiglobalización, la supuesta amenaza sistémica provocada por estos activistas políticos podría expandirse por diferentes países y adquirir un carácter violento. Según un documento del Pentágono al que ha tenido acceso el diario The Guardian, existe un elevado riesgo de que se produzcan “disturbios civiles a gran escala en todo el mundo”.
Los analistas del departamento de defensa norteamericano señalan como puntos de inflexión de esta tendencia la Primavera Árabe, las protestas ciudadanas en Rusia con motivo de las elecciones a la Duma en 2011 o el movimiento antigubernamental en Turquía iniciado en el Parque Taksim Gezi de Estambul. Ante el potencial desestabilizador de estos movimientos, el Pentágono ha puesto en marcha un programa conjunto con diferentes universidades para seguir y contener la evolución de las protestas civiles.
Identificación, vigilancia y contención
La denominada Iniciativa Minerva, que lleva en marcha desde el año 2008 coincidiendo con el inicio de la crisis económica, cuenta con un presupuesto de 18 millones de dólares y decenas de sociólogos y politólogos en nómina. Su principal objetivo es descubrir el cómo y el porqué de las movilizaciones ciudadanas, tanto pacíficas como violentas, para posteriormente desarrollar estrategias de contención, ya sean de cariz militar o propagandístico.
En lo que va de año, el Pentágono ha financiado una docena de estudios. Entre ellos se incluye una investigación de la Universidad de Cornell para identificar y determinar el papel de los impulsores de las revueltas en las redes sociales, otra para analizar el origen y las características de los movimientos sociales y una tercera para entender el efecto de ciertas leyes en determinados conflictos sociales.
Todas las conclusiones de estos estudios académicos pasan a formar parte de una gran base de datos que posteriormente sirve para predecir modelos conductuales y desarrollar herramientas que faciliten la respuesta gubernamental. Las ciencias sociales y el big data al servicio de la contrainsurgencia.
Sonadas discrepancias entre los investigadores
Una buena parte del mundo académico ha alzado la voz ante este “uso inmoral” de las ciencias sociales por parte del departamento de defensa, que tutela las investigaciones. La Asociación Americana de Antropología (AAA) fue una de las primeras organizaciones en manifestar este rechazo en una misiva dirigida a la Oficina Federal de Administración y Presupuestos. En ella, el presidente de la AAA Setha Low, defendía que el presupuesto destinado a estas investigaciones debía estar manejado por agencias civiles, en lugar de militares.
El antropólogo David Price, autor de Weaponizing Anthropology: Social Science in Service of the Militarized State, es uno de los académicos que más ha contribuido a la denuncia pública de este programa del Pentágono. Además de pervertir la finalidad social de la disciplina, orientándola a objetivos militares, apunta el antropólogo, la Iniciativa Minerva es una suerte de cantera para captar a colaboradores de las agencias de inteligencia en los campus.
Para el sociólogo James Petras, uno de los elementos que más le preocupan es que el trabajo académico de estos investigadores tenga como objetivo contrarrestar la movilización ciudadana, sin reparos en considerar a cualquier activista como un potencial terrorista. Ni presunción de inocencia ni libertad de expresión, matiza, pues parte del programa está enfocado a vigilar de forma masiva a los activistas de movimientos sociales surgidos al calor de las crisis ambientales, energéticas y económicas que puedan desestabilizar el sistema.
La carestía, caldo de cultivo para la protesta
Si las crisis globales son el alimento de muchos de los movimientos sociales de transformación política, las previsiones de futuro dibujan un escenario en el que su poder de convocatoria e influencia no dejará de aumentar. Diferentes organismos internacionales han alertado sobre el agudizamiento de estas amenazas, desde el Goddard Space Flight Center de la NASA, que en este estudio advertía que la convergencia de las crisis alimentarias, energéticas, económicas (incremento de la desigualdad social) y del agua será traumática en las próximas décadas, hasta un panel intergubernamental de la ONU formado por 60 científicos y representantes de un centenar de países que llegaba a semejantes conclusiones.
Hace algunas semanas, este mismo diario publicaba una información en la que se daba cuenta de que el Pentágono ya trabaja en la coordinación del “día después” (del colapso). Un hipotético futuro cuya base común denominador sería la la escasez (alimentaria, de agua o energía). A pesar del carácter apocalíptico de sus advertencias, hay que recordar las coincidentes conclusiones de otra serie de estudios, tanto del ámbito privado como público. Entre estos destaca el el Resource Stress de KPMG o el Food, energy, water and the climate: a perfect storm of global events? elaborado por el comité científico del Gobierno británico. Todos ellos coinciden en que la convergencia de las crisis alimentarias, energéticas y del agua podrían crear una “tormenta perfecta”.
Ante esta situación de carestía, el auge de los movimientos de protesta parece evidente, algo que no está pasando desapercibido para la inteligencia militar. De lo que caben más dudas es de que si esta escasez, a la que posiblemente se sometan amplios sectores de la sociedad, hará que la protesta se convierta en violenta. Si así fuere, el departamento de defensa norteamericano no tendrá que improvisar las estrategias de contención, que ya lleva diseñando desde hace seis años. Minerva, la diosa de las técnicas de la guerra, será la luz que los ilumine.
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